Por Damián De la Torre Ayora / @damiandelator
Quizás el único consuelo en un mundo enfermo es gozar de salud. Insistiré en que la Covid-19 no solo nos enseñó a lavarnos bien las manos, sino que nos mostró cuán frágiles somos, que la vida es más rompible que las alas de una libélula y que puede resultar tan corta como el revoloteo de las mariposas.
Aquella fragilidad queda impresa en un libro tan corto como la vida, pero mucho más honesto de lo que se quisiese fuese la misma. Bienvenido, número nueve (La Calle Editores, 2021) es el testimonio del periodista y escritor Juan Cabezas, quien de manera cronológica relata el viacrucis que enfrentó cuando el coronavirus habitó su cuerpo en una temporada donde obtener una cama de hospital resultaba ganarse la lotería, en un tiempo en el que las vacunas no estaban a la espera de nosotros. No ha transcurrido mucho desde entonces, pero las condiciones eran tan distintas: la Covid-19 no era una simple gripecita, como ahora se la minimiza.
A él le tocó la cama nueve, con ese número fue recibido en el Hospital Pablo Arturo Suárez, y como nueve fue conocido durante su paso por el sanatorio, donde durante el día trataba de cazar las palabras de médicos y enfermeras para entretenerse, y durante la noche escuchaba el aullido de quienes compartían la enfermedad. Los alaridos delirantes de Telmo, por ejemplo, el número once, quien es la mitad de su historia, la otra cara de la moneda, no quien escribe sino la reminiscencia que motiva a un sobreviviente líneas como: “Esta muerte no es mía. Pertenece a Telmo y sus parientes. No es mía. Estoy en la cama vivo y Telmo en la once muerto. Muerto”.
Pero la moneda de la vida y de la muerte, las caras de Juan y de Telmo, solo se entiende en el lugar que fue lanzada, en el espacio donde se suspende brevemente al momento de ser arrojada y lo que hay a su alrededor. Están presentes los médicos y las enfermeras, las “licenciadas”, esas “mujeres que nos salvan”. Hay momentos vitales que permiten reflexionar sobre las fronteras para comprenderlas no como un muro que divide, sino como un punto de encuentro. Conversar con la licenciada Ayllen, una venezolana oriunda de Maracaibo, que representa un soplo de vida al recordar los sabores del queso de Guayana, las arepas y las cachapas de maíz, así se haya perdido el gusto y el olfato. Están las historias de los fantasmas que pueblan algún rincón hospitalario que más que asustar sorprendían. Está la alegría del sonido, frente al atroz silencio, en las voces de Selena, Laura León y Galy Galeano gracias a que la licenciada Margarita arreglaba las camas con su música.
Por otra parte, con conciencia o sin ella, Juan construye un tratado sobre la existencia desde la numerología. El dejar de ser un nombre para convertirse en un número, el estar condenado a ser clasificado por una cédula o un código. Charly García, en El fantasma de Canterville, canta: “Pero es mejor ser muerto que un número que viene y va”. Pero, a la final, el tener un número en la espalda, cual camiseta de fútbol, parecería ser más determinante que las propias letras (a la final, el abecedario cuenta con 30 letras y un robusto diccionario tiene una finitud de palabras, mientras que los números son infinitos).
La existencia de un cuerpo humano, antes de ser polvo, se resume en 206 huesos, 2 metros cuadrados de piel, 32 dientes, 6 litros de sangre, dos pulmones, un corazón… Sin nombrarlo y sin tanto detalle anatómico, el libro aborda la filosofía milenaria de Pitágoras quien, para entender el principio primordial del origen, cimentaba sus estudios de metafísica en base a los números, pues su armonía permite entender nuestras relaciones con los fenómenos del universo. No por nada, ni en vano, él carga con el nueve y ser ese número es lo que le permite compartir su experiencia.
Esto también lo entiende la escritora Marcela Ribadeneira, quien escribe el epílogo. Ella señala que: “En el mundo de los enfermos, cada uno de esos números te acerca o te aleja de la muerte; son las estrellas del cielo que te guían”, para concluir que el libro, en su acto de supervivencia, es “un grito para vivir más y mejor a pesar del miedo, de la pérdida y de la vulnerabilidad del organismo que somos y nos contiene”.
Y, si se habla de esas relaciones, las cuales marcan cierta armonía aunque exista miedo, no se puede dejar de lado cierta hermosura que puede suscitarse en medio de un mundo enfermo. Esto lo sintetiza la ilustradora Camila Calderón, quien con su obra acompaña el texto y es capaz de plantar una flor en medio de una tráquea destrozada y logra aliviar el dolor con una paleta psicodélica mientras retrata a un Juan débil, así como consigue dignificar a la propia muerte con la belleza que se merece.
“Me pegaré a la vida como un niño de teta. ¿No estoy acaso en una sala de partos? Es momento de manejar un auto, llevar de viaje a mis hijos y sonreír más. Ser el pulmón de mis sueños”, escribe Juan, quien tuvo que vivir la Covid-19 para hacerlo. En esta sexta ola que se surfea con algo de indiferencia a la enfermedad, que el relato sirva para aún seguir reflexionando sobre la pandemia: antes que padecer, vale la pena empatizar a través de la lectura.
Leí el libro apenas se imprimió y me conmovió tanto! esta nota de Damián me ha vuelto a conmover de la misma manera! Gracias Juan Carlos, gracias Damián, yo también estoy ganando esta batalla…