Por Julia Ortega / @ortegajulia
El V Festival de Música Ocupa transcurre, por zoom, en estos fríos y tristes días de junio del 2021. Sus organizadores lo idearon, en el 2017, con el afán de lograr “desencorsetar” a la música clásica, sacarla de los teatros cerrados y llevarla a mercados, cárceles, cementerios, plazas, calles, espacios no acostumbrados que la abran a otros públicos, que la saquen de ese halo elitista en el que pudo cosificarse.
En la soledad de la sala de mi casa, con pésimo sonido y peor imagen, me conecté a la conferencia El violín en la música popular latinoamericana, que dictó el violinista uruguayo Nicolás Giordano.
Para ilustrar su conferencia, Nicolás había preparado lo que se podría llamar un youtube-playlist en el que había escogido, por cada país latinoamericano, a uno, dos o tres violinistas o bandas que interpreten música popular.
Giordano mostró cómo el violín, instrumento europeo, había llegado al corazón de nuestros países, había “conquistado” Latinoamérica y se había unido a ella como el cajón peruano al flamenco.
En el repertorio estuvo Sonex, una banda mexicana de son jarocho, que propone en sus creaciones una mezcla de música tradicional africana, afroperuana, venezolana, con influencias del flamenco, salsa, blues, jazz, funk, hip hop, rock y reggae. La pieza escogida fue Bailando.
Al mismo tiempo que me alegraba la vida escuchar esto, recibí un mensaje: El martes 15, a las 10h00, Néstor García Canclini y Germán Rey, maestros latinoamericanos de la comunicación y los estudios culturales, invitaban al homenaje en honor a Jesús Martín Barbero, uno de los más grandes pensadores de la comunicación como un proceso cultural y simbólico, quien murió el 12 de junio de 2021, a sus 83 años.
Mi corazón, como el de muchos comunicadores de Iberoamérica, se dolió por su partida. Las reacciones por su muerte en redes sociales fueron miles. Pero la pandemia no dejó espacio para el abrazo. Viví el luto por la muerte del maestro en la soledad del lo virtual, compartiendo con pocos colegas tres palabras por whatsapp, acompañadas por un emoticón de un corazón partido.
El respeto a semejante pensador hizo que el intento de buscar a otros casi se desvanezca, se vuelva leve. No había palabras, no se sabía cómo homenajearlo. Alguien guardó silencio absoluto mientras otro publicó la foto con él y otro, en cambio, no lo hizo por puro pudor. El homenaje, transmitido también por la Universidad del Valle en Cali, Colombia, congregó a los más respetables teóricos de la comunicación y los estudios culturales de Iberoamérica y alivió la imperativa necesidad de hacerle un homenaje continental.
Durante cuatro días sentí el retraimiento del incomprendido. Muy pocos en mi entorno lo conocían. Tuve que explicar varias veces quién era el personaje que me provocaba la consternación que sentía. Cómo procesar la pena de la pérdida de uno de los más grandes pensadores de la comunicación sin tener a nadie al lado con quien abrazarse, mirarse a los ojos y brindar por quien vivió, sintió, investigó, rompió lo binario, cuestionó al moralismo, cultivó lo popular.
Si su velorio hubiera sido en vivo, quizás habría que convertirse en una llorona vestida de negro para poder gemir a gritos libremente o permanecer en la funeraria hasta la madrugada, de manera que llegue el momento de las bromas y las risas con la típica desatinada carcajada o, mejor todavía, despedirlo bailando música de la costa del Pacífico, con el ataúd en los hombros, con la maestría del pueblo afro.
Como en un flashback, recordé la primera vez que lo vi en la Conferencia Nuevos escenarios y tendencias de la comunicación en el umbral del tercer milenio, en febrero de 2000. Una acción conjunta de las escuelas de comunicación de tres universidades: Universidad Andina Simón Bolívar (UASB), Universidad Politécnica Salesiana (UPS) y Universidad Central del Ecuador (UCE), apoyada por la Agencia Latinoamericana de Información, (ALAI); es decir, el esfuerzo de los maestros José Laso, Iván Rodrigo Mendizábal, Patricio Moncayo, Oswaldo León y colega Hernán Peralta.
(Portada de las memorias del evento Nuevos escenarios y tendencias de la comunicación en el umbral del tercer milenio, en febrero de 2000.)
Guardo la impronta del momento en que ingresé a la conferencia Transformaciones del mapa cultural. El Paraninfo, salón principal de la UASB, estaba repleto. Al ver a varios estudiantes sentados en el piso, sentí culpa por no haber ido temprano. Unos compañeros se estrecharon para que quepamos más personas en los asientos de la pared sur. La luz que atravesaba los vidrios catedrales proyectaba un brillo tenue y sobrio, pero colorido.
