Por Edison Paucar
El 25 de noviembre del 2000, en Nueva York, Santiago Rosero celebraba su cumpleaños número veintidós. Para celebrarlo, compró en la boletería de cine una entrada para la película Almost Famous y entró a verla. Buscó un asiento que le permitiera concentrarse en el filme. La historia que se proyectaba era la de William Miller: un joven que tras realizar un tour con una banda de rock, termina escribiendo en la revista Rolling Stone. La cinta fue para el cumpleañero una especie de epifanía e ilusión.
–Yo salí de esa película encantado –recuerda.
Rosero había viajado de Quito a Estados Unidos luego de haberse graduado en Gastronomía. Trabajó por seis meses en Nueva York y luego partió hacia Europa. Terminado su periplo, regresó a Ecuador para abrir un restaurante. De chef estuvo medio año, hasta que se dio cuenta de que en ese momento de su vida no quería dedicarse a esa profesión.
–Soy multitarea, me gusta estar picando por ahí y por allá. Esa carrera demanda todo tu tiempo. Es muy exigente.
Entonces, como William Miller, quiso ser periodista.
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Mientras toma los cubiertos para comer su Pho tom saciar (sopa de camarones satay), Santiago Rosero me dice que entró a la prensa escrita porque disfruta de las historias.
–Y en tu familia, ¿hay algún periodista?
–Mi papá es ingeniero, mi mamá es abogada, así que por ese lado no fue.
Nos encontramos en el barrio Belleville, de París, en un restaurante vietnamita. Son las ocho de la noche de un jueves de septiembre del 2016. Lleva puesta una chompa jean y unos lentes que se acomoda para hojear la carta. Pese a que lleva más de una década escribiendo reportajes, sigue con atención los temas de cocina. Por eso, me recomienda pedir el plato Bo bollo ch agio (carne con fideos y rollitos de primavera).
Me cuenta, después, que cuando regreso a su país, integró la banda Rocola Bacalao, donde tocaba la percusión latina. La revista Rolling Stone estaba en su mira y enseguida quiso colaborar ahí. Envió al medio de comunicación su hoja de vida. Pero, casualmente, Paolo Moncagatta, bajista de su grupo, le llamó para decirle: “Oye, loco, el man que es corresponsal en Ecuador me dice si quiero quedarme con el puesto de él”. Rosero le comunicó a su colega que en esos instantes había mandado un mail a la revista para proponerse como colaborador. Le pidió, entonces, el número del corresponsal para ver si aplicaba a la vacante. Moncagatta se lo dio. Cuando lo llamó para comunicar sus motivos, le pidieron una nota de prueba. Escribió una reseña del primer disco de Sudakaya, que había salido en esos días, y se la envió. Al cabo de unos días, el corresponsal le informó que el trabajo era suyo.
–Más que emocionarme, me preocupé: sabía que el Paolo se iba a molestar. Pero al cabo de un tiempo le pasó el enojo. Antes de graduarme fui corresponsal de la Rolling Stone y estuve durante los 4 años que duró su existencia. ¡Me pasó lo de la película!
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La revista Rolling Stone cono norte, editada en Bogotá, fue vendida a una casa editorial mexicana dueña de Gatopardo y Travesías.
–A través de esto, empecé a colaborar con estas dos nuevas revistas –me cuenta Santiago–. Fue como dar un paso en las grandes ligas.
La primera colaboración con Gatopardo la hizo en el 2011. Leila Guerriero, editora para el cono sur de la revista, le escribió un mail para pedirle un perfil del diseñador de modas John Galliano, director artístico de la casa Dior por esos años. El trabajo se publicó bajo el título de “Una estrella distante”. El reportaje cuenta el hundimiento de un ícono de la moda por el consumo de alcohol. Está escrito, además, con unos párrafos en tercera y otros en primera persona.
–Cuando escribes tus crónicas, ¿qué persona gramatical prefieres?
–Yo soy muy pudoroso con la primera persona porque se la utiliza innecesariamente. No se justifica que en una determinada historia aparezca el personaje y menos de las formas tan arrogantes y pretenciosas que aparece.
