Por Santiago Estrella Garcés
Fui a ver a Bob Dylan en el 2008, en el estadio de Vélez Sarsfield. Aún Buenos Aires era esa ciudad complicada para mí y había barrios enigmáticos, distantes, aunque Liniers, en donde queda el estadio, está relativamente cerca, a unas 50 cuadras de mi antigua casa. Pero Liniers es el límite de Buenos Aires con el Gran Buenos Aires. Y para un extranjero eso ya significaba palabras mayores, porque es el límite mismo de la Argentina. Una es la Argentina de la (avenida) General Paz (la autopista que delimita las dos Buenos Aires) para allá y otra es la de General Paz para acá.
En ese estadio se presentó Bob Dylan. Es el más cómodo de Buenos Aires. Buenos accesos, buena visión, buena acústica. Como para 30 000 personas. No llenó el estadio. Mejor que no. Hubo unas 17 000 personas; la mayoría quedó recostada sobre el césped. El tema con el que abrió el concierto fue para dar el sentido de la festividad, del cómo había que celebrar esa parranda, que a uno le da por creer que será la única en esta vida: ‘Rainy Day Woman: #12 & 35’. El “hay que estar trono” (“everybody must get stoned”) recuerda al poema ‘Embriagaos’, de Charles Baudelaire, para terminar con las pesadas cargas del tiempo, hay que embriagarse de vino, de poesía o de virtud.
Luego fue por otros poemas-canciones (¿qué es la poesía sino la composición de palabras ordenadas musicalmente, como dijo Dante?). Just Like a Woman, Masters of War, en fin. Y todos ahí, sentados o echados, con una tensión dramática insuperable, saboreando cada palabra en su cada vez más fea y absolutamente perfecta (la mejor contradicción posible de encontrar) voz. Esperar cada palabra. En silencio. Como en silencio estuvo él todo el tiempo. Apenas se movía. Nunca dijo palabra alguna, ni siquiera el hello o el good bye. Ninguna explicación del tema que iba a tocar. Así era ese Bob Dylan.
Es difícil de explicar lo que se vivió en ese concierto porque hay una afición, una pasión por él desde la adolescencia. El primer disco de Dylan que tuve en mis manos fue Desire, y fue la primera vez que escuchaba algo así. Me di cuenta de que para poder cantar de ese modo, con esa voz, algo tenía que estar diciendo y había que escucharlo detenidamente, una y otra vez. No creí que era posible algo así y sentí su peso sobre mí. Lo lamentable es que no soy músico y menos cantor. Y lo de poeta fue un intento inacabado. Pero en toda esa experiencia poética personal, en ese encuentro del poeta con el poema, en mucho estuvo Bob Dylan y Dylan Thomas, a quienes cité en epígrafes en el segundo y último libro que publiqué, en 1995.
La crónica de ese concierto que escribí para diario El Comercio, de Quito, cuando fui su corresponsal en Buenos Aires, no pudo tener otro registro que el de la emoción personal. Y esa es precisamente su debilidad. Son esas cosas que a los periodistas “no nos debieran ocurrir”. Pero nos ocurren y no una vez: cuando entrevisté a Charly García y cuando estuve al lado de Derek Jeter (el shortstop de los Yankees de Nueva York, mi equipo en mi deporte preferido, el béisbol): tanto fue el ensimismamiento que hay que el resultado final, la crónica, no superó siquiera el término medio.
No se puede ser objetivo con Dylan y no se lo ha sido sobre la asignación de este premio (tampoco este texto lo es). Por eso todo el mundo está hablando de él. Se está escribiendo hasta el infinito (estas páginas son una muestra de ello). Pero de todo lo que se ha leído, pocos han intentado hacer una lectura poética de Dylan. Y difícil hacerlo. De esa inmensa minoría de lectores que tiene la poesía, menos aún lo son de crítica; de la poca crítica que tenemos de poesía en este país, mucho menos existen los de la literatura en lengua inglesa. Pero ese el comienzo del debate que ignoramos. La poesía, al tener la palabra como objeto, debe leerse en las lenguas originales, al menos para poder tener una idea crítica. Las traducciones existen porque no podemos conocer todas las lenguas. Lo demás es otra materia.
