-A un mes del enigma electoral-

Por Héctor Bujanda

*Las fotos collage que acompañan esta columna pertenecen a la serie fotográfica Los caminantes, de Felipe Jácome. En la foto de portada: Fernando Ruiz, de 25 años, es de Valencia, Venezuela. Decidió dejar su trabajo después del nacimiento de su primer hijo. «Todo lo que hacemos es por nuestros hijos», asegura.

Un taller de narrativa que hago en la Universidad Casa Grande, de Guayaquil, en conjunto con la joven editorial Canutero, me ha llevado a releer con atención los textos de Kafka (1883-1924). El pasado lunes 26 de agosto, más por un interés personal que por labores propiamente pedagógicas, me puse a buscar en sus diarios algún pasaje que coincidiera con mi fecha de cumpleaños, 28 de agosto. Una fecha que debía celebrar sin atenuantes, como lo hago todos los años, pero las circunstancias políticas de mi país, lamentablemente, terminaron enredando el festejo. Un enredo, lo digo sin ironía, absolutamente kafkiano.

El 28 de agosto se volvió de pronto una fecha trascendental, pero por motivos más siniestros: se cumplió un mes de las elecciones más enigmáticas que ha tenido Venezuela en su historia. Si no fuera por las consecuencias que están en juego para la convivencia futura, el tema parecería un capítulo más de los tantos que hemos tenido en los últimos años de suprematismo político, polarización, represión, retaliaciones y protestas callejeras.

Cuando me refiero a la convivencia futura, hablo de reconstrucción, reintegración y reconocimiento de las ya varias Venezuelas que existen: las que están dentro del territorio nacional y las que viven fuera y se cuentan por millones. Parte de lo que estaba en juego en las elecciones del 28 de julio era crear las condiciones ‘sistémicas’ para el reencuentro entre esas varias Venezuelas, a partir de garantizar la legitimidad del resultado.

El Gobierno y sus instituciones, al contrario de esa aspiración, ha desbloqueado un nuevo nivel, superior, de negación radical y desconocimiento de la voluntad popular. En este momento tenemos dos presidentes y un poder electoral en estado de extinción, al que buscamos con desesperación, como lo haría el Señor K. en El proceso, para que nos muestre las pruebas materiales de la elección y nos diga, en presencia de testigos creíbles y plurales, quién efectivamente ganó.

Venezuela Kafka
Imagen referencial de Caracas. Foto: Diego Cazar Baquero.

La historia que ha venido desarrollándose después del 28 de julio habla de fraudes electrónicos, duplicación de actas, hackeo y silencios aberrantes. Habla también de violencia callejera y represión policial como nunca, con una veintena de muertos en pocos días y más de dos mil detenidos, muchos sin haber cumplido el debido proceso.

El mejor sistema electoral del mundo, tal como se nos ha machacado tantas veces, ha quedado completamente en el aire, en cueros, y el Gobierno de Maduro ha optado por declararse ganador, blindado detrás de los muros de un castillo fraguado por poderes como el Tribunal Supremo de Justicia. Ahora tenemos un presidente reelecto, pero sin una sola prueba confiable de que haya ganado en buena lid.

Kafka, como dice Peter Handke, es el escritor contemporáneo que con más lucidez ha escrito sobre el mundo como una fuerza malévola, capaz de “jugar al gato y el ratón con la llamada biografía del individuo”. Contraria a la perspectiva lúgubre de que ese individuo siempre pierde ante fuerzas mucho más poderosas, bien sean maquinarias estatales o corporativas, Kafka deja en su obra unas cuantas lecciones éticas de cómo escapar a la sumisión de ese mundo malévolo, sin enarbolar el relato ‘épico’ de los héroes. Recurre, más bien, a la pregunta incansable, a la duda perenne, al escepticismo radical de pequeños personajes, prototipos de la sociedad común.

Debe recordarse que en una de sus novelas cumbres, Kafka plantea la polémica llegada de un agrimensor (quien se encarga de trazar límites y rehacer fronteras) a las puertas del Castillo para que sea admitido como uno de sus empleados. En tono de provocación, el agrimensor se presenta como aquel que viene a “constituir los límites” y esto, precisamente, lo convierte en un personaje importante para la lucha en un mundo que parece siempre más fuerte que cualquier voluntad individual: el agrimensor es aquel que toma los instrumentos de medición, saca cuentas, determina los espacios y dirime sobre el terreno cuál porción le pertenece a cada quien.

El agrimensor de Kafka es un personaje profundamente subversivo sin saberlo, y hoy su poder simbólico parece más vigente que nunca: es una invitación a la sociedad civil para que emule sus gestos y exija los elementos necesarios que sirvan para medir con exactitud cuál es el espacio que legítimamente le corresponde a cada fuerza ocupar.

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Jairo (18) y Julia (15) descansan después de caminar 20 kilómetros entre Cúcuta y Bucaramanga, el primer tramo en la ruta de los migrantes saliendo de Venezuela. Imagen: Felipe Jácome.

