“Si me tienes será
solo un instante,
porque si he de ser instrumento
no lo he de ser de ti
sino del gran grito
del Hombre Nuevo,
en el que estarán
los que en el ser humano creen.”
Juan Carlos Acosta Coloma. Fragmento del poema Teniéndote tan cerca.
Por Julia Ortega / @ortegajulia
Panamá es el nombre escogido por el cineasta ecuatoriano Javier Izquierdo para su tercera película de ficción que se estrenó en salas de cine en enero de 2020. Como largometraje ecuatoriano, Panamá también estuvo en la Bienal de Arte de Oslo 2019 (Oslo Biennalen 2019) en la que participaron los artistas plásticos Adrián Balseca y Belén Santillán; en el Festival Latinoamericano de Cine de Quito, en junio de 2019 y en noviembre de 2019, en la 34 edición del Festival de Cine Latinoamericano de Trieste, en la que fue presentada entre los cuatro eventos especiales del prestigioso encuentro italiano.
La película, que dura 80 minutos, es un encuentro fortuito entre dos amigos ecuatorianos en un cine de la ciudad de Panamá, 9 años más tarde de su graduación de colegio.
Si no fuera por la decisión del director de acudir al lenguaje escrito a través de la transcripción del poema Consejo a mí mismo, con el que la inicia, el espectador no sabría que uno de los dos personajes está inspirado en Juan Carlos Acosta Coloma, militante del grupo subversivo Alfaro Vive Carajo (AVC), quien murió el 29 de agosto de 1985, a los 27 años.
Su apresamiento, tortura y muerte sucedieron tres días antes del operativo de rescate en el que fueron asesinados el banquero Nahím Isaías Barquet (secuestrado por AVC el 7 de agosto de 1985), y los cuatro guerrilleros que en ese momento estaban con él, el 2 de septiembre de ese mismo año. La operación fue dirigida por el entonces presidente León Febres Cordero. (Ver Informe Comisión de la Verdad, parte 3, página 90)
En la boletería del cine Ocho y Medio, en Quito, la pareja a la que le tocaba el turno de la compra preguntó a la vendedora de entradas de qué trata Panamá. Ella, gentil, les hizo leer la sinopsis: “Son los años ochenta y en la ciudad de Panamá…”. La pareja se consultó mutuamente y él respondió: “Queremos una película que no nos lleve al pasado, sino que nos proyecte al futuro”. ¿Qué idea se hizo en sus cabezas aquella pareja? Quizá la de Panamá asociada a uno de los souvenirs ecuatorianos de mayor calidad, que es el sombrero de paja toquilla de Montecristi, llamado mundialmente Panama hat, porque de haber pensado que era un documental sobre el exilio del expresidente Abdalá Bucaram, hace veinte años, quizá no lo habrían siquiera consultado.
En la mente de ellos dos como espectadores, Panamá también pudo ser el lugar donde el dinero tiene ruta libre, donde lo financiero adopta mil y un formas y no da mayor explicación. Pudo ser, simplemente, el país que dio nombre a la filtración de información más importante de los últimos años: los Panama papers, con todo y la impunidad ante semejante revelación acerca de la corrupción sistemática en el manejo de los capitales en el mundo entero. Es que la pareja aquella tampoco aclaró sus dudas mirando el afiche promocional del filme, en el que se muestra un cenicero y un cigarrillo que está a medio apagar, y del que aún sale humo. Ese humo que según la OPS tiene más de siete mil sustancias químicas, sesenta y nueve de las cuales son carcinógenas, otras gases venenosos y algunas metales tóxicos.
El cigarrillo es un símbolo de relacionamiento y de soledad, de intelectualidad e irreverencia, de sueños, y cada día más de la trilce muerte bohemia a la que aluden las palabras de Atahualpa Yupanqui: ¨… un día te han de culpar, cuando al corazón cansado se le duerma su compás¨.
De cualquier modo, la pareja aquella perdió la oportunidad de ver en blanco y negro, y de escuchar a duo tono, a Jorge Fegan y a Diego Coral (José Luis y Esteban), dos hombres de la leva del 58, mantener una conversación sobre las convicciones de una época en la que el humanismo de izquierda aspiraba a la formación del “hombre nuevo”, pensamiento que de alguna manera se plasma en las expresiones de José Luis. El otro, Esteban, en cambio, trabaja al servicio de su suegro banquero, es un hombre que defiende el sistema, que actúa dentro de él y que no lo cuestiona, que ve en la desigualdad algo normal y en el asenso social una meta.
