Por Mayuri Castro / @mayestefi
Pedro Bonfim Salgado, de 28 años, es el vocalista de la banda quiteña de pop rock Lolabúm, creada en 2014, y ahora lleva adelante su proyecto solista como San Pedro Bonfim.
En 2024, Pedro emigró a Bogotá, Colombia, para grabar Corazón de guagua, gracias a la invitación del productor Santiago Navas.
El álbum contiene 10 canciones, una de ellas es De terciopelo negro, una musicalización del poema Si tú me olvidas, del compositor riobambeño Jorge Araujo Chiriboga, escrito en 1938.
En esta producción participan músicos colombianos como Gabriela Ponce, en el clarinete; Andrés Guerrero, en el pandeiro; José Díaz, en el saxofón; Daniel Ocampo, en el bajo, y Jeison Perilla, en percusión y coros. “He podido tocarlo un par de veces en Quito, pero también quisiera tocarlo en otros lugares de Ecuador”, dice Pedro.
La revista Rolling Stone reconoció a su tema homónimo Corazón de guagua –con el que arranca el álbum– entre las 25 mejores canciones en español de 2024. En la lista aparecen artistas como Kali Uchis, Shakira, Peso Pluma, Karol G, Esteman o Rawayana.
El próximo 18 de enero, Pedro debutará con Corazón de guagua en la quinta edición del festival Uva Robot, en Chile, y hará una gira por varios escenarios del Cono Sur.
Tu carrera musical comenzó con Lolabúm, y ahora continúa como San Pedro Bonfim. ¿Cómo resumes tu camino artístico?
Bueno, ha sido de prueba y error. Se ha ido desarrollando orgánicamente, porque tampoco tenemos grandes conocimientos sobre la industria. Más bien todo ha sido ir descubriendo sobre la marcha: cómo grabar un disco y cómo hacer que las cosas sean sostenibles. Todos esos descubrimientos se han dado porque necesitamos subsistir, básicamente. No tanto por una ambición de crecer y volvernos gigantes –o yo volverme gigante–, sino que a mí me encanta hacer música y gracias a todo este esfuerzo ahora este es mi trabajo. A través de esa búsqueda hemos ido desarrollando toda la parte de negocios o de la industria. Lo bueno es que también hemos logrado mantener la independencia en todo sentido para poder decir y hacer la música que queramos.
¿Cómo describes las condiciones para ser artista en Ecuador?
Pésimas. Es como si estuviera todo diseñado para que nada se pueda desarrollar. Hay un montón de permisos que uno tiene que sacar para cosas tan básicas como dar un concierto, y no digo que no haya que hacer lo legal, pero hay muchas trabas (…). Si nosotros hemos logrado hacer algo y trabajar en esto es en gran medida porque tuvimos el apoyo de una disquera de Guayaquil –que se llama Poli Music. En Ecuador, para poder trabajar como artista, necesitas padres ricos o contactos dentro de la industria o el apoyo de una disquera (…). Todo está hecho para que uno no pueda desarrollarse, porque los recursos uno los consigue a través de los conciertos y hacer conciertos es muy difícil por las condiciones técnicas, porque es muy caro. Entonces, si resulta caro para alguien posicionado como nosotros, para alguien que está arrancando es aún más difícil. Eso sumado a la inestabilidad política, que es la cerecita del pastel. Nos pasó varias veces que armábamos giras, trabajando por lo menos seis meses (…), y de un día al otro se cancela todo y no poder reclamarle a nadie. Simplemente ya perdiste todo ese trabajo y perdiste todos los posibles recursos con los que contabas. Además, a nosotros ahora nos toman en serio, pero es muy difícil que como joven te tomen en serio, porque la gente que maneja esos recursos no siento que esté buscando música. Lo mismo pasa en las radios, es muy raro que un locutor o locutora de radio esté activamente buscando música. Todo eso precariza mucho más al sector.
¿Consideras que en Ecuador hay una industria musical?
Sí. Yo opto por decir que sí para pensar en otro tipo de industria, porque cuando la gente dice que [en Ecuador] no hay industria muchas veces es como una manera de proponer una industria con un modelo más transnacional, de grandes disqueras, de industrias sobredimensionadas. Yo creo que, como somos un país tan racista y tan clasista, nunca regresamos a ver a las industrias que sí funcionan, por ejemplo, la de la tecnocumbia, que se construyó en gran medida por la piratería, por el desarrollo de sus artistas desde lugares más ‘artesanales’, y se ha convertido en una gran industria que responde a una lógica muy diferente a la de Sony o a la de las grandes disqueras. Eso es algo que tenemos al lado y nunca regresamos a verlo para entender cómo funcionan y cómo subsisten, sino que estamos desesperados por entender cómo es la estrategia de artistas mainstream con presupuestos que en Ecuador ni siquiera podemos alcanzar a acariciar. Yo creo que en Ecuador sí hay una industria, muy precaria y muy emergente, pero la hay. Decir que no la hay es desmerecer el trabajo de muchísima gente. Creo que no debe ser la industria copiada y pegada de las grandes disqueras. Si es que Taylor Swift se queja de la industria musical gringa y de las grandes disqueras, ¿por qué nosotros estamos desesperados por conseguir esos espacios, si nunca vamos a generar ese tipo de plata? Yo creo que sí hay industria. No es la óptima, pero tenemos que construir nuestra propia industria, no intentar replicar modelos que sabemos que no nos van a servir.
