Por Gabriela Montalvo Armas 

“Si el buen teatro depende de un buen público, entonces todo público tiene el teatro que se merece. No obstante, debe ser duro para los espectadores que les hablen de la responsabilidad del público”.

Peter Brooke.

Hace unos días vi un post de Facebook en el que recomiendan ir al teatro. Ir al teatro para encontrarse con el otro, con los demás, en el presente, de manera real. Ir al teatro como opción frente al ensimismamiento y a la ficción del encuentro en las redes sociales a través del celular.

Uno de los intereses más profundos de mi camino de investigación está en el trabajo en el arte por varios motivos, entre ellos, porque antes de ser economista quise ser actriz. Actualmente investigo sobre las condiciones en las que se realiza el trabajo en las artes escénicas. ¿Cómo es su proceso productivo? ¿En dónde se realiza? ¿Cuáles son sus principales herramientas? ¿Quiénes son las personas, los espacios, las relaciones que están detrás de una obra escénica?

El trabajo en el arte –sabemos– no se puede equiparar con ninguna otra actividad económica. Hacer arte no es un proceso lineal. Sin embargo, tratando de comprenderlo en una lógica económica, y a partir de un trabajo con más de 30 artistas escénicos, trazamos lo que sería la cadena de producción de las artes escénicas y definimos sus fases más importantes:

Esta figura demuestra que el trabajo en las artes escénicas no empieza ni concluye con la presentación de una obra. Existe un esfuerzo complejo, profundo, que normalmente se inicia con –o es el resultado de– un proceso de investigación, es decir, de estudio, de reflexión, de observación. No surge por arte de magia ni es obra de la pura inspiración.

Cada una de estas fases implica varias actividades, algunas con un alto grado de especialización, otras que requieren la participación de otros sectores artísticos y económicos, hasta llegar a la etapa culminante: la puesta en escena y la presentación.

Los economistas que han estudiado cómo operan los mercados de las artes saben que, debido a las características técnicas de la producción en este sector, las artes escénicas se enfrentan a una creciente dificultad para cubrir sus costos (este fenómeno se conoce como Dilema de Baumol-Bowen y está ampliamente documentado en la literatura económica). Esta es una de las razones por las que varios países subsidian la actividad teatral y escénica. Este subsidio puede venir tanto del Estado como del sector privado, gracias a exenciones fiscales y otro tipo de incentivos que hacen parte de políticas de fomento para el arte.

En Ecuador, a pesar de tener un marco legal que permitiría algunas acciones de apoyo, no existe una política integral para este sector. ¿Cómo se sostienen, entonces, otras propuestas y espacios escénicos? ¿Cómo sobreviven aquellos que no son financiados por el Estado pero que tampoco cuentan con un auspicio privado que les permita cubrir sus costos fijos?

¡que viva el teatro!
La cantante y actriz Karina Clavijo, durante un ensayo de la obra Una noche con Chavela, dirigida por Jerónimo Garrido y coprotagonizada con Cristina Duque.

En el caso del Distrito Metropolitano de Quito – DMQ, los teatros más grandes –de hecho los únicos que bajo parámetros internacionales se consideran grandes– son espacios estatales. A nivel central, el más grande es el Teatro Nacional de la Casa de la Cultura, con capacidad para 2 017 personas; y a nivel municipal, están el Teatro Sucre, con un aforo de 804 personas, seguido por el Teatro Capitol, que puede recibir a 700 espectadores. Otros teatros públicos tienen un tamaño considerado mediano, con capacidades de entre 100 y 400 personas.

Existen, además, varios teatros que son parte de infraestructuras e instituciones más grandes, como universidades y colegios, gremios, cámaras o empresas, y otros cuya gestión, bajo la figura de una fundación, está patrocinada por importantes corporaciones comerciales y financieras, como la Casa de la Música, que no está orientada al trabajo escénico, sino al musical.

Seguramente, pocas personas conocen que existen más de 50 espacios escénicos independientes en el DMQ. Cerca del 40% de ellos están en la zona centro-norte de Quito (Administración Eugenio Espejo), y dentro de esta zona, la mayoría se concentra en la Parroquia Mariscal Sucre, conocida como La Mariscal.