Así, tal cual suena, el “hombre nuevo”. Ese hombre que creía en el ser humano, el que estudiaba y leía el materialismo histórico, el que otorgaba un rol fundamental a la ética individual, el que buscaba una sociedad justa, igualitaria y digna, y que pensaba que aquel ser humano nuevo iba a poder construirla y mantenerla.
El hombre nuevo estaba inspirado en Ernesto Guevara de la Serna, el médico-guerrillero argentino que fue símbolo de la patria y de la muerte. Ese luchador que cayó en combate a los 39 años de edad en una celada hecha por el ejército en Bolivia, luego de apoyar y triunfar en las luchas que lograron la liberación de Cuba de la dictadura de Fulgencio Batista, en 1959.
Luego de confirmar el asesinato del Che Guevara, Fidel Castro Ruz, ya presidente de Cuba, declaró el 8 de octubre, día de su muerte, el día del Guerrillero Heroico. En la velada solemne de homenaje, en La Habana, en una Plaza de la Revolución repleta, el 18 de octubre de 1967, Fidel Castro hizo un discurso que duró una hora veinte minutos, en el que exalta las cualidades del Che. “Su ejemplo servirá para que del seno de los pueblos surjan hombres parecidos a él”, dijo ese día Fidel Castro, a los 29 minutos del discurso.
Con ello marcó lo que sería el anhelo del surgimiento, del nacimiento del hombre nuevo y del intento de construir un sistema en el que ese nuevo hombre tenga cabida, pueda crecer, pueda vivir dignamente.
El indiscutible liderazgo de Fidel Castro en su momento regó esa influencia por América Latina y es ese el influjo el que sin duda marcó a la generación de los AVC: la de Juan Carlos Acosta, Arturo Jarrín, Consuelo Benavides y muchos otros.
Panamá también pudo ser el lugar en el que un giro del destino le permitía a Arturo Jarrín, en el 86, irse a Libia, pero fue el lugar que lo regresó a su Ecuador para ser abatido en una ejecución extrajudicial. (Ver Informe Comisión de la Verdad, parte 3, página 355)
Quizá la palabra Panamá, luego de esta película, se abra a un nuevo significado, que parecería estar presente en el inconsciente de las personas de cultura política signada por lo que se llamó alguna vez la izquierda, pero que no había sido verbalizada hasta hoy.
Quizá la palabra se abra a ese significado poético que surge de ver a un país pequeño en el mapa con ojos románticos y revolucionarios; esa frágil y delgada cintura de América Latina, o ese canal que se cobró muchas vidas antes de ser propiedad de su gente, ese centro del mundo desde el que era posible salvar vidas tomando un avión hacia cualquiera de los cuatro puntos cardinales.
Para muchos, el significado de Panamá, a partir de esta película, será ese lugar donde la amistad, la diferencia, la esperanza, la vida y la muerte toman un giro. Ese lugar en el que dos amigos conversan sobre su filosofía de vida, sobre las mujeres, sobre las conveniencias, sobre el pueblo salasaca, sobre los ricos, sobre la banca. El lugar donde los dos amigos se reconocen, se diferencian, se descubren y fracasan en su intento de ayudarse.
Pero también Panamá será lo que el espectador sale a indagar después de verla. La muerte de Juan Carlos Acosta, sus poemas, la ejecución de los cuatro guerrilleros que tenían secuestrado al banquero Nahím Isaías: Gloria María Mendoza, Germán Centeno, Mario López, Fernando Rojas y él. La ejecución de Arturo Jarrín, su espectacular huida a través de un túnel de 300 metros, la muerte de Ricardo Merino, la vida de Juan Cuvi, de Rosa Rodríguez, la de la familia Cajas o la de María Clara Eguiguren y muchos casos más, pues una de las virtudes de la película es no mostrar lo que el espectador pensaría ver.
En los Versos Sencillos, hechos canción por Pablo Milanés y difundidos en 1982, José Martí pide:
“Yo quiero cuando me muera,
sin patria, pero sin amo,
poner en mi tumba
un ramo de flores y una bandera.
No me pongan en lo oscuro,
a morir como un traidor,
yo soy bueno y como bueno,
moriré de cara al sol.”
No asistí al entierro de Juan Carlos Acosta. No sé si hubo flores y bandera, pero sin duda su muerte, a partir de Panamá, será vista como la de un hombre bueno y también podrá ser vista como la muerte del ideal del hombre nuevo.
Finalmente, a mis ojos, la película supone un gran homenaje a los hombres y mujeres de esa generación humanista que buscó inútilmente, unos a través de la violencia y otros a través de la lucha pacífica, crear un ser nuevo, aspiración que no se pudo cumplir. A partir de la Panamá de los hermanos Izquierdo, al menos se podrá consumar el sueño de morir de cara al sol.