¿Qué tiene Colombia que no ofrece Ecuador para los artistas?
Espacios para tocar, básicamente. En Colombia me di cuenta muy rápido de que los músicos son peor pagados que en Ecuador, ganan significativamente menos por concierto. Pero pueden tocar tres o cuatro veces a la semana. Yo, que toco música inédita, propia, toco todas las semanas y eso me mantiene en constante movimiento y me ha hecho mejorar como músico. Gano un poco menos, pero como estoy tocando mucho más, he logrado una estabilidad mayor que la que tendría en Ecuador, porque en Ecuador, el promedio que yo estaba logrando hacer era de una tocada al mes, y eso porque me va bien. El simple hecho de tocar mucho más y por tanto estar expuesto a mucha más música es muy chévere de Bogotá. Hay muchas cosas gratuitas, públicas, también hay un público más formado, más atento, de pronto es menos expresivo que el ecuatoriano, pero es más atento y es más profundo y eso también me parece interesante. Además, alrededor mío todo el mundo está creciendo y eso es muy estimulante también. En Ecuador puede ser frustrante ver que nadie acaba de estar bien. Yo en Colombia estoy en un circuito en el que todo el mundo está sacando discos, grabando, haciendo lanzamientos. En Ecuador es muy desmotivante que todo el mundo esté más bien frustrado y [se sienta] con la batalla perdida. Y Colombia no es perfecto. O sea, sigue siendo un circuito muy precario, con muchos problemas, pero hay un ritmo que a mí me parece muy estimulante.
¿Cuál crees que es la función del arte –en tu caso de la música– en estos tiempos de crisis política, social, económica, y con el recrudecimiento de la violencia que se vive en Ecuador y en América Latina?
Yo me he hecho esa pregunta por muchos años, porque el problema es que la música no está aislada. Uno como músico hace muchos otros trabajos por fuera de la música para poder hacer música. Yo tengo que hacer mucha promoción, tengo que saber de comunicación, tengo que conocer la parte de negocios y desarrollarla. Eso me hace estar muy expuesto en redes y ese es uno de mis grandes conflictos. Yo soy de una generación que sí creció con eso, pero conforme voy viendo la violencia, la inestabilidad, me siento siempre muy extraño saliendo en estos momentos. En este momento, en Ecuador, con todo lo que está pasando con la Vicepresidenta, con el Presidente y con la campaña, con los niños de las Malvinas, el 8 de enero fue un aniversario más de la desaparición de los hermanos Restrepo… salir a decir: ‘Caigan a mi concierto’ es muy difícil, porque se va a sentir insensible, ególatra. Uno tiene que suavizar lo que dice visibilizando lo otro, y eso viene acompañado de un montón de respuestas agresivas. Yo estoy en ese conflicto, intentando entender cómo hacerlo más allá de simplemente hacer música o ‘arte politizado’. El arte es parte de un contexto. Para mí es muy difícil consumir arte local que parece que no tuviera contexto. Eso es lo que a mí me frustra y me entristece, porque es como si fuera música de ningún país, de ningún lugar. Hay que ver la capacidad que tienen el arte y la música de cambiar imaginarios e implantar ideas muy poderosas de maneras muy creativas, muy chéveres. Yo siento que el arte sí es una herramienta política que puede cambiar el pensamiento y que puede cambiar –así suene cliché– a la sociedad. Al final, crea cabezas más críticas que pueden ver más allá de lo que está ahí al frente, entonces se vuelve una herramienta política –y por tanto peligrosa– porque genera públicos más difíciles de convencer. Eso también se ve a través de qué proyectos sí se financian y cuáles no, cuáles sí suenan en la radio y cuáles no.
¿Cuál crees que es el papel actual de los artistas como sujetos con poder de influir en la opinión pública?
