Por Damián De La Torre / @damiandelator
La espada de Damocles resultaría inofensiva sobre la cabeza de Pedro Gil. Sobre él posó siempre la hoz de la Muerte. Sobrevivió al suicidio de su madre quien, un mes antes de parirlo, intento quitarse la vida. Sobrevivió o, mejor dicho, convivió con su barrio 7 Puñaladas, en Manta, donde aprendió desde niño que la violencia no da tregua y que este mundo es de los rápidos más que de los inteligentes. Sobrevivió a 17 puñaladas -algunos dicen que no fueron tantas-, pero él sostenía la leyenda con esa mirada de no te acerques a mí, porque sé que te puedo lastimar. Sobrevivió a las drogas, sobrevivió al alcohol, sobrevivió al amor. Su cuerpo fue un cuchimbolo que recibió los golpes hasta de objetos no identificados. Su cuerpo curtido, como todos los cuerpos, tan solo fue la careta de la fragilidad. Un camión fantasma arrasó al poeta, mas no su poesía.
La vida y la obra de Pedro Gil (Manta 1970-2022) podría resumirse en que siempre estuvo naciendo, muriendo y resucitando, pero sería mezquino reducirla a eso, después de haber entregado tanto sin pedir nada a cambio. Bueno, por ahí pidió algún ‘cariño’, unos billetes para el vicio en el pasado, o unos dólares para subsistir en el jodido presente, porque dejar de lado el pudor es el precio a pagar en un país donde es más fácil salir de ‘la huevada’ que de la precariedad, sin olvidar que en ambos casos las oportunidades para hacerlo son mínimas.
Dicen que en la niñez uno descubre al mundo y el resto es memoria. Quizás, en el caso de Pedro, aquello podría ser cierto. Víctor Gil era alcohólico y Monserrate Flores era la tristeza infinita. Juntos podrían haber armado su propio equipo de fútbol, pero seis de sus hijos murieron con sarampión o viruela y solo cinco sobrevivieron, entre ellos Pedro, quien ayudaba en la cantina a su madre y en el panteón a su padre sepulturero: desde niño comprendió el vacío de la última copa y la profundidad de un nicho. Tenía casa, pero la calle fue su hogar. Fue amamantado por las putas, guiado por los ladrones y aconsejado por los borrachos. Ellos le dieron experiencia, él les dio poesía: versos que poblarían su universo.
Fue tallerista de Miguel Donoso, y luego él impartió talleres. Fracasó como estudiante desde niño y triunfó como poeta desde entonces. Fue cuentista y cuentero. Su vida acelerada y precocidad le dieron el calificativo de ‘maldito’. A los 18 años fue papá por primera vez cuando nació Kenia, después llegaría Damián, después fue la historia del padre irresponsable que siempre se autorreprochó. Conoció la orfandad cuando murió su hermano Ubaldo, también escritor y un todoterreno de la cultura: periodista, editor, catedrático y fundador del grupo teatral La Trinchera; es decir, la otra cara de la moneda, la que brilla porque recibe la luz del sol, mientras la otra besa (y aspira) el pavimento. Pero, aunque boca abajo, Pedro era como un gato y caía siempre de pie.
Pedro, Pedrito, y es que había que estar de pie cuando decidiste ser bandido y hacer del hurto otro vicio. Había que estar erguido para que no te fauleen en cana ni te vean las huevas en la calle. No había chance de ponerse de rodillas aún siendo un mendigo. Porque eres Pedro, es decir piedra, y había que ser duro ante lo más peligroso: haber decidido ser poeta, y mucho más peligroso rodearte de ellos.
Esquizofrénico y paranoico. Escribías en la calle y perdías tus apuntes, que no es otra cosa que el mundo pierda una parte de ti. ¿Cuántos versos perdidos? ¿Cuántos libros sin publicar? Habrá que conformarse, que no es poco, con ‘Paren la guerra que yo no juego’ (1988), ‘Delirium trémens’ (1993), ‘Con unas arrugas en la sangre’ (1996); ‘He llevado una vida feliz’ y ´Los poetas duros no lloran’ (2001), ‘Sano juicio’ (2004), ’17 puñaladas no son nada’ (2010), ‘Crónico, Poemas del Psiquiátrico Sagrado Corazón’ (2012) y ‘Bukowski, te están jodiendo’ (2015), sin contar los cuentos, compilaciones y antologías que publicaste.
