Los músicos Mauricio y Andrés Noboa lanzaron el pasado 5 de julio su disco ‘Un lenguaje secreto’, espejo de la música y la historia que compartieron como padre e hijo.

Un mes después del lanzamiento, Mauricio murió. Este es un tributo a su vida y una celebración de su legado.


Por Daniela Game B.

El disco Un lenguaje secreto empieza con la canción Shape of things that are and were, de George Benson (la forma de las cosas que están y estuvieron). Cuando Mauricio y Andrés graban el disco, en julio de 2023, Renato Arias, el ingeniero de sonido del estudio La Bulla Producciones, dice que no tiene que hacer nada, que las guitarras ya “suenan solas”, pero sabe que las cosas están así porque tomaron forma desde hace tiempo.

Mauricio Noboa se graduó como arquitecto en 1984, el mismo año en que él y su esposa, Ximena Cabezas, tienen a su primer hijo, Andrés. No pasó mucho tiempo para que decidiera embarcarse de lleno en la música, en la guitarra, pasión que descubrió a los quince años. En los siguientes 32 años, Mauricio es profesor de los colegios Americano y SEK de Quito, enseña en distintas universidades, graba discos, es director de incontables agrupaciones musicales y es, sobre todo, maestro de guitarra de decenas de alumnos.

En los noventa, mientras Andrés y su hermana menor María Luisa juegan o hacen deberes, Mauricio da clases particulares en casa. El espacio se llena de sonidos del bossa nova, de los discos de Joe Pass, de las indicaciones de un profesor entregado a su oficio y de alumnos que pretenden, una y otra vez, lograr algo con las cuerdas que pulsan sus días. Cuando los alumnos se van, Mauricio aprende códigos de memoria, transcribe los discos de Joao Gilberto, prueba amplificadores, no para de cambiar cuerdas hasta lograr un seteo milimétrico y alcanzar el sonido preciso.

Las madres y los padres, por lo que hacen, marcan el porvenir de sus hijos. Muchas de esas marcas poco o nada tienen que ver con la planificación y el saber hacer, cada cual hace finalmente lo que puede; pero a veces, sólo a veces, siembran posibilidades a través de sus gestos.

A los 13, Andrés es ahora el alumno que empieza clases con el padre. Como el guambra creído que es (que somos todos a esa edad), tiene la certeza absoluta de que no quiere que sus cuerdas suenen como las de su maestro, no quiere enfrascarse en el bossa nova al que Mauricio le dedica la mayor parte de su tiempo.

En respuesta a esa rebeldía, el taita le regala una guitarra. Toca lo que quieras pero con dedicación, le dice. Es una Epiphone, versátil, con la que puede tocar blues, jazz y comenzar su búsqueda sonora, y la que sirvió, por años, para sus primeros proyectos, como Blues S.A.

Mauricio Noboa y Andrés Noboa
Foto: Ximena Cabezas.

Ese maldito sueño (Darn that dream)

En el verano del 2009, Andrés Noboa llega a Nueva York para estudiar una maestría en composición de jazz.  Viaja con su guitarra, pero llega muerta. La aerolínea la trató como equipaje normal, no como instrumento. Lanzada y empujada como cualquier maleta, al abrir su estuche está convertida en astillas. Andrés la mete en un basurero en Union Square Park y se despide de ella, la Epiphone.

Cuando regresa al Ecuador, dos años después, sus perspectivas sobre la creación son distintas. La experiencia y las ansias de poner en práctica lo aprendido se enfrentan. Son dos adultos, dos músicos con visiones diferentes sobre cómo hacer las cosas. El hijo, nuevamente, se rebela ante al padre, el alumno frente al maestro.

Mauricio repite el gesto, siembra otra posibilidad, pero esta vez le regala a su hijo una guitarra acústica criolla de cuerdas de nailon. Andrés duda en aceptarla, no toca mucho esas guitarras, pero su papá le dice que anda tocando un montón la guitarra acústica y el que no cae, resbala. De algo le sirve, porque catorce años después, es esa guitarra la que más veces paga la renta de Andrés. Gira con ella junto a la cantante Mariela Condo y emprende su búsqueda en la música ecuatoriana y latinoamericana.

Mauricio Noboa y Andrés Noboa
Foto: Francisco Jarrín.

Podría pasarte a ti (It could happen to you)

Después de las primeras sesiones de grabación de Un lenguaje secreto, en julio del 2023, sucede eso que puede sucederle a cualquiera: unos exámenes de salud, malas noticias. Deciden seguir con el disco. Andrés y Mauricio se toman su tiempo, silencios entre sesiones para curar y sesiones para grabar.  Silencio entre notas para crear otro movimiento. Mauricio, el maestro, ahora le dice a su alumno: lo que vos me digas yo voy a hacer.

Tres meses después tienen listo un disco con once canciones con los blues y standards favoritos de ambos, y sus composiciones, como Espejo de agua. Andrés la escribió inspirado en las figuras arquitectónicas que Mauricio usa para nombrar su música, pero para honrar, sobre todo, el reflejo de los gestos, de las cosas que su padre le mostró.

En uno de sus conciertos, un antiguo alumno de Mauricio se acercó emocionado a decirles que verlos tocar juntos es hermoso, como si tuvieran un lenguaje secreto. El título del disco, dice Andrés, fue un regalo. Las fotos del álbum son de Francisco Jarrín. En la portada, Andrés y Mauricio acostados sobre el piso, rodeados de siete guitarras. Dos músicos, dos niños que se encuentran en la risa y el sonido de las cuerdas.

Mauricio Noboa y Andrés Noboa
Foto: Francisco Jarrín.

El último verano (Summertime)

Lanzaron el disco a inicios de julio de 2024, en la Galería de Sara Palacios. Mauricio roza las cuerdas, las cosas están donde tienen que estar luego de cincuenta años: cada nota, acorde, melodía y cada silencio. Andrés no entiende y admira cómo alguien puede tocar así, con ese nivel de precisión, cuando el cuerpo transita el dolor.

Mauricio Noboa (1959-2024), músico y sempiterno profesor de guitarra, siembra la posibilidad de la música en Andrés. Mientras su hijo lo ve tocar, reconoce lo que en realidad supo desde siempre. Gracias a sus gestos, al lenguaje primero de la música que Mauricio siembra en su vida, Andrés sabe que nunca tocará como su padre, pero tocará como él mismo, y eso está bien.

Video tomado de la cuenta de Instagram de la Galería Sara Palacios.

Fabrizio Peralta Díaz