Por Damián De la Torre Ayora / @damiandelator

Está bien si despotricó o defendió al Pikachu del mural de Okuda San Miguel, pero mucho mejor si ya se dio tiempo para visitar la Av. 24 de Mayo, en Quito, y contemplarlo, sacar sus propias conclusiones luego de que con sus ojos lo mire sin importar que conozca de arte o si es un asiduo visitante de museos y galerías -y no solo se concentre en el Pokemón, admire el mural en su conjunto-.

Yo, Beato
La novela fue publicada en España, por la editorial InLimbo.

De igual forma, con sus propios ojos, sería bueno que lea Yo, Beato, más allá de lo que se le cuente en esta reseña. No importa si es un comelibros o no tiene hábitos de lectura, lo significativo es que hay obras que vale la pena que quemen nuestra retina: esta es una de ellas. Aún más cuando aborda temas como el nacionalismo, la patria, la religión, lo heroico y el mito que, al parecer, no solo meten el dedo en nuestra llaga, sino que resultan un batazo en ella.

‘Yo, beato’ es la más reciente novela del ecuatoriano Miguel Antonio Chávez (Guayaquil, 1979), publicada por la editorial española InLimbo, en 2021. Una historia distópica que, al igual que ‘1984’ de George Orwell, ‘¡Tierra!’, de Stefano Benni; ‘Un mundo feliz’ o ‘La Isla’, de Aldous Huxley, muestran que esos mundos totalitarios imaginados son el reflejo del presente, son el pan nuestro de cada día.

Chávez presenta un Ecuador que ha dejado de ser Ecuador, pero sigue siendo Ecuador: ese país al que solo le queda Barcelona, o que vive con la esperanza de que un ser mesiánico lo rescate del rumbo político. El autor se nutre de la novela de dictador y de la historia para (re)construir un lugar donde la teocracia y el absurdo priman, donde los conceptos religiosos y morales se superponen a lo legal y lo justo: no muy alejados a un gobierno donde las creencias y la moral de un mandatario están por encima de los derechos y de lo que diga la Constitución en un Estado laico.

Con un humor mordaz y sin desparpajo, aparece el régimen de Graciano García-Lange, quien funda un país con la mira de cumplir el sueño de Gabriel García Moreno, su pariente lejano, y dar vida a la República del Sagrado Corazón de Jesús. Ante los delirios y el culto a la personalidad con que García-Lange gobierna, aparecerá su oposición: el grupo Cristo, Alfaro y Libertad, el cual llevará el cartel de desestabilizador no solo en su frente, sino también en sus hombros.

De esta manera, entre la sátira y el hiperbolizar los hechos, el autor recrea una caricatura de la grieta que divide a la sociedad y que la condena a binarismos: izquierda o derecha, garciano o alfarista… lo cual permite reflexionar sobre la actualidad: borrego o lassie. Lo interesante es que lo hace sin lanzar un panfleto ni con un tratado político. Chávez lo coloca desde lo narrativo, desde aquella dualidad trágica que la sintetizó ya Shakespeare al plantear si se es un Capuleto o un Montesco: ¿dónde se ubican el bien y el mal en un mundo regido por la ironía y la crueldad?

Las imágenes que propone la novela resultan alucinantes: su lectura es todo un ‘trip’. Esto parte desde la forma introspectiva en que se cuenta al futuro con la conexión de la mirada inicial. Hábilmente, los ojos del narrador ubican a los ojos del lector en la hermandad de dos lugares, de dos instituciones, que hasta ahora dominan a las sociedades para motivar el alivio de los pueblos: los centros psiquiátricos y la religión que se hacen cuerpo en el convento de las Siervas Custodias y en el Instituto de la Misericordia. Algo que tan bien lo expuso Michael Foucault en su ‘Historia de la locura’, al explicar el aplacar de las conciencias: un Estado preocupado en ser más una junta de beneficencia que en aplicar políticas sociales.

Yo, Beato

Ahora, si bien esto se consigue porque la trama futurista lo permite, también se debe a la dosis ideal que se brinda a cada uno de los roles que encarnan los personajes. Miratis Purislinga, un enano esquizoide con dotes mesiánicos; el Dr. Vela, metáfora de la razón desde su posición científica, aunque tiene un fetiche por lo freak; la madre Brígida y su pelotón de monjas, quienes representan a la duda constante que se bambolea entre la revelación y la revelación, y por qué no hacerlo si el propio Cristo dudó; Josefina, una secretaria que llevará la responsabilidad de una mochila más grande que cualquier joroba; y esa imagen omnipresente del propio Graciano, quien hasta santificará a los impuestos en el nombre de dios.

Ellos se desarrollan en medio de la disputa por ser los dueños del Santo Prepucio, algo así como por poseer la Santa Faz de Jesús; las fechas sacras cívicas; las lobotomías; una serie de mensajes cifrados que se eliminan automáticamente en la PC; y la musicalidad con la que se escribe la novela, que sigue el compás de ‘El Bolero’ de Ravel que cala como balas de metralleta en medio de situaciones jocosas, absurdas y delirantes.

En el prólogo, ese viajero del siglo llamado Andrés Neuman detalla que Chávez golpea al estómago literario desde lo estéticamente correcto, y efectivamente eso ocurre al presentarse políticamente incorrecto, al mostrar un universo donde resulta mejor estar Al lado del camino, a lo Fito Páez, para ya no pertenecer a ningún ‘ismo’, para mejor considerarse vivo y enterrado hasta que el tiempo nos ponga en otro lado como lo hace este libro que, sin duda, está felizmente condenado a perdurar pese a que las manecillas del reloj jueguen en contra de la literatura que apuesta por arriesgar.



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