Por Ángela Lascano D.

¿Dónde estará Ilyari?, se preguntaba Margarita Bustamante, cuando su pequeña hija desaparecía durante horas de su casa, en Masin, un distrito peruano ubicado en las riberas del río Puchca, al norte del país. A pesar de que han pasado varios años, Ilyari recuerda las noches junto a los niños de su pueblo, cuando todos se reunían para escuchar a los mayores contar historias sobre aquellos personajes históricos que, siglos atrás, habían andado esas tierras. 

Sin embargo, el distrito era pequeño y por eso los padres de Ilyari no tardaban en encontrarla. Pronto aprendieron que, si se iba, la hallarían en casa de don Florentino, el violinista del pueblo. Ella amaba ir a escucharle. “La primera música que yo escucho en vivo es el huayno”, recuerda Ilyari con una sonrisa.

La región de Ancash, a la que pertenece Masin, está habitada, en su mayoría, por comunidades campesinas. Por eso, Ilyari no solo creció al ritmo del huayno, el vals peruano y el landó, sino que también fue testigo de los procesos de organización de estas comunidades para reclamar al Estado peruano su inclusión en el diseño de políticas públicas para su desarrollo. 

Los padres de Ilyari –Harrie Derks, de Holanda, y Margarita Bustamante, del Perú– , sembraron esta semilla en ella. Ambos descienden de familias campesinas que, habiendo vivido en dos continentes diferentes, conocen bien la realidad de la ruralidad. «A veces no nos imaginamos que en Europa también hay campesinos, pero mis abuelos paternos eran campesinos holandeses. Sembraban papa, tenían yunta –recuerda– y mi madre también era hija de un campesino que estuvo involucrado en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, que peleó por la reforma agraria del Perú».

Ilyari
Foto: Jonathan Venegas 

De esa época, Ilyari guarda en su memoria las mingas, las asambleas comunitarias y los talleres sobre conocimientos ancestrales; la experiencia de la Comunidad Autogestionaria para el Desarrollo Integral del Alto Pushka, que reunió a 70 comunidades campesinas con el objetivo de implementar un modelo de autogestión; recuerda también cómo con la irrupción del grupo subversivo Sendero Luminoso y los paramilitares en el Perú de los años ochenta, todos aquellos planes se destruyeron.

Ilyari emigró a Ecuador a los seis años, junto con sus cuatro hermanos. Se marcharon y no hubo tiempo para planificar ni reflexionar sobre lo que ocurría. El día anterior, los grupos armados habían secuestrado al hijo de una profesora de su localidad. Lo habían confundido con uno de sus hermanos. “El niño solo era medio zuquito y pensaban que era mi hermano, porque mi papá era el extranjero”, explica Ilyari, y adopta un gesto de seriedad.

Si no hubieran tenido que huir, Ilyari habría vivido en Perú cantando huaynos. Quizá solo huaynos. Pero la vida hizo que su música no tuviera fronteras.

Tumbaco, el valle quiteño donde se asentó con su familia al llegar a Ecuador, tiene mucho del pueblo que dejó. “Ahí, como aquí, también crecen un montón de chirimoyas y aguacates”, cuenta. Después de viajar por el mundo para compartir su arte, Ilyari –ahora con 40 años– siempre vuelve a Tumbaco, a la casa Olmito, Semillero Cultural.

De un país llamado música 

–¿Alguna vez sentiste que no eras ni de aquí ni de allá? –le pregunto. 

Ilyari asiente con vehemencia. 

Hace muchos años decidió hacerse llamar ‘cholandesa’. Creía que esa era la mejor forma de describir todo aquello que la habitaba. Pero ese sobrenombre no le bastaba a la gente. Adonde sea que fuera, tanto en Holanda como en Perú o en Ecuador, le increpaban: ‘usted no es de aquí’… 

Ilyari
Cortesía del equipo de prensa de Ilyari. Portada de la canción el Conjuro.

Sin mucha claridad y con esa inquietud acerca de su sentido de pertenencia, Ilyari empezó a investigar más sobre la música. Buscaba una identidad, un lugar que le ayudara a expresarse. “Para mí, la música ha sido como encontrar una casa en donde no necesito quedarme en una categoría: o la peruana o la ecuatoriana o la holandesa; lo grandioso del arte es que es transfronterizo, un espacio anárquico donde todo puede pasar”.

Ese intento de reafirmar sus raíces le permitió, en 2011, ganar el primer premio del Festival de la Canción Popular e Inédita Latinoamericana de Bruselas, Bélgica, con su canción Todas mis sangres, en alusión a la novela emblemática de la literatura peruana, del escritor José María Arguedas. Antes de ese premio, la cantante dice que solo había compuesto canciones a las que llama  “parodias”. Dice que todavía no revelaban lo que pensaba y sentía.

“Cuando yo me fui del Ecuador hacia Holanda, yo me fui en ese plan de rockera, le cantaba a la marihuana, al amor lésbico y así. Y no me funcionaba muy bien, no había mucho entusiasmo de regreso”, cuenta, entre risas. 

Pero un día, una amiga peruana de su mamá, que vivía en Ámsterdam, le pidió cantar valses peruanos en el cumpleaños de su hija. “Vamos, te pago”, le prometió, al ver que Ilyari no estaba convencida. Finalmente, Ilyari se animó y, junto a dos amigos suyos, fue a la fiesta de cumpleaños y tocaron. El recibimiento le sorprendió. Les preguntaron sobre la banda, si tenían un disco, cuándo se iban a presentar otra vez.  “Acá hay algo”, pensó. A partir de ahí, volvió a escuchar música peruana para ampliar su repertorio.

