Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar
Treinta mil pesos no eran gran cosa. Pero eran más que lo que nunca había llegado a tener realmente Gardel, por cuyas manos había pasado bastante dinero, en su recto camino de la nada a la nada. Gardel no había tenido nada. Ni madre. Sólo se había tenido él. Y eso, al final.
Horacio Vásquez-Rial.
La historia de los muertos es la historia que eligen los vivos. Por eso hay santos, por eso hay muertos eternos y mentiras históricas. Gardel, por ejemplo, es un invento de Carlos para sobrevivir al olvido. Pero Gardel es también una entelequia para satisfacer la memoria colectiva.
Cuando el argentino-español Horacio Vásquez-Rial (1947-2012) publicó Las dos muertes de Gardel (2001), el polémico libro que devolvió una vez más el mito del Zorzal a la discusión pública de fans y críticos, removió también la maraña de invenciones tejida alrededor de un hombre que –solo después de muerto- había adquirido una fama colosal. El reconocimiento del que goza Carlos Gardel ahora era impensable antes del día de su muerte, el 24 de junio de 1935, en el aeropuerto de Las Playas, en Medellín. Murió por accidente, sí. Pues su muerte fue el efecto colateral de un asesinato: el del piloto colombiano Ernesto Samper Mendoza –fundador y propietario de la Saco (Sociedad Aérea Colombiana) a quien habrían querido aniquilar los alemanes de Hitler, o un piloto alemán de la Scadta, la Sociedad Colombo-Alemana de Transportes Aéreos.
Con la partida accidental del Zorzal criollo, nació para siempre la voz de un muerto. “Porque hubo dos Gardel/es –dijo Vásquez-Rial a diario El Mundo, de España, poco después de la publicación de su libro-: el real, que cantaba, que era uruguayo y se llamaba Carlos Escayola, y el virtual, que solo consta en una partida de nacimiento y en un testamento falsificado, que se llamaba Charles Romuald Gardés”.
Pero, no hay nada nuevo en decir que Gardel no se llamó Gardel al nacer. Nada nuevo hay en decir que no nació en Toulouse ni en París y que no fue hijo de una planchadora francesa. Nada nuevo hay en asegurar que la tragedia de Medellín está rodeada de misterios, intereses de la más baja ralea y mucho dinero. El valor de Las dos muertes de Gardel está, más bien, en el trabajo de investigación que el autor emprendió para la consecución de esta novela, para hablar de las identidades amañadas del Morocho del Abasto, y las inverosímiles historias de incesto, corrupción y violación que diseñaron la personalidad de un ídolo inmortal.
“Yo en realidad soy Charles Romuald Gardés y nací en Toulouse, Francia”, es la frase con la que se inicia el texto del testamento del Troesma. Pero, ¿puede alguien empezar su testamento aclarando cuál es su origen? Esa es la pregunta que se hizo el argentino antes de arrancar con su periplo alrededor de la vida de este, su personaje de novela -no precisamente del artista, cantante, galán, actor-. Las dos muertes de Gardel es una mezcla entre un informe de criminalística, sesudo y sustancioso, y una historia fantástica, de esas que abundan en los túneles de la realidad. El mismo Vásquez-Rial fue uno de esos personajes que, en su esfuerzo por narrar el mundo, se encriptó en el oficio del investigador profundo, del periodista obsesivo, hasta convertirse en un escritor de culto con dotes de detective. Ese inicio del testamento del cantor más popular de tangos en el mundo despertó en el autor una curiosidad que duró más de diez años de búsquedas hasta consolidar un documento histórico. Es que la obra de Horacio Vásquez-Rial es producto de la duda como hábito vital, y esta novela es una de las mejores muestras de aquello.
Las dos muertes de Gardel registra ese tiempo de entreguerras en el que el nazismo alemán buscaba expandirse al mundo. La Scadta representaba una parte de ese afán hitleriano en América Latina. Por eso, se especula que uno de los motivos del accidente haya sido la rivalidad entre el piloto alemán Ulrich (Hans) Thom y el colombiano Ernesto Samper Mendoza. También está la tesis más bien rebuscada de que a bordo del avión se habría suscitado una gresca entre Gardel y Alfredo Le Pera, su guitarrista acompañante, y que en medio del altercado, Le Pera habría sacado una arma y soltado un disparo que habría matado a Samper. Vásquez-Rial se basó –además- en las memorias de Spruille Braden, embajador de Estados Unidos en Colombia, Cuba y Argentina por entonces. En ellas, el diplomático denunció que la empresa Pan Am, con banderas de Colombia y Estados Unidos, era propietaria de buena parte de Scadta. Además, Vásquez-Rial recoge las denuncias de alteración de mapas y “eliminación sistemática de pilotos colombianos como parte de la decisión germana de mantener una compañía propia, en función de la Segunda Guerra Mundial –dijo, en las mismas declaraciones a El Mundo-. No hay que olvidarse que cuando Gardel murió, Hitler llevaba ya dos años en el poder”.
