Por Julia Ortega Almeida
Intro. La convicción de este colectivo de que hay que quitarle los corsés a la manera de escuchar la música clásica, encerrada en la formalidad y exclusividad, y la falta de “espacios donde la afición por este arte pueda ser cultivada” ha dado origen a la Música Ocupa en Ecuador.
El Festival tiene como su cometido principal “difundir el arte de la música clásica, acercarse a personas y comunidades que normalmente no disponen de los recursos o accesibilidad para asistir a conciertos formales”.
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Momento uno. 31 de mayo de 2017. En el Palacio de Cristal del Itchimbía interpretan Epístolas, una composición de Adrián Montúfar, músico ecuatoriano que estudia en Goldsmith, una universidad en Londres. Cuando Adrián era niño, lo llevé varias veces a sus clases de flauta en el Conservatorio de Música Franz Liszt. Así que, invitada por un mensaje de Facebook, acudí a esta dulce obligación.
Apenas conocía a Pilar Estrada, directora del Centro Cultural Metropolitano de Quito, quien fue la mentora del I Festival de Música Ocupa. Simón Gangotena y Rodrigo Becerra, músicos fundadores de InConcerto, convencidos de que la música clásica “no debe ser exclusiva de los grandes teatros y debe estar disponible para todo quien quiera entenderla y apreciarla”, la visitaron con la propuesta de hacer un concierto. Pilar los motivó a realizar un festival completo. Junto a ellos, buscó lugares tan inusuales como la Piscina del Sena, en La Recoleta, espacio patrimonial que guarda su turno para ser rehabilitado, y el Observatorio Astronómico de La Alameda.
Pilar también me invitó a compartir con ella un puff de colores que estaba en el piso. El Palacio de Cristal había sido organizado con cuatro escenarios, uno en cada punto cardinal, iluminado con luz azul y roja. No se sabía cómo iba a ser el concierto, así que me recosté a esperar la propuesta bautizada con el nombre de Luces.
Al instante, sonó una fuerte trompeta que disponía que el concierto empezaba por el Sur. La memoria de mi piel mantiene imborrable la sensación de esa primera diana. Era el músico brasilero Bruno Lourensetto, cuya presencia jamás pasa desapercibida. En cada punto cardinal había un escenario y la trompeta marcaba el inicio de las obras.
Antes de la segunda pieza, la misma trompeta sonó hacia el Este. El público giró sus cuerpos que descansaban en los puffs de colores, como si fueran manijas de reloj, para mirar y escuchar el siguiente número. El tercer sonido marcó el Norte y el cuarto el Oeste. En este último punto cardinal, el movimiento de un clarinete, el de Camila Barrientos, me llegó afable, se movía con vida propia, como si lo guiara una vía llena de flores, tocando al oído a cada una.
Epístolas, pieza de música contemporánea, fue interpretada por el trío de cuerdas integrado por el violinista uruguayo Nicolás Giordano y los dos músicos de InConcerto. La obra remite a la distancia geográfica que la palabra y la música obvia, para restar importancia a lugar y tiempo.
Desde ese llamado de trompeta, alegría del movimiento del clarinete, además del sonido del violín de Emma Williams, la viola de Antonio Cevallos y el chelo de Kelly Knox, que inundaron los cuatro puntos cardinales, el cuerpo me obligó, militante, a convertirme en parte integrante del público Ocupa.
Esa noche, mi piel se vistió de sonidos. Tomé conciencia de que los necesitaba como el agua, para gozar, para limpiar mi cuerpo, para abrazar, para vivir mejor. Desde ese día, la memoria, ya consciente, de mi piel, le dispone a mi cuerpo, como un mandato, que debe asistir cada año a estas convocatorias.