Jesús Martín Barbero ya estaba en el estrado. De figura espaciosa y seria, lentes de marcos gruesos con vidrios de botella, frente ancha y cabeza grande, descansaba el cuerpo sobre sus antebrazos cruzados, apoyados sobre la madera, el papel esperaba en sus manos ser leído por su voz ronca y su tono cáustico.
Su palabra se impuso. Fue como estar en un templo con los oídos atentos, las bocas cerradas, las mentes abiertas para escuchar algo así como a un sacerdote de quien sus fieles esperábamos orientación. Su ponencia proyectó acuerdos, provocación, inquietud y paz. Hubo algo de sagrado en esa escucha.
Un consejo quedó claro en mi memoria: “Aprendan portugués para leer a ese gran pensador brasilero que es Renato Ortiz”. Lo dijo cuando explicó que “para existir, el proceso de mundialización debe enraizarse en las prácticas cotidianas de los pueblos…” y en la “polisemia de los contextos”. Comprendí estas palabras cuando leí, en español, el libro Otro territorio, de Ortíz, en el que cuestiona al Estado-nación y analiza a las comunidades culturales fuera de los territorios geográficos.
El análisis de la telenovela y el melodrama, de lo popular, de la relación entre comunicación y cultura, todo eso viene de este gran maestro, según Amparo Marroquín, quien hizo su tesis de doctorado sobre lo popular y lo masivo en el pensamiento de Martín Barbero. “Un pensador que venía de la filosofía y descubrió que para pensar los cambios de la sociedad, debía ir hacia las personas que en su vida cotidiana, juntaban el trabajo y el encuentro, con la telenovela de las siete y que encontraban en la religión no el opio de los pueblos sino un espacio de redención y de fiesta, de encuentro popular y también de carnaval”.
Su libro De los medios a las mediaciones transformó la comprensión de la comunicación para el mundo desde América Latina. La confrontó con el ser europeo, reivindicó la necesidad, la posibilidad, la capacidad de Pensar desde el Sur, nombre de las celebraciones académicas por los 30 años del famoso libro, realizadas en 2017.
En el 2015, la Ciespal le entregó una medalla de oro y anunció la creación de la cátedra que llevaría su nombre. Eran tiempos en que Francisco Sierra Caballero era el director y Catalina Mier era la secretaria general. Jesús Martín Barbero volvió a la casa que le había publicado, en 1978, su primer libro. Ya solo con el esfuerzo de tenerlo en Quito, la Ciespal había recuperado, aunque todavía desteñido, el color de lo que todos dicen fueron sus buenos tiempos.
La casa estaba de fiesta. Conferencia, medalla, coctel y mucho afecto al maestro que enfatizó en que por la diversidad de cosmovisiones América Latina aporta mucho en originalidad. Ese día también hubo emociones reprimidas y un ambiente bastante solemne, sin embargo, el modo “cuchicheo” sobrevino al querer conocer a su esposa que lo acompañaba. En voz bajita se comentaba: “Mírala, es Elvira”, “¿Quién dizque es Elvira? ¿Cuál, cuál es?”. Había una gran curiosidad por ver a su compañera, nacida en Colombia, y quien le hizo enamorarse de Latinoamérica.
En un momento en que estaba sentado junto al profesor Pepe Laso, me acerqué y le dije: “Este, mi maestro, es el culpable de que lo leamos en Ecuador: aquí tiene usted a su primer seguidor”. Me miró serio y tranquilo, complacido y generoso con su colega, nos sonrió y nos agradeció.
(De izq a der: Jesús Martín Barbero, Julia Ortega, José Laso en la Ciespal. Foto: Cortesía Ciespal)
Hubo dos eventos públicos más en aquella estadía en Quito, el uno, la conferencia en el Teatro Universitario, de la UCE, y el otro, en la UASB.
El jueves 5 de febrero de 2015, el icónico y abandonado Teatro Universitario se abrió para recibirlo. No había cómo faltar. Atravesé el largo vestíbulo, subí las anchas gradas, caminé por el pasillo izquierdo hasta divisar a mi colega Alejandra Legarda, que tuvo la bondad de guardarme un puesto. El lugar estaba repleto por alrededor de 700 estudiantes, profesores, investigadores, periodistas.
