Por Marco Pareja A. / @marcoalejop
Hablar de Fernando Pérez es hablar de un cine cubano lleno de simbolismo y de poesía. Fernando es uno de los realizadores de la isla que más me han cautivado. Dueño de una filmografía envidiable y a pesar del tiempo que lleva trabajando en este arte, desde los años 70, con los renombrados Noticiero ICAIC Latinoamericano, se consolida como una figura contemporánea muy representativa del cine de la isla. Me atrevo a decir que su obra es la única a la que podríamos llamar cine de autor (aunque resulte un poco anacrónico). Cuando uno va a ver un filme de Fernando, sabe a qué atenerse, sabe exactamente qué buscar en su obra.
Últimos días en La Habana es su filme más reciente. Fue proyectado en el Casa Cine Fest, que organizó la Cinemateca de la Casa de la Cultura, en Ecuador, y es parte de la competencia Latinoamericana. Fernando es de esos directores cuya obra necesitamos, de esos genios que le hacen falta al mundo. Como Dalí, cuando al borde de su muerte se preguntaba ¿qué haremos los humanos que quedamos vivos sin los genios?, nuestro mundo los necesita. El tiempo pasa, la vida muta, se vuelve indescifrable y los necesitamos cada vez más. Son absolutamente necesarios en el cine.
Comparar a Fernando Pérez con George Miller no es tan descabellado. El director inglés nos dio a todos una lección de cómo se hace un filme de acción hace 3 años con Mad Max Fury Road, una actualización brutal Mad Max, de 1979. A sus 74 años, Miller le dio al mundo un filme de un poder visual aplastante y con secuencias de acción que cualquier joven director puede envidiar. Valiéndose -pero sin abusar- del CGI, Mad Max es sin duda una obra maestra. Es el blockbuster por excelencia que Zack Snyder aún no ha podido hacer…
Ahora, volviendo a la isla de Fernando Pérez, que ya no es la isla de Titón con su tan famosa Fresa y Chocolate, el tiempo ha pasado y la censura aparentemente se ha ido suavizando, o al menos “se están haciendo los de la vista gorda”. Tampoco es la Cuba de Madagascar, de la Vida es Silbar o Suite Habana. Tampoco es el mismo Fernando Pérez que se valía de los símbolos o las metáforas visuales para contarnos sobre un mundo onírico, donde lo que estaba mal (y sigue mal en Cuba) se decía con sutileza, con maestría pero con sutileza. Al contrario, en Últimos días en La Habana, Fernando Pérez no se guarda nada, se vuelve casi explícito, o al menos eso aparenta.
Diría que este filme es una continuación más cruda de lo que fue en su tiempo Fresa y Chocolate, de Tomás Gutiérrez Alea. Al igual que George Miller con Mad Max, Fernando Pérez lo ha hecho con Fresa y Chocolate. Muestra temas, personajes, espacios y situaciones similares al filme de Titón, actualizando aquella inolvidable película, trayéndola a nuestros días y retratando a la Cuba de hoy con maestría también, con mucho oficio y sin pretensiones.
Miguel y Diego son los personajes centrales de este relato. El primero trabaja lavando platos y pasa soñando despierto con ir a Estados Unidos. En un mapa imagina que va de Los Ángeles a Nueva York y luego a Portland. Diego, por otro lado, es un homosexual que está postrado en una cama, sufriendo una enfermedad catastrófica. Miguel cuida de Diego como parte de su rutina. Diego, en cambio, trata de disfrutar un poco de su vida e intenta constantemente salir de esa misma rutina que Miguel le propone. Diego le dice a Miguel: “A ti el comunismo te quitó hasta las ganas de templar” (templar en Cuba quiere decir tener relaciones sexuales). Diego ha estado teniendo sueños eróticos, pero Miguel no se ríe ni reacciona, es un búho. Así le apoda la sobrina de Diego, una niña que a sus 15 espera un hijo de su novio de 16 y quiere que su tío le herede su departamento en miserables condiciones.
En Fresa y Chocolate, la problemática gira en torno a las ideas, al intelecto, a lo prohibido y a la homosexualidad reprimida por el Estado Comunista. En Últimos días en La Habana están presentes estos temas, pero no como problemas centrales que han resultado una repetición en muchísimas películas cubanas, y de los que nadie quiere hablar de frente. Estos problemas están como lo que son, no hay grandilocuencia, son problemas del diario vivir, de la rutina de la gente de a pie que vive en La Habana. Ya sería ingenuo esconder que existe prostitución de mujeres y de hombres. Que hubo, hay y seguirán existiendo homosexuales. Que existen prácticas religiosas diferentes al catolicismo. Que la educación cae en picada. Que el servicio de salud ha ido empeorando a ritmos acelerados. Que La Habana está “muy difícil”. Que hay enfermos de sida. Que existen revolucionarios y contrarrevolucionarios conviviendo unos junto a otros.
Fernando Pérez ha dado el gran paso de incluir todo esto en el imaginario de su cine y sacarlo de ese mundo onírico y simbólico, donde ahora las preocupaciones son diferentes, son otras, son actuales. Cuba empieza a mirarse en el mundo. Es gracias a esta conciencia y a esta libertad creativa que la película de Fernando Pérez ya no está encasillada en los “miedos” de siempre.
A modo de epilogo, la sobrina de Diego rompe la cuarta pared y habla a los espectadores; primero acepta todo lo que le ha sucedido hasta ahora: está esperando otro hijo, su novio la dejó y se fue para el norte. Ella no le guarda rencor, al contrario, desea que le vaya muy bien por allá. No se lleva bien con su madre y vive con sus animales en el departamento que le dejó Diego. A la niña se le humedecen los ojos y nos dice que en realidad su mayor preocupación es que la vida se estanque y se quede como está. Ella no le tiene miedo a un cambio sino al estancamiento y eso la entristece profundamente.
De Miguel no se sabe nada. Parece que logró cumplir su sueño. Se ve una nevada a través de un ventanal donde parece que trabaja Miguel. La nieve funciona como símbolo de un sueño. El frío se convierte en anhelo. No es la primera vez que esta imagen aparece en un filme cubano, también aparece en La noche de los Inocentes.
Al parecer el cine cubano perdió el miedo y está cambiando. Es gracias a dos genios que podemos ver quizá la muerte de una época, el fin de un letargo. El abrazo entre Miguel y Diego es la aceptación de la tragedia y es lo contrario al abrazo que se dieron, hace más de 20 años, los personajes de Fresa y Chocolate. ¿Es Últimos días en La Habana el trágico final del mismo personaje de Titón?