Todos sabemos quién es Bob
Borges decía que la lectura debe ser una forma de felicidad. Y que si un libro resultaba tortuoso, era mejor abandonarlo porque no estaba hecho para ese lector, que buscara otro en el infinito de libros que existe, que siempre hay libros escritos para uno. En las conversaciones que suelo tener con un amigo nunca dejan de aparecer los libros (suena arrogante) y siempre llegamos a la conclusión de que hay grandes escritores que terminan siendo amigos; otros grandes, no. Al fin de cuentas, como dice Harold Bloom (sí, el del canon), “leemos no solo porque no podemos conocer la suficiente cantidad de personas, sino porque la amistad es vulnerable”. Y Bob Dylan es de esos que uno llega a conocer con la suficiente profundidad. Uno lo siente un amigo.
¿Qué habría pensado Borges, que ocupa la centralidad de la literatura, acerca del Nobel a Bob Dylan? Justo él que nunca lo recibió y que siempre fue consultado por cómo se sentía de ser el eterno candidato y nunca ganarlo. Justo Borges, que es el escritor de las bibliotecas, ahora que aparecieron aquellos que defienden la palabra escrita. Borges, que también es un amigo. Como Dylan (y cuando uno pronuncia Dylan debe también hacerlo con el de Thomas). ¿Qué habría pensado?
En serio, la pregunta me parece pertinente. En una entrevista, Borges reconoció con cierto pudor, cuando le dieron el Nobel al poeta griego Odysseas Elytis, que no lo había leído. Y si bien Borges no era un lector de contemporáneos (¿fue él quien dijo que no lee a sus amigos para no tener que opinar?), no deja de ser una coincidencia en aquellos que somos lectores leves: los Nobel, casi siempre, lo dejan a uno confundido, fundamentalmente por la ignorancia. Esta vez ocurrió lo contrario: todos sabemos, para aprobarlo o negarlo, quién es Bob Dylan. Y todos, en todas las lenguas, decimos que se merece o no se merece el Nobel.
Los lectores de poesía son pocos. Muy pocos. Son la “inmensa minoría”. De pronto, aparecieron los defensores de una poesía –llamémosla- pura. Y la de Dylan seguramente no lo sea. Valdría la oportunidad para hacer una lectura en serio de Dylan y ver su fuerza poética; sentarse con sus textos, despellejar cada metáfora, medir los ritmos, esas cosas que hacen los que estudian poética. La pregunta que debiera hacerse es ¿qué nos da todo gran escritor? Acaso el poder estético de la palabra; la posibilidad de aprehender el mundo; el descubrimiento de lo diferente. Y eso es algo que Bob Dylan bien pudiera tener. Pero, insisto: que el premio valga para estudiarlo. Al fin de cuentas, sería una relectura. Algo que no siempre nos ocurre con el Nobel.
También hay que ser escépticos con la Academia sueca. No es de las instituciones más confiables. A veces da por pensar que se lo dieron porque no tenían a quién dárselo. O por eso de que es un autopremio, la posibilidad de reinventarse, quedar -cómo no- bien, políticamente correcto. Así da señales de que de ahora en más podría cambiar todo el panorama del Nobel de literatura.
‘A Hard Rain is Going to Fall’
Si uno habla de poesía, hay que tomar en cuenta por lo menos un poema. Quizá uno de los más interesantes de Dylan es ‘A Hard Rain’s A-Gonna Fall’ (Una dura lluvia va a caer). No se trata de hacer una lectura crítica. No es el lugar y no hay el tiempo siquiera, a pesar de que en líneas anteriores se postula que para una opinión seria estaría bueno aproximarse a unos estudios de la poética dylaniana –sospecho que ahora se podrá decir así. Esto es apenas un esbozo, el encuentro azaroso de elementos poéticos, no en sí del contenido sino de cómo va construyendo el sentido en el que la palabra es su propio instrumento musical.
