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Detroit techno, el baile de la ciudad quebrada

La quiebra de Detroit, el éxodo que esta provocó y el aburrimiento extendido dieron origen a uno de los géneros musicales que marcó a la industria de la música en Occidente a partir de los ochentas. Más tarde, con la incursión del sonido proveniente de Chicago, la fórmula creció y poco después saltó el charco para conquistar Gran Bretaña y Alemania.

Algunos de los miembros de Underground Resistance pinchaban cubiertos con capuchas. Era parte de su política de anonimato.

Artículo de nuestro medio aliado Diagonal.

Por Pablo Rivas

Underground Resistance es un sello para un movimiento. Un movimiento que quiere el cambio a través de la revolución sónica. Urgimos a unirse a la resistencia y a ayudarnos a combatir la mediocre programación visual y sonora con la que se está alimentando a los habitantes de la Tierra, esta programación está estancando las mentes de la gente, construye un muro entre razas e impide la paz mundial. Es este muro el que queremos derribar.

El manifiesto del colectivo de productores  Underground Resistance (UR), hecho público a finales de los años 80 y cuyo comienzo se reproduce aquí, ejemplificaba una respuesta. Una contestación a la comercialización masiva de un fenómeno que ya era global entonces, pero que había nacido de las cenizas de un punto concreto del planeta. Esta historia comienza diez años antes en la ciudad quebrada: Detroit.

“Imagina una ciudad diseñada para cuatro millones de personas en la que vive menos de uno”. Jeff Mills, uno de los dos fundadores de UR en 1989, lo resumía así en el documental High Tech Soul (2004).

El lugar donde en 1892 Henry Ford construyó su primer prototipo de automóvil fue cuna de la industria del motor y modelo de desarrollo estadounidense durante las siguientes siete décadas. Pero también de segregación racial y desigualdad.

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La riqueza generada en las fábricas atrajo a una gran masa de población, principalmente de comunidades negras del sur norteamericano. Y años de exclusión racial estallaron en 1967. Los disturbios de la Calle 12, en los que se sacó el ejército a las calles, causaron la muerte de 43 personas y sacudieron la ciudad para siempre.

Las consecuencias de esa tensión racial y la reconversión industrial de los 70, que provocó el abandono de la ciudad por parte de los fabricantes automovilísticos, produjo la llamada ‘huida blanca’ y el despoblamiento de la urbe, un proceso que llega hasta nuestros días y que hizo perder a Detroit más de la mitad de su población.

Hoy tiene menos de 700.000 habitantes, un 83% de ellos afroamericanos, y en 2013 se convirtió en la primera gran ciudad estadounidense en declararse en bancarrota. Pero a Detroit no solo se la conoce por lo que fue.

https://www.youtube.com/watch?v=ubGZhos4WOM

Underground Resistance fue uno de los nombres que se pronunciaron el pasado 24 de mayo en el Ayuntamiento de la ciudad del motor. El Consistorio rindió homenaje a toda una serie de productores, dj, colectivos y promotores que habían conseguido llevar el nombre de la urbe a lo más alto del panorama musical.

Pero entre todos los que subieron al estrado, tres personas se destacaron como las que habían hecho posible que el resto de los presentes estuviesen ahí. Se les conoce como ‘Los tres de Belleville’. Sus nombres: Juan Atkins, Derrick May y Kevin Saunderson.

La santísima trinidad

“Juan es ‘el Creador’, Derrick ‘el Innovador’ y a mí me conocen como ‘el Elevador’”. Saunderson nombraba así, entre risas, al trío que se conoció en el instituto de Belleville, una pequeña ciudad a 46 kilómetros de Detroit, y al que se le adjudica, junto al detroités Eddie Fowlkes, la creación del techno.

Lo que hoy todo el mundo califica como un estilo musical tenía otro significado a principios de los 80. “Si preguntas a alguien de Detroit que estuviera en los comienzos de esta música, te diría: Techno es Derrick, es Juan, ésos son los tipos”, relataba May en 2004. Ellos lo inventaron y ellos lo nombraron (la palabra la sacó Atkins de la literatura futurista de Alvin Toffler). Aunque en este punto de la historia hay que centrarse en ‘el Creador’.

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Juan Atkins era un adolescente callado, oyente de The Midnight Funk Association, un arriesgado programa de radio conducido por un personaje que también tiene su sitio en esta historia: The Electrifying Mojo.

