Por Luis Fernando Fonseca / @LuifinoFonseca
¿Alguien recuerda que las butacas del Teatro Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión se hayan llenado para escuchar a un escritor? Alrededor del Edificio de los Espejos, en el centro-norte de Quito, al final de la tarde se forma una larga fila de lectores. El lugar elegido para la visita del narrador japonés Haruki Murakami tiene aforo de más de dos mil espectadores. Se lo presenta como “el escritor más leído del mundo”. Un escritor cuya visita se ha preparado con seis meses de antelación, cuando le dijeron que podía visitar las Islas Galápagos además de estar en Quito algunas horas. El Archipiélago fue el señuelo, el ‘gancho’ para que se diera esta visita exclusiva, la primera del autor de Hombres sin mujeres a Sudamérica.
El día en que Murakami se hospedaba en el Hotel Plaza Grande, del Centro Histórico, visité la librería que había destacado sus libros con más énfasis. En los locales de la cadena Mr. Books se habían instalado lugares especiales para sus títulos y los libreros mostraban optimistas algunos como Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, que habían traído motivados por su llegada y que antes era más difícil de encontrar. Allí, entre esos pasillos atiborrados de best sellers, un vendedor hacía una confesión doble:
—Trato de contarle a la gente lo buenos que son sus relatos o que Underground es de sus libros más fuertes, pero, para ser sincero, la mayoría viene solo por Tokio Blues. Norweigan Wood. Lo que me gusta es que quienes más preguntan por Murakami son mujeres.
Que una gran librería ponga en oferta casi todas las publicaciones de un autor invitado al país es tan excepcional como que varios organismos (embajadas, Casa de la Cultura, Ministerio de Relaciones Exteriores, Cámara Ecuatoriana del Libro y Municipio de Quito) planifiquen su recibimiento con meses de antelación. En el Teatro Nacional hay expectativa y un público que aplaude fácilmente aunque espera incrédulo. Entonces se enuncian los premios literarios del eterno candidato al Nobel: Noma, Tanisaki, Yomiuri, Franz Kafka o Jerusalem Prize. Y enseguida, se escuchan los galardones de quien será su entrevistador, Raúl Pérez Torres: Casa de las Américas, Juan Rulfo y Julio Cortázar.
Pérez Torres es presentado y, tras él, aparece Murakami, lo cual desata los aplausos de forma casi espontánea. El ecuatoriano da una larga introducción, lee una semblanza de Murakami en la que lo llama “esquivo y atípico”. Que el “abreboca para la Feria del Libro” sea esta entrevista pública es una suerte de milagro, señala el funcionario que también ha estado al frente de la Casa de la Cultura en tres períodos distintos y que se confiesa “adicto a su obra (…) Solo hay dos maneras de acercarse a ella, con profunda admiración o con profundo desprecio; o su literatura da cuerda al mundo o es un refrito de Kafka o Scott Fitzgerald”, dice el ministro de Cultura y Patrimonio del Ecuador.
Murakami es un hijo de profesores de literatura japonesa que suelta gestos de amabilidad con frecuencia. Incluso mientras escucha a la traductora, Rocío Amorozo, asintiendo cada tanto. “Los críticos le han dicho de todo”, continúa el ministro, pero a lo largo de una hora no lo cuestionará en absoluto. Su lista contiene cincuenta preguntas, no hará repreguntas, porque cada respuesta será interrumpida por el flujo de su guion.
Hace un año, en la Feria del Libro pasada, este maestro de ceremonias decía que en Ecuador “ya no hay revistas culturales”, aunque las hay, y se quejaba del tratamiento que los periódicos dan a la cultura. Ahora, como entrevistador, Pérez Torres insistirá en que para Murakami “la mujer es un medio, hace que algo ocurra a través suyo, un mundo paralelo” y que “el sexo es la puerta para entrar en la profundidad de la mente, quizá el método más fácil para hacerlo”.
Murakami confirma que tiene una rutina estricta para escribir ficción diariamente. La inicia a las cuatro de la mañana y termina antes de correr, a las nueve. Lo dirá después de saludar con un carisma sorpresivo: “No esperaba tanta gente en este lugar, me siento como Bruce Springsteen, aunque yo no canto”.
