Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar
El terremoto del 16 de abril afectó, sobre todo, a dos provincias costeras de Ecuador: Manabí, donde se registró el 95% de víctimas mortales, y Esmeraldas, donde aunque la cifra de muertos es mucho menor, otros problemas ya existentes desde hace décadas emergen hoy como serias complicaciones luego del desastre.
En Pedernales hubo sabatina
A las diez en punto de la mañana del sábado 4 de junio, algunas frecuencias de radio y televisión comenzaron a retransmitir en todo el país la primera sabatina presidencial en su formato habitual –con público, tarima, amplificación y pantallas– después del terremoto. El pasillo Manabí –otra de las composiciones musicales destinadas a vaciarse de sentido gracias al proselitismo político– dio inicio a la emisión en vivo desde Pedernales, lugar donde se ubicó el epicentro del sismo de abril.
Mientras las calles de esta ciudad manabita –en franco proceso de reactivación– se transformaban en estacionamiento para los vehículos del Ministerio de Agricultura, Ganadería, Acuacultura y Pesca; del Servicio de Rentas Internas, del Ministerio del Interior, del Ministerio de Salud, de la Secretaría del Agua, de la Secretaría Nacional de Gestión de la Política, y otras entidades públicas, el presidente Correa develaba una placa en honor de las 663 víctimas mortales. Minutos después, el gobernante anunció que, según las cifras oficiales, se registraron 12 desaparecidos después de la tragedia de abril, que 875 escuelas fueron dañadas y que el costo total de la reconstrucción será de 3 344 millones de dólares. También dijo que alrededor de 80 000 personas figuran ahora como desplazados. El objetivo principal de organizar la sabatina aquí, según el gobierno, fue el de reactivar la economía de Pedernales.
Así también lo creyó Angélica Pincay, dueña del restaurante Sabores de mar, que funciona en uno de los pocos edificios del malecón de esta localidad manabita que se mantuvieron en pie tras el sismo de 7,8 grados Richter y sus réplicas. “Ahora, prácticamente es como si hubiéramos tenido otro feriado –dijo esta mujer, mostrándose agradecida con las autoridades–; el problema es que la gente no quiere trabajar porque ahora tiene raciones –continuó ella, refiriéndose a las donaciones para los damnificados– y no se preocupa mucho, además, dicen que tienen comida para tres meses y que no les interesa trabajar…”. Por esta razón, Angélica tuvo que pedir a su cuñado y a su sobrina que la ayudaran a atender su negocio. El promedio de ventas diarias que alcanzó durante el fin de semana de la sabatina presidencial fue de más de 800 dólares. Nada mal luego de que la actividad comercial de su ciudad se viera mermada tras el terremoto.
–¡A dólar, a dólar! ¡Gorras a dólar!
El área total donde se llevó a cabo la sabatina ocupó una superficie de aproximadamente cincuenta por ochenta metros, sobre la playa. Aunque algunos voceros del partido de gobierno estimaron que, en el momento de mayor concentración durante el Enlace Ciudadano, hubo entre 2 800 y 3 000 asistentes, fueron en verdad unas trescientas cincuenta personas quienes ocuparon sillas frente a la plataforma donde Rafael Correa habló durante más de cuatro horas. El resto eran miembros de brigadas de militantes correístas que llegaron desde Manta, personal policial y militar, decenas de funcionarios públicos, y comerciantes.
–¡No se me ahogue, venga, venga, agua de coco, agüita de coco y naranja!
Pasado el mediodía, mientras el presidente ecuatoriano continuaba hablando, a pocos metros, José Espinoza paseaba entre los curiosos cargando el tablero sobre el que exhibía su pequeña colección de gafas para el sol.
–Esas son de buen material, cinco dólar deme…
Desde que salió a vender esa mañana, este trabajador oriundo de la parroquia manabita de Charapotó había logrado ganar 60 dólares, cuando lo normal en una buena jornada bordearía los 100 dólares. “Pero, en un mal día gano 30, así que, de todas maneras, me va bien”.
–Vea los sombreros, para la dama, los sombreros, a diez dólar…
–Aguas, aguas, agüita helada…
En Esmeraldas no hay agua
Ese mismo sábado 4 de junio, los malecones de Atacames y de Tonsupa –dos de los balnearios turísticos más concurridos en estas fechas– lucían casi vacíos. Así ha sido desde hace mes y medio. En poblados esmeraldeños como Puerto Nuevo, Tres Vías, Maldonado, Aguas Claras, Limón, Marcos y Mompiche, cientos de familias amanecieron de nuevo bajo las carpas donde permanecen albergadas desde hace seis semanas, junto a la carretera, en descampados, en mediaguas. Ellos también son parte de esa estadística que, unos kilómetros al sur, anunciaba Correa.