Los diarios de Kafka y algunas claves

No quiero dejar de contar mi pesquisa en los diarios de Kafka porque en ella encuentro algunas pinceladas de esa mirada o ‘efecto kafkiano’ que se cierne sobre el mundo circundante. La única referencia que encontré sobre el 28 de agosto está relacionada con un paseo que dio Kafka por los lagos suizos con su amigo Max Brod. El viaje comenzó un 26 de agosto de 1911, saliendo en tren desde la ciudad de Pilsen, y terminó en París el 11 de septiembre, con una disquisición sobre el forastero y las maneras de encarar la vida en la gran ciudad.

Permítanme la digresión. Kafka aún no se había puesto a trabajar de manera consistente en sus proyectos narrativos más ambiciosos, pero igualmente debe recordarse que al año siguiente terminó su primera novela, El desaparecido (1912). Casi al unísono, en ese prolífico año que sucede al paseo por los lagos suizos, Kafka preparó la trilogía de cuentos ‘Los hijos’, conformada por La condena, La metamorfosis y El fogonero, que también funge de capítulo inicial de El desaparecido.

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Un grupo de migrantes venezolanos descansan en un extremo de una avenida de Tulcán, van rumbo al Puente de Rumichaca. Fotografía de Mayuri Castro.

Al día siguiente, es decir, el 27 de agosto, Kafka y su amigo Max Brod llegan a Zurich. Almuerzan en un restaurante que se encuentra encima del Ayuntamiento. Conocen a una mesonera que es de Lucerna y ésta les explica cuáles trenes van para su ciudad. Todo esto ocurre mientras Kafka come una sopa de guisantes con tapioca y judías salteadas. Después del almuerzo, a eso de las tres de la tarde, van a la estación y toman un tren para Lucerna que bordea el lago de Zug.

Al llegar, se encuentran con un gran panorama a la salida de la estación: un hangar de globos aerostáticos y una pista de patinaje sobre ruedas. Se meten en la pista y Kafka se siente en Berlín, rodeado de paseantes que hablan en alemán, su lengua de judío asimilado. Después salen a buscar el hotel donde han hecho la pernoctación. Max comenta que Lucerna es igual que Zurich: hay un puente que separa al río del lago.

Los agarra el atardecer paseando por la playa −Kafka no sabe distinguir si hay allí padres con sus hijas o, más bien, hombres con prostitutas−, y luego van a hospedarse en el hotel, donde lo más llamativo de la habitación es que tiene una caja fuerte. Descubren que hay un casino −el Casino de Lucerna− y se van para allá comidos por la curiosidad.

Kafka relata lo difícil que es describir el ambiente dentro de un casino por la cantidad de gente que espera su turno para jugar, un murmullo y una tensión incesante que le distraen del foco que ha elegido: el crupier que administra la ruleta. Trajeado de levita y rodeado por dos vigilantes, la actividad del crupier es descrita en estos términos: “Con rastrillos niquelados con mango de madera (…) arrastran el dinero hasta las casillas correctas, lo clasifican, lo atraen hacia sí, recogen dinero que lanzan ellos mismos sobre las casillas ganadoras (…) A uno le gusta el crupier con el que gana”, concluye.

Inevitable aquí recordar la anotación de Chejov que rescata Ricardo Piglia para sus tesis del cuento, y que asocia con la naturaleza paradójica del relato  moderno: “Un hombre, en Montecarlo, va al Casino, gana un millón, vuelve a su casa, se suicida”.

“El día se alarga gracias a ese juego”, escribe Kafka para resumir la experiencia que tuvieron aquella noche. No ganaron un millón, cierto, pero sí perdieron 10 francos mientras jugaban.

Piglia, de seguro, conocía este pasaje del diario de Kafka en el casino de Lucerna y por eso escribió que la anécdota de Chejov la habría contado Kafka del siguiente modo: “La historia del suicidio en la anécdota de Chejov sería narrada por Kafka en primer plano y con toda naturalidad. Lo terrible estaría centrado en la partida, narrada de un modo elíptico y amenazador”.

A esto es lo que Piglia llama “el efecto kafkiano” y Kundera denominaría “narrar lo que está en alguna parte, ahí detrás”. Kafka, el escritor que narra en primer plano lo que cualquier otro escritor se reserva para el final. Kafka, el anverso de lo visible, por eso su arte es político por excelencia. Al contar en primer plano lo obsceno que tienen los mecanismos de poder −en el ámbito político, moral, familiar y social− convierte nuestra cotidianidad en una experiencia turbadora.

El 28 de agosto, Max y Kafka amanecen desayunando en un vapor que navega sobre el lago. Desde las ventanillas, Kafka puede apreciar la ciudad donde estuvieron el día anterior, patinando y apostando. Como si viese otra película de la ciudad y sus intersticios, Kafka queda fascinado con el cambio de perspectiva que le ofrece la embarcación, donde prácticamente pasa de la primera persona protagonista a la tercera persona omnisciente, que mira a distancia, flotando, el lugar donde ocurrieron sus acciones: “Los mejores sitios para vivir sólo son visibles desde una embarcación”, concluye.

