Por Priscila Mancero Giler / @mancerina
Grotesco y visceral, Lars von Trier una vez más ha entrado en diálogo con la miseria humana en Nymphomaniac. La crudeza de lo real, sello característico del cineasta, aquello que convencionalmente consideramos obsceno y repulsivo. En Nymphomaniac, el director danés muestra solo una parte de lo que abarca la denigración humana y la crisis civilizatoria. Esta es su comedia romántica –diría yo–, un bajativo luego de los potajes que nos ha hecho probar en otras producciones.
Cuando decido ir al cine a ver una película de Lars von Trier sigo al pie de la letra lo que dictaminan las tecnologías del cuerpo y la salud, tomar aire, contenerlo e ir soltándolo de a poco. Es que tengo la certeza de que me veré una vez más enfrentada a imágenes y discursos sobre los miedos y secretos de nuestra especie. Si acepto sentarme frente a una gran pantalla que vomitará sobre mí un lodazal de acciones humanas que me embargan de vergüenza propia y ajena, es por elección.
Completamente fuera de los cánones postulados por Lars von Trier y Thomas Vintemberg en Dogma 95, el movimiento que ambos fundaron, Nymphomaniac es una película de alta producción y un nada modesto reparto actoral. A diferencia de las películas de la segunda mitad de los años noventas –después de todo ya han transcurrido veinte años de la fundación de Dogma 95 y diez de su disolución-, Nymphomaniac despliega un trabajo pulcro en cuanto a su plástica, al color o a la banda sonora, aunque discursivamente quedan vacíos, espacios en blanco que cada espectador sabrá si llenar o no.
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Joe, la ninfómana, insiste en definirse a sí misma como una persona sin moral y egoísta. Seligman, su interlocutor a lo largo de la historia y algo así como “la voz de su conciencia”, racionaliza convulsivamente todo el relato de la mujer con la intención de justificar todos y cada uno de sus actos desde la biología, la psicología, la música, la filosofía y la religión, como haciendo encajar las conductas humanas en los designios del lenguaje y en el imperio de la razón.
El relato de Joe, gráfico y casi siempre lineal, se remonta a todas las etapas de su vida. El descubrimiento de su sexualidad ocurre en su niñez, cuando sobresale la amplia conciencia que tiene respecto del sexo y del placer. El suyo es un placer altamente erotizado. La presencia en su vida de su amiga B es un pilar para la exploración de la sexualidad de ambas, exploración que las acompaña hasta la adolescencia, cuando el sexo se vuelve un juego, una escuela con reglas y normas establecidas por ellas mismas.
En adelante, su vida girará en torno a la acumulación de experiencias sexuales, cada vez más intrépidas y desafiantes. La película es un recorrido por todas las vivencias de Joe que establecen una clara manera heteronormada de vivir la sexualidad. Nymphomaniac es la historia de una mujer cada vez más adicta al sexo… ¿con varones? ¿Cuál es el papel que juega el género en el terreno de las adicciones de carácter sexual? ¿Se anula el género? ¿Importa, varía o qué es lo que pasa con él?
Lars nos demuestra la capacidad de depredación de la especie humana que aniquila a sus congéneres cuando de alcanzar objetivos particulares se trata. Hablo del placer sexual per se, no por aceptación ni por soledad ni por amor sino del placer por el placer. Todo lo que quiere Joe es coleccionar amantes, vivencias sexuales, orgasmos, ir armando un entramado de situaciones que la conduzcan hacia la obtención de placer meramente sexual. Vemos a una joven lo suficientemente segura de su poder de seducción y manipulación. Su tarea se le da cada vez más fácil gracias a la escasa resistencia que oponen sus objetos de placer. Es así como ella percibe a estos hombres distribuidos en tres tipos de amantes en medio de un número indefinido de parejas sexuales ocasionales. Promiscuidad sí, sentimentalismos no. Al menos no con cualquiera. Solo con el tipo de hombre del que se enamora. Sí, contra todo pronóstico, Lars von Trier ha incluido en nuestra ninfómana uno de los sentimientos más estereotipados y sobrevalorados del cine (y la vida): el amor romántico. No me lo esperaba, pero celebro la sorpresa.
Nymphomaniac tomo uno y tomo dos, ambos distribuidos ordenadamente en cinco y tres capítulos, respectivamente, nos va revelando a una depravada Joe que cada vez está sexualmente menos satisfecha. Familia nuclear en crisis, rompimiento de relaciones serias por su causa, coincidencias místicas que la arrastran hacia el amor romántico, cobro de chantajes, deslealtades y la conciencia completamente lúcida. A Joe no le importa casi nada, salvo el vínculo con su padre, por quien siente la mayor inclinación.
La protagonista es más consciente que nunca de su ninfomanía cuando entra en contacto con Seligman. Joe empieza a hilar textualmente su vida en cuanto al sexo la noche en que narra toda su historia frente a este hombre desconocido que la ha acogido en su hogar. Su sentimiento de culpa radica en la búsqueda del placer considerando las consecuencias nefastas que pueden resultar. Al mismo tiempo, el placer es la justificación para todo el daño infligido y autoinfligido. Joe se condena a sí misma pero no se arrepiente.
