Por Andrés Álvarez / @AndoAlvarez
Llegó la hora. Detrás de la cortina apenas se distinguen las figuras, pero el sonido es ensordecedor. Con palabras de ánimo y mucha ilusión nos miramos a los ojos. Ansiosos movimientos de manos, pies y cabeza alivian un poco el nerviosismo que sobrepasó su límite minutos atrás. Con gritos y palmadas somos despedidos hacia el escenario por nuestros compañeros de academia. “¡Vamos a levantar esto, maricas, duro ahí!”.
De pie, al borde de la tarima, tomo conciencia de los meses de preparación, entrenamientos diarios, acondicionamiento físico, lesiones, técnica, sonoridad. Intento repasar en la cabeza aquello que estoy a punto de demostrar. Pero, al mismo tiempo no puedo pensar en nada. Las luces enceguecen y la música lo llena todo. Traigo el traje lleno de brillos, los músculos preparados y ansiosos, el pulso que no descansa. A mi mente vienen, aunque desordenados, los recuerdos de esas noches casi míticas en el eterno Seseribó –quizás el primer bar exclusivo de salsa que hubo en Quito y que por más de 28 años llenó nuestras vidas de mojitos cubanos y salsa de la buena, y cuya posta ha tomado el Café Libro–, o de las del extravagante Mayo del 68, con su piso de rechinantes y vetustas tablas, paredes llenas de grafitis y espejos, con un sabor indescriptible y salsa dura, dura, dura. También se cruzan mis recuerdos cercanos en la pista de la Salsoteca Lavoe, o del Café Democrático, en donde cada martes hay espacio para el género con buenas orquestas en vivo y ambiente alternativo; y Mambo Café con una propuesta nueva, fresca y sabrosita.
Pero no puedo distraerme demasiado. Ahí afuera hay más de 800 personas que llenan la atmósfera con sus gritos y arengas. Por el altoparlante se anuncia mi turno. Estoy parado al frente de mi equipo, soy el primero en salir a escena… “¡Dele duro, papá, métale candela, déjelo todo ahí y a gozar!”. Es el encargado del evento. Con una palmada en la espalda y esa frase ha dicho tanto.
Tenemos solo dos minutos para demostrar lo que sentimos por este bello arte que es bailar. Un leve impulso pone a mi pareja sobre mi hombro. Son cinco gradas y luego 10 metros hasta mi posición. La postura y la expresión son muy importantes antes de empezar. Solo esperamos aquel sonido que desate las cadenas y ponga en libertad a ese demonio que creo firmemente que me habita cada vez que salseo. Un brevísimo silencio del público antes de empezar: 5, 6, 7… ¡¡¡A bailar!!!
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Son pocas las cosas externas que se pueden percibir con claridad mientras estás en el escenario. Todo pasa tan rápido. Ni bien te das cuenta ya todo se acabó. ¿Lo habremos hecho bien? Eso mismo se preguntan los más de 400 bailarines de 5 países que participaron en la séptima edición del Ecuador Salsa Congress 2016. Este evento es una de las 48 rondas clasificatorias que se realizan en el mundo para el World Latin Dance Cup que se efectúa cada año, a finales de diciembre, en Miami, EEUU.
Y es que un evento como este, tan desconocido por muchos, es la fecha más esperada del calendario para quienes vivimos constantemente rodeados de este género tropical que nació casi por accidente allá entre los treintas y los cincuentas.
Pensar en más de 250 shows de baile para una competencia tal vez no suene muy trascendente, ¿o sí? Es que todo empieza varios meses antes. Las academias de baile en Quito concentran a su gente. Un grupo o pareja de baile dedica al menos 3 horas a la semana para entrenarse. 4 semanas antes del evento, dedicamos 9 horas semanales a la coreografía montada. Poco a poco hacemos de lado otros aspectos de la vida como los amigos, las reuniones familiares, los paseos. Ahora, los sábados y domingos significan tiempo extra para pulir la coreografía. Cualquier descanso le viene bien a esa lesión de hombro o de codo por practicar esa acrobacia hasta que quede perfecta.
La selección del traje adecuado es parte fundamental del show. Mientras más vivo el tono, es mejor. De pronto uno se encuentra fascinado con colores como el rosa o el amarillo intenso, y con pegar una a una las 800 piedrecillas brillantes de la camisa.