Charles Johnson –su nombre real– emitía “una programación ecléctica y abierta que conseguía unir en un mismo programa a Aretha Franklin con Kraftwerk, The Clash y James Brown, B-52’s con la música clásica”, relata Raül G. Pratginestós en Loops, una historia de la música electrónica (Reservoir Books, 2002). Las músicas que Mojo enviaba a través de las ondas inspiraron a un joven Atkins. Y la creatividad hizo el resto, con permiso del aburrimiento.

Y es que, como el propio Atkins relataba en 2004, “Detroit puede ser realmente aburrido a veces, así que para pasar el rato y para salir de ello tienes que encontrar cosas que hacer”.

Así que el joven se puso a componer patrones rítmicos con una básica caja de ritmos Roland DI55 e ingresó en un curso de grabación, donde conoció a un veterano de Vietnam, Richard Davies, con el que compartía dos pasiones: la música electrónica y la ciencia-ficción. Ambos fundaron Cybotron, el grupo que en 1981 lanzaría Alleys of your mind, considerado el primer tema techno de la historia.

Lo que el cerebro de Cybotron había creado llegó especialmente a las mentes de sus dos compañeros de instituto Saunderson y May, que ayudaron a Atkins a sentar las bases de todo un nuevo género musical. Félix Suárez, crítico musical y experto en música electrónica, señala que aquello “fue una revolución: crearon una música futurista en la que puedes encontrar similitudes con música europea, de Kraftwerk por ejemplo, pero que no enganchaba fácilmente, era una música minoritaria que se hizo masiva”. Y cada uno de ellos puso su particular sello en esta historia.

Saunderson aportó la apertura. “Kevin es la persona que se aseguró de que esta música llegase a las masas”, apuntaba Carl Craig, otro de los productores homenajeados en mayo e integrante, junto a UR y otros nombres clave en esta historia, de la llamada Segunda Ola del techno en Detroit. Su música, más simplificada y accesible, fue la que antes obtuvo el éxito mundial. Con Inner City, el grupo que montó en 1987 junto a la vocalista Shanna Jackson, llegó a los primeros puestos de las listas británicas y vendió nada menos que 6 millones de discos.

El tercer nombre de esta historia era lo que le faltaba al trío. El extrovertido e hiperactivo Derrick May, “el perfecto vacilón”, como lo describe el dj Claus Bachor, aportó “un acercamiento innovador en el que se combinaban futurismo y herencia tribal dentro de un mismo y complejo híbrido”, relata Pratginestós.

Así, entre los tres, y con la contribución del joven dj y productor Eddie Fowlkes, “supieron crear un universo alrededor, de independencia, de seguir la tradición de la música negra de Detroit con sonidos totalmente futuristas que rompían con el soul y el rap”, destaca Suárez, quien añade que aquello “fue una ruptura, un paso de gigante al hacer familiares sonidos que no lo eran”.

Acid, Europa, amor

A mediados de los 80, la conexión de Detroit con otra ciudad norteamericana crearía otro de los grandes géneros de la electrónica: el house. Tal como contó el propio Atkins al periodista Ariel Kyrou en 1999, fue Derrick May quien vendió una caja de ritmos Roland TR-909 a un dj neoyorquino que había sido contratado en Chicago por el club Wharehouse: Frankie Knuckles. “Aquella cajita de ritmos 909 creó todo el house music, pues en Chicago, los dj se la pasaban de unos a otros”, relataba ‘el Creador’.

La mezcla de ambas escenas, a veces difíciles de diferenciar –Strings of life, de Derrick May, es considerado un clásico de ámbos géneros– contribuiría al despegue de la electrónica y a lo que llegaría más tarde: el verano del amor de 1988-89, Ibiza y la aparición de las raves.

Pero aquel sonido no cruzó el charco hasta el día en que, como cuenta Pratginestós en Loops, “un dj inglés fanático del northern soul e intrigado por lo que había escuchado en un maxi de Transmat [el sello creado por Derrick May] –el legendario Nude Photo– decidió llamar al número de teléfono que aparecía en la galleta”. Fue May quien cogió el teléfono, y fruto de aquella conversación sería el viaje de ‘el Innovador’ a Inglaterra y el lanzamiento de Techno! The New Dance Sound of Detroit, el recopilatorio de productores de Detroit que dio a conocer el sonido en Europa.

