Por Diego Cazar Baquero
Gabriela Calvache es una ambateña que ama el periodismo pero que prefirió el cine. En el año de su nacimiento (1977), su padre, Germán Calvache, fue parte del equipo de rodaje de Llucshi Caimanta, la película del boliviano Jorge Sanjinés que expuso la resistencia de las comunidades indígenas de Chimborazo ante la arremetida de la minería. A él, Gabriela le debe lo que piensa y cómo piensa su estadía en el mundo.
La directora del filme La mala noche (2019) se hace preguntas para vivir. Se pregunta, por ejemplo, sobre la vida de los demás, por eso es fanática de sentarse frente a una taza de café en cualquier ciudad del mundo a la que llega, tan solo para escuchar las conversaciones de los otros a su alrededor. Pero, del espionaje de la intimidad ajena al interés profundo por los entresijos de la vida humana hay una distancia enorme. Gabriela se pregunta, por ejemplo, por qué no ha decidido aún contar en una película su propia vida. No reconoce aún que sus trabajos hablan tanto de ella y de sus procesos autorales: su corto Hay cosas que no se dicen (2006) coquetea ya con una discusión pública sobre la homosexualidad. Su cortometraje En espera (2011) es una sutil y contundente acción de protesta en contra de un país que permite el trabajo infantil –sobre todo indígena– escondido detrás de las diferencias de clase. Su documental Labranza oculta (2011) atiende a la vida de los albañiles que construyen y restauran una ciudad desde el anonimato porque “no encontraron un lugar en la historia”.
La mala noche es su primer largometraje de ficción y es parte de la selección oficial del VI Festival Latinoamericano de Cine de Quito (Flacq 2019). El trabajo de esta historia, que comenzó en 2011, surgió desde su preocupación por la maternidad forzada de niñas y adolescentes y por la penalización del aborto en casos de violación. Con el tiempo, el plan original dio un giro y terminó abordando las redes de trata de mujeres y la esclavitud sexual.
Entre 2011 y 2012, Gabriela habló con decenas de mujeres rescatadas de las redes mafiosas que operan en zonas fronterizas. Emprendió un meticuloso proceso de aprendizaje de dirección de actores, con el propósito de lograr el involucramiento emocional de todo el crew con esta problemática criminal que vive Ecuador, y dedicando 10 horas diarias de trabajo obtuvo una película que consigue poner a la ficción al servicio de la realidad de cientos de miles de mujeres esclavas en Ecuador y el mundo.
Gabriela, ¿dónde nace tu interés por las figuras anónimas?
Es algo recurrente en mi vida. Yo pienso que la mayor influencia que yo he tenido en mi vida es mi padre. Antes de cualquier cosa. Y siento que los seres nos hacemos en la infancia, como que ahí están nuestros intereses primarios que se convierten en algo instintivo después, porque en ese primera instancia de tu vida hubo alguien que tuvo un interés de algún tipo y te lo marcó. En mi vida, quien realmente marcó esa cosa inconsciente es mi papá.
Hay una figura de anonimato también en tu papá, que tiene que ver con que en el estreno de la película Llucshi Caymanta su crédito como parte del equipo de producción nunca apareció.
No. Mira, a mi papá no le importa ese tipo de cosas. No le da el valor que yo le doy a ciertas cosas, él es una persona que cree mucho y que siempre ha creído, desde que tengo memoria, en que hay que cambiar la realidad de las personas que por una sociedad de privilegios no han tenido las mismas oportunidades que nosotros hemos tenido. En mi infancia íbamos los fines de semana a las comunidades indígenas de Tungurahua porque mi papá daba clases ad honorem para enseñarles a leer y a escribir. Mi padre tuvo un medio de comunicación (Unimax) durante muchos años, donde se fundó el primer noticiero en kichwa.