Creo que como el de cualquier persona (…). Hay una imagen que acude a mí con mucha frecuencia: si todos estamos viendo la misma injusticia, pero uno de nosotros tiene un micrófono, esa persona del micrófono debería decir algo, porque más gente lo va a escuchar. Para mí es muy ofensivo no decir nada. Me resulta muy desconsiderado no tener la capacidad de ver que todo esto también nos afecta. A veces parece que tanto desde el público como desde los artistas estuviéramos aislados. Las políticas públicas nos afectan directamente porque este no es un trabajo convencional en ningún sentido. Entonces, los artistas –como cualquier persona con visibilidad– deberían hablar de esto. Ni siquiera creo en eso de pronunciarse por pronunciarse (…), creo que es importante que los artistas hagamos obvio que pertenecemos a un contexto y no quedarnos en esta burbujita superchévere y estética. ¡Yo detesto eso! Los artistas debemos decir las cosas, y si es que estamos en una plataforma debemos decir algo. Sé que no estamos en la obligación, pero me parecería un insulto no hacerlo.
¿Qué crees que debería hacer el Estado ecuatoriano para que los artistas impulsen sus carreras?
Para comenzar, quitar todas las trabas. No es qué más se puede hacer para comenzar, sino qué menos, porque hay demasiadas trabas. La cuestión de los permisos es superevidente. Por ejemplo, una boda se puede ir hasta las 4 o 5 de la mañana y no pasa nada, aunque sea solo gente borrachísima, versus un concierto para 100 o 150 personas que están activando la economía de la ciudad. Pero ahí siempre están los policías y hay muchos prejuicios sobre el rock, por ejemplo. Y yo estoy hablando solo sobre Quito. Si esta es la situación en la capital o en Guayaquil, que son las grandes ciudades de Ecuador, ¿cómo podemos siquiera comenzar a pensar en desarrollar algo en ciudades más pequeñas si ni siquiera se tiene los espacios? Cuando he ido a tocar en lugares muy pequeños de Ecuador, he visto que la gente hace eso porque le parece importante que en su ciudad existan actividades culturales. Creo que lo que entienden los municipios por cultura es entretenimiento. Entonces, gastan unos presupuestazos absurdos para traer artistas. Claro, la gente va a bailar y va a estar contenta, aunque al final todo eso tiene un fin político, pero quien realmente está haciendo cultura en las calles suele ser gente sin un centavo, sin nada de presupuesto. También las casas de la Cultura, los núcleos provinciales, están ahí, están construidos, pero están abandonados. Para comenzar, el Estado debería garantizar una agenda, por lo menos, de fines de semana. Al menos en todas las cabezas de provincia que la gente sepa que va a tener una actividad, que va a poder consumir y que sepa que va a poder asistir. Eso hace que se vayan construyendo públicos y escenas. También creo que tiene que ir más allá de las becas (…) A mí me parece chévere que nos suelten presupuesto para que hagamos proyectos, pero debe haber algo mucho más sostenido que permita que, por ejemplo, si un artista nacional toca [en un bar], de alguna manera pueda darle algún beneficio a ese lugar, que todo sea conectado para que sea un dínamo de la cultura. Al final, lo que necesita la gente es trabajar y eso es lo que menos pueden hacer ahora. Uno siente como si estuviera cometiendo un acto delictivo para simplemente comenzar a trabajar. Si traen artistas internacionales alguien local tiene que ser telonero. Eso es algo que en Colombia está superinstaurado, pero en Ecuador contratan a un DJ que ponga cualquier música, porque pagarle a un DJ cuesta menos que pagarle a una banda (…). Las leyes están pensadas para un contexto que ya no existe más en el Ecuador.
¿Qué pasa cuándo el Estado ecuatoriano otorga fondos a los artistas?
Me parece excelente y si se pudiera entregar más, sería mejor para todo el mundo. Lo que me preocupa de esos incentivos es que son como una inyección de adrenalina y ya. El artista puede sacar su disco, puede grabarlo, puede hacer su primer EP, pero lo saca a un lugar en el que no hay espacio. Entonces, justo esa gente que ha recibido ese financiamiento del Estado no tiene donde tocar, no tiene donde lanzar esa música que hizo. Puede tocar en Guayaquil, en Quito, de pronto en Cuenca, y nada más. Debe ser una cosa más integral. Al final se siente un poco como: ‘ya les estamos dando plata, si ya está ahí la plata, ¿qué más quieren?’. Esta es una manera de generar trabajo para mí mismo y para otros, porque en la música hay mucha gente trabajando. Entonces, las becas están bien, pero deben estar acompañadas de un trabajo consistente y constante de desarrollo de espacios. Si no, es como conseguir las mejores semillas del mundo sin tener tierra. El Estado debe velar por eso, ¡y hacerlo en vida! A mí me entristece ver cómo todo lo que pasa con la cultura tiene que ver más con patrimonio, con gente que ya no está viva. Yo soy un man al que le interesan mucho la historia y el patrimonio, el archivo, mantener las cosas para que no se pierdan, pero eso debe estar acompañado por un respaldo a artistas vivos que están haciendo cosas (…) en los lugares más pequeños de este país. La gente de las ciudades pequeñas ya está haciendo eso sin un centavo, entonces, más allá de soltar la plata tiene que haber un trabajo integrado.