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Agradece de forma reiterada, sonríe y solo aparece en las dos pantallas grandes de los costados del escenario cuando hace su saludo inicial y al responder. Murakami habla en inglés y la traducción, aunque se presenta como simultánea, solo lo será así para él. Los asistentes escucharán las preguntas en español y él será traducido entre pausas.
El escritor-ministro tiene la atención de la cámara. “Quizá aquí encuentre el Santo Grial o lo que sus personajes han perdido”, le dice al novelista, “o lo que hay al otro lado del mundo. ¿Qué piensa usted?” Las preguntas serán en ese tono, sobre generalidades, precedidas por vagas afirmaciones:
“Cruzar al otro lado del muro es una constante en sus libros. ¿Quizá el abismo es la salvación o estamos hablando de una metáfora? Goethe dice que todo en el mundo es una métafora. Háblenos de ese pozo, de ese otro lado”. “El arte es una puerta, ¿tal vez su abuelo, sacerdote budista, le legó una espiritualidad diferente?”. “Los temas son fantasmas hambrientos, decía Borges. ¿Tiene la sensación de que sus muchas novelas son una sola?”. “Sus novelas son desalentadoramente largas, al menos para mí que, cuando he escrito tres páginas, me canso. ¿Cómo es su proceso de escritura?, ¿no es muy peligroso, arriesgado?”. “Aparte de la soledad, en su obra hay enfermedades raras. ¿Qué piensa del paso del tiempo, la vejez, la muerte?”. “Algo más grato: en cuanto al sexo [risas del auditorio], son tan fuertes y gráficas sus escenas sobre eso que le pregunto. ¿En su caso, el sexo es otra puerta?”…
Haruki Murakami se tomará unos segundos de reflexión silenciosa para responder cada cosa. “No puedo decir que soy religioso, la impronta de mi padre y mi abuelo en ese sentido quizá solo está en mi subconsciente. Si Raúl siente que en mi obra hay una influencia religiosa, quizá sea así, pero no tengo consciencia de ello”, responderá con amabilidad. Lo aplaudirán cuando suelte: “Los escritores tienen temas limitados en número, sobre los que tal vez vuelven una y otra ocasión. Los gatos son mi obsesión y escribo novelas largas porque desde adolescente leo a los novelistas rusos. Tolstoi, Dostoievsky… Mientras más largos los libros, mejor, era la noción que tenía”.
El autor dirá que se siente vivo al crear historias de ficción, sentirse en los zapatos de los personajes, la mayoría hombres, incluso jóvenes, es algo que disfruta. “Para Einstein la muerte hubiera sido dejar de escuchar a Mozart; para mí, la muerte sería ya no poder escribir”.
Parábola del maratonista
La rutina es muy importante en la escritura de Murakami, él lo afirma con un horario definido (cuatro a nueve de la mañana), “aunque parezca increíble”. La capacidad de sorprenderse también es condición para él, aunque no tenga una vida emocionante. “Se puede escribir de forma salvaje viviendo una vida ordinaria y silenciosa”.
Sobre el maratónico ‘método’ escritural de Murakami, el escritor mexicano Juan Villoro hizo una crítica durante su más reciente llegada a Quito, en septiembre pasado. “Creo que escribe demasiado y demasiado rápido”, piensa el autor de El Testigo. “Lo hace para periódicos que serializan sus novelas, tiene que hacer entregas semanales muchas veces y durante bastante tiempo. Entonces hay libros de él que me gustan mucho, como La Caza del carnero salvaje o los cuentos de El Elefante desaparece; pero otros como Sputnik, mi amor me parecen muy superficiales. Es un gran maratonista, en todos los sentidos, pero creo que a veces corre demasiado”.
Luego de sus carreras narrativas, los traductores de Murakami —quien también ha cumplido el oficio de llevar los relatos de una lengua a otra— suelen renegar al trabajar sobre algunas escenas violentas de sus relatos. Él termina por traducirlas y comprende que varios de sus colaboradores confiesen que tienen pesadillas al leer ciertos pasajes, sueños que también suelen acosarlo. Según contó, su padre relataba historias sangrientas de la Guerra con China de forma excepcional. Él las recuerda vivamente y las toma como una herencia:
—Es mi obligación escribir al respecto; a ustedes no les debe gustar la violencia, tampoco a mí, pero existe en el mundo y hay que escribir sobre ella. Me sorprendí de haber escrito tan bien Tokio Blues…, y aunque mucha gente me culpó por hacer un libro cargado de escenas sexuales y muerte como ese, decidí que después de eso haría más novelas con historias violentas”.
