Por Juan Romero Vinueza
¿Qué tal si desafiamos al espejo y nos confrontamos con aquello que no es más que una muestra oblicua, desfigurada de lo que en realidad somos? El infierno puede estar más cerca de lo que creemos: quizás, en nosotros mismos. La poesía puede camuflar el abismo cual si fuese un camaleón entrenado para burlarse de sí mismo. Podemos engañar superficialmente a quien queramos, pero cuando lo más profundo emerge desde el rincón oscuro en donde se esconde, no hay más salida que aceptarlo -tengamos o no un disfraz para ello-.
¿Cómo contemplar al personaje que ha conocido el abismo y que no puede (quiere) salir de ahí? El poeta ya ha dado el salto y lo que ahora busca no es comprensión, sino una catarsis por medio del reflejo que puede emerger del retrato del padre y del hijo -que, a veces, es el mismo-. Ambos fungen como un recurso constante a la hora de entablar el diálogo consigo mismo en el poema. Santiago Vizcaíno, en Hábitat del Camaleón, comprende la necesidad del poeta de crearse a sí mismo como un demiurgo de la palabra y cuestionar el hecho del poder y la paternidad de la misma.
Así, el autor nos muestra una poética sin miedo a la humillación y la miseria. El poeta puede ser revestido con flores y laureles o bien puede encontrarse hundido por medio de la palabra en sus propios orificios oculares. Pero Vizcaíno no elige la alabanza de sí mismo, no se canta a sí mismo –bueno, digamos que sí lo hace pero, en vez de cantarse, se burla y se llora de la desgracia.
Santiago Vizcaíno, en Hábitat del Camaleón, comprende la necesidad del poeta de crearse a sí mismo como un demiurgo de la palabra y cuestionar el hecho del poder y la paternidad de la misma.
Encontramos en la poesía del ecuatoriano reticencias letales contra el autor del texto (el otro Vizcaíno) y las nociones sobre la enfermedad del poeta que, a fin de cuentas, es lo mismo que la muerte. El poeta muere cuando su poema está terminado. Ahora es turno del lector de devolverlo a la vida con su aciaga lectura:
«todos tenemos fe en santiago:
no será más la novia fea,
el indio sacrificado,
el aullido pobre que se multiplica
a menos que santiago llore o se enferme
que es lo mismo»
(“canto a sí mismo”)
Toda obra poética representa una búsqueda. En los textos de Hábitat del camaleón se plantea a la misma como un proceso ya terminado en el cual, el deseo de la voz poética no es alejarse del abismo, sino aceptar y reconocer que no le desagrada del todo ser parte de él. Dicho lugar se convierte en una casa para las palabras que profiere el poeta cuando nos describe situaciones como cuando nos dice: Quise jugar a morir pero había testigos (“el cielo del infierno”), porque el cielo y el infierno pueden ser una experiencia tan dulce o amarga, al mismo tiempo, tan fuerte que ni siquiera podríamos distinguir a la una de la otra cuando se nos presentase.
Tanto la muerte como el miedo y la desesperación juegan un papel fundamental a la hora de hablar del poema y del oficio natural de demiurgo universal. El poeta puede crear o destruir todo aquello que se le venga en gana. Así lo hace. Vicente Huidobro dice en uno de sus poemas que el poeta es un pequeño dios y, la verdad, no se equivoca. Vizcaíno, tiene la capacidad de crear un cosmos en el cual él mismo establece las cosas y obtiene como resultado órdenes como estas:
«Mata a un hombre,
hazlo sufrir,
degüéllalo lentamente
y mira desangrar su sufrimiento.»
(“Mata a un hombre”)
Vemos en este fragmento la imperiosa necesidad de intervenir macabramente y de un modo siniestro; sin embargo, al final, la voz no es más que una simple espectadora de la barbarie, del sufrimiento vulgar y mundano ocasionado por una orden de la misma voz -que podría ser una mención a la conciencia que no logra ser esclarecida a plenitud-. Mirar cómo se desangra lentamente un hombre, abarca halo de perversidad muy grande como si nos estuviésemos enfrentando a los pensamientos de un asesino delirante; pero no, es un poeta. El poeta abarca todo el espectro de la creación y la alimenta con todo lo que puede, porque en el poema se encuentran muchas cosas relativas a los sentimientos humanos más fuertes, uno de ellos es el temor. Nada queda fuera del alcance poético -si el texto es tratado de una manera estética- porque todo puede ser poesía, hasta el miedo.
«El poema es miedo
No hay poema sin miedo
Incluso el miedo de tener miedo
Todo está allí: en el poema»
(“El poema es miedo”)
El espejo creado entre la figura del padre y del hijo, y su repetición infinita hasta el final de los tiempos, nos lleva a un encuentro con el pasado y el futuro. Vizcaíno nos reviste de la piel de un hijo atormentado porque descubre que tener padres no te libra de considerarte un niño huérfano. La repetición constante y degenerativa, más la superposición de los papeles del padre-hijo nos ayuda a comprender esta relación muy conflictiva que se da en varias partes del conjunto de poemas, por ejemplo, en Pater noster o Canción para el hijo [poema al borde del patetismo].
Vizcaíno nos reviste de la piel de un hijo atormentado porque descubre que tener padres no te libra de considerarte un niño huérfano.
El mecanismo que se utiliza en estos poemas es el de la apelación fáctica de lo que debería ser, pero no llegó a ser. La búsqueda de un padre que jamás aparecerá, que no había aparecido en décadas pasadas, y que tampoco en las décadas futuras, es uno de los hilos conductores de esta parafernalia. Leemos en el primer fragmento de Pater noster: «Y otra vez, vete a pasear en el puerto con tu padre porque alguna vez alguien también te odiará como tu hijo.» La poética se ve envuelta en un círculo que se come a sí mismo: es un uróboro que sabe que es un uróboro y al cual no le importa serlo porque eso lo mantiene vivo infinitamente. Además, sabe que el castigo es necesario y apetecible.
«santiago llora su hijo
al que no pudo joder como su abuelo a su padre / como su bisabuelo a su abuelo
así ad infinitum… »
(canto a sí mismo)
El poeta desdibuja la imagen del padre y la convierte en un insecto. La voz poética no puede deshacerse de sí misma por completo porque, a pesar de todo, existe otra voz que aún no puede proferir palabra alguna, pero cuando lo haga quizá siga alimentando el círculo vicioso sin final. Vizcaíno opta por jugar con las palabras para hacerlas morir y renacer todo el tiempo en su forma anterior. La desolación y la desesperanza están retratadas como partes fundamentales del poema que el autor ha construido. Sin embargo muchos de sus versos nos han tendido una trampa. Entonces, en su poema “monstruo austero del amor en el ensueño” leemos: yo quería un poema no un bodrio consecuente con la angustia. Y he aquí la falsa modestia que Vizcaíno nos presenta, porque lo que el autor ha hecho no es un bodrio, sino un gran poema consecuente con la angustia.