Por Damián De la Torre Ayora / @damiandelator
Angostura. Bombardeo. Narcotráfico. Guerrilla. Todo como flashes. Todo como un álbum de fotos que termina cobrando vida en la escritura de Mariasol Pons (Guayaquil, 1979). Estas realidades son el esqueleto para llenar de carne la historia de Gabriela Millás, una treintañera de clase alta cuya felicidad depende del éxito o el fracaso sentimental y que queda expuesta en la novela ‘La chica’, publicada por Planeta.
En pocas, acontecimientos históricos y problemáticas sociales permiten que Gabriela tenga un telón de fondo para que la autora profundice sobre distintos tópicos de la condición humana: el amor, la justicia, la identidad, la libertad de pensamiento, la memoria…
Todo esto, también, lo continúa explorando desde la distopía propuesta en la secuela de esta obra: ‘De quién son estas piernas’, publicada por la misma casa editorial. Claro que el personaje cambia y esta vez María será la que, desde la pérdida de memoria, dé cuenta sobre los avances tecnológicos, la postpandemia y el amor como reparación frente a una deshumanización.
‘La chica’ se reedita una década después. ¿Cómo fue este proceso? ¿Hay cambios?
Como todo proceso, tuvo su complejidad. Esto lo escribí entre 2008 y 2011 y lo publiqué en 2013. Después, escribí otras dos novelas: ‘El libro de Olga’ y ‘¿De quién son estas piernas?’. Entonces, fue un proceso de reencontrarse con una misma. Tuve que abstenerme de corregirme, de censurarme, de criticarme. Respeté a la voz de entonces. Hoy, quizás, hubiese dicho algunas cosas de otra manera. Lo que sí, la historia se respeta; su estructura se mantiene gracias a que los temas siguen vigentes. A esto se suma el trabajo de un gran editor, quien no juzga, comprende el ritmo y respeta tu trabajo. Mi editor reubicó cierta información, replanteó algunos temas, pero con delicadeza y respeto hacia mi escritura.
Al personaje Gabriela le ubicas en la dicotomía de tenerlo todo económicamente y fracasar en el amor. ¿Cómo decidiste mostrar estos aspectos desde los gustos musicales y sus rupturas?
Tenía que reconocerla emocionalmente. Con ese mapeo de varias circunstancias podía explicar a un personaje que cambia demasiado, dependiendo de sus circunstancias y la persona que le rodea. Ese es el síntoma del vacío que vive Gabriela: el solo validarse a través de sus relaciones amorosas. Ahora, si bien Gabriela pertenece a una clase acomodada, eso no la exime de tener angustias y sentir un vacío que desmorona su condición humana. Todo esto es una cadena para entender por qué ella toma tan malas decisiones.
¿Amar es una decisión peligrosa? ¿Por qué asumir ese riesgo? Estas preguntas surgen cuando se mira su relación con Diego…
Amar podría implicar un riesgo cuando las personas tienen vacíos de identidad. Si tú no sabes lo que te define, es muy fácil que otros marquen tu rumbo. La idea es que nadie sea tu brújula: tú mismo debes serlo. El tomar conciencia de lo que buscas te permite tener una serie de conductas que aportan al crecimiento. Esto es el amor propio, y teniéndolo puedes darte cuenta cuando encuentras el amor del otro.
Continuando con Diego, él es una máscara. ¿Cómo fue el trabajar la dualidad de este personaje?
Diego me dio las herramientas para poder girar el análisis de la inconsistencia del discurso, de poder evaluar un tema de cómo nos encanta predicar y no practicar. Diego convence porque él mismo cree en sus falacias. Ahora, cuando ves que no actúa según su discurso, te das cuenta de la incoherencia que lo habita. Trabajar el tema de la coherencia me interesaba, porque no siempre suele encontrarse, y quería explorar este aspecto de la condición humana. Diego fue el mayor mecanismo para desnudar la inconsistencia. Generalmente, actuamos con incoherencias y lo justificamos con excusas.
