Por La Barra Espaciadora.
Cuando los miembros del equipo de La Barra Espaciadora nos sentamos para planificar la edición navideña que usted está leyendo, nos propusimos firmemente escribir textos que ni de lejos se vayan a parecer a los que podemos -usted o nosotros- encontrar en cualquier medio tradicional.
Esa firme intención nos puso un doble reto: encontrar un eje diferente para estas fechas y mirar la Navidad de una manera distinta y, tal vez, más real.
Convencidos de que ese sería el camino adecuado nos conminamos a hacer un listado de los ingredientes indispensables para cocinar una perfecta Navidad: una pizca de ingenuidad, bastante dinero, ofertas a millares surgir, un ejemplar de cada tarjeta de crédito posible, cada migaja sobrante del decimotercer sueldo, gran cantidad de paciencia para aguantar las infaltables colas para llegar a las cajas y las insaciables ansias del pelotón de infantes ansiosos por que llegue la añorada noche, tolerancia infinita a las luces intermitentes, al bombardeo de hojas volantes, al verde y rojo y a esa blanca espesa barba de un regordete que, de seguro, termina odiando Navidad.
Una vez hecha la receta nos dimos cuenta de que nuestra periodística Navidad, cocinándose a fuego lento con las indicaciones preescritas, se estaba convirtiendo en un rotundo fracaso, digno de figurar en la página matizada en rojo y verde de cualquier medio de comunicación. Conscientes de esta realidad, volvimos al laboratorio dispuestos de encontrar, en esa mezcla de ingredientes, el que realmente marcaría la diferencia y, por tanto, nos daría la clave para poder manejar la esencia periodística de la Navidad.
No fue simple y, tras mucho pensar… ¡eureka!, lo habíamos encontrado tan solo pensando en la imagen más recurrente de la navideña publicidad que por estas fechas nos impacta y en muchos casos nos agobia. Definitivamente, la Navidad sin los niños no podía existir, los adultos no somos lo suficientemente imaginativos, ambiciosos, juguetones e inocentes, como para mantener viva y vigente una tradición que no esté marcada más que por el simple e inocente juego del deseo… ¿o tal vez sí? Tal descubrimiento nos llevó a pensar en el segundo objetivo de nuestro experimento periodístico: ¿cómo encontrar esa manera distinta de ver la Navidad una vez definido el actor principal de estas fechas?
Vaya esencial problema para el periodismo ecuatoriano: ¿hay acaso algo que en tantos años no se haya dicho y que tenga que ver con esa íntima relación entre los niños y la Navidad? Al parecer esta pregunta no tiene una respuesta definitiva. En todo caso, en nuestra incansable lucha por mirar el otro lado de la vereda, nos propusimos encontrar a los niños a quienes no les pertenece la Navidad, aquellos a quienes el Ecuador parece haber olvidado. Porque, hay que reconocer, desde hace varios años ya no se les ve con tanta frecuencia a los costados de las carreteras, arrodillados con sus duras manitas unidas en estado de perpetua clemencia, en busca de que alguien absolutamente desconocido arroje al vuelo “las navidades”, como si esta “festividad” fuera un poco de juguetes usados cayendo desde los autos que raudos pasan hacia otro destino… Cierto es, como decimos, que esas “incómodas” visiones ya no son tan habituales como lo eran hace años para los viajeros. Cierto es que ahora uno puede rodar con tranquilidad por las vías del país, casi sin riesgo de que alguna de esas famélicas siluetas aparezca implorando un poquitito de espíritu navideño a modo de compasión. Ahora todo parece un milagro gracias a la intervención del Gobierno con su campaña “Da Dignidad”, que para el 2013, dice que atiende a 9.290 personas en 16 provincias. Con eso, ya no habría más que rezagos de mendicidad navideña a lo largo y ancho del país.
Hay niños que están pasando la navidad sin comer y por eso debemos llevarles agua y algo de comida para que no tengan ni hambre ni sed, y por eso deberíamos alegrarnos”.
Nadia, 6 años
¿Entonces, si ya no hay mendicidad en Navidad, quiere decir que la Navidad ya es de todos los niños del país? Este parece ser un objetivo que no se refleja en las estadísticas oficiales. Sería obtuso decir que no se han dado pasos hacia adelante, pero más lo sería decir que los niños ecuatorianos disfrutan, sin carencias y a plenitud, de un día de Navidad al año. Parece ser complicado cuando todas las políticas estatales de atención social a la niñez y adolescencia se basan en las cifras globales del censo de población y vivienda del 2010, que dicen que en Ecuador existen 5´372.573 menores de entre 0 y 17 años, y que de ellos, el 67,2% son pobres, es decir, 3´610.695.
Cabe entonces la otra pregunta lógica: ¿cuáles son los niños que realmente disfrutan, no de la Navidad que cada año creemos y queremos rescatar, sino de aquella que se mide por la cantidad de regalos que estamos en condiciones de comprar? Pensemos entonces en otros parámetros, algunos en los que no reparamos: muchos damos por descontado que una buena Navidad tiene que estar acompañada de una buena cena, a veces pavo, quién sabe lechón o alguna opción adicional preparada especialmente para que en la mesa se viva una verdadera fiesta. Pero, ¿acaso nos ponemos a pensar en cuántos niños no disfrutan de una cena navideña o de una buena comida, no solo en Navidad sino cualquier día?
Las cifras nuevamente son incómodas, según el informe de UNICEF sobre la situación de la niñez en el Ecuador, la desnutrición crónica es otro de los males que acosan a los niños del país. Para muestra, en Guayas, el 17,7% de los niños la padecen, mientras que en Pichincha la cifra es del 15,8%. ¿Será que al menos por Navidad esos niños tendrán una comida que alivie en parte sus problemas de nutrición?
Hay niños pobres para los que la Navidad es muy triste porque pasan casi toda la Navidad en la calle y no reciben regalos de sus padres ni familiares. Deberíamos ayudarlos dándoles lo que necesiten”. David 10 años
Pero además de eso, según el último estudio sobre trabajo infantil realizado por el INEC (Instituto Ecuatoriano de Estadística y Censos), en Ecuador, el 8,56% de los niños trabaja –seguramente sus obligaciones no les permitirán pensar mucho en la Navidad- y el 56% de ellos lo hace en condiciones consideradas peligrosas para su salud. Esto sin contar que hay 177.224 niños que ni siquiera asisten a la escuela, y otros 144.500 que ni siquiera están inscritos en el Registro Civil, es decir que formalmente no cumplen con los requisitos para la ciudadanía. ¿Cómo será para estos niños la Navidad?
Difícil encontrar la respuesta acertada ante una pregunta que parece pintar una realidad que la sociedad prefiere ocultar, sobre todo en estas fechas. Lo que sin duda es cierto es que hay otra Navidad que no es la de la mayoría de aquellos, de ustedes, que leen esta nota. Ellos, para quienes está dedicado este artículo, ni siquiera tienen la posibilidad de conocer las estadísticas en las que aparecen, pues, para colmo, según los mismos datos del INEC, solo el 38% de los niños en el país accede a la Internet.
Tal vez para esos niños a quienes nos referimos, la Navidad tenga otro color, otro sabor, otro tiempo, sin duda una Navidad que no estamos habituados a pensar ni a ver, pero que también existe.