Por Yalilé Loaiza / @yali_loaiza
Alepo es el corazón de la guerra en Siria. Según datos de UNICEF, en una semana (del 23 al 29 de septiembre) alrededor de 100 niños murieron y más de 223 fueron heridos por las más de 1 700 bombas lanzadas al este de la ciudad, en una zona controlada por las fuerzas rebeldes. Son cerca de 300 000 personas quienes viven la guerra y no tienen acceso a la ayuda humanitaria. Y una de las cosas más lamentables es que de ellos 120 000 son niños. Los ataques se producen a diario y solo hay 30 doctores para atender a la población.
Vivimos en la ‘era de la información’ y, como decía Marshall McLuhan: “somos parte de una aldea global”, lo que implica que, de una u otra manera, todos seamos responsables por todos. Con la inmediatez y las herramientas actuales, vivimos los acontecimientos del mundo en la palma de nuestra mano, literalmente. No obstante, la rutina y el exceso de información, junto con la pereza y la banalización han provocado que nos acostumbremos al horror, que la guerra no nos sorprenda y que normalicemos todo tipo de violencia. Además, olvidamos rápido. Cuando hay una noticia que al fin llama nuestra atención, nos unimos a la oleada de compartir y debatir sobre ella. Un par de días u horas después, la hemos olvidado.
Los pequeños son quienes más sufren la guerra. Privados de su infancia y a punto de que su generación se pierda entre los escombros, viven cada día en la incertidumbre. Desde 2011, según informes de UNICEF, se han bombardeado más de 4.000 veces a escuelas, y ahora son más de 2 millones de niños quienes no asisten a clases por el peligro que implica estudiar en estado de guerra. Algunos de los supervivientes han renunciado a sus sueños y a sus amigos, como Fátima, quien quería ser gimnasta pero ahora le falta una de sus piernas.
Desde 2011, según informes de UNICEF, se han bombardeado más de 4.000 veces a escuelas, y ahora son más de 2 millones de niños quienes no asisten a clases por el peligro que implica estudiar en estado de guerra.
Antes las personas en Alepo se escondían en sótanos para protegerse de los misiles, ahora ni siquiera bajo tierra están seguros. Según las declaraciones de Kholoud Helmi, un fundador del diario sirio clandestino Enab Baladi, para CNN, antes uno de sus amigos no permitía a sus hijos salir a jugar en las calles porque si caía una bomba no podrían llevarlos a los refugios bajo tierra, sin embargo, “desde que los misiles que se están usando ahora matan en los sótanos, él les dice a los niños que salgan a jugar a las calles porque quiere que se diviertan, ya que podrían morir en cualquier minuto».
¿Recuerdan cuando nos indignamos con la fotografía de Alan Kurdi (el niño sirio que murió ahogado) o cuando compartimos el video del rescate de Omar Daqneesh, luego de que una bomba cayera sobre el edificio donde se encontraba? ¿Cuánto tiempo nos duró la indignación? ¿Sentimos dolor o solo nos unimos a una tendencia?
‘Choices for Syrian children’ – this from @khalidalbaih https://t.co/mfsMLt0Z54 #Syria v @SultanAlQassemi pic.twitter.com/5qGWCd0qGX
— Joseph Willits (@josephwillits) 18 de agosto de 2016
Como Fátima, Alan y Omar hay centenares de niños que sufren a causa de la guerra. La SAMS (Syrian American Medical Society) compartió un video donde se muestra a un niño asustado y herido que no quiere soltar al enfermero que lo carga para atenderlo. En la descripción del video escribieron: “Esto es lo que tienen que soportar los niños sirios todos los días”.
Aún en la guerra, los niños, los más afectados, son quienes mantienen la esperanza y la imaginación. Un caso es el de Nawwar, quien escapó con su familia a Alemania. Para él, su travesía estuvo acompañada de osos polares que los protegieron hasta que llegaron a un país donde no hay guerra.
Cuando vemos las noticias o navegamos en las redes sociales, nos interesamos más por qué pareja famosa se divorcia o por qué políticos se disputan una curul antes que por la guerra, los femicidios y la violencia, en cualquiera de sus formas. Hemos perdido el asombro ante la fatalidad, ¿acaso nos estamos convirtiendo en la generación que da la espalda a la guerra?
Somos indolentes cada vez que vemos violencia y la normalizamos. Indolente, según la RAE, se refiere a alguien insensible, que no se afecta o conmueve. Un indolente es un «flojo», «que no siente el dolor».
Siempre nos es más fácil evadir la violencia que mirarla a los ojos. Es difícil y doloroso pensar en la guerra, no se diga vivirla. Sin embargo, la indolencia hace que demos la espalda al dolor y a la pesadilla que otros viven. Charles Dickens decía que somos animales de costumbres y no se equivocaba. Estamos ‘programados’ para decidir qué convertir en hábito, qué banalizar y qué ignorar.
Mientras cada día nos levantamos, revisamos nuestras redes sociales, comemos, trabajamos, nos quejamos y distraemos, en algún otro lugar del mundo miles de personas viven y respiran guerra. Al parecer el ‘milagro de la vida’, para ellos, es despertar y sobrevivir a una pesadilla.
Cuando vemos las noticias o navegamos en las redes sociales, nos interesamos más por qué pareja famosa se divorcia o por qué políticos se disputan una curul antes que por la guerra, los femicidios y la violencia, en cualquiera de sus formas.
Aceptémoslo, estamos tan acostumbrados a que otros sufran que preferimos ignorar el mundo de violencia en el que vivimos. Sin embargo, si alguien reproduce Imagine, de Lennon, la cantamos a viva voz y nos llamamos dreamers. En su lugar deberíamos cantar Forgive us now for what we’ve done, como lo reza O Children, de Nick Cave & The Bad Seeds.
El individualismo nos ha atrapado y vivir en nuestra zona de confort se ha vuelto una tarea fácil. Hemos olvidado que las cifras no solo son números sino personas, por eso ya no se nos hace ‘el corazón chiquito’. ¡Es hora de que la violencia nos mueva el piso y no la aceptemos como algo cotidiano! Es momento de recordar que son seres humanos los que injustamente sufren a diario. Tenemos suerte de no experimentar lo que ellos viven, pero, ¡no es normal que haya tanta violencia y nos la pasemos de indolentes!