Es que en Esmeraldas, la reactivación económica después del terremoto no sabe igual que en Manabí. La actividad turística en esta provincia norteña no parece levantar cabeza pues depende de un problema que en etapa de reconstrucción, deviene en una fatalidad: la escasez de agua.
Jaqueline Quevedo es una manabita que se radicó en Tonsupa hace más de 23 años. Ella es propietaria de dos de los más grandes restaurantes del malecón de Tonsupa y se lamenta de que las cosas no funcionen. El servicio llega una vez por semana “y cuando hay feriado ni la vez por semana. Pero cuando viene Correa, full agua por todos los lados”. A pesar de esta carencia, Jaqueline paga un monto mensual de aproximadamente 60 dólares por agua potable. Aparte, debe comprar tanqueros que le cuestan entre 40 y 60 dólares y que abastecen su consumo de apenas quince días. “Aquí, como se dice, el que tiene padrino se bautiza y el que no, muere moro”, dice ella.
En un feriado normal de tres días, con sus negocios llegaba a ganar alrededor de 7 000 dólares diarios, pero durante el último feriado, de entre el 27 y el 29 de mayo pasados, no alcanzó a ganar ni siquiera 1 000 dólares. El día de la sabatina en Pedernales, Tonsupa “era como un cementerio”. Jaqueline tuvo que reducir su planta habitual de empleados de ocho o nueve, a apenas dos, a quienes retribuye con posada, alimentación y algún dinero que no llega a ser un salario. “Después del terremoto me vi en la obligación de arrendar uno de mis locales y ni siquiera puedo matricular a mi bebe en la escuela. No está al alcance mío ahorita. Tengo atraso de luz, atraso de agua (que no llega), tuve que suspender el servicio de cable que aquí debo tener para los clientes…”.
A pocas cuadras de los locales de Jaqueline, el propietario de un hotel con capacidad para 60 huéspedes y miembro de la Cámara de Turismo de Atacames –que prefiere no identificarse– sufre algo similar. La planilla de su establecimiento hotelero, en temporada alta, llega a cobrarle entre 70 y 80 dólares. En temporada baja paga a la Empresa de Agua Potable y Alcantarillado San Mateo “50 dólares, me den o no me den agua potable”. Cuando no abastece el agua, en temporada alta, paga el agua en tanquero por 60 dólares. “A esto se suma el gasto de energía eléctrica para que funcione la bomba”, y como Tonsupa carece también de servicio de alcantarillado, hay que pagar también para que las aguas usadas, que van a un pozo, sean retiradas del lugar. En un mes, el pago final por agua para este empresario –sea por suministro regular o por tanquero, y sumado a los gastos adicionales– asciende a alrededor de 800 dólares. “A partir del terremoto –dice– ha sido más contundente, pero la baja del nivel de turistas ya se venía sintiendo desde cuando empezó a caer el precio del petróleo… Para nosotros, como operadores turísticos, el rubro más caro es el agua. Un negocio debe pensar en la construcción de dos cisternas, para mantener la una mientras la otra es utilizada”.
Antes de ese 16 de abril, este hotelero ya debía conformarse con atender a un promedio de apenas 15 o 20 huéspedes en sus instalaciones. Se trataba de trabajadores ocasionales que laboraban en la Refinería de Esmeraldas o en la central termoeléctrica Termoesmeraldas, y que permanecían en su hotel durante tres o cuatro días por semana. Pero “cuando ya terminaban su trabajo ya dejaban de venir, y ahora estoy quedándome con 5 o 6 personas que vienen a trabajar 3 o 4 días, nada más”.
Para este quiteño radicado en Tonsupa, el aparato turístico del cantón “está totalmente quebrado”, y una de las razones es que “el terremoto afectó a los escuálidos servicios básicos que teníamos hasta entonces”. La decreciente demanda de servicios turísticos en Tonsupa y en el cantón Atacames, en general, así como en poblaciones turísticas como Mompiche, Muisne, Súa y otras se ha visto agravada por los costos que representa la escasez de un servicio que históricamente ha sido deficiente o casi nulo, en una provincia que ahora inventa las maneras para restablecer su afectada economía y resurgir después de seis semanas de la peor catástrofe de su historia.
