Por Marco Pareja / @marcoalejop
¿Qué se nos viene a la cabeza cuando nos dicen Islandia? Frío quizá es una palabra o la imagen que enseguida aparece. La cantante Björk o tal vez Gudjohnsen, aquel jugador de antaño del Chelsea. ¿Y alguna película se nos viene a la cabeza?
Tengo que decir que antes de ver Carneros –filme que fue seleccionado el año pasado para la sección Una cierta mirada, del festival de Cannes–, no habría podido pensar en ninguna.
Algunos grandes filmes, entre ellos Chinatown (1974), de Roman Polanski, basan su relato en guiones que se han convertido en referentes, porque están tan bien escritos que nos cuentan la intimidad de sus personajes en el contexto histórico de un suceso mayor (en el caso de Chinatown es la sequía en la ciudad de Los Ángeles) que sí tiene clara influencia en la vida de estos y su evolución a lo largo de la trama. Es precisamente este el gran logro de Carneros.
Dos hermanos entrados en edad, Gummi y Kiddi, viven en una zona alejada de la ciudad, cerca de un pueblo. Las montañas y pocas casas o corrales de ovejas componen el paisaje. Ellos no se hablan hace años a pesar de que viven uno junto al otro. Dedican su vida a cuidar ovejas y carneros. Será una enfermedad que amenaza la vida de las ovejas en la zona, la que los obligue a encarar, de una vez por todas, su incómoda situación.
La incomunicación entre los protagonistas en Carneros está representada por la escasez de diálogos, lo que a su vez refuerza la importancia de sus imágenes. A través de planos quietos y contemplativos palpamos la soledad de los personajes y su lucha diaria por darle sentido a sus vidas. En esta zona aislada no habitan muchas mujeres. Los hermanos, por lo tanto, vuelcan todos sus sentimientos hacia sus animales, que son en realidad su única compañía. El tiempo de cada encuadre nos permite también apreciar a ese otro personaje que es la naturaleza, el paisaje y en especial el viento, que se convertirá dentro del relato, en un elemento decisivo. En este sentido, al ser el director heredero del imaginario del cine escandinavo y de filmes pioneros como El viento (1928), de Victor Sjöström, donde el elemento natural es el protagonista, en Carneros está también muy presente la naturaleza, y como afirmara Howard Lawson, esta “es un símbolo del dilema social y sicológico que condiciona la acción”. Las montañas, la nieve y el frío tendrán a estos personajes y a sus amados animales, a su merced. Es la impotencia de Gummi y Kiddi ante su entorno lo que volverá sus vidas impredecibles.
Otra parte importante del filme es la actuación de ambos intérpretes, venidos del teatro. A su edad demuestran un trabajo preciso e impecable con sus cuerpos, su interpretación se destaca, además, gracias al tiempo que el director da a cada plano para que la acción no se diluya. La edición apoya esto y, al contrario de muchas cintas que podemos ver hoy en cartelera, Carneros no abusa del corte, pero tampoco cae en la pretensión de una lentitud desagradable. Es necesario que tengamos el tiempo, como espectadores, de apreciar la vida de estos dos hermanos en detalle, sus marcadas diferencias físicas, sus comportamientos y sentimientos. Ellos son polos opuestos, no sabemos por qué no se hablan pero, a través de algunos de los objetos en sus hogares, podemos conocer a cuentagotas, sutilmente, un poquito más de sus vidas.
Islandia se encuentra lejos de nosotros y creo que, sin pensarlo mucho, nos damos cuenta de que poco o nada tenemos que ver con este país y sus habitantes. Carneros nos hará sentir lo contrario: que estamos bastante cerca, que el cine es un lenguaje universal y que los seres humanos, a pesar de no hablar el mismo idioma, nos parecemos muchísimo. Nuestros dramas se asemejan, nos alegramos y sobre todo necesitamos uno del otro.
Carneros funciona a un nivel emocional profundo, lejos de la intelectualización pero de forma muy inteligente. Es un filme para sentir, para dejarse llevar, y esto es sencillo cuando una obra cuida de sus detalles y todos sus elementos están sometidos al relato. Este filme es una buena oportunidad para perderle el miedo a ver ese “cine diferente” y disfrutarlo como lo que es: un arte.
Título original: Hrútar
Director: Grimur Hakonarson
Año: 2015
País: Islandia
Duración: 88 min.
Distribuidora en Ecuador: Trópico Cine.