¿Cómo llegan a llamar tu atención las niñas, el aborto, las prostitutas? Estos son temas que hoy se debaten abiertamente, pero que antes, hace muy poco, estaban relegados por la sociedad solamente a seres que habíamos convertido en anónimos…
Me molestan las cosas que a mi juicio son discriminatorias en todo sentido. Y la falta de acceso al aborto es discriminatoria. No nos engañemos, sí se aborta en este país y abortan las clases altas con más seguridad que las clases bajas. A mí los derechos me han marcado, porque en mi casa los viví. No es algo que tenga que ver con una ideología ni con una postura económica o religiosa, sino con educación, con la educación en derechos. Con sentirnos y comprendernos como iguales. Lo del aborto era un tema pero lo deseché, porque estuve embarazada y perdí el bebé, así que sentí que si bien mi posición sigue siendo la misma, mi emocionalidad en ese momento no estaba en el lugar en el que debía estar.
Pero el tema de la trata de mujeres no está desvinculado del todo del tema del aborto. Las mujeres son las mismas víctimas, son varias instancias en las cuales la mujer está vulnerada. ¿Cómo ocurrió ese traslado hacia abordar la trata, luego de que la prensa ecuatoriana ha revelado casos gravísimos con complicidad y responsabilidad de militares y policías en la frontera norte?
Ojalá esta película pudiese mover algunos corazones y que las personas que la miren empiecen a investigar y a tener más sensibilidad sobre la trata. Y ojalá esto mueva instituciones. Este es el deseo que yo tengo, más allá de que me admiren. Se trata de un tema emocional, de que la película conecte. Y ojalá la coyuntura que hay gracias al periodismo llegue a mover los hilos que deben moverse para agilizar la justicia y la investigación, para que terminen las denuncias en donde deben terminar, para que no sean solo un reportaje o solo una película. Las redes de trata son muy ágiles y muy organizadas, están por encima del Estado en la capacidad de moverse y en la efectividad que tienen y eso tenemos que saberlo. Hay cosas que podemos hacer desde la sociedad civil: la prevención, comprender qué prácticas de hombres y mujeres permiten que la trata exista, saber que muchas de las personas que piden caridad en la calle están en situación de trata, saber que una mujer de servicio doméstico o una niña o personas en la construcción pueden estar en situación de trata, la ropa que tú te pones puede provenir de la trata. Se trata de empezar a ser más conscientes de que para que ciertas personas puedan tener ciertos beneficios, otros son obligados a renunciar a sus derechos. En las prácticas cotidianas de los amigos y colegas, ir a un burdel y no consumir un cuerpo no significa que no estés consumiendo en un negocio en el que estás validando algo. Podemos empezar a replantearnos cómo manejamos nuestra sexualidad. ¿Por qué rayos la gente necesita ir a un burdel?
Hay una escena muy reveladora en La mala noche que muestra a un padre entregando a su hijo recién graduado de bachiller a una prostituta. ¿Cómo la concebiste y cómo la insertaste en la narración sin que apareciera como un cliché?
El cine no tiene la capacidad de incluir en un solo proyecto la dimensión de un problema tan grande como la trata. Es imposible. Quise mantener la idea de tener clientes que fuesen mayoritariamente atractivos, que sean hombres socialmente de bien, que sean personas buenas como yo creo que realmente son. Además, pienso que el patriarcado no solo le hace daño a la mujer, también a los hombres les castra terriblemente. ¡Realmente estamos en esto juntos! Entonces, quería mantener eso que había investigado y que me habían contado muchas de las chicas: el susto terrible que significa para muchos hombres jovencitos tener que mantener una relación para probarles a sus padres que son machos. ¿A cuántos chicos gays o lesbianas les obligan a tener relaciones heterosexuales para la paz del resto?
¿Cómo vivieron este proceso las personas que integran el equipo de producción, muchas de ellas mujeres?
Fue increíble. A mí me pasó algo con La mala noche que no me había pasado con mis cortos anteriores, y que fue el resultado de haber apostado por la formación: nos pasó en varias escenas que lo que estábamos haciendo lo estábamos viviendo. Yo me encargué de que todos los actores investigaran, a partir de la investigación que yo mismo hice, porque yo les iba entregando el material: películas, libros, entrevistas, notas de prensa, y como lección tenían que discutirlo. Así, la trata se convirtió en un tema supervívido entre nosotros. Fue como un taller de varios meses. Luego, ensayábamos lo que no está en la película. El contexto.
