Por Desirée Yépez / @Desireeyepez. Fotos de Edu León / @EduLeon_photo
“Nosotros, que hemos sufrido, que hemos llorado, que hemos chupado las cuerizas, las garrotizas, tenemos que estar unidos porque la unidad es como la mazorca. Si se va el grano, se va la fila, y si se va la fila, se acaba la mazorca”
(Mama Tránsito Amaguaña).
La sala del Teatro Malayerba está a oscuras. Un haz de luz verdosa ilumina la figura humana que descansa sobre el suelo. Está sentada, con la cabeza entre las piernas. Un sombrero, un poncho y una falda la visten. Un soplo hace que suene el rondín. Y Mama Tránsito Amaguaña vuelve a la vida.
Vuelve a escucharse su voz aguda que llama a la unidad de los pueblos y nacionalidades indígenas. El kichwa resuena de nuevo, contundente y preciso, a través de sus labios. Es como si su muerte no hubiese ocurrido, y de eso ya hace cinco años…
Sara Utreras es la responsable de enfrentar al público a una historia que no consta en los registros oficiales del Ecuador. Esa que habla de las runa warmi kuna (mujeres andinas del continente del Abya Yala) y de sus luchas por modificar las condiciones de miseria, olvido y rechazo que han caracterizado la vida de sus pueblos.
A través del monólogo Mama Tránsito Amaguaña Pushak Warmi-Cabecilla, Utreras da paso a la reflexión en torno a la historia del movimiento indígena en el país. Pero, sobre todo, la figura de Amaguaña se convierte en un pretexto para valorar a las mujeres que, desde el anonimato, aportaron en la transformación social del Ecuador.
Consolidar la dramaturgia de la obra es un proceso que se remite a 2005, el mismo año en que Sara visitó, por primera vez, a la líder indígena. Para ese entonces, la actriz estudiaba kichwa en la escuela Kinti Paguay. Parte del aprendizaje era conocer el pensamiento de Amaguaña, junto al de otras figuras como Dolores Cacuango. Su importancia radica en que son pioneras en la lucha de la educación bilingüe (español-kichwa). Ellas pensaban en la liberación, a través de procesos educativos a los cuales los niños y niñas indígenas tuvieran acceso.
Paradójicamente, Amaguaña no aprendió a leer y a escribir sino entrada a la adultez, durante sus viajes a Cuba, en sus encuentros con los hermanos Castro, allá por los años sesenta.
Sara recuerda que cuando la conoció, Tránsito Amaguaña, a pesar de sus noventayséis años, tenía muy claro y lúcido su pensamiento sobre la dignidad y la justicia. Fue ese mismo pensamiento el que se tradujo en búsqueda de igualdad, inclusión y reconocimiento de los derechos indígenas. Entre sus principales luchas estuvo el reclamo por los derechos de la tierra, los laborales y la educación. También, paradójicamente, su pensamiento caló en la construcción de un discurso político pero no pudo asentarse en la realidad de su propio entorno. Hasta sus últimos días, en mayo de 2009 y cerca de cumplir un siglo, Mama Tránsito, como la llamaban, vivió en la comunidad La Chimba (Cayambe) en un caserío de bloque, en medio del páramo, sin agua potable ni luz eléctrica.
A raíz de ese acercamiento, Sara intentó homenajear en vida a la mujer que entre sus tantos logros tuvo el fundar la Alianza Femenina Ecuatoriana. Sí, Mama Tránsito Amaguaña también fue, si se quiere, una de las primeras feministas indígenas. Sin embargo, ese primer intento se frustró debido a la falta de apoyo, porque se desconocía la importancia histórica de Amaguaña. No fue sino hasta el 2010, un año después de su fallecimiento, que el homenaje pudo realizarse.
Hubo quienes calificaron a Sara de “atrevida” al enterarse de que interpretaría ese personaje. Atrevida porque no cualquiera puede ponerse en los pies de una mujer que caminó descalza durante nueve ocasiones de Cayambe a Quito (78 km) en manifestaciones a favor de los derechos indígenas; que estuvo en la cárcel por cuatro meses, vinculada al Partido Comunista en los sesenta; que fue víctima de abusos y maltrato intrafamiliar…
Cuando Sara habla al respecto, piensa cada una de las palabras que usa para referirse a quien se convirtió en su guía. “Como mujer, siempre supe que era un reto y un compromiso con el país. Si se estudia la televisión ecuatoriana, se ha mostrado a los runa kuna (seres humanos andinos del continente del Abya Yala) de forma errónea. Se representa al indio como el sucio, el que arrastra, el ‘chistosito’. Como actriz, pretendí desmitificar eso. Quiero representar a esta mujer provocando lo que sentí cuando la conocí. Esa fortaleza, valentía, ternura… ¡Ella le cantaba a la vida, a pesar de lo que había sufrido!”, recuerda, se le quiebra la voz y llora. Sara evoca esa voz aguda, pero firme, que se va apagando de a poquito. Se acuerda también de las arrugas de su rostro que -dice- representaban los caminos recorridos. Vuelve a su memoria el episodio de cuando tuvo la oportunidad de peinarla, de tocarle las canas que hablaban de su tránsito por la vida. Llora otra vez y dice que es de alegría… Luego se seca las lágrimas. La sombra azul y el delineador negro en sus ojos no se ven afectados. Respira y dice que si Tránsito Amaguaña viviera, hoy estaría muy molesta por la desarticulación de los grupos de base del movimiento indígena. Ella, que dedicó toda su vida a buscar la unidad, padecería de decepción.
Excelente trabajo de la actriz, Sara Utreras Montufar, ha demostrado su profesionalismo y talento al representar a una mujer indígena que luchó por conseguir la igualdad, justicia y libertad para su raza oprimida…