Por Sabrina Duque
Con Dolores O’Riordan ha muerto la última voz de la banda sonora de mi adolescencia. Ya no está. Ya no podré escuchar a The Cranberries sin sentir que algo he perdido. No me refiero a los viejos discos compactos que seguirán conmigo en cada mudanza. Hablo de sentirme ajena cuando pienso en la chica que fui cuando escuché Linger por primera vez.
Dolores O’Riordan me reveló un montón de cosas que no puse en práctica hasta muchos años después. Por ella supe que se podía. Ella, corte pixie y fuerza en aparente fragilidad, había sido una chica sobreprotegida que usaba la ropa escogida por su mamá hasta cuando ya comenzaba a escribir las letras de los Cranberries. Se podía, claro que se podía, cortarse las coletas, vestirse como te diera la gana. Se podía ser agresiva. Se podía ser cursi. Se podía cantar al amor y se podía cantar sobre el dolor de la guerra. En una época en la que yo aún tenía miedo, llegó ella y se plantó y fue libre, linda y creativa y poderosa.
Dolores se convirtió en un símbolo para la música de los noventa gracias a su modo de cantar, el yodel style. Este registro es la marca de Zombie, la canción que en 1994 catapultó al grupo al reconocimiento global. Zombie es un himno grunge y es un tributo dedicado a Tim Parry y Johnathan Ball, de 12 y 3 años, quienes murieron en marzo de 1993, en manos del grupo católico-republicano armado IRA (Ejército Republicano Irlandés).
Cuando se lanzó el tercer disco de The Cranberries, To the faithful departed, era 1996, yo estaba en el último año de colegio y había iniciado una pequeña revolución. Me corté el pelo por los hombros, para horror de los adultos que me rodeaban. Decidí que iba a estudiar periodismo aunque, según mi padre, mi destino sería el desempleo. Decidí que viajaría y contaría el mundo lejos de casa. No reconocí cuánto la chica de cabello cortito y voz potente había influido en mí. Lo pensé una década después, mientras empacaba mis cosas para mudarme de casa y encontré mis discos de The Cranberries.
Con más de 40 millones de copias vendidas en el planeta, The Cranberries es ahora parte de las sonoridades de al menos una generación entera. La prematura muerte de Dolores -quien componía las canciones junto al guitarrista Noel Hogan- representa un golpe irreparable para millones de seguidores y para la industria de la música.
Nosotros, los que fuimos adolescentes en los años noventa, arrastramos el trauma de la pérdida de un ídolo. No puedo pensar en nadie de mi generación a quien no le haya golpeado la noticia de la muerte de Kurt Cobain. Lindo, joven y suicida, en mi colegio -un tradicional colegio de monjas de Guayaquil- llegamos a rezar una misa por el descanso de su alma, sin que las monjas se enterasen de la identidad de nuestro ‘amigo’. Nirvana se acabó, pero nos quedaron algunas otras bandas –era la época dorada del grunge. A mí, me quedaron los Cranberries.
Hoy le agradezco a Dolores O’Riordan por todo el ‘girl power’ que inspiraba. Por su poesía. Por ser la chica que escribía y la líder del grupo. Dolores O’Riordan ha muerto y me siento huérfana de una mujer unos pocos años mayor que yo, pero también me siento feliz de haberla escuchado.
Gracias por esta nota que me arrancó una lágrima. Conocí a Dolores en Woodstock 94, durante la cobertura que hice para la Argentina. En el más mítico festival de rock, apareció con vestido negro, borceguíes y una larguísima cadena al cuello de la que pendulaba un… crucifijo; algo poco rockero para nuestra cultura rebelde. Más importante que eso fue su compromiso social, me impresionó su mención -en medio de la canción Zombie- a Belfast, Bosnia, Ruanda… sitios de genocidios que acontecían por esos días. Gracias, Dolores, por transformar tu nombre en arte.
Comentar:que lindo