Por Rommel Aquieta Núñez
Esa hoja que el viento mueve
cerca del corazón,
y que lo aplasta.
Fabián Guerrero
No. Esta no es una novela más. El Jardín de los Amores Caníbales (Doble Rostro, 2019) es un intento de acercarse a las formas idealizadas del amor, del desollamiento, del canibalismo. Es entrar en un paisaje amoroso donde la “devoración” del otro es real. Un paisaje donde el ser humano renace y para hacerlo necesita de la muerte, del delirio, del impulso y la intuición. No hay márgenes, parámetros establecidos ni pretensiones, sino más bien un susurro en el oído del lector que le cuenta todo lo que el narrador ha sentido mientras transita de un lado al otro.
Son las cuatro de la tarde de un día de junio. Las calles quiteñas se revuelven en el calor propio de la época seca que llega, y frente a un parque, en una zona azul de estacionamiento, un hombre de andar cansado dice: «Se va a tardar mucho o le cobro solo la hora fracción». El escritor me espera, no puedo perder tiempo y ya voy algunos minutos retrasado. Cuando el hombre se retira, suena mi teléfono y un mensaje llega: ¿Dónde estás? recuerda que debo salir antes de las 5.
Desde su casa, frente al parque donde me encuentro, Juan Pablo Castro Rodas –considerado una de las voces más prominentes de la literatura contemporánea ecuatoriana– prepara café. El individuo, el escritor que se come a sí mismo cuando va escribiendo, se devora mientras piensa, mientras recrea, mientras se emociona a partir de lo que está en su memoria y en su imaginación. Y es que la escritura es también un ejercicio de “autodevoración”. Devoración del espacio, de la memoria, de la idea del futuro.
He llegado a la casa del autor de El jardín de los amores caníbales, y soy recibido con una taza de café caliente. Es momento de adentrarse en el jardín.
No pensarás que todo es posible, que todo está por hacerse
Es este jardín el acto más generoso a mí mismo –me dice Juan Pablo Castro. La confesión se convierte entonces en un río a través del cual se expresan las emociones. Los lectores han tenido que esperar mucho para conocer de cerca esta nueva obra. “Los libros aparecen muchas veces como imágenes o frases –dice Juan Pablo–, la noción de la vida y de la sensualidad que contemplé en esa escena del jardín de las delicias, en unas aguas termales de Colombia, constituyó el estallido para ingresar en un torbellino de palabras que eran irrefrenables, que eran voraces y volcánicas y que terminaron dándole forma a esta novela”.
No puedo dejar de imaginar la escena –un fragmento de El jardín de las delicias, de El Bosco– y tratar de recrear ese preciso momento en el que todo tomó forma para este escritor. Gracias a esa escena hoy tenemos acceso a este libro, que es además una puerta capaz de conducirnos por múltiples lecturas, historias y tiempos, donde cobra vida una espiral de personajes.
Jardín Caníbal es una invitación que intenta aproximar al lector para que se comprometa y se vincule emocional e intelectualmente con la obra. Jardín Caníbal de confesiones profundas, de frases que son mandamientos, de momentos de fragmentación humanos trasladados a la creación literaria.
Casi termino mi café y antes del último sorbo todavía tibio, Juan Pablo comenta que los escritores sufren una suerte de esquizofrenia, porque no es la misma persona quien vive la vida y aquel que escribe. Los capítulos de esta nueva obra se vuelven un espacio para habitar otras vidas.
El lector debe saber, en este punto, que dentro de este jardín podrá encontrar homenajes a la fantasía, personajes que son la suma de amigos cercanos del autor, historias y fragmentos de episodios amorosos que representan el desmoronamiento de la idealización. Ausencias, vacíos y momentos que marcaron un antes y un después en la trayectoria de su creador. Novela caníbal esta, por tanto, está nutrida de vidas, escenas y recuerdos de mucha gente, paisajes y episodios de la infancia y de la vida adolescente, recreación, aumento y corte de cosas. Es decir, una mezcla entre la realidad y la ficción.
No harás de la memoria un cuchillo
“Ningún ser humano se escapa de la memoria”, afirma el escritor y corre contra el tiempo. Juan Pablo comenta que vivió una etapa de desierto interior tras la muerte de su hermana y de su madre, antes de escribir su última novela. Los cuerpos de los seres que se han amado, los que se intuyen en la imaginación, los que vienen en los sueños, los cuerpos que ha sido uno mismo en el pasado, ese acto de memoria y de regreso son un alimento para regenerarse, para reconfigurarse.
“Un ser humano solo puede habitar a través de esos cuerpos que están dentro de sí y que van emergiendo de vez en cuando, la palabra que define mi relación con las mujeres de mi casa es incorporación, ellas se encuentran presentes en pequeños momentos e instantes incluso dentro de este jardín”, termina diciendo. Es así que también como escritor Juan Pablo Castro experimentó con su novela un acto de devoración propio que al mismo tiempo produjo una nueva materia. Convertido en un cuerpo lleno de una sustancia humana que se va comiendo y va desapareciendo, y al mismo tiempo va germinando como otro cuerpo, que es el cuerpo literario, el cuerpo de la novela, apareció entonces reconstituido a partir de esas palabras que antes fueran despojo o incluso basura, y que emergieron como flores en un preciso momento donde fueron esplendorosas y luminosas.
Hoy al escritor que visito ya no le preocupa la incertidumbre, tampoco le tiene miedo, ha experimentado una despedida profunda y buceado en un mar que es memoria viva convertida en el último espacio donde quisiera terminar.
No harás del tiempo un olvido
Los minutos han transcurrido, el café se ha terminado y como decía Pessoa no queda más que aprovechar el tiempo, el tiempo que resta. Pero, ¿qué es el tiempo, para que yo lo aproveche? El escritor me dio la respuesta perfecta antes de despedirnos… “El pasado es melancolía, el futuro es inexistencia. Solo el presente es el que le da sentido concreto al ser humano.
Eso es el tiempo: el presente, el ahora, y por qué no aprovecharlo con la lectura de este jardín caníbal. Le digo hasta pronto, le agradezco una vez más por el diálogo. Regreso a la zona azul y el hombre cansado ha desaparecido, las calles siguen colmadas de calor y tránsito humano.