Momento dos. 5 de junio de 2018. Salí tarde de mi oficina. Empezaba el II Festival de Música Ocupa. Esta vez, su inicio era en el Mercado de la Plaza Arenas, a cuadra y media de mi casa. Entré atrasada, pero aún no empezaba. Caminé por un pasillo lleno de gente. Veía las puertas metálicas Lanfor, azules, cerradas. Tuve la sensación de que algo no iba a funcionar. Continué. Me sentía un poco intrusa, un poco fuera de lugar. Di unos 50 pasos, tratando de no importunar. En medio del corredor estaba uno de los músicos, de espaldas con una camisa y pantalón negros, de pie. En la una mano tenía el arco y en la otra, pegado a su mentón, el violín. Me detuve. Di un paso atrás porque sentí la energía del violín a poquísima distancia. Me apoyé a la pared. Cuando comenzó el concierto lo escuché sin dejar de ver su mano prodigiosa a menos de dos metros del llano escenario.
Era David Ballesteros, violinista de la Orquesta Sinfónica de Londres (LSO) y ArtBand de España. Su cuerpo toca el violín guiado por el sonido del arco sobre las cuerdas. David, músico migrante en Londres, nacido en las Islas Canarias, combina su trabajo en la LSO con el apoyo a la difusión de la música clásica en lugares inusuales. Al conocer de la propuesta de InConcerto, decidió sumarse a ella y organizar su agenda para tocar en el Ecuador durante dos semanas.
La directiva del mercado Arenas, presentó y aplaudió a InConcerto y al colectivo coorganizador de la II edición del Festival, Las Licuadoras Gestoras. Allí donde hace tiempo daba mucho temor ir a comprar lo robado, sonó Crisosto, Dvorak, Grieg, gracias a las dos chelistas Kelly Knox e Isadora O´Ryan, los violines de Nicolás Giordano y Francisco Coser, las violas de Simón Gangotena y de Leonardo Vásquez, y el contrabajo de Rodrigo Becerra.
Durante el concierto, los comerciantes dueños de cada negocio ofrecían canelazo y chicha a todo el público que aceptó la invitación a ocupar su mercado.
Momento tres. 8 de junio de 2019. Puntual, a las cuatro de la tarde del sábado, entré a La Ideal, en la calle Tamayo, de Quito. La primera sensación del concierto fue el desconcierto. Había solo 8 sillas. Mi sentido de público me hizo guardar al menos una para quien pudiera necesitarla.
La Ideal es como una fábrica. Había una tarima de madera en el centro. Nos convocaron a un jam de lectura. El término es utilizado para los espacios de improvisación, sobre todo entre los músicos de jazz, y significa “estorbarse”, “agolparse”. Se trataba de estar presentes en la primera lectura de partituras de una nueva obra, entre varios músicos. Era un tremendo riesgo al que también invitaron a sumarse a músicos amateur. «El caos y el orden», dijo Rodrigo Becerra.
La primera partitura la entregó una tímida joven y era de un músico ecuatoriano. La leyeron tocándola por primera vez entre músicos que se conocían muy poco. Salieron muy bien librados y la gente empezó a comprender de qué se trataba el encuentro. No era fácil aceptar que habíamos sido llamados a presenciar el primer momento en que varios músicos suenan juntos. Solo se detuvieron 15 minutos. Entre las 16h30 y las 20h45, solo pararon de tocar durante 15 minutos. Más de 4 horas de jam de lectura entre 16 músicos parte del Festival y cerca de 10 que se sumaron a tocar a Mozart, Beethoven, Philip Glass, Rosini, Ravel… Dos momentos que me crisparon la piel: la improvisación que hizo David Ballesteros, con su violín, en una pieza de música nacional que trajo Stalin Pucha, violinista de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador, y la llegada de Lina Andonovska, flautista australiana, quien se subió a la tarima a tocar en cuanto arribó del aeropuerto.
Al finalizar las cuatro horas, todos los músicos subieron a la tarima y tocaron por primera vez una Sinfonía de Haydn. David Ballesteros dijo al público: “Vamos a ver si nos entendemos. Somos muchos para sincronizarnos”; sin embargo, lo hicieron de manera impecable.