Ilyari empezó a componer de forma intuitiva. Había aprendido a tocar guitarra viendo a su hermano y siguiendo tutoriales de YouTube, pero no tenía conocimientos de teoría musical. Sin embargo, fue esa intuición la que le permitió romper las barreras de lo que podía hacer. Hasta ahora, cuando empieza a componer, Ilyari se deja llevar por lo que encuentra en el camino: a veces la canción empieza por una melodía, otras veces es una frase o un tema. Lo importante –dice ella– es siempre estar conectada con un hilo a aquellos ritmos que fusiona, porque así la gente los puede reconocer y, sobre todo, disfrutar.

“Yo pienso que es un desperdicio no mirar a lo que tenemos acá, en Latinoamérica. Para mí, es una fuente de inspiración grande, tan infinita, tan motivante y apasionante, y ponerlo en mi música es como cuando te comes un postre que te encanta y dices: esto tiene que probarlo mi amiga, mi novio, mi mamá… porque es algo tan hermoso…”.

¿Y por qué no?

Ilyari tiene su banda: Los cuatro suyos. Aunque en español parecería referirse al adjetivo posesivo en el mundo quechua, los cuatro suyos son los cuatro mundos, las cuatro direcciones o puntos cardinales: Este, Oeste, Norte y Sur. Para Ilyari, también es una muestra de que su música tiene esas diferentes influencias. Por eso, siempre ha insistido en que la fórmula perfecta son cuatro músicos, ni más ni menos. Actualmente, la acompañan Sebastián Oviedo en la guitarra, Matías Alvear en el bajo e Isaac Icaza en la percusión, todos ellos artistas ecuatorianos de celebrada trayectoria.

Ilyari conoció a sus compañeros de banda de diferentes maneras: Matías coincidió con ella en el mismo colegio; a Sebastián lo conoció en las guitarreadas, donde compartían momentos cantando valses y albazos. A Isaac –hijo de Igor, líder de la legendaria banda Sal y Mileto– ya lo había visto en algunas ocasiones, pero se unió formalmente a la banda cuando Fidel Minda, el primer percusionista de Ilyari, se fue a Colombia.

Lo más complicado fue encontrar al cuarto integrante. Sin embargo, todas las dudas se disiparon cuando Ilyari conoció a Killer MC, el Método, quien toca junto al reconocido rapero ambateño Guanaco y fue fundamental para la producción de su nuevo EP: ¿Y por qué no?

Hasta este julio, Ilyari había lanzado un sencillo y un álbum completo. Armas y Cazuelas, la canción ganadora del Concurso Canción Libertaria de la Prefectura de Pichincha en 2022, honra a las mujeres que han luchado por la soberanía de Ecuador a lo largo de la historia. Su primer álbum de composiciones originales, Todas mis Sangres, fue grabado entre 2020 y 2021, y fusiona sonoridades andinas y afro-peruanas con armonías occidentales. Fruto de más de 10 años de investigación, este álbum representa todos los lugares y personas que han dejado huella en su vida

Pero Ilyari deseaba explorar nuevas dimensiones de la música. 

El mini álbum que se presenta este 20 de julio en la casa Olmito, Semillero Cultural,  coquetea con el mundo digital. Y es que si su pasión siempre ha sido mezclar géneros, este nuevo paso era inevitable. “Este proyecto también significa un poco destetarme de una etapa anterior mía en donde yo era muy fiel, cuidadosa con los estilos. Pero, en esta ocasión, fue volver un poco a lo visceral, pero desde un nuevo lugar, donde sé cómo hacer las cosas”. ¿Y por qué no hacer un pasillo con rap y llamarlo rapcillo?, se pregunta la cantante. ¿O una chicha psicodélica, o un sansuc, que junte el sanjuanito y el zuco? 

Para Ilyari, las opciones son infinitas porque está convencida de que la versatilidad del artista viene de saber observar más que de saber crear. Y tal como escribió Anarka Siklón para entender la historia de su abuela, en este nuevo EP Ilyari se deja llevar por las historias que le rodean, por las causas que defiende y por aquello que le conmueve. Azul, una de las nuevas canciones, está dedicada al agua y deja escuchar la voz de una rondera cajamarquina que grita en contra de las maquinarias de la minería que está contaminando las lagunas del Alto Perú. 

Ilyari
Cortesía del equipo de prensa de Ilyari. Portada de ¿Por qué no?

“Es un llamado para juntarnos, todos nosotros, los pequeños caudales que somos, en un gran río, y así hacer conciencia de las cosas que están ocurriendo aquí en nuestros territorios. Quizás una canción nos inspire, quizás un día podamos salir a algún plantón por el río Machángara, por ejemplo”, dice Ilyari.

Afuera, el sol está en medio del cielo y la hierba de la casa Olmito, Semillero Cultural, brilla con fuerza. Ilyari está sentada en medio del salón donde suele ensayar teatro con su colectivo, el grupo de teatro Yama, que desde 2016  se dedica a la creación escénica, a la investigación y a la gestión sociocultural. El teatro es otra de las pasiones que da sentido a su vida. Pero la música es ella. Ilyari no existe sin la música.

Ilyari sabe que, cuando está en el escenario, no puede amedrentarse. «Tengo que estar bien parada», dice. Y también sabe que cada vez que canta, la comunidad que la ha acompañado todos estos años sigue creciendo, acompañándola en esa fusión de sentimientos y géneros. «Es muy conmovedor cuando logro establecer realmente un contacto con el público y veo que estamos armando una fiesta juntos (…), y lo que más me emociona de este lanzamiento es que la gente escuche. Que escuche, y que podamos ver qué pasa con aquello que han escuchado».


Fabrizio Peralta Díaz