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Pero, ¿qué hay de Seligman? (Sugiero ver ambos volúmenes de esta película para encontrar por fin un personaje de puño y letra de Lars von Trier). Un morboso, un voyeur versión audio, un aprovechado. Demasiado atento al relato, la figura de este afable hombre de sentimientos neutrales, del que no me fié en toda la historia, es desconcertante. Es la voz de la conciencia, de acuerdo, pero más del tipo condescendiente que evalúa a Joe y, en lugar de juzgarla, ayuda a interpretar sus acciones; es su guía hacia el entendimiento de sus actos y sentimientos. Esta continua interpretación de los hechos por parte de Seligman puede ser agotadora. Seligman nos pone a pensar en la pornografía, en cómo la vivimos, la imaginamos o la recreamos. Nymphomaniac excita como la pornografía y tiene el plus de la perturbación –característica del cine de Lars von Trier.
Sexo explícito, diversidad de amantes (no siempre representados con hombres estéticamente favorecidos de acuerdo con los convencionalismos del cine más hegemónico), variedad de escenarios y de circunstancias, desnudez femenina y masculina, genitales en todas las formas imaginables… Nymphomaniac es como una pequeña enciclopedia del sexo: coito vaginal y anal, sexo oral, dolor, sadomasoquismo, profesionales del sexo… Mientras en el primer volumen la película muestra encuentros sexuales más primarios, por así decirlo, ya para el segundo esta mujer encuentra satisfacción con dificultad. Tras vivir las maneras más básicas de copular, emprende la búsqueda de prácticas alternativas y paga por ello.
Nymphomaniac podría considerarse una película ciertamente perturbadora en cuanto a imágenes y a trama. Pero necesito detenerme más en Seligman, un hombre solitario, melómano, pensador y hasta medio humanista. La llegada de Joe a su vida es tal vez la aventura más grande en mucho tiempo para alguien tan solitario y reflexivo. De no ser por esta mujer, su inexplorado aspecto disoluto parecería permanecer en el letargo de una vida consagrada a la mera y pasiva contemplación del mundo. Llega Joe y la mente científica y racional de Seligman se pierde en un universo de imágenes y situaciones tan ajenas a él. La sorpresa no está en la ninfómana sino en su oyente, en este sujeto con sed mórbida por conocer hasta el más ínfimo detalle de un acto sexual. Y aún más, con la necesidad de descubrir qué esconde cada acto, qué aspectos humanos inhóspitos operan detrás de las acciones. Seligman está obsesionado con la condición humana y Joe es la clave para ayudarlo a postular sus interpretaciones al respecto. Seligman es un ser humano a carta cabal; atento al movimiento de su interlocutora, sutil, un artista de la paciencia, es un animal al acecho. Joe se deshace en descripciones que Seligman sigue, entabla empatía y complicidad y ella baja la guardia y se entrega sin intereses.
Pero Nymphomaniac cobra sentido como película de Lars von Trier y no de otro director cuando Seligman intenta aprovecharse de la vulnerabilidad de Joe, cuando no sólo por morbo decide atender al relato de ella sino porque algún beneficio puede resultar de retenerla a su lado contándole su vida. Seligman encarna la figura de la humanidad civilizada en todo su esplendor. Lars von Trier no pierde la costumbre de restregarnos en la cara nuestra condición humana.
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Ahora, volvamos a Joe. Mientras va reconstruyendo su trayectoria sexual hallamos a una mujer consecuente con sus pasiones y sincera con sus sentimientos. A Joe poco le importa quedarse sola en el mundo, sin padres, sin pareja, sin hijo. Su vida empieza y termina en el cada vez más desmesurado placer sexual, algo que, ya para su adultez, tal vez no tiene tanto que ver con el sexo como con el sentido de la vida.
Nymphomaniac induce a reflexionar sobre la culpa cristiana. Cada historia narrada por Joe y escuchada e interpretada por Seligman es un corte en el relato, quiebres que abren la discusión sobre lo que “no está bien” y sobre qué se puede sentir luego de haber cometido un acto “impropio”. Joe persiste en incriminarse a sí misma por los infortunios de los que ha sido objeto. No es que Joe se sienta culplable, es que sus acciones sugieren algún tipo de mala conciencia.
Nymphomaniac es como un paréntesis en el que Lars von Trier tal vez quiere probar al pornógrafo que habita en él, o tal vez es algo más sencillo, probar de nuevo que nuestros sentidos de solidaridad, amor o hermandad se atrofian cuando perseguimos un fin concreto. Es preciso arrebatarlo con o sin consentimiento de quien posee eso que deseamos, llámese sexo, dinero, poder o amor. Lo primordial es conseguir lo deseado al margen del sufrimiento.
Priscila Mancero Giler (Ecuador, 1983) compone diarios de viaje, autorretratos fotográficos y frases personales aplicadas a la vida cotidiana. Tiene fijación con el sentido estético de las cosas y una hija del año de la cabra.