Antonio Henao Gaviria fue el único periodista que fue testigo del accidente de junio de 1935, y quien menos contradicciones provocó en las versiones que recogió la prensa. Él hizo una serie de declaraciones muy reveladores pero silenciadas por la historia oficial. Con su presencia –encarnada en el periodista Paulino Losada-, trabajó Vásquez-Rial para desarrollar una versión que, sin temor a equivocarme, es una de las más documentadas y acertadas acerca de un episodio que marcó la historia de la música popular latinoamericana y la de la industria discográfica occidental.
Como Evita o como Perón, Gardel se convertiría en un mito de la argentinidad. A esa Argentina de principios de siglo, afanosa por verse moderna y por asomarse a la ventana del mundo europeo, le venía muy bien un ídolo popular, misterioso y encantador como para volverlo producto de exportación. Esa era la misma Argentina que tanto necesitó -o necesita, aún- santos nacionales para ser parte del concierto mundial. Carlos Gardel, además de ser el santo ideal del momento, era el negocio. Por eso, era necesario falsear su identidad. Vásquez-Rial estaba convencido de que la tesis del Gardel francés fue una invención post mortem. Como estaba convencido de que la mejor prueba de ello era que en 1920 el mismo Gardel se carnetizara como uruguayo nacido en Tacuarembó. Madre falsa, amigos traidores, representantes de última hora, hermanos confesos y un sinnúmero de bajezas humanas sostienen una trama que no suelta al lector.
Pero, ya no importa tanto para sus seguidores si el Guachito de Escayola nació en Tacuarembó, en Toulouse, en París o en Buenos Aires. Gardel, sea de donde sea, cada día canta mejor. Ha sido creado para que así sea aunque él mismo nunca lo supiera. Vásquez-Rial creyó, hacia el final de su vida, que se estaba cometiendo un crimen más preocupante: “soy partidario de que alguien en la actualidad, con los medios técnicos que existen, se encargara de separar su voz de esas guitarras espantosas que lo acompañaban, porque semejante maravilla de voz no se merece ese asesinato”.
Después del accidente de Medellín, se edificó la miserable gloria de Gardel. En el cementerio de Chacarita, en Buenos Aires, se edificó su santuario. Una estatua suya de tamaño natural –elegante, oscura y muy elegante- preside la que se dice es su tumba. Los muros blancos lucen poblados de placas que le rinden tributo. Flores, banderitas y notas de admiración o de amor no faltan, cada cierto tiempo. Entre los dedos de una mano, esculpidos con ese propósito, los visitantes colocan cigarros encendidos y así devuelven a la vida el mito del cantante. A veces, el sepulcro amanece con partituras o con fotografías aunque nadie sepa si realmente los restos guardados ahí hace ochenta años pertenecen a ese tal Carlos Gardel, muerto en Medellín desde que nació.
Documentos de identidad de Gardel
En Tacuarembó conocí a un señor de nombre Elver (se me escapa su apellido). Narró la historia de Gardel con una familiaridad sorprendente, aunque nunca conoció a nadie de su familia. Los detalles de su vida también se me escapan de la memoria, pero hablaban de un padre terrateniente, una madre sirvienta, una amante afrancesada (¿o francesa?), su madre oculta a la fuerza por años, la amante del papá fungiendo de madre, su traslado a Buenos Aires y el inicio de un mito con muchas cabezas (una de ellas pretendidamente francesa).
Gracias por contarnos tu experiencia, Juan. De hecho, Vásquez-Rial usa su investigación de casi doce años para relatar -con ciertas dosis de ficción- esta historia que siempre tendrá mucho de mito. Seguramente hay muchas fuentes no consultadas, pero también, si lees el libro, hallarás coincidencias exactas entre el testimonio que recogiste tú en Tacuarembó y los que el autor del libro recopiló para escribirlo. Saludos!
parece un libro alhaja, ya lo buscaré.
saludos
Soy costarricense, proximamente se cumplirá un aniversario más de la muerte de Gardel, considero que Tacuarembó fue la cuna. Hay dos sucesos absolutamente probados, la muerte de Juan C Argerich por Cielito Traverso en 1901, éste, amigo íntimo de Gardel, quien huyó a Tacuarembó posterior al homicidio, luego, que siendo Gardel hijo «único» de una francesa, solo cantó 5 canciones en francés y 520 tangos, no hay registros de ninguna entrevista en francés, ni en París ni en B.A, siendo la cereza en el pastel la forma en que «escribió» en su testamento el nombre del lugar en que nació, pues puso Toulouce, indigno de un chico que estudió en buenos colegios como se dice. Gracias.
Muchas gracias a ti, Guillermo, por seguirnos e interactuar, saludos desde Ecuador.