Por Carla Larrea Sánchez
El documental latinoamericano se ha caracterizado por retratar las problemáticas sociales que vive la región, especialmente desde la década de los sesenta, cuando los procesos sociopolíticos vividos y los traspiés económicos hicieron que los pueblos compartieran historias de dictaduras, desapariciones, violencia, injusticia e impunidad.
Cineastas como Luis Ospina, Patricio Guzmán o Fernando Solanas son algunos de quienes han ido mucho más allá del mero registro con su trabajo cinematográfico. A través de su mirada y de su sensibilidad, comparten relatos que habitualmente no se cuentan, historias humanas que levitan en el anonimato pero que han construido nuestras innumerables identidades.
El cine –como ventana hacia las subjetividades de lo cotidiano, de los datos duros y de las estadísticas– es una herramienta contundente en la lucha por cambiar las condiciones injustas de la vida humana. Y cuando esas historias son narradas con el corazón puesto al servicio de la mirada de quien las cuenta, cuando transmiten desde lo emotivo el dolor, el miedo o la desolación, la honestidad de quien está detrás de la cámara es evidente.
Lograr que los personajes entren en la convención planteada por el realizador, que confíen en quien los retrata, que abran sus vidas y desnuden su alma, nos da cuenta de que detrás de ellos hay un cineasta comprometido con su trabajo, entregado y leal al pacto ético que ha hecho con ellos, un cineasta que sabe observar y, sobre todo, escuchar a quienes tiene enfrente. Ese es Everardo González.
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Las películas que conforman la retrospectiva de González en el Festival #17EDOC nos permiten una exploración formal y narrativa del autor y de su obra. Cada uno de sus filmes lleva impresa la meticulosidad y la sensibilidad que hacen de él uno de los referentes más importantes del documental de América Latina y del mundo.
Con el pasar de los años y de su quehacer cinematográfico, las películas de González han pasado de ser retratos de México, de su gente, sus costumbres, sus adversidades y dichas (La canción del pulque, Los ladrones viejos, Cuates de Australia) a ser documentos que contienen el dolor indescriptible que ha traído consigo la violencia. Sus últimas películas denotan una toma de postura ante las atrocidades que dejan a su paso el narcoestado, sus prácticas y la impunidad de un sistema corrupto y criminal (El cielo abierto, El Paso, La libertad del Diablo).
Las películas de Everardo González muestran una orquestación cuidadosa, rigurosa y emotiva de todos los recursos cinematográficos, para hacer que se sucedan los testimonios de los protagonistas. Las imágenes resultan impecables cuando reciben el respaldo de los justos silencios, de una eventual voz en off, de una narrativa sonora organizada sin aspavientos y de la música.
Por otro lado, las películas de Everardo González son grandes obras cinematográficas que han sido reconocidas en los festivales mexicanos e internacionales más importantes, pero, por sobre todo, su cine es transformador, esencial y necesario porque retrata la crueldad de un México sometido.
Cuando el cine documental se traslada de las pantallas y de los festivales a los cenáculos internacionales, a las organizaciones de derechos humanos, a foros, escuelas, instituciones públicas y privadas, es cuando se consolida su trascendencia.
Basta pensar en los 43 normalistas de Ayotzinapa asesinados; en Rubén Espinoza, periodista asesinado después de recibir constantes amenazas; en Salomón, Daniel y Marco, los tres estudiantes de cine asesinados y disueltos en ácido. Basta revisar la historia contemporánea de México para comprender la dimensión que alcanza el cine de Everardo.
Películas como El Paso y La libertad del Diablo –películas dolorosas y, a su vez, de un virtuosismo estético y narrativo puesto al servicio de la emoción– se vuelven espejos en los que desgarra mirarse y reconocerse.
El cine de Everardo es implacable. Invita a conmovernos, a indignarnos y a sacudirnos.
Funciones retrospectiva Everardo González:
Everardo González es egresado de la carrera de Comunicación Social por la Universidad Autónoma Metropolitana y de la carrera de Cinematografía por el Centro de Capacitación Cinematográfica. Documentalista y productor independiente. En 2011 concluye los largometrajes El cielo abierto y Cuates de Australia. En el 2010 recibió el Ariel de Plata a la Mejor Fotografía por el largometraje de ficción Backyard: el traspatio, dirigido por Carlos Carrera. En el 2007, su segunda película documental Los Ladrones Viejos, recibió varios premios y menciones honoríficas como los Arieles de Plata al Mejor largometraje Documental Mexicano, y a la Mejor Edición de Largometraje Mexicano, la nominación al Ariel de Oro por Mejor Película y Mejor Director, el Premio Mayahuel al Mejor Largometraje Documental Mexicano en el XXII Festival Internacional de Cine en Guadalajara, la Mención Honorífica al Mejor Largometraje Documental Iberoamericano en el XII Festival Internacional de Cine en Guadalajara, la Mención Especial del Premio Unión Latina al Mejor Documental Latinoamericano en el XVI Festival de Biarritz d´Amérique Latine y el Premio José Rovirosa al Mejor Documental Mexicano, ha sido proyectado en más de 40 países. En el 2003 su ópera prima documental La Canción del Pulque, recibió el Ariel de Plata al Mejor Largometraje Documental y la nominación al Ariel a la Mejor Ópera Prima, los Premios Mayahuel a la Mejor Fotografía y Edición de Largometraje Mexicano y la Mención Especial de la Organización Católica Internacional Cinematográfica a Mejor Largometraje Mexicano en la XVIII Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara y la Mención Especial del Jurado en el 1er festival Internacional de Cine de Morelia, y ha sido proyectada en más de 30 Festivales y Muestras Internacionales de Cine. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores Artísticos de México.