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Pedro Martínez migró hacia Perú a principios de 2018 y regresó a Venezuela para traer a su esposa e hijo. Antes de partir de Venezuela otra vez, sus 8 sobrinos decidieron juntarse en el viaje a Perú en busca de una mejor vida. Imagen: Felipe Jácome.

Cinco hitos para entender unas elecciones kafkianas

Esta es la única referencia, como ya dije, de Kafka sobre el 28 de agosto. Pienso en lo lejos que estoy como migrante que va a cumplir casi nueve años fuera del país y en la sensación de percibir lo que ocurre en Venezuela como si estuviera flotando en una embarcación, como si pasara de la primera a la tercera persona por el efecto de la distancia. Pienso también en la imagen de la noche en el casino y me pregunto si lo electoral puede tratarse como un azar o debe poder encontrarse la manera de auditar la ruleta y descubrir dónde fue que ocurrió el truco la noche del 28 de julio. También no dejo de pensar en esos ganadores que esa misma noche optaron por suicidarse.

Peter Handke sostiene que Kafka no es un escritor sino un buscador de escrituras. Me gusta ese modo de definir lo hecho por el gran autor checo, al que celebramos en su centenario.

Buscador de escrituras, nunca se sabe cuál es el Kafka más lúcido: el cuentista, el novelista de historias inacabadas, el creador de parábolas extraordinarias, el escritor de diarios y cartas −las de Milena, las de Felice, la del padre− o el creador de aforismos desesperados, que exhalan enfermedad y muerte.

“El verdadero camino pasa por una cuerda que no está tensada en las alturas, sino apenas por arriba del suelo. Más pareciera estar destinada a hacernos tropezar que a ser recorrida”.

Me da la impresión de que este aforismo de Kafka, escrito en el sanatorio de Zürau, resume la historia política de Venezuela desde 1998, signada por un tropezar constante con una cuerda que ni siquiera está tensada, por encima de cada uno, sino que siempre está muy abajo (en las regiones inferiores, diría Walser).

La incomprensible historia de nuestro conflicto político parte del desconocimiento y la subestimación sistemática del adversario, al que siempre vemos muy abajo, como la cuerda del aforismo. El ritual electoral es apenas la guinda en el vaso. Desde el revocatorio de 2004 hemos tenido que tramitar conflictos varios que, como una vuelta de tuerca, han venido convirtiéndose, por su agudeza, descaro, ánimo de guerra y control, en un auténtico momento kafkiano, hoy percibido como perenne en el tiempo (la realidad siempre parece irracional, loca, desviada, pervertida).

Hace un mes ocurrió la elección más “loca y pervertida” de nuestra historia reciente. Voy a enumerar cinco hitos esenciales de este momento kafkiano, propiamente venezolano:

  1. Aplicando estrategias de control con un claro favoritismo, el CNE decidió restringir el derecho al voto de los venezolanos en el exterior. Si nos guiamos por las cifras de Acnur, hay casi 8 millones de nosotros fuera del país, muchos en condiciones precarias, forzosamente desplazados de un conflicto que llegó a su momento cumbre en 2017, cuando parecíamos un país que caminaba en dos patas, perdido, por todo el continente. Restringir ese derecho −el del voto− es habernos convertido en el personaje de la parábola kafkiana “Ante la Ley”. Como se sabe, la parábola cuenta que un campesino llega a las puertas de la Ley con la intención de entrar en ella, de ponerse a derecho, y el guardián se lo prohíbe. Esa parábola está en un capítulo memorable de El proceso, donde el protagonista, K., mantiene una discusión con un cura sobre la verdad o necesidad que tenía el guardián de prohibir la entrada del campesino. En ese contexto, dentro de una iglesia, el cura dice una de las frases más memorables de esa novela, con clara connotación para la realidad de la Venezuela actual: “No se debe tener todo por verdad, sólo se tiene que considerar lo necesario”. Así llegamos a un Estado que eligió, desde el momento en que restringe el derecho al voto de los venezolanos en el exterior, caminar de espaldas a la verdad electoral y operar bajo las lógicas y mecanismos típicos del poder cuando se tiene: no importa la verdad, lo que importa es lo necesario. Léase: lo que nos mantiene en el número ganador.
  2. El segundo momento es propiamente el que se produce entre el 28 y 29 de julio. El CNE −cuatro de sus cinco rectores− da como ganador al presidente Maduro pero no da cifras discriminadas sino al voleo. En horas, la oposición tiene una plataforma web que muestra el 80 por ciento de las actas como si eso bastara para reconocerlas. Unos optan por no mostrar, otros muestran demasiado. Como yo conozco lo suficiente a ambos adversarios −fui testigo en primera fila de su proceder en el pasado−, puedo decir que lo que ha estado en juego desde el principio no es declarar a ninguno ganador sino establecer un mecanismo que nos permita verificar o entender lo que ha sucedido en la elección del 28 de julio. No operar con el