Agua de colores en medio del desierto
Ya en la ciudad de Esmeraldas, capital de la provincia, el problema es el mismo. Quizás peor. ¿Qué pasó con el Plan Maestro de agua potable que se financió con recursos no reembolsables del Banco del Estado hace dos años?
Hace apenas dos semanas, a finales de mayo, el gobierno del presidente Correa inauguró tres obras en esta urbe: un centro de salud, por un costo de 3,8 millones de dólares; un puerto pesquero artesanal, con 50 bodegas para comerciantes, patio de comidas y capacidad para 850 canoas pesqueras, y un malecón escénico en el balneario de Las Palmas, cuya construcción estuvo a cargo de la empresa estatal de transporte marítimo de hidrocarburos Flopec, y que está dotado con fuentes de agua decorativas y luces.
Junto a este malecón, hacia el sur, se extiende una vía polvorienta sin asfaltar donde están ubicados varios comerciantes de comidas tradicionales que tampoco cuentan con el servicio de agua potable. Se abastecen, igualmente, con agua de tanquero o comprando bidones en los supermercados. Uno de ellos es ‘Juancho’, un carismático afrocolombiano dueño de uno de los restaurantes más visitados de esta zona. A él, como a sus compañeros, los situaron aquí a la espera de que terminara la construcción del malecón, donde se habilitaron locales comerciales para expendio de comida por los que ellos deberían pagar 450 dólares de arriendo y un monto adicional por garantía. “Le digo con sinceridad: nosotros estamos cansados de seguir viviendo pague y pague arriendo –cuenta, haciendo una pausa en su trabajo de fin de semana–, ahorita no estamos nosotros para estar pagando tanto arriendo porque lo económico de nosotros está destruido, las ventas están demasiadamente bajas y fuera de eso, donde nos botaron acá no se vende…”.
Ya va a ser un año desde que estos comerciantes fueron apostados en este camino de tierra, con la oferta de que los nuevos locales serían verdaderamente accesibles para ellos, y hasta ahora no ven señales de que sus negocios despunten. “Un ejemplo, si yo vendía un dólar, ahorita se está vendiendo 30 centavos, entonces, diga usté, una pérdida del 70 %…”. A Juancho’, en la semana, le llega agua potable por dos días, y eso cuando llega. También en el barrio donde está su casa, en Coquito Bajo, el agua llega dos veces al mes y a veces ni llega. Cada tanquero cuesta entre 25 y 35 dólares en la ciudad. Debe comprar galones de agua para bañarse, almacenar agua para cocinar y lavar y gastar en agua embotellada cada semana. Pero igual, Juancho paga un mensual de entre 5 y 10 dólares por el casi inexistente servicio.
En una de las 50 bodegas del Puerto Pesquero Artesanal –también inaugurado por el presidente Rafael Correa en mayo– ‘Moreno’, o ‘El Moro’ –un negro recio, alto–, ha dejado abierto un grifo para llenar de agua potable un gran tanque, aprovechando que el suministro se ha normalizado debido a la reciente visita del presidente para los actos de inauguración. “Ahora, como Correa vino, atrás de él viene mucha gente, para que vea que está bonito han abierto la llave, pero venga un mes después de que Correa viene para que vea la cruda realidad…».
¿Cómo se explica que haya agua potable para sistemas ornamentales en un malecón recién inaugurado y a pocos metros, más de diez locales de venta de comidas no cuente con el suministro? ¿Quién dispone que el suministro de agua potable se normalice antes de la visita del presidente Correa a la zona, y que poco después vuelva a interrumpirse?
Para ‘El More’, la solución es hablar con el Presidente en una de las próximas sabatinas y contarle lo que vive en el nuevo puerto pesquero. Decirle que no basta con una construcción deslumbrante. Contarle que no hay agua. Que los baños están cerrados. Que no hay condiciones para trabajar. «Para serle sincero –exclama–, usté no desayuna caldo de viento ni almuerza seco de bosteceo, y nosotros estamos en un punto en el que tenemos que pararnos al frente y llenarnos con ver la obra. Como Correa iba a venir, trabajaron hasta las ocho o diez de la noche, pasándole la lengua, ¿sí es que estoy claro hablando?”. ‘El More’ señala al otro lado del canal del puerto, como si se trasladara hasta allá con la imaginación, para ver la suntuosa edificación frunciendo sus ojos azulados.