Todo esto desde el encierro. Porque la calle te crio, pero encerrado en cana, el psiquiátrico o en un centro de rehabilitación -así lo admitías- fue donde construías la leyenda viva del mejor poeta de tu generación. En qué momento viviste por primera vez el encierro, Pedro. Será que la condena se inició cuando apenas eras un niño y tu hermano Ubaldo te regaló ‘Crimen y castigo’, de Dostoyevski, hasta que Genet se convirtió en tu caporal. Porque pudiste liberarte de los barrotes, las pepas y las camisas de fuerza, pero de la literatura jamás.
¿Qué fue lo último que escribiste? Un verso o ese posteo de Facebook de hace cinco días, donde estás junto a ese rata, ratón y ratero llamado Carlos Valencia, con quien ríes en dos momentos: años atrás sin un diente y sin esperanza, cuando el actor manaba te tendió la mano y te dio agua panela; o recientemente, cuando ríes con tus dientes completos y disfrutas junto con él un ceviche. Limpio y recuperado, Pedro, Pedrito, totalmente emocionado porque prácticamente estaba listo tu libro de cuentos y poemas ‘Yo quería ser Héctor Lavoe’ y no estabas en tu tinta sino en tu salsa…
A la Abril Altamirano le contaste que no le tenías miedo a la muerte, pero que le tenías pavor a la agonía… por eso solo espero que el golpe del camión haya sido seco, como las balas que fulminaron a Hemingway y a Cobain, que la hoz de la Muerte no haya sido hoz, sino guillotina. Escribiste que: “como han confiscado/mis pertenencias/ empeñé mis huesos/ a los usurpureros”.
Tus huesos, Pedro, Pedrito, han sido rematados, pero nos queda tu poesía.
***
MADRE
Madre:
guárdame en la refrigeradora
el cariño y la leche
Madre: no me mandes nada,
suficiente tengo
con mis rayos de sol
y de risas.
Madre:
deja de engreír a Dios
con tus rezos
Madre:
No temas si eres miserable.
Somos los llamados a entrar
al reino de los mártires
y los mártires son personas respetables.
Madre:
Vi a una señora puro hueso
y pura pena
retirando a un pequeño de la guardería
y creí que éramos tú y yo.
(¿Me hiciste con ganas, madre?)
Madre:
vine a cantar
y estoy perdido
entre los artistas del descontento.
Nada más.
Besitos de tu hijo amado.
Cuando sea famoso, hablaré de ti,
hablaré.
***
17 PUÑALADAS NO SON NADA
mi hermana muerta
susurra una canción de cuna en el hospital
no te toca no es tu hora
reposa ñaño
rebeldía en los ojos
sometimiento al latir del corazón.
allá no se haga tu voluntad
amiga de parias
sólo tu sufrimiento es perfecto
perfecto el desangrar de la tarde
lavado por una lluvia
tan melancólica
tan llorosa
como la niñez perdida en un cementerio
de vivos en un pozo séptico de sacrificios
pero tu miseria fue de lujo ñaño
libros peleas ganadas a la humillación
triunfaste
17 puñaladas no son nada.
el alma está lista para más
miseria de lujo
el cerebro intacto, la bondad intacta
esas blancas enfermeras bondadosas sonrientes
esa mulata evitándote el desmayo definitivo
no cruces el puente
eres demasiado bello
por eso sigue buscando
la belleza no está entre nosotros
los voluntarios fallecidos
busca, busca
sigue buscando ñaño que cuando estés
listo La Muerte me ha dado la orden
de no dejarte inundar con sollozos.
ruiseñor sin risa
reposa, reposa mi hermano no te toca
17 puñaladas no son nada.
no puedo conceder tu petición
de fallecimiento,
no puedo
susurra mi hermana muerta
mientras cobija mi sueño
cobija mi agonía.
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Al Oído Podcast es un proyecto de periodismo narrativo de la revista digital La Barra Espaciadora y Aural Desk, en colaboración con FES-Ildis Ecuador y FES Comunicación.
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