Lo primero que uno ve, con el exiguo conocimiento de inglés, es ya la modificación lingüística del título. La construcción correcta debiera ser ‘A Hard Rain is Going to Fall’. La preposición ‘a’ es lo llamativo. Quizá no lo sea para un anglófono. Lo complejo del inglés es que no se lo escribe como se lo pronuncia. Y es una lengua contractiva: permite el uso recurrente de contracciones y apóstrofes.
Luego tenemos que es un poema que debe estructurarse como canción: el uso de dos estribillos, que no tienen, en este caso, el peso fundamental de la mayoría de canciones. Son dos apareados, apenas: la interrogación inicial del padre al hijo sobre el mundo que transita y el fin que siempre será el aguacero. En medio de ellos, la repetición de una estructura para indicar el dónde estuvo, lo que vio, lo que escuchó, lo que encontró y lo que hará. Es un círculo que se cierra.
“Un poema –dice Octavio Paz en El arco y la lira– es una obra. La poesía se polariza, se congrega y aísla en un producto humano: cuadro, canción, tragedia. Lo poético es poesía en estado amorfo; el poema es creación, poesía erguida (…) el poema no es una forma literaria sino el lugar de encuentro entre la poesía y el hombre. Poema es un organismo verbal que contiene, suscita o emite poesía. Forma y substancia son lo mismo”.
Quizá por ahí esté el camino para seguir entendiendo qué mismo es Bob Dylan, si músico, poeta o la combinación perfectamente posible de los dos. El Nobel, incluso, puede ser lo de menos.
A Hard Rain’s A-Gonna Fall
Oh, where have you been, my blue-eyed son?
And where have you been my darling young one?
I’ve stumbled on the side of twelve misty mountains
I’ve walked and I’ve crawled on six crooked highways
I’ve stepped in the middle of seven sad forests
I’ve been out in front of a dozen dead oceans
I’ve been ten thousand miles in the mouth of a graveyard
And it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard, and it’s a hard
It’s a hard rain’s a-gonna fall.
Oh, what did you see, my blue eyed son?
And what did you see, my darling young one?
I saw a newborn baby with wild wolves all around it
I saw a highway of diamonds with nobody on it
I saw a black branch with blood that kept drippin’
I saw a room full of men with their hammers a-bleedin’
I saw a white ladder all covered with water
I saw ten thousand talkers whose tongues were all broken
I saw guns and sharp swords in the hands of young children
And it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard, and it’s a hard
It’s a hard rain’s a-gonna fall.
And what did you hear, my blue-eyed son?
And what did you hear, my darling young one?
I heard the sound of a thunder that roared out a warnin’
I heard the roar of a wave that could drown the whole world
I heard one hundred drummers whose hands were a-blazin’
I heard ten thousand whisperin’ and nobody listenin’
I heard one person starve, I heard many people laughin’
Heard the song of a poet who died in the gutter
Heard the sound of a clown who cried in the alley
And it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard
And it’s a hard rain’s a-gonna fall.
Oh, what did you meet my blue-eyed son ?
Who did you meet, my darling young one?
I met a young child beside a dead pony
I met a white man who walked a black dog
I met a young woman whose body was burning
I met a young girl, she gave me a rainbow
I met one man who was wounded in love
I met another man who was wounded in hatred
And it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard
And it’s a hard rain’s a-gonna fall.
And what’ll you do now, my blue-eyed son?
And what’ll you do now my darling young one?
I’m a-goin’ back out ‘fore the rain starts a-fallin’
I’ll walk to the depths of the deepest black forest
Where the people are a many and their hands are all empty
Where the pellets of poison are flooding their waters
Where the home in the valley meets the damp dirty prison
And the executioner’s face is always well hidden
Where hunger is ugly, where souls are forgotten
Where black is the color, where none is the number
And I’ll tell and speak it and think it and breathe it
And reflect from the mountain so all souls can see it
And I’ll stand on the ocean until I start sinkin’
But I’ll know my song well before I start singing
And it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard, and it’s a hard
It’s a hard rain’s a-gonna fall.
Santiago Estrella G. nació en Quito el 4 de abril de 1966. Vivió en Nueva York y Buenos Aires. Es periodista deportivo del Grupo El Comercio y editor de Bendito Fútbol www.benditofutbol.com