#ÓyemeConLosOjos
Por Dani Game / @DaniGameB
Antoine de Saint-Exupéry te habrá descubierto tantas veces. En los ojos de su hermano pequeño al que vio morir, o al cerrar sus propios ojos secos, llenos de toda la arena de un desierto libio, donde un día se desplomó su nave. Ahí te encontró y te imaginó. Entre la sed, la cercanía de la muerte, el horizonte que engañaba con el agua y todas las preguntas que se habrá hecho antes de reparar su avión y volar de nuevo.
Es tu historia la más leída en el mundo después de la Biblia. Detrás de las palabras de salvación y pecado, llegan las tuyas -y las de los seres que encuentras a tu paso- a regalarnos la idea de que el tiempo nunca es perdido y a darnos la maravilla del porqué. La maravilla de recordar tu pelo dorado, cuando el viento mueve con sutileza el trigo. Principito, por eso de traducirte a nuestra capacidad castellana de hacer diminutivos; Pequeño Príncipe, por ser un gran pequeño que por más de setenta años no ha parado de preguntarnos por esas certezas que pasamos buscando para ser personas serias.
De Saint-Exupéry no llegó a vivir el reconocimiento de su obra. Donde sea que esté, en su condición de desaparecido, vuelve a caer como tú desde algún cielo, cada vez que alguien abre este libro para niños, que no tiene nada de infantil. Tú no podrías entender qué es eso que llamamos el éxito porque nos has dejado claro que somos las personas grandes las que dejamos de comprender qué es lo que realmente importa. Una incapacidad que tal vez no resulta de haber dejado de ser niños, sino de ya no permitirnos volver a la infancia.
Antoine decía que “La infancia es ese gran territorio del cual cada uno sale. Yo soy de mi infancia, como soy de un país”. Se nos olvida ese país, sus olores y nuestro ímpetu de descubridores, absortos ahora en la lógica del desarrollo, el saber y la acumulación de tanto. El tiempo nos parece una fuerza que nos arrastra y no podemos detener, que hace a la vida una vorágine a la que ya no hay cómo preguntarle nada.
Pero tú sigues aquí, insistes. Parece que no nos pides volver a ser niños, solo que dejemos a la infancia volver, en la palabra, en la nostalgia y el recuerdo; que vuelva intacta o desecha, para abrazarla de nuevo; que vuelva en los ojos de los niños que no entienden la guerra, porque en realidad nunca nadie la ha entendido; en esas palabras apenas balbuceadas por pequeñas bocas que pronuncian nuestros nombres o que un día nos llamarán “papá” o “mamá”; en ese olor de la casa de la abuela, que se sigue escapando entre los muebles, aunque ella ya no está más.
Te crearon en Francia pero este planeta te conoció en 1943 gracias a un editor de Nueva York que vio en ti otro mundo. Saliste de tu país para encontrar un territorio distinto y de ahí el Universo. Apareciste para dejarnos volver a la infancia. Tus viajes y tus preguntas dejan que nos encontremos de mil formas con eso nuestro, con eso niño.
No te vayas Principito, y si ya te fuiste, no olvides al zorro, que el zorro no se olvide de tu pelo dorado y que tu flor galáctica haya esperado todo el tiempo no perdido, para que la vuelvas a amar.
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Daniela Game (1982). Acuario y perro de agua. Quisiera vivir en el barrio El Placer, de Quito.