Dos semanas después, Big Fun, de Inner City, conquistaba las listas de éxitos en el país de Margaret Tatcher. La historia del techno en el viejo continente echaba a andar y los jóvenes de Detroit llegaron a las salas británicas y alemanas. “Allí se dieron cuenta de la influencia que habían tenido”, apunta la dj madrileña Esperanza Camacho, más conocida como Pelacha. “Pasaron de clubes de 200 personas en Detroit a clubes de 5 000 en Europa”, añade Suárez. El sonido Detroit pegaba fuerte en la vieja Europa.

Pero no hay verano del amor sin acid house, y no hay acid sin una pequeña caja de ritmos: la Roland TB-303. Tal como explica Suárez, “la 303 se diseñó originalmente para utilizarla como bajo, pero como no lo imitaba muy bien se dejó de usar y bajó de precio”. Cacharreando con ella los productores descubrieron un sonido ácido, extraño, que hizo furor en las pistas de baile. Y todo estalló.

Al acid house y al techno se les unió una nueva droga, el éxtasis, un estimulante y empatógeno que corrió a raudales en Gran Bretaña e Ibiza durante el verano del amor de 1988. La industria vio un filón. Aparecieron revistas, radios y clubes especializados a la misma velocidad que se expandían las raves, fiestas ilegales hasta que el cuerpo aguantase en espacios abandonados o al aire libre. El logo del acid, una cara sonriente, aparecía en anuncios comerciales, carteles y camisetas Y las multinacionales se lanzaron a la caza de productores y dj. El house y el techno ya eran globales.

UR, llega la militancia

Pero el techno nace en Detroit y la ciudad reaccionó. Una nueva generación de productores y dj salió de Metroplex, Transmat y KMS, los tres sellos creados por Atkins, May y Saunderson, respectivamente. Octave One, Carl Craig o Kenny Larkin fueron algunos de sus nombres más notables. Pero fue un colectivo, creado por Jeff Mills y ‘Mad’ Mike Banks (al que se les unieron productores como Robert HoodSuburban Knight), el que cambió las cosas.

Underground Resistance nacía para enfrentarse a la nueva cultura. “Trajeron el sentido de colectividad, el crear tus propios medios de expresión, no solo sellos, sino también medios de comunicación. Lucharon contra el culto a la personalidad”, señala Suárez. UR añadió la militancia y la política al techno. Se enfrentaron al individualismo publicando su música bajo el nombre del colectivo o de mis­teriosos seu­dó­nimos, ocul­ta­ban sus rostros durante sus sesiones e incorporaron toda la tradición de lucha de la militancia negra en Detroit.

Su filosofía influyó –e influye– en la creación de multitud de colectivos que se enfrentaron al mainstream que producían las grandes corporaciones. “Aportaron mucho, ya que entonces las grandes compañías manejaban todo el dinero y el artista no se quedaba casi nada, se convertía en un producto de marketing”, relata Pelacha. “Querían vivir al margen de lo que exige la sociedad y crear ellos sus propias estructuras”, añade Suárez.

Y llevaron su filosofía a tal extremo que lucharon contra la comercialización de su, paradójicamente, mayor éxito comercial. Cuando en Sony escucharon Knights of the Jaguar, un single editado en UR en 1998 bajo el nombre de The Aztec Mystic –alias de DJ Rolando– la multinacional quiso lanzarlo al mundo. UR se negó pero la empresa decidió lanzar una versión que plagiaba el original. La campaña auspiciada por los militantes de UR y el boicot de la comunidad techno, primero a Sony y después a BNG, que recogió el testigo cuando Sony se echó atrás, consiguió parar el lanzamiento.

Hoy el Jaguar es uno de los clásicos reconocidos del techno. Y aunque las multinacionales hicieron su agosto con este género, actualmente multitud de productores crean su propia música en estudios caseros, algo que permite cada vez más la tecnología digital.

“La gente vende su propia música en plataformas como Bandcamp”, apunta Pelacha. Las raves se siguen produciendo en los rincones más insospechados del planeta. Colectivos de jóvenes creadores se asocian a la manera militante de UR. Y todos los mínimamente versados saben dónde nació aquello y los nombres de los pioneros que hicieron posible un estilo de música, una filosofía y, como destaca Pelacha, “un estilo de vida diferente”.