Durante las cuatro horas, el público Ocupa vivió el lugar. Lo hizo suyo, desde el sitio en que escuchaba. Sin sillas, se tomó el piso, los balcones, los resquicios de las barrederas y hasta la tarima. La Ideal limitó el espacio por el que pueden desplazarse las personas, pero no las detuvo. Durante el jam de lectura la gente se movió. Para los niños, se convirtió en un inmenso corral de música, en el que padres y madres se movían libremente y juntos. Para las personas adultas mayores, era la manera de mirar y escuchar cómo se interpreta la música y estar presentes en las interacción entre varias generaciones. Para los jóvenes, la forma de mezclar diversión y calidad. Para mí, un modo de cariño, de bañarme con música como en una cascada, de que se me grabe en la piel, tan animal como el almacenamiento de agua para el camello, tan técnico como cargar una batería de celular, tan deseado como un tratamiento de oxigenación de la sangre, tan medicinal como la buena nutrición.
La Música Ocupa es la forma como Simón Gangotena, Rodrigo Becerra y los extraordinarios músicos que acuden a su llamado, expresan que aman lo que hacen y, no contentos con sentirlo solos, lo propagan a través del espectro radioeléctrico, como en un ágora donde el sonido, sin amplificación artificial, se topa con el cuerpo del invitado.
Ser público Ocupa es un regalo de la mitad del mundo. Ser público Ocupa es habitar su latitud cero y disfrutar este ser del Ecuador que, al mismo tiempo que desea volar a otros lugares, quiere quedarse, porque aquí es donde encuentra seguro el amor y la generosidad de su familia y de sus amigos.
Epílogo. En este Festival el público se arriesga, cada vez, a una experiencia distinta. La música inunda el lugar y recrea el deseo de quien lo construyó. La gente se mueve con gozo y libertad. Habría que ser poeta para transformar las emociones que provoca. Como parte de su público, me queda claro, que la memoria de mi piel está ajena a mi palabra. No alcanza a describir lo que siente. Seguramente, lo mismo le pasará a la tuya. Por eso, lleva a tu piel a estos encuentros; como la mía, recobrará vida propia y te quedará agradecida para siempre.
Breves datos cronológicos:
I Festival de Música Ocupa. 28 al 4 de junio de 2017. 9 conciertos y 6 intervenciones in situ en 13 espacios no convencionales. Los lugares: el Mercado de San Roque, el Colegio Benito Juárez, el Observatorio Astrónomico, la Iglesia de Perucho, la Iglesia de Chavezpamba, la casa comunal de Turubamba, la Piscina del Sena, la Huerta y la Máquina. 1200 personas.
II Festival de Música Ocupa. 5 al 16 de junio de 2018. 11 conciertos, 10 intervenciones espontáneas en 24 espacios inusuales. Los lugares: el mercado Plaza Arenas, el Parque Gabriela Mistral, el Cementerio de San Diego, la Casa Comunal de Calacalí, en el Salón Principal del Antiguo Círculo Militar, en el Coliseo de Solanda. 3000 personas. 32 músicos de 9 países. Además, participaron cerca de 40 compositores nacionales y extranjeros en la convocatoria para crear que fue premiada con la interpretación.
III Festival de Música Ocupa. 8 al 16 de junio de 2019. 11 conciertos, 16 músicos de 12 países y 5 grupos nacionales invitados. Los lugares: La Iglesia de Nono, la Caja de Cristal del Yaku-Museo del Agua, la Casa Somos del Barrio La Roldós, la Casa de los 7 Patios, la sala de espera del Hospital Carlos Andrade Marín, los Molinos Royal de Chimbacalle, el Centro Cultural Nina Shunku, la Sala de Máquinas de la Fábrica Imbabura, Parque de La Magdalena.
Los músicos que están en Quito, además de los mencionados, son: Elena Rey, de España (violín); Erik Gratz, de EEUU (violín); Dorelle Sluchin, de Francia (Violonchelo); Pablo Moreno, de Colombia (Oboe); Facundo Cantero, de Argentina (Fagot); Susana Venereo, de Cuba (Corno); Marcelo Villacís, de Ecuador (Percusión).
En la convocatoria interdisciplinaria de composición de música y poesía se seleccionaron a 4 compositores para ser interpretados: Juan Campoverde, Justina Siksnelyte, Alonso Moreta y Ana González Gamboa.