Hay distintas formas de esclavitud moderna y al mismo tiempo hay muchas fuerzas que protegen los delitos. Los estados, las grandes empresas, la gran red del narcotráfico, etcétera. ¿Cómo hace el arte para interpretar la realidad y usar la ficción como un instrumento que logre incidencia, y hasta dónde llega la responsabilidad del arte?
Yo creo que el arte tiene una responsabilidad enorme. El arte, a mi juicio, tiene que ser contestatario. Y contestatario quiere decir que reflexione el momento que el artista vive, lo que le llama la atención y qué de eso que le llama la atención debe cambiar. Como yo tengo un interés social que he heredado de mi familia, siento que sí es mi responsabilidad asumir ciertos temas, luego, intentar que lo que hago esté bien hecho, y lograr que llegue a un público. Una vez que hemos hecho este trabajo, un tipo de película que aborde estas temáticas puede no tener la responsabilidad de cambiar la situación pero sí de mover los corazones, y eso difiere muchísimo de una noticia, de una estadística o de un estudio. Si no te encuentras con una historia, con una persona, con una situación, es muy difícil entrar al corazón, y es a través del corazón que se mueven las cosas.
¿Hay un carácter biográfico en los personajes y en la historia de La mala noche?
Sí, definitivamente. Dana se basa en un montón de entrevistas y de cosas que me contaron muchas mujeres. Hay un par de diálogos que son textuales.
¿No es un problema que una película se exhiba por períodos muy cortos en las salas de cine, que las audiencias sean muy reducidas y que eso limite su incidencia?
Según el reporte de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), el 49% de las víctimas de trata en el mundo son mujeres, 23% niñas, 21% hombres y 7% niños.
Es probable, pero a mi juicio, una persona motivada puede cambiar un entorno, puede unirse a una red. Ahora mismo, hay muchas instituciones trabajando el tema de trata y que necesitan apoyo. Después del lanzamiento de la película, queremos proyectarla en instituciones clave como empresas petroleras –porque alrededor de una petrolera está repleto de burdeles–, militares, policías, y ojalá se pueda en escuelas, colegios y universidades.
¿Qué tan importante es para ti un festival, tanto para La mala noche como para tus películas venideras?
El Flacq es superimportante porque el equipo que lo integra lo está haciendo bien, porque programan películas de mucha calidad y yo creo en la calidad por sobre todas las cosas. Creo que toda ciudad que se precie de manejar bien su sector cultural tiene festivales, y no solo de cine, y a Quito le estaba haciendo falta un festival de ficción como este. Ojalá se mantenga. Yo siempre me he preguntado por qué importa tanto y marca tanto la vida de una obra y de un cineasta un festival. El cine de autor –como el cine de Hollywood– es una industria cultural, y la industria cultural tiene una lógica y un esquema. Para acceder a las audiencias nacionales e internacionales, necesitas pasar por ciertos festivales que ponen una marca a tu película que te permite vender. Lo que hacen Cannes, Berlín, Sundance, Locarno, es dar un sello de calidad que potencia la venta en el mercado internacional. Pasar por el proceso de festivales y hacerlo de la manera correcta marca la diferencia.
¿Crees que en Ecuador se habla como se debería sobre la importancia de los circuitos de festivales?
Son cosas de las que hay que empezar a hablar, porque el Ecuador es bastante débil en términos de festivales, y no se debe a que el cineasta es malo, se debe al país. Los que mejor funcionan son los que tienen a personas que están durante quince años levantando el cine, haciendo contactos, es un lobby internacional y hay que tenerlo claro. Los ecuatorianos siempre vamos a estar con un pie afuera –si no los dos– y no porque seamos malos, sino porque el cine tiene que ver con la organización de nuestras instituciones culturales. El Instituto del Cine [y Creación Audiovisual] que tenemos es lo más organizado que existe, y aún así tienen fondos pequeños, están luchando contra elefantes, hacen magia con lo que tienen. Yo creo que el cine ecuatoriano podría llegar mucho más lejos si empezamos a organizarnos sobre cuáles serán nuestras dinámicas en el contexto internacional. La gente que está haciendo cine ha avanzado mucho más rápido que las instituciones.