Voy con otro personaje: Bob. Si bien Gabriela es la protagonista, se nota el cariño con que escribes sobre su hermano. Pareciera que es tu favorito…
Sí que eres perceptivo. Totalmente. Me encanta Bob. Es esa persona que comprende que el mundo es imperfecto, pero busca sacar lo mejor de él y del mundo: él es la magia de saber vivir. Se preocupa de la hermana, es un tipo muy cool, nada prepotente como el estereotipo de la clase a la que pertenece. Realmente, me cae muy bien.
Dentro del libro, resulta interesante tu mirada sobre la institución policial. No solo la expones como corrupta, sino como hipócrita. Como escritora y politóloga, ¿cuál es tu reflexión considerando la crisis de seguridad actual?
El tema no es solo de la policía: es todo un Estado. El país es un colectivo de instituciones, donde cada una cumple su rol. Sabemos que por ahora el rol específico de la seguridad no se cumple. Me parece hipócrita señalar que las cosas andan bien, cuando una problemática es palpable; si miras a varias instituciones, te das cuenta de que hay que mejorar mucho en temas que los venden como si estuvieran bien. Ahora, no me quiero quedar en la idea de apuntar en contra de alguien, reducirla a que las cosas no marchan porque es culpa de los policías o los militares. La policía me sirvió en su momento para exponer una hipocresía del sistema, pero la idea es que se reflexione sobre la responsabilidad que cada uno tiene en el rol que le compete. De alguna manera, hago una denuncia, pero no para criticar a la fuerza pública, sino para pensar en cómo somos parte de esa hipocresía.
Uno de los escenarios es Angostura. Uno de los hechos es el bombardeo que ocurrió en 2008 en esa localidad. ¿Cómo fue el proceso de ficcionar este acontecimiento?
Vivía en Colombia cuando eso sucedió. Ahí se hacía un esfuerzo periodístico muy grande por ilustrar cómo operaban los grupos guerrilleros en sus laboratorios. Entonces, el campamento de Angostura es tal cual, gracias a una serie de reportajes y documentales que me permitieron describirlo. Además, hubo tomas posteriores al bombardeo y parte de la información que sacaron de las computadoras fue pública. Ahora, esto no es un ensayo ni pretendí hacer una novela histórica. Este hecho fue un gran recurso para anclar una historia ficticia. Yo desconocía el tema de los laboratorios exprés y lo importante que eran las fumigaciones en esa época, pues se afectaba el negocio de los narcos y la guerrilla. Por otro lado, me preocupé de no dejarme llevar por discursos de derecha o de izquierda, y que tan solo cada personaje responda a su ideología, pero que la historia no caiga en este entramado, porque lo importante era desarrollar los conflictos humanos que trato de abordar en el libro: justicia, igualdad, amor, identidad… mi trabajo fue apostar por lo humano más allá de lo político.
Quisiera tu opinión sobre el secuestro en tres aristas, pues es la reflexión que genera tu libro. Primero, como un hecho execrable. Segundo, como un engaño para obtener un rédito o guardar las apariencias. Y, tercero, como la metáfora desde un lado emotivo donde uno termina autosecuestrando lo que desea…
Primero, el secuestro es un crimen horroroso, de lo más oscuro y siniestro del accionar del ser humano, que debe ser castigado con el peso de la ley. De ahí, hay familias que, para mantener las apariencias, no aceptan las decisiones de algún miembro. Hay que entender que muchos podemos cometer errores, pero el justificarlos con una mentira y mucho más alegando algo tan grave como un secuestro es más que reprochable.
¿Y lo otro? Quizás es muy fuerte el calificar de ‘autosecuestrar’ nuestras emociones, pero, ¿qué piensas de no expresar nuestros sentimientos?
