Por Elvis NIeto / La Barra Espaciadora
Como todo truco de magia, la ilusión está en la habilidad del mago para que aparezcan o desaparezcan conejos, personas, billetes, mesas… Y, por supuesto, en la complicidad de la gente que aplaude, se come el cuento y lo festeja. Así son las elecciones.
El maestro de ceremonias presenta al mago. El Consejo Nacional Electoral (CNE) se presenta a sí mismo. El mago saca un sombrero, una varita, y dice ¡abracadabra! El CNE saca sus reglamentos, instala computadoras y arma un proceso. La transparencia está mediada por un saber hacer que solo ellos saben hacer. El público, los electores, no tienen idea del resultado; cualquiera que sea lo aceptarán.
El encanto y el juego democrático son gratificaciones con resultados: los conejos, las personas, los billetes… desaparecen en frente de uno. La papeleta de votación garantiza ciudadanía, otorga existencia legal, es decir, existencia en sí misma. ¿O alguien existe en la fila del banco sin su papeleta? Por favor, ya en frío y sin romanticismo, no digan que existir no equivale a un cochino papel. Eso me sonaría más o menos al ‘yo sí me di cuenta’ de quien sale del show de magia dándoselas de astuto.
Sin embargo, aunque se trate de una ilusión, el tema es serio: un tipo de frac hace desaparecer a un elefante en nuestras narices y un sistema informático/político/
Algunas piezas no calzan en tiempos de elecciones. Si al mago, que juega con las luces y el escenario, le hacen sombra sus humanas limitaciones y torpezas, al sistema electoral le persiguen los votos nulos, los blancos y el ausentismo. La “técnica” del discurso electoral dice que estos no cuentan, en resumen, porque no eligen a nadie. Es que las reglas del juego están para escoger a uno de los candidatos que aparecen en la papeleta, con nombre y apellido. Pero ¿qué tal si el CNE se equivoca y esos votos, que en principio “no valen”, salen del sombrero con cuerpo y alma?, ¿será que entonces sí valen?
De acuerdo con las estadísticas del mismo CNE, en números redondos, la tasa promedio de ausentismo promedio en el Ecuador es del 28%. ¡Y quién puede culpar a esa gente! Hay mil cosas más importantes que hacer, incluyendo viajar o dormir, antes que marcar una papeleta que no interesa. Si bien en en aquel grupo se cuentan muchos migrantes o personas que, por razones de fuerza mayor, no van a las urnas, vale destacar el orden de sus prioridades.
En las elecciones seccionales del 2009 los votos nulos representaron el 7,44%, mientras que los blancos, el 7,59%. Es decir, el 15% de eso que llaman la voluntad popular. Los votos nulos son una expresión de protesta. Llegamos a las urnas y a los candidatos les dibujamos cachos, bigotes, votamos por todos, les ponemos un par de palabrotas… Ese es el voto nulo. En los blancos, en cambio, no se marca nada, la papeleta va como está, y estos muestran más apatía que rechazo.
Veamos lo que ocurrió en las dos ciudades más pobladas del país: los votos nulos y blancos sumados representaron el 11,2% en las últimas elecciones para alcalde de Quito. ¡Nada mal: el tercer puesto de catorce candidatos! En Guayaquil, respectivamente, sumaron el 9,4%; y ocuparon también el tercer lugar entre cinco aspirantes.
Detalle importante: “los votos en blanco y nulos serán contabilizados, pero no influirán en el resultado”, dice el compilado de normas electorales del CNE. ¿Y para qué diablos son contabilizados? Más allá del sistema de escrutinio que se utilice (D`Hont y etcéteras), lo que no se debe perder de vista es que los nulos y los blancos son, más que una manifestación de protesta o apatía, una decisión. Allí reside su valor.
Un estudio patrocinado por la Senplades señala que “el voto blanco refleja, aparentemente, una falta de opinión con respecto a la votación, mientras que el voto nulo expresa un desacuerdo, en ocasiones profundo, con las opciones propuestas a los electores”. Quizás así sea. Es posible. Como también es posible, repito, que su peso esté en no marcar por ningún candidato.
Ha pasado que quienes iban a anular su voto terminaron otorgándolo al más opcionado. Paradójicamente, al tiempo que se critica eso de apoyar “a los mismos de siempre”, se los elige. Y, claro, el voto, que en realidad estaba destinado a ser anulado o a quedar en blanco, va a quien, se supone, ganará. ¡Y ahí está! el conejo que sale del sombrero del mago es el mismo que vimos en la función de hace cuatro años o más! Un poco más viejo, sí… Pero más sabido (no sabio, ¡sabido!).
Así es como estamos: entre el 2000 y el 2009, alrededor del 21% de los alcaldes en todo el país fueron reelegidos en al menos una ocasión, y el 3%, al menos dos veces.
En el caso de los prefectos, cerca del 34% de ellos fueron elegidos nuevamente en una oportunidad y el 9%, en más de dos.
“Aun considerando los argumentos a favor de la continuidad, 34% de cargos ocupados por reelección resulta una cifra bastante alta y podría calificarse como negativa, pues apenas 66% de prefectos se renueva, lo que limita las posibilidades de participación de nuevos representantes, incluso del mismo movimiento político”, dice la publicación de la mismísima Senplades.
Para estas elecciones hay alrededor de 160 aspirantes a la reelección, lo que significa que siete de cada 10 autoridades seccionales quieren repetirse en el cargo. Y de los camisetazos ni hablar. En el historial de alianzas tenemos al agua, al aceite, al lodo y a la leche en el mismo vaso: hemos visto juntos a Pachakutik, al Partido Social Cristiano y a la Democracia Popular; los del PRE se han pasado a Alianza País y el Partido Socialista también ha participado de la mano con Sociedad Patriótica.
¿Acaso no hay motivos suficientes para anular el voto?
Entrando en el campo de las especulaciones se me viene la pregunta que a todos los que no queremos votar por nadie se nos aparece como utopía: ¿Y si esos votos que “no valen”, los nulos y los blancos, ganan las elecciones? Suena bastante improbable, pero no lo es tanto… ¡Y no lo es por la simple razón de que quien quiere votar nulo debe votar nulo! Ese elector no tiene por qué endosar su pesimismo y su rechazo a favor de nadie. El nombre y el apellido a ser reivindicado es el del votante, no el del candidato. De esta manera, los factores de juego político dan la vuelta.
Tal como van las encuestas autorizadas por el CNE para las elecciones seccionales de este año, cuando falta menos de un mes para ir a las urnas, al menos en Quito y Guayaquil, existe entre el 30% y el 40% de indecisión. Y si usted no ha decidido aún su voto, es porque, a la fecha, no quiere a ninguno de los candidatos. Esta es la tierra fértil para el voto nulo o para el blanco. ¿Y si en lugar de un ganador gracias a “la voluntad popular”, con nombre y apellido, el sistema electoral debe programar sus reglas, computadoras y artificios para reconocer por una vez el triunfo de un elefante hecho de inconformes?
Quizás en lugar de sacar conejos, el sombrero termine tragándose al mago.