Por Fauto Rivera Yánez / @filipo22
El video enfoca a un perro que está sentado estoicamente tras las rejas de su casa, rodeado por una frondosa vegetación que lo protege. Estático pero solemne, el perro mira con atención un horizonte que la cámara no nos deja ver. El viento sacude las plantas y hay gente que transita cerca del perro, pero él no pierde su firme posición y su mirada atenta, como si nos demandara tener una determinada postura ante lo que está aconteciendo. Él sabe lo que es vital, importante. Fuera de cuadro, a lo lejos, lo que sucede son las manifestaciones que Chile y simultáneamente diversos países de América Latina vivieron en 2019, producto del descontento social frente a medidas gubernamentales que precarizan la vida. El video fue grabado en la ciudad chilena de Valdivia y forma parte del conjunto de obras que el artista cuencano Patricio Palomeque reunió en la muestra Ficcionarios, expuesta en la galería quiteña Más Arte, justo cuando empezaba la cuarentena por el COVID-19 y el silencio en la ciudad dejaba de provocar tranquilidad para acentuar la incertidumbre.
Esta obra ubica a Palomeque entre esos singulares artistas que, tal como lo hacía Georges Perec (uno de sus escritores favoritos), registra “lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes”. O como proponía otra genial autora francesa, Colette, “escoger, registrar lo que fue sobresaliente, retener lo insólito, eliminar lo trivial, no es cosa mía, puesto que en general lo que me vivifica y tonifica es lo corriente”. ¿Pero qué sería lo corriente y qué dimensiones políticas adquiere eso en la obra de Palomeque? ¿Qué nos puede sugerir una funda de basura industrial o una caja de cartón sobre lo que nos acontece como comunidad e individuos? En Ficcionarios, lo que pasa desapercibido es doblemente significativo en el aparato social y en el entorno afectivo del artista, porque allí se condensa un discurso crítico de la realidad que no es denuncia sino una suerte de reflexión contemplativa.
Al lado del video del majestuosos perro se ubica una pequeña caja de cartón que anteriormente contenía guantes de nitrilo y provenía de Malasia. Ahora, dentro de ella, entre cuatro paredes pintadas de negro que emulan un encierro, se observa una serie de paisajes proyectados en un espejo. La caja, como si fuera un receptáculo de la memoria, contiene paisajes exteriores que se van repitiendo ininterrumpidamente. Hierba, hamacas meciéndose en el filo de la playa, mar bravo o un balcón con una bandera de Chile intervenida con un signo de dólar forman parte de algunas de esas secuencias que se reproducen dentro de la caja. La memoria va almacenando acontecimientos triviales o socialmente significativos que, al final, terminan mezclándose y construyendo un relato ambiguo de nuestra existencia. Así, en uno de los tramos de esos paisajes se logra avizorar un insólito horizonte de niebla que, de repente, es violentamente interrumpido por una valla vacía que antes contenía propaganda del gobierno de Rafael Correa. Una profanación en el paisaje, en la memoria. Palomeque logra construir un vínculo emocional entre un artefacto industrial (una caja de guantes) y una memoria individual, resignificando la potencia afectiva que pueden tener los objetos seriados.
En esta línea, el artista exhibe un video en loop de una funda de basura industrial que gravita sobre una calle del Centro Histórico de Cuenca. La funda negra, hinchada de aire y filmada en blanco y negro, acentuando así un paisaje desolador, se mueve, sin embargo, tranquilamente de un lado a otro. ¿Qué pasa cuando no pasa nada? La obra se llama Funda Negra y en ella está contenido aire enrarecido producto del gas pimienta que la policía ecuatoriana usó para disuadir a los protestantes de octubre de 2019. El aire, cuenta Palomeque, “intenta ser condensado valiéndose de un ventilador en una funda de desechos químicos, como un acto simbólico de limpieza y rechazo del nuevo paquete de medidas anunciadas por el gobierno (de Lenin Moreno)”. La obra está acompañada de una impresión UV de la funda negra sobre un frío latón que provoca una reminiscencia a los escudos policiales y hace un guiño a la icónica obra de Duchamp, 50 cc of Paris Air, que consiste en una ampolla de vidrio en la cual se contenía el aire de París en el marco de una inacabada primera guerra mundial, y que el artista francés regaló a su amigo Walter Arensberg.
Como contrapunto de los videos, la propuesta plástica de Palomeque son trabajos colaborativos con otro artista cuencano, Jhonatan Mosquera, quien ha consolidado una marca personal en su ciudad mediante el grafiti, empleando simbologías comerciales y de uso cotidiano (fundas de basura, borradores, balanzas o papeles higiénicos) que apelan a universos tan íntimos como políticos. Los cuadros que Palomeque presenta son pinturas ensombrecidas, hechas a partir de fotografías nocturnas del colegio César Dávila Andrade, que lleva el nombre del poeta fundamental en la trayectoria de Patricio. Los cuadros exponen un paisaje sobrecogedor de Cuenca que se ve alterado por dibujos hechos por Mosquera en el centro de la pintura, como un borrador Pelikan que por sus colores rememora a las banderas de Estados Unidos y China, pero también activa una memoria escolar, infantil. Dicho objeto de producción masiva y uso utilitario se conecta con un recuerdo individual, primario, acaso tierno o violento. En otro cuadro aparece una báscula colgante sobre Cuenca, como si estuviera pesando una ciudad que no se deja asir.
En su interés por trabajar con símbolos comerciales o lenguajes publicitarios, Palomeque propone la pieza Todas las palabras, un irónico trabajo hecho con palitos de helados pintados con los colores primarios que se suelen usar en los grafitis, pero que, sin embargo, están tan presentes en nuestro entorno diario a través de marcas y logos que han jerarquizado dichas cromáticas, imponiendo maneras de ver y de sentir. Otra vez: un objeto seriado como un palito de helado, y a la vez sensible porque evoca una determinada infancia, contiene un comentario crítico sobre colores y palabras que nada tienen de inocentes.
Piezas que destacan por su manejo técnico y su conmovedora narrativa son Las grandes gestas o Tentativas para agotar un lugar. En la primera, Palomeque construye un diminuto clavadista —hecho con alambre— que está a punto de lanzarse hacia una pantalla por la que transcurren dos corrientes del río Guayas, una más acelerada y otra más calmada: una naturaleza y un sujeto contingentes, indefinidos. En la segunda, otro personaje fabricado a su vez con alambre cruza un puente que, quizá, conduce al mismo lugar. Lo que aquí importa es el desplazamiento, la posibilidad de un camino, de otra mirada. Ambos personajes —que bien podrían ser los viandantes que se asoman nerviosos en los libros de Perec— están sostenidos por imanes pequeños que apenas se ven: la consistencia de la fragilidad. En Instrucciones de uso, en cambio, el artista despliega una caja trabajada en hierro, imán y latón que devela imágenes en blanco y negro de puentes endebles sobre los que ya no transcurre nadie ni nada. Son puentes fallidos, alegorías de una idea de progreso que nunca llegó a consolidarse por ser arbitraria, violenta.
Esta muestra de Palomeque propone sutiles y a la vez enérgicos encuentros entre la literatura, la política y la intimidad. Ficcionarios contiene piezas que apelan al doble sentido, a la fragilidad de la modernidad, al trabajo colaborativo o a las posibilidades expandidas de la técnica artística. Palomeque expone un mundo que se revela más luminoso mientras se va apagando. Es como si el artista nos dijera, despacio al oído: en la oscuridad nos reconocemos mejor, cuando estamos más aislados habrá una mayor identificación con el otro.