Bebe un poco de agua. Medita un instante antes de continuar.
–En segundo lugar, no se lo hace bien. Hay que saber hacerlo. El uso exagerado de la primera persona es una deriva lamentable del boom en que cayó la crónica. Por eso casi nunca escribo en primera persona. Incluso si he sido, en algún punto de la historia, protagonista. Pero eso no implica que esté en contra de su uso.
La crónica “La cancha de oro” que publicó en Gatopardo, me comenta Rosero, trata sobre la tierra de un estadio de fútbol en Portovelo. Una superficie con una cantidad considerable de oro que algunos mineros han querido explotar. No lo han logrado porque al intentar hacerlo, los habitantes del pueblo se han opuesto. Cuando él fue a hacer el reportaje, hubo un partido del equipo local. El cotejo no podía dar inicio porque faltaba un jugador: el arquero. Los jugadores de ambos equipos pidieron al periodista que hiciera de guardameta y él aceptó.
–Conté sobre el partido en la crónica, pero no me mencioné –dice con cierta picardía–. En una primera versión escribí “yo”; después lo cambié.
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Esa crema la tienes que mezclar con todos los fideos, me sugiere Santiago mientras comemos. Abajo hay una salsa –agrega–, esa también debes tratar de combinarla con todo el plato. Sigo su consejo y el Bo bollo ch agio queda en su punto. Retomamos, entonces, la conversación de periodismo y me cuenta que no tiene una forma de reconocer temas para trabajar en sus reportajes. Surgen por búsquedas, pedidos, casualidades o visitas.
–Desde que me pasó la primera vez –dice con cierta sorpresa–, voy a las exposiciones de arte con esta intención: sacar datos que me puedan servir.
La historia se remonta a una tarde en que Rosero fue a una exposición fotográfica. Entre las imágenes expuestas, la de un hombre ostentando a sus vecinos sus prendas de vestir captó toda su atención. Un pequeño pie de foto aparecía bajo la escena. Esos datos fueron suficientes para empezar a investigar. Al cabo de unos días, la crónica salió publicada con el título “Sape. La sociedad de los juerguistas elegantes”. El reportaje narraba el principal propósito de ciertos pobladores del Congo: vestir con ropas finas, pese a no tener recursos económicos.
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Una tarde, en la Alianza Francesa de Quito, se celebraba La fiesta de la música. Entre los asistentes estaba Santiago Rosero, quien había llegado para realizar unos reportajes. En esos días él tenía una leve idea de que viajaría a París, así que intentaba conocer detalles del lugar. Mientras miraba una de las presentaciones, entabló conversación con un señor que se había puesto a su lado. En la charla, dice, salieron datos interesantes: era el encargado de cultura en Radio Francia Internacional (RFI).
–Si algún contacto yo necesitaba –recalca– era ese tipo que estaba parado al lado mío ahí por casualidad. Por eso le pedí sus contactos.
En el año 2011, cuando Rosero llegó a París, uno de sus anhelos era trabajar en la radio. Empezó a comunicarse con el señor, pero este no le hizo mayor caso. Tuvo que insistir hasta que finalmente le dijo que fuera a las instalaciones. En RFI le aceptaron para que hiciera unas pasantías de 2 semanas. Al cumplirse el tiempo pactado, le preguntaron si quería quedarse trabajando con ellos como freelance.
–Acá los medios trabajan con gran porcentaje del personal así. Se les llama pigiste. Yo soy uno de ellos.
–Y en este tiempo de trabajo, ¿qué has aprendido en RFI?
–Desde que empecé esta carrera supe que lo mío era el periodismo narrativo y los textos de largo aliento. En estos tienes tiempo para escribir y espacio para publicar. Acá la dinámica es distinta. La radio es como un periódico: noticias del día a día, información rápida, espacios limitados. Pero lo que más me enseñó es la apertura al mundo.
–¿En qué sentido?
–Es un medio generalista que se interesa por la información de todo el planeta. Al estar en una ciudad como París tienes acceso a noticias que estando en otra parte del mundo te parecen muy lejanas. Aquí descubrí la realidad del mundo árabe, africano; del Magreb que está al frente. Te familiarizas con eso que en otro lugar te llega como breves.