Es que pienso que das en la piedra de la novela. La lectura no puede reducirse a su linealidad. Justamente, está la reflexión, y lo que manifiestas es una lectura válida. Un autosecuestro es lo mismo que la autocensura. Se trata de compartir lo que interpretamos. O sea, una palmera es una palmera, y un ceibo es un ceibo; pero, para ti puede ser ancho y para mí delgado: frente a un hecho es importante expresarse sin tener miedo a desentonar. Si uno no puede decir lo que piensa, quiere decir que se desenvuelve en un régimen dictatorial. Soy una fiel creyente de la libertad, una apasionada de la libertad de pensamiento y de expresión. Eso sí, estas libertades conllevan una responsabilidad siempre. Pero, no se puede sembrar una autocensura ni autosecuestrar nuestras ideas.
Esto lo trabajas en ‘¿De quién son estas piernas?’, la secuela de ‘La chica’…
Efectivamente, lo hago en esta novela futurista y distópica ambientada en 2032. La trama gira sobre la autocensura y cómo la corporación Holograma controla la interacción entre humanos y se atenta en contra de nuestra libertad de pensamiento. Se trata de pensar sobre cómo se vulnera nuestra información y se violenta nuestra intimidad. En mucho de esto podríamos ser los culpables, si nos acomodamos al facilismo que nos otorga la tecnología.
En esta secuela, el personaje María vive en la desmemoria. ¿Consideras que la tecnología juega en contra del recordar?
Empecé a escribir ‘¿De quién son esas piernas?’ porque soñé con esta mujer que no reconocía sus extremidades. Ese sueño me afectó hasta las tripas. Me tocó mucho, empaticé con esta mujer y empecé un proceso de lectura de material psiquiátrico y de neurociencia para comprender un poco más cómo funciona la memoria. No soy una voz autorizada para hablar de esto, pero sí exploré lo suficiente para abordar una historia que me interesaba. La idea era que esta mujer al tratar de recordar que esas piernas son suyas, determina que ella es la dueña de la historia de su vida. María me sirve como contrapunto de Gabriela, si comparas a las dos protagonistas de mis novelas. Gabriela decide, pero en torno a los otros; María decide por ella. Si somos conscientes de nuestras decisiones y respetamos las de los otros, vamos haciendo memoria.
En ese mundo distópico el sistema obliga a que usemos chips y lo controla todo. ¿La tecnología y la inteligencia artificial nos están domesticando?
El mundo va hacia un lugar donde cada vez somos más parte del mercado, y esto va dejando de lado nuestra humanización. El libro es un mundo postcovid y eso es más o menos lo que vivimos ahora, al igual que el boom de la inteligencia artificial. A mí lo que me preocupa es que el Covid-19 pareciera que no nos volvió más humanos y que los avances tecnológicos controlan nuestra voluntad. Ser parte de un sistema estandarizado es peligroso, porque siento que quienes tienen poder en el mundo no quieren que estemos conscientes.
María también vive en orfandad. No solo está el pasado, sino que busca sus raíces. Bajo esta situación, ¿cómo contemplas el pasado, el presente y el futuro?
La perdida de la memoria es la gran alarma para plantearnos quiénes somos, al olvidar por completo gustos, ideas, la propia vida. Vives automáticamente. Lo triste es que sin perder la memoria nos estamos acostumbrando a vivir en modo automático. Pienso que la memoria permite que reflexionemos sobre nuestro pasado en el presente para algo mejor en el futuro. Pienso que, sin encerrarnos en el pasado, debemos hacernos una serie de preguntas sobre las acciones que ya son un recuerdo, para saber las consecuencias positivas y negativas que nos han dejado.
Si bien María es la antítesis de Gabriela, y en una novela el amor es un peligro y en la otra es la reparación, ¿con qué versión del amor te quedas como Mariasol Pons?
Me quedo con el amor propio, que es el que sana y el que te lleva a sortear cualquier peligro.