El paso de la tortuga
Entre las omisiones de Raúl Pérez Torres está el no haber hecho repreguntas, cuestionamientos sobre las respuestas dadas. El escritor era como un principiante con una lista entre manos, alguien que se deslumbraba poco, que no mostraba mayor curiosidad sobre el personaje que tenía en frente. No le inmutó que admitiera ser un provocador, uno amable y poco modesto (“el único ‘ismo’ en el que creo es el Murakamismo”, bromeó) aunque sin rayar en la arrogancia.
El ministro es un entrevistador que cumplió con lo que anunció: preguntas básicas que satisfagan su curiosidad literaria. Pérez Torres, poco expresivo, escuchó de Murakami que había leído una de sus novelas mientras viajaba de Japón a Ecuador: “Su prosa es poética –respondió el japonés a la insinuación del ecuatoriano de que las obras de Murakami llevan poesía–, algo distinta a la mía”, explicó y, ante la insistencia de los personajes femeninos como médium, sentenció que en su prosa hay más presencia de hombres que de mujeres, pero acotó que, para él, “la mayoría de mujeres son más inteligentes que la mayoría de hombres”.
—Su obra está llena de un aliento poético (…) ¿Usted escribe poesía, la ha publicado? ¿Qué piensa de la poesía?
—No concuerdo con su opinión, Raúl. No considero que mi prosa sea poética. No he escrito poema alguno en mi vida; he traducido a autores cuyos poemas son prosa y de una prosa poética, pero mi prosa es solo eso, no llega a lo poético.
—Uno de sus cuentos más desoladores y bellos que he leído es “Paisaje con plancha” que está en el libro Después del terremoto. Me recuerda a “Encender una hoguera” de Jack London, aunque el suyo es más angustiante y desolador…
—Creo que mis historias son optimistas. No recuerdo haber escrito alguna depresiva, pero si usted lo dice…
Haruki Murakami también reafirmó que teje historias realistas, incluso en la saga 1Q84, cuando Pérez le insinuó que pudiera tener una influencia de la ciencia ficción. Y admitió que su categoría de best seller se consolidó después de episodios históricos como la caída del Muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética: “Las mías son historias de personas que intentan sobrevivir en medio del caos, unos que creen en la supervivencia, pero sobre todo en el amor. Son optimistas, al igual que yo”.
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“Los escritores soñamos despiertos”, repitió Murakami. La frase la ha dicho en distintas entrevistas. Y quiso motivar al auditorio: “A los sueños se puede retornar cada día, eso se puede lograr con empeño, solo no olviden volver a realidad. Para escribir hay que descender hasta el subconsciente. No creo que todos puedan hacerlo. Yo soy un solitario que hago eso para escribir: voy al otro mundo. Lo más importante es saber regresar. No hacerlo sería un problema, como caer en una trampa. Algo que molestaría mucho a mi esposa”. Ella lo miraba desde el auditorio.
Una de las preguntas que se recogió de tres miembros del público tuvo que ver con su hallazgo de la vocación para empezar a escribir. Reiteró con humor que fue accidental: había recorrido Tokio algunos años –cinco o seis– y envió un manuscrito a un editor que, al publicarlo, iniciaba la historia de uno de los autores más aclamados en Occidente, aunque no obtenga hasta la fecha el Nobel.
Para despedirse, Haruki Murakami no aseguró que escribiría sobre Ecuador aunque caminó brevemente por una ciudad (Quito) “en que la gente no fuma y las mujeres usan más pantalones que faldas, lo cual quizá sirva para una próxima historia”.
Y concluyó todo recordando su itinerario y su deseo:
—Espero que hayan disfrutado esta entrevista. Mañana iré a Galápagos. Es una de las principales razones por las que he venido.