–¿Cómo es tu relación con los editores de RFI?
–No es un trabajo de ida y vuelta ni muy meticuloso. Es más rápido. Las cosas tienen que salir ya. Cuando uno entiende esto tiene que poner de su parte.
–En cuanto al periodismo narrativo, ¿crees que tiene acogida en la gente?
–La crónica es un género que está de moda desde hace algunos años, por el impulso que le ha dado la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Se ha podido mantener a flote por un puñado de revistas que publican textos largos. Pero estas son pocas. Es difícil colaborar de manera sostenida. Hoy se publica cada vez más en web y muchos medios no tienen la posibilidad de realizar procesos de edición. Puede haber mucha cantidad pero la calidad no es proporcional con el boom de la gente que se ha dedicado a hacer eso. Lo digo con toda modestia y más como lector.
–¿Crees que la crónica es una forma de literatura?
–Sí. Este debate para mí está cerrado hace rato. Los que nos dedicamos a escribir estos textos utilizamos todas las herramientas de la literatura para narrar hechos de la vida real. Eso es todo.
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Este año, para el Premio Gabriel García Márquez de Periodismo se presentaron más de 800 textos. El perfil de Santiago Rosero “Un panadero de alta costura” estuvo entre los 10 reportajes finalistas para obtener el reconocimiento. Su trabajo se publicó en la revista peruana Etiqueta Negra.
–¿Cómo empezaste a publicar en este medio?
–Fue por casualidad. Un día vi que Julio Villanueva Chang [su editor en jefe] posteó que estaba en Francia. Le escribí y me informó que estaba hospedándose cerca de mi casa. Esa noche fuimos a comer en un restaurante indio. Mientras conversamos, le conté que poco tiempo antes había hecho una crónica sobre la mejor baguette de París. Julio me preguntó si me interesaba el pan. Yo le dije: “Claro, soy fanático. Además en mi carrera de cocina tuve dos semestres de panadería”. Ahí me comentó que buscaba a alguien para que hiciera un perfil de Christophe Vasseur.
–En esta crónica no solo se lee la historia de una persona en particular, sino que el lector se adentra en toda la sociedad francesa.
–Es que el panadero fue un pretexto para explicar la relevancia de este alimento en Francia. Intenté contar un aspecto de la historia y cultura del país a través del pan. Cuando empecé a trabajar el texto, yo sabía que iba a llegar a eso, pero no sabía cómo vincular una historia particular con una general. Esa fue una de las peticiones de Julio: ¿cómo le va a tocar a un lector de Lima la historia del pan? Para intentar responder la pregunta conté que al hablar del pan en Europa, se habla de la civilización del trigo; si se habla de América, del maíz; si se habla de Asia, del arroz. En un capítulo relaté estas conexiones intercontinentales. Pero por cuestiones de extensión, las sacrificamos.
–Cuando te enteraste que tu perfil era finalista, ¿cómo te sentiste?
–Fue supersatisfactorio porque la historia no tiene ni un muerto ni un migrante, que son temas primordiales para mí. Pero también estos son los que copan todo el escenario de las crónicas.
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Por ahora, aparte de las noticias de RFI, Santiago trabaja en la historia de un fotógrafo ciego que colaboró con un cuento pornográfico escrito en braille. Y al igual que Sape. La sociedad de los juerguistas elegantes, esta nueva crónica le surgió luego de visitar una exposición del artista Miquel Barceló.
–Yo vi el libro, lo toqué y todo –recalca–. Solo hay 50 copias.
Terminamos la cena, y, antes de levantarnos, le pregunto si ha pensado volver a Ecuador.
–Sí. El próximo año regreso con mi esposa y mi hijo.
–¿Tienes algún plan en particular?
–Quisiera abrir un “café” pequeño, con un menú corto y cerveza donde se puedan realizar eventos culturales. Si anda esto bien, continúo con un proyecto periodístico: una revista virtual.
–¿Y has abandonado al chef que llevas en ti?
–Sabes, me he vuelto más fanático de ese mundo. Mañana tengo que madrugar para ir a preparar unos platos. Ya me comprometí.