Un tono apasionado se instaló en su palabra, esta vez, subía y bajaba la voz. En ciertos momentos, incluso, llegó a levantar la mano con fuerza durante sus afirmaciones, y no leyó. Sin el orden que establece lo escrito, hizo algunas preguntas con mirada firme: ¿En la universidad pública cabe más país que en la televisión? ¿El hecho de tener seguridad laboral nos vuelve mucho más inertes, mucho más ordinarios, mucho más encerrados, mucho más alejados del mundo de la vida de las gentes? ¿Qué país cabe en la Universidad Central?
Al reivindicar al pensamiento latinoamericano contó que recibió “una lección maravillosa” por parte de una joven antropóloga, en el Museo del Alabado, en Quito, sobre cómo incas y aztecas “oprimieron culturas locales” que quizás habían tenido “percepciones más complejas de la vida y de la muerte, del amor y de la guerra”, que las de ellos.
Quedé realmente “tocado”, dijo, refiriéndose a la exposición de miniaturas de las piezas de arte precolombino expuestas en el museo. “Son realmente las figuras más pequeñas que he visto, con una capacidad estética maravillosa y con una capacidad antropológica de romper nuestros cuadros de perfección y de lenguaje, enorme”.
Al escuchar esta alusión, Iván Cruz, vecino del Centro Histórico, mentalizador y curador de la exposición del Museo Casa del Alabado, asistió a la conferencia que Martín Barbero dictó en la tarde de ese mismo día. A la salida, en complicidad con Omar Rincón, le entregó el El arte secreto del Ecuador precolombino, libro de gran formato, editado por 5 Continentes, en Milán, Italia. Martín Barbero, con gran agradecimiento y tono enfático le dijo a Iván: “Es un museo que cuenta que, antes de los incas, aquí, había pensamiento”.
En noviembre de 2020, ya en pandemia, el área de Comunicación de la UASB, luego de varios años de apartarse del legado de Jesús Martín Barbero, organizó el seminario Pensar desde el Sur, 30 años de los medios a las mediaciones de Jesús Martín-Barbero. Lo dictó Amparo Marroquín, desde la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), en San Salvador; Omar Rincón, desde la Universidad de los Andes, en Bogotá, y Guillermo Orozco, desde la Universidad de Guadalajara, en México. Hernán Reyes, profesor de la UASB, quien moderaba el evento, dijo que hubo aproximadamente mil inscritos y que 256 estaban conectados vía Zoom, datos que mostraban que el seminario tuvo una audiencia inusitada, en plena emergencia sanitaria.
En el libro De los medios a las mediaciones de Jesús Martín Barbero, 30 años después, en el que participaron 30 pensadores iberoamericanos, editado por el Instituto de Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, en el 2017, los académicos españoles Ernest Abadal y Gerard Vidal escribieron el artículo Análisis biométrico. Citas, ediciones, traducciones, utilizando una metodología diseñada por Eugene Garfield, en 1955, según lo señala el mismo artículo.
Con el Google Académico, herramienta de evaluación bibliométrica, lograron el propósito de evaluar las 9.654 citas sobre el libro en sus ediciones en castellano, portugués, francés e inglés, es decir el 38% del total de 23.924 citas que encontraron sobre toda la obra del autor.
A partir del estudio de estas citas, dice una de sus conclusiones, “se ha constatado que tienen una distribución temporal en notable crecimiento, lo cual pone de manifiesto que se trata de una obra de mucha actualidad que sigue vigente en el debate académico”.
Una forma de medir el impacto de su libro es esa. Las otras formas pueden ser muy variadas. La más sencilla quizás es, precisamente, la que tuve durante la charla de Nicolás Giordano. El sonido del violín activó mis emociones mezcladas. Entonces pensé en que el Festival de Música Ocupa era un feliz heredero del pensamiento de Martín Barbero: oír con los oídos de los otros, cambiar el lugar de la escucha, hablar desde los otros, hacerse tantas preguntas, quitarse el corsé y liberar la belleza de la música clásica, hacerla popular, indagar en lo que sienten los corazones presos, enfermos, absorbidos por la cotidianidad.
Por esa necesidad de ver, sentir y oír con oídos propios, de comprender la riqueza y diversidad de lo popular, soy fan de la Música Ocupa. Participar de ella este año vía virtual hizo medible la herencia del maestro caleño-abulense, que nos dejó escrita la forma que a él le sirvió para “desencorsetar” a la comunicación de la linealidad “emisor-receptor”, haciéndola estallar en infinitos sentidos y matices.
Por eso, querido maestro, deseo que la tierra latinoamericana fertilice todavía más sus ideas. Que su cuerpo descanse. Que su materia viaje libre atravesando fronteras y que cuando perdamos el eje del mirar desde el sur, nos lo recuerde con los ojos del otro, hasta que la práctica nos lo convierta en hábito.
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