Por Juan Francisco Trujillo
“Escribir es ir descubriendo lo que se quiere decir”
Max Aub
Una cafetería quiteña sirve de escenario para animar la charla que Santiago empieza con anécdotas de su trayectoria. Un músico que llegó a la literatura de forma circunstancial, pero a quien el oficio de escribir se le fue metiendo poco a poco hasta ser parte de su cotidianidad. Precisamente, música y literatura tienen en común la presencia del ritmo, algo que marca al escritor y le hace sentir la necesidad de volcarlo en una atmósfera.
Para Santiago, la literatura surge como una explosión en la que se entremezclan autenticidad, fe y convicción. Hay una suerte de dinamismo narrativo, “desbocado como un animal rabioso, que hay que aprender a soltar, casi hasta romperse los dedos de la mano”, afirma con ímpetu. Un cigarrillo humeante completa la escena.
De palabra ágil y gestualidad marcada, Santiago hace de lo lúdico un elemento natural en su charla, mezcla con facilidad nombres de autores, referencias y textos. Son elementos íntimamente relacionados con su paso por las aulas del Colegio San Gabriel y la Universidad Católica, en Quito, donde ha sido docente.
Hasta hace unos años, la vida de Santiago transcurría como la de cualquier profesional contemporáneo, con un trabajo en el que podía abordar una de sus grandes pasiones: la literatura. Un día pensó que lo que quería hacer era escribir, y esa urgencia no podía esperar. Rehízo su futuro, sus prioridades y se lanzó al ruedo.
El proceso que sigue Santiago es el de un escritor meticuloso, que puede tardar varios días o semanas en escribir un párrafo, que puede repasar constantemente en una triada de escritura, reescritura y corrección. Su experiencia siempre ha sido cercana a la narrativa corta. Empezó haciendo cuento. En su opinión, los procesos de escritura de un cuento y una novela son similares en algunos puntos, pero a la larga también diferentes.
Terminar Mindotown le tomó dos años y un viaje a Budapest. La capital húngara, impregnada por igual de su pasado imperial y de su etapa comunista, donde los viejos juegan ajedrez y los baños termales están a la orden del día, le sirvió para rematar el texto en soledad y a sus anchas. En Budapest no faltaron los paseos junto al Danubio antes de ir por una copa en uno de los ruin bars o bares en ruinas, que surgieron de la reconceptualización de edificaciones que sufrieron bombardeos en la II Guerra Mundial.
La idea de Mindotown nació de una experiencia personal que tuvo en Mindo, la bellísima localidad del noroccidente pichinchano hundida en el subtrópico: era la imagen de una chica argentina bailando al ritmo de unos tambores. “Tomé el espacio rural en el que transcurre Mindotown porque tengo la sensación de que llevamos demasiado tiempo hablando desde lo urbano y las ciudades”. Peña cree en la necesidad de abordar la universalidad en lo local aprovechando el aire cosmopolita de un espacio como Mindo para mezclarlo con elementos de ficción y dar lugar a un nuevo escenario.
Un túnel de plantas, el ambiente de un bar rodeado de árboles, artistas junto al río o la plaza central con sus puestos de fritada ambientan la historia que gira en torno a dos personajes: Roberto, un jubilado que se apresta a cumplir su sueño pendiente de convertirse en escritor, luego de una vida dedicada al trabajo y que, al mismo tiempo, sufre el abandono de su esposa; y Santiago, un universitario en sus veintes con alma errante, algo exagerado y cómico, que mide la vida según los gatos que le han abandonado. Acaba de quedarse sin uno de ellos y el episodio se presenta como el aviso de una visita de su madre.
Mindotown está disponible en Quito, en librería Rayuela Mr. Books, Tecnilibro, Lobolunar, Librería Española y en el Fondo de Cultura Económica.
Mientras la voz de Santiago está siempre en tiempo presente, apelando a frases cortas y rápidas, en primera persona; la de Roberto recurre al pasado, con un narrador omnisciente marcado por los monólogos y las frases largas.
Ambos emprenden al mismo tiempo un viaje en busca de un punto de fuga marcados por las ausencias y la desesperanza. Así arranca una trama que tiene a Mindo como escenario principal. En su travesía, Santiago, busca ser parte del ambiente artístico de Mindo, escribe un poema en la parte trasera del boleto de un bus que pierde a mitad de camino, junto con su equipaje, cuando se baja a comprar comida. Cuando pide aventón en la carretera conoce a Roberto. Santiago y Roberto conocen a Nerea, una turista española, artista e hija de un poeta. Tambores, whisky y charla. Alex, un guía turístico local; Rolo, el gordo, dependiente de la cooperativa de transportes; Tea, la travesti que ejerce de bartender contribuyen a dar continuidad a la historia.
Santiago autor buscó un desenlace en el retorno a la figura materna que Santiago protagonista emprende después de verse derrotado, rechazado por una mujer, aislado del ambiente artístico al que tiene aversión.
Peña es editor del sello Cactus Pink y director de Kafka, Escuela de Escritores. Lo hace en medio de un mercado editorial pequeño como el ecuatoriano, donde se publica poco y se lee menos. Santiago evita idealizar a la academia o a los talleres literarios. Más bien cree que la literatura tiene que ver con una visión particular del mundo que no se enseña en ningún lado. “Los espacios para estudiar literatura son una ventaja pero no algo indispensable. La rebeldía, la originalidad el tono que busca al escribir lo va descubriendo cada uno. No escribo para escritores o públicos selectos sino para la gente común, busco contar una historia que funcione y que pueda conmover”, dice Santiago Peña.