Algunas de estas salas y espacios (no todos cumplen con todas las características de una sala) son parte de la Red de Espacios Independientes del DMQ. La Red es un colectivo que busca, entre otros puntos, mejorar las condiciones en las que funcionan estos lugares, tanto físicamente, lo que incluye su infraestructura, como administrativamente, para lo cual han buscado que instancias como el Municipio quiteño comprendan que su operación no se equipara con la de una empresa, pero tampoco con la de una fundación, sino que constituyen una forma alternativa de organización y de producción que no responde a esa lógica binaria, tan propia del pensamiento occidental.

De acuerdo con estándares internacionales de categorización de salas escénicas, estos espacios no son grandes, ni siquiera medianos; cuentan en su mayoría con 50 sillas o butacas y muchas de ellas funcionan en lugares de entre 50 y 100 metros cuadrados. Según esos parámetros, todos serían pequeños o, incluso, más pequeños que los pequeños. Sin embargo, estas salas y espacios autodefinidos como independientes porque no se sostienen en un financiamiento externo, sino en complejos mecanismos de autogestión, tienen una capacidad para cerca de 5 000 espectadores en total.

Además de la exhibición, son también el lugar donde sucede gran parte del proceso de producción de las artes escénicas: se utilizan para actividades de investigación, de formación, especialmente talleres, e incluso como un espacio para realizar actividades comunitarias.

Las actividades que con mayor frecuencia se realizan en las salas y espacios son aquellas relativas a la etapa de Producción, principalmente ensayos y montaje de obra. La exhibición propiamente dicha, a pesar de ser la parte final en la cadena de valor de estas prácticas artísticas, significa al menos el 20% de la utilización del espacio. En estos “pequeños” lugares se realizan más de 1 000 ensayos cada mes, se dictan más de 75 clases y/o talleres y se presentan al menos 200 funciones.

¡que viva el teatro!
Este es el espacio donde se realizan los ensayos de la organización cultural Quito Eterno, que trabaja metodologías artísticas y pedagógicas mediante el arte, con enfoque en identidad cultural y género, con el propósito de mediar en conflictos de violencia sistémica.

El Índice de Ocupación de las salas y espacios, que relaciona la asistencia promedio con la capacidad de las salas, es de 0,8 en promedio para estos espacios, una cifra que representa una importante afluencia de público. Y a pesar de las dificultades para su sostenimiento económico, además generan trabajo: la cantidad de personas ocupadas oscila entre uno y más de 10, aunque con distintos tipos de relaciones laborales, que van desde las pasantías, el trueque y la cooperación sin remuneración monetaria, hasta el contrato formal. De los datos obtenidos a partir de nuestra investigación, estos espacios han generado un puesto de trabajo para al menos 200 personas además de los artistas, o en todo caso, en roles distintos al de la interpretación.

¡que viva el teatro!
Cortesía: Teatro Humberto Calaña.

Hay varios datos más sobre estos espacios escénicos independientes. Todos me asombran, pero lo que más me conmueve es que representan, de forma física, el espíritu de los artistas escénicos. Son el espacio donde se hace posible esa necesidad vital de crear, de expresar, de representar. Son el lugar donde se concreta la capacidad del teatro de conmover al espectador, de confrontar al poder, de incomodar a la sociedad. En definitiva, de emocionar.

Estos espacios constituyen el tercer elemento del teatro, el que permite el encuentro entre el actor y el público, aunque este sea tan solo de una persona. Tal como señala la artista Diana Borja, recordando las palabras del director y profesor Peter Brooke: “Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo, lo único que necesito es alguien que camine en este espacio y otro que lo observe para llamarlo un acto teatral.”

Que vayamos, entonces, a ese encuentro con el otro en el escenario, pero sobre todo, que vayamos al encuentro con nosotros mismos, que nos demos la oportunidad y el regalo de experimentar, de sentir todas las emociones que transmite el teatro. ¡Que viva el teatro!

2 COMENTARIOS

  1. Qué viva el teatro y qué viva el arte!
    Ese desconocido ser para la mayoría de «autoridades culturales» que ocupan cargos en las distintas entidades públicas del país.
    Gracias por el artículo, Gabriela.

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