Por Gabriela Montalvo Armas / @mgmontalvo 

La primera vez que visité Disney World, en Orlando, tenía más de 30 años. A pesar de haber crecido en una sociedad inundada por la cultura visual, cinematográfica y musical estadounidense y de haber viajado en mi infancia a ese país, nunca había estado en el centro de la fantasía mundial, así que esa primera visita, con mis hijos de nueve y seis, me hacía mucha ilusión. Sin embargo, me di cuenta inmediatamente de que lo mejor que pudo haberme pasado es llegar con algo de criterio formado.

Todos quienes hemos estado en ese mágico lugar (la magia no siempre es buena, cabe recordar…), sabemos que, nada más llegar, poner un pie en Disney, implica transportarse a otra dimensión. Un espacio creado para la felicidad. Un lugar donde la higiene, el orden, la amabilidad y las sonrisas son un componente fundamental. Tanto, que a ratos puede asustar.

No dudo de que sean estos elementos: la belleza del espectáculo, la capacidad de provocar emociones a través de las imágenes, los movimientos, la danza, las luces, la música, la perfección en la sincronicidad, sumados a la brutal capacidad de esta industria para generar ganancias, lo que ha llamado la atención del alcalde electo de Quito, Jorge Yunda, de modo que quiera replicar algo de eso en esta ciudad.

La pregunta que me surge es ¿qué parte de Disney quiere replicar Yunda en Quito? ¿Las luces y el espectáculo, el trencito que recorre puntualmente la no tan miniciudad, los artistas disfrazados de personajes, las tiendas que abruman al visitante, repletas de productos absolutamente innecesarios pero deslumbrantes, la alegría obligatoria, la sonrisa pintada en la cara de todos sus empleados, tal cual las rosas blancas pintadas de rojo por los soldados-cartas para la Reina de Corazones…?

Disney –todo lo que Disney implica: la estética, las películas, la música, los shows, la industria– es, sin duda, fascinante. Pero justamente en esa fascinación está su peligro. No es ningún secreto que toda su producción está dirigida no solo para entretener, sino, y sobre todo, para ser parte de lo que personalmente considero una de las más fuertes armas de la actualidad. Lo que Frederic Martel llama el soft power, el poder de la cultura de masas en su máxima expresión. Adorno dijo en su momento que Walt Disney era “el hombre más peligroso del mundo”.

Me llama la atención la propuesta de Yunda. ¿Sabrá él que  la idea de Disney cuando imaginó EPCOT era construir una ciudad centralmente planificada, no por el Estado, sino por una corporación? ¿Tiene una idea el Alcalde electo de cuáles serían los efectos de implementar cualquiera de los componentes de la industria del espectáculo en una ciudad como Quito, más precisamente en su Centro Histórico, o solo lo dijo como quien se imagina un mar de visitantes felices comiendo gigantescas patas de pavo y bebiendo enormes cantidades de coca-cola en vasos desechables?

Mira aquí la entrevista a Jorge Yunda, vía Facebook Live

La industria del turismo se presenta en la actualidad como una panacea económica y simbólica para la ciudad. No hubo plan de campaña que no mencionara el “fomento al turismo”. Pero Yunda fue muy audaz; quiere que cuatro millones de personas visiten cada año nuestra franciscana ciudad.  En toda Latinoamérica, solo Lima recibe esa cantidad de turistas al año –superada por Cancún, que es otro tipo de destino. Ni siquiera México o Río de Janeiro (ambas bordean los tres millones de visitas). Quito actualmente, después de un período ya enfocado a fortalecer ese sector, recibe cerca de 700 mil visitantes.

Si bien los efectos macro del turismo pueden sonar tentadores, pues son evidentemente una entrada de divisas, eso sucede a costa de una serie de distorsiones del mercado en lo micro. Intensificar de esa manera la demanda altera a su vez la oferta de bienes y servicios como los alimentos, el transporte y, también, los servicios asociados al entretenimiento. Y esto es lo que devela la verdadera visión que prima sobre la cultura al momento, una visión que la considera un “sector” marginal, subsidiario de otro más importante, proveedor de bienes que se piensa estandarizables y altamente comerciables como parte de los circuitos turísticos que, además, lastiman de mil maneras no solo las lógicas urbanas, sino también las distintas formas de expresión cultural.

Lejos de oponerme al concepto de industrias culturales, soy su crítica, no su detractora, y me encantaría ver un plan para fomentar la producción cultural. No dejo de encontrar que la propuesta de Yunda resulta vacía o peligrosa.

Como parte de los consejos consultivos que el electo Alcalde ha manifestado quiere formar, le invito a considerar –además de a los ilustres exalcaldes y renombrados académicos– la participación de la diversidad de actores del campo cultural de la ciudad: gestores, productores, empresarios, artistas, gente que trabaja día a día para organizar festivales, para montar obras escénicas, para exhibir, para investigar y, también, para distribuir y comercializar.

Piénselo bien, señor Yunda, Disney ha logrado lo suyo y a muchos nos ha llegado a conquistar, pero, ¿es ese modelo el que quiere para Quito, así, sin más?

1 COMENTARIO

  1. Felicitaciones estimada Gabriela, usted ha tocado un punto fundamental para el desarrollo de la cultura y la artes en nuestra ciudad y este es el de convocar a quienes hacemos gestión cultural para aportar con ideas y experiencias en este municipio elitista y confundido en lo que respecta al tema mencionado.

Los comentarios están cerrados.