En la competencia 2016 participaron 22 categorías entre solistas, grupos, amateurs y profesionales en géneros salsa (on 1, on 2 y cabaret, dependiendo del tiempo en que se marca y si incluye o no acrobacias), bachata, tango y show dance.
Mientras se acerca la competencia las tensiones suben, la frustración y la decepción son parte de la gama de emociones, pero también hay alegrías y satisfacción al comprobar que tu cuerpo responde más rápido a lo que tu cabeza y tu corazón dictan. Repicas más rápido, es decir que la velocidad con la que tus pies pueden sostener el ritmo de baile aumenta. Tu postura mejora y un buen día el varón puede elevar a su pareja a metro y medio del suelo con una enorme sonrisa en los labios, como si no hiciera esfuerzo alguno. Pero si la acrobacia tan ensayada salió a la perfección la noche de la competencia, no hay tiempo de celebrarlo más que con una media sonrisa y un suspiro de alivio.
Los 8 jueces están atentos y el mínimo descuido puede restar puntos a nuestra calificación final: sonoridad, conexión con tu pareja, sincronización, profesionalismo, musicalidad, coreografía, dificultad y técnica son los parámetros que determinan el resultado.
Dos minutos parecen poco, pero a la mitad de la coreografía tu cuerpo siente la presión y apenas si respiras. Te alimentas de los gritos del público, de la intensidad con la que baila la persona junto a ti; ¡ya casi termina todo y hay que entregar el resto, no hay que guardarse nada en absoluto! Concentración y control hasta el final, pero también fuerza… mucha, mucha fuerza en cada movimiento. Cuesta mucho disimular la respiración acelerada mientras dibujas la figura final. “Una octava más”, me digo a mí mismo con alegría al sentir que la ‘coreo’ salió bien y antes de desarmar la figura. La música termina y el coliseo se llena otra vez de aplausos y gritos. Agradecemos al público y nos despedimos del escenario. El siguiente grupo ya está subiendo detrás de nosotros.
Una vez en camerino –gritos y saltos de alegría, llantos, desmayos e ira– asimilamos el huracán que pasó sobre las tablas. Todo el trabajo de meses se queda en esos 2 minutos… no hay otra oportunidad.
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Trabajos como estos se construyen de a poco, entre espejos, gritos y entre repeticiones y correcciones. Este proceso constante ha llevado a varios equipos de Ecuador a competir a escala internacional. Por ejemplo, el Estudio Nacional de Baile ENB, que en sus 6 años de existencia ha formado a grandes bailarines y elencos, en 2012 y 2013 se levantó con el vicecampeonato mundial en el World Latin Dance Cup de Miami, y con el Campeonato Mundial en Puerto Rico en 2014. ¡Sí, señor, Ecuador ha sido campeón mundial de salsa!
Pero esta noche –cubiertos de brillos y trajes de baile– vivimos y sentimos la salsa más allá de un evento de competencia. La salsa nos habita mucho más fuera de las tarimas.
El evento 2016 contó con la participación de 30 escuelas y academias de baile de Ecuador, Colombia y Venezuela. Talleres con los mejores bailarines, conciertos en vivo, fiestas, banquetes, y más de 250 shows de baile y competencia fueron parte de las jornadas.
Es saludable que las ciudades promuevan la creación y sostenimiento de espacios de baile tropical como los que nos han hecho tan fervientes bailarines. Es necesarios que esos sitios adquieran fuerza entre quienes buscamos entregarnos al baile, relajarnos y alejarnos de las penas, de los dolores y las frustraciones del día, y ver a “mi gente” –como bien lo supo decir el gran Héctor Lavoe– para unirnos en ese abrazo cadencioso que es bailar.
El Ecuador Salsa Congress terminó, y todos, independientemente de los resultados, nos juntamos a bailar, sin distinguir nacionalidades, estilos o escuelas. Nos une el amor por el baile, la fraternidad y la picardía que la salsa despierta. Volverán los días de duros entrenamientos, trajes de luz y público ensordecedor; hasta tanto seguiremos bailando como si nadie nos estuviera viendo.