Por Sandra Araya / @Sanrrangelica
¡Qué diré, 2016!
Escribo estas líneas a medias, con una muñeca rota y con la certeza de que este ha sido uno de los años más fuertes que he vivido. Y no he sido solo yo. Ha sido el mundo el que se ha visto privado de genios, de gente amada, en medio de tragedias, de ascensos al poder de hombres que representan lo más absurdo de nuestra condición humana, mientras en Ecuador la tierra se desangra por terremotos, por el oro negro, por la corrupción.
Pero algo bueno hubo…
Refugiarse en los libros siempre fue mi forma de evadirme, en principio, y luego, de entender —o intentarlo— la realidad desde diversas perspectivas, poniéndome en los pies del otro que, al final, termina siendo uno mismo, humano y monstruoso. Frágil y potente.
Así es la literatura que ahora se hace en Ecuador. La que por lo menos te ayuda a capear el temporal, eso que llamamos vida.
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Te Faruru – Salvador Izquierdo (Campaña de Lectura Eugenio Espejo, Quito, 2016)
En un ejercicio lúdico, Salvador Izquierdo no narra sino la imposibilidad de contar, de decir. Juega a esconder sus vivencias —íntimas— en un confesionario a pie de página, mientras con letra grande un artista contemporáneo reúne anécdotas de un bestiario singular, artistas (escritores, pintores, arquitectos) ligadas todas por pequeños hilos que el narrador va descubriendo y anotando, para entretención del lector, mientras sigue ocultando su historia en la letra chica, la frustración de la narración que, al final, se vuelve en literatura. Te Faruru (que significa en maorí “Aquí se hace el amor”) resultó finalista del premio Herralde en 2015.
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Hoteles del silencio – Javier Vásconez (Pre-textos, Madrid, 2016)
Cae la lluvia sobre la ciudad al tiempo que los niños desaparecen. Se escuchan rumores, se escuchan el maullido de los gatos callejeros, las voces de los mendigos, la música de una mujer que baila en una casa que se cae a pedazos. Jorge (protagonista de otra novela de Vásconez, La piel del miedo) trata de descifrar los murmullos de la ciudad y la personalidad de Loreta, la mujer que llegó desde Madrid amparada por su invisibilidad. ¿Cómo era esa ciudad en la que Loreta amó a otro hombre? ¿Cómo son las otras ciudades? Tal vez son una copia de ese asentamiento bajo el volcán, entre clandestino e imaginario, una ciudad que aún se cree pueblo y que respira a través de personajes como un jockey asesinado, un político siniestro, un coronel enloquecido, un asesino cojo, un escritor que se pregunta en qué calle ronda la muerte.
Esta es, sin duda, de las mejores obras de Vásconez, un retorno a su lluvia.
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Pensión Babilonia – Adolfo Macías (Ministerio de Cultura y Patrimonio, Quito, 2015)
Aunque esta obra se publicó a finales del año pasado, había que darse mañas para conseguirla —junto con las otras ganadoras de un fondo concursable de quién sabe cuántos años atrás—, pero por lo menos cabe decir que valió la espera.
Las páginas de Pensión Babilonia vuelan en manos del lector a través de una trama que no es, en absoluto, difícil de creer: Dante Ospina, publicista y ‘ganador’, se involucra un día con una sociedad que pretende asistir de forma piadosa y estética a quienes quieren morir por su propia mano. Mientras tanto, su familia se desmorona, ¿o es que siempre estuvo fracturada? Al final, Ospina llega a la Pensión Babilonia, una metáfora cruel del mundo.
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Nefando – Mónica Ojeda (Candaya, Madrid, 2016)
Como en todo espacio, la web esconde pozos oscuros donde la gente común, todos nosotros —o eso queremos creer—, no recala nunca. Esos pozos, ubicados en la Deep Web, ofrecen innominadas aberraciones, contra niños y niñas, contra animales, contra el ser humano, pozos que han sido alimentados durante años por personas que caminan por la calle y que, extrañamente, también se dicen normales —o eso quieren creer—. En el mundo virtual, ser un monstruo es más fácil, es hasta una excusa para ganar popularidad.
Los Terán, esos personajes que aparecieron ya en La desfiguración Silva, la primera novela de Mónica Ojeda, viven ahora en España, manipulando sus hilos, dejando entrever su historia personal, aquella que los convirtió en ese ser de tres cabezas con un horror en común. Los Terán comparten piso con otros chicos que, a su vez, hablan sobre esos personajes que son los hermanos ecuatorianos, pero que también nos muestran los nichos oscuros detrás de cada mirada.
Nefando es una novela fuerte, recomendada para personas con criterio formado. Pero ¿eso existe?
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Colección Artefactos (Editorial Turbina. Quito, 2016)
Más que un libro, en esta ocasión recomiendo una colección, unos juguetitos, artificios, artefactos, engranajes pequeños. La editorial Turbina nació este año y hasta noviembre completó la colección Artefactos, compuesta de cinco tomos (breves, no se asuste): Arrarrau, poesía del desamor; Insomnio, cuentos de noches infames; Penumbra, monólogos teatrales; Vértigo, ensayos de temas escabrosos; y Silencio, crónicas inconfesables. Mis favoritos, definitivamente, son los dos últimos, con ensayos sobre lo gore, y crónicas sobre robos adolescentes, entre otros textos, pero lo mejor sería, por supuesto, obtener la cajita que contiene los cinco artefactos, como una muestra redonda y estridente (en buena forma) de lo que se puede hacer hoy en nuestro país en diversos géneros.
La yapa…
Claro que una no sienta a leer solo libros ecuatorianos para comentarlos en diciembre y ser chévere durante unos días, también se leen a extranjeros, también se revisitan libros, esos clásicos personales que se materializan en la mesita de noche por nuestras búsquedas íntimas.
Este año revisité la maravillosa obra de Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, un verdadero plato suculento y a precio de maravilla en la librería del Fondo de Cultura.
Conocí además a la hermosa y perturbada Unica Zürn, a través de su obra emblemática, El hombre jazmín, una novela-diario que está publicada en Siruela y que una puede conseguir si se pone en contacto con la librería Tolstoi.
Cortesía de la misma librería se pueden conseguir las obras publicadas por la Universidad Diego Portales, en Chile, como los Diarios tempranos, de José Donoso, y El escritor intruso, del mismo autor, una compilación de sus artículos periodísticos.
A Mr. Books llegaron novedades, como Sus… pense, un manual de cómo escribir una novela de misterio, una guía escrita por patricia Highsmith.
Y ahora estoy a punto de sumergirme en un libro de Kierkegaard, cortesía del Conde Mosca, distribuidor de libros que acaba de abrir su local en Quito.
¿Por qué menciono librerías como una marchante? Porque las opciones ya existen en Quito, ya hay sitios para husmear, escoger y regatear. Los libros están. En buena hora. Solo faltan los lectores.
Y cómo no leer si esta es una de las actividades más sabrosas de la vida, y de las más inquietantes, porque se puede una evadir, es cierto, olvidarse por un momento de que afuera la gente muere, de que caen las bombas y de que el racismo azota al mundo, pero esa evasión es fugaz: la lectura es una forma de entender qué estamos haciendo mal, por qué estamos donde estamos.
Y adónde querríamos llegar, si este 2016 nos deja en sus últimas horas.
Y adónde llegaremos en 2017.
Feliz año nuevo, lectores. Seres humanos.