Por Lorena Serrano / @LoLo2893
21 de mayo. Habrá noche de luna llena. Natalia Lafourcade y Swing Original Monks lo notarán.
Horas antes, todo comenzó con un sol radiante que anunciaba el inicio de un día maravilloso. La Quinta San Luis de Lumbisí, con su extenso prado verde, fue el lugar perfecto para llevar a cabo el festival. Varias carpas, sillas hechas con tarros de pintura, palets decorados, foodtrucks y más eran la muestra de que el espíritu verde y consciente de la naturaleza estaba presente.
Respira fuerte y profundo, tómate tu tiempo para respirar; repítelo una vez más. Para comenzar de manera armónica, una clase de yoga reunió a los asistentes y les dio la oportunidad de entrar en contacto con su propio cuerpo y la naturaleza. Era inevitable entrar en calma, sentir el sol, sentirnos vivos.
Varias organizaciones de ayuda y una pequeña feria entretuvieron a la gente mientras Chakrita Lab y Las Chicas Atómicas preparaban sus talleres. Hoy en día, encontrar una casa con espacio verde es casi una misión imposible. Los niños crecen rodeados de cemento y son pocos quienes aún tienen la oportunidad de tener un contacto directo con árboles y plantas. Chakrita Lab presentó su diseño de huerto urbano en recipientes plásticos donde se puede sembrar lechuga, frijol, kale y un sinnúmero de vegetales y hortalizas. Esta es una idea que apoya el autoconsumo rehusando elementos cotidianos.
Fascinados con la idea de aprovechar espacios, era momento de asistir al siguiente taller. Esta vez, tres mujeres conocidas como Las Chicas Atómicas enseñarían a través de experimentos lo que es el cambio climático. Esta iniciativa fue creada por un grupo de mujeres para “disminuir la brecha de género que existen en las ciencias y así promover su estudio”. Lo dijo Anaís Pérez, coordinadora de las Chicas Atómicas. Estas mujeres son un ejemplo de que se puede lograr romper barreras, ayudar al ambiente y empoderarse de la ciencia.
Así como ellas, Tulipa Ruiz, ganadora del Latin Grammy 2015, llegó con su potente voz y sonidos funk, pop y rock al escenario de Terrasónica. Una mujer imponente, que transmite fortaleza y dulzura. Sin miedo, bajó del escenario y se juntó a la audiencia. Nadie podía creerlo. Con su primera canción ya había conquistado al público que por primera vez la veía y escuchaba. Tulipa interrumpió su presentación para recordar que hay que seguir ayudando a las personas más afectadas por el terremoto del pasado 16 de abril. De la misma manera alzó su voz para agradecer el apoyo de Ecuador en el duro momento político que vive Brasil tras el intento de impeachment en contra de Dilma Rousseff.
Acudir a Terrasónica tenía que ser una experiencia para vivir, construir, contribuir y aprender. Por eso, parte del aprendizaje de la jornada estuvo en manos de los ponentes. Manari Ushigua, el primer conferencista del evento, nos trasladó a través de su lenguaje y sonidos a su comunidad Sapara, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad que está en riesgo. “Nosotros como comunidad Sapara estamos en peligro de desaparecer”. Una comunidad tan valiosa sufre el dolor de ver cómo les arrebatan su espacio, su lugar y tierra. Terrasónica le permitió compartir su conocimiento y mostrar orgullosamente la historia de un pueblo.
Pero, desde la Amazonia no solo llegó Manari sino también Mateo Kingman. Este artista trae una música fresca, contemporánea, que da a luz los sonidos selváticos que marcaron su niñez y juventud. Kingman puso a volar al público por la selva amazónica. “No soy ecologista, solo intento comunicar un mensaje de una realidad latente y palpable. Quiero sembrar una semilla en el público para que conozca lo que está sucediendo con el oriente ecuatoriano”, dijo. De esa inmensa selva que es el último pulmón del planeta surgieron estos dos seres que con sus dones intentan salvar su casa.
“En la vida de la ciudad a ratos nos desconectamos y creemos que las cosas vienen del supermercado, cuando en realidad vienen de los ecosistemas naturales”, dijo Luis Suárez, Director de Conservación Internacional. “La sociedad se ha vuelto insensible ante la tierra. Cree que tiene el poder para destruirla”, dijo Felipe Álvarez frente al público, cuando la tarde empezaba ya a caer. Luis y Felipe son dos seres conectados profundamente con la tierra que cruzaron sus caminos en Terrasónica. Ellos creen que el respeto y el amor son fundamentales en el trato con nuestro entorno. Respetar la naturaleza y conservarla es deber del ciudadano. Y Alimbombo, desde Colombia, comparte esos principios, Por eso, trajo un mensaje de solidaridad con la Tierra al reciclar objetos cotidianos y convertirlos en instrumentos. Su show con el uso de loops, sin pista y con la esencia de la electrónica da como resultado un ‘house fiestero’. La gente no deja de moverse. Hay tanto por hacer y por aprender. En sus rostros hay felicidad pero también un poco de preocupación. A lo largo de la tarde se han vivido encuentros tan cercanos con la Tierra y con todo lo que está nos entrega que la gente empieza a sensibilizarse y reconocer que algo debe cambiar.
Las canciones de cada banda son una pista para entender un poco más al planeta. Bueyes de Madera, que con sus sonidos rescatan la música latinoamericana pero con una visión contemporánea, combinaron su presentación entre artes plásticas y música. Esta vez pintaron en vivo una Venus de Valdivia que renace a través del color y la música. Un símbolo que hace alusión a la Costa, a la fertilidad y a la mujer para transmitir fuerza a las poblaciones afectadas. Los Bueyes son jóvenes artistas que toman a título propio la conservación del planeta, como la ya reconocida banda Swing Original Monks: “Déjala correr, ahí está mejor, carajo, agua que corriendo va” fue el coro que llenó la garganta de los presentes.
La ‘fiesta popular’ que se desató en Terrasónica fue única. Cada canción fue un viaje por Latinoamérica y por sus diferentes sonoridades. Patricia Gualinga, lideresa del pueblo originario kichua sarayacu, reconoció esta energía en los jóvenes, en la “esperanza para luchar por nuestro hogar que no puede perderse por el poder dominante”. Con voz firme, con solemnidad y entrega total, esta mujer que luce con orgullo su traje y con sencillez su conocimiento, arrancó ruidosos aplausos del público.
Hacia el final de la noche, toda la gente se levantó, se juntó y en medio del tumulto uno que otro cartel asomaba para que Natalia Lafourcade pudiera sentir la calidez de los presentes. Hasta que por fin apareció en el escenario. Ahí estaba esa luna llena en el descampado del cielo. Su carisma conquistó al público. “Tierra, abrázame, abrázame con tu piel” fue su dedicatoria a Ecuador. La audiencia se estremeció y se entregó a esa conexión vital, íntima entre el ser humano y la naturaleza. Bajo esa luna y esa noche despejada, en medio de la naturaleza, rodeados por las montañas, el público no podía contener su emoción mientras coreaba sus canciones.
A la medianoche terminó el festival Terrasónica. Fueron 14 horas para reivindicarse con la Tierra, aprender sobre ella y volver a respetarla. Terrasónica lo consiguió, pero este fue tan solo un pequeño paso en el largo camino por revertir los comportamientos humanos que han puesto en serio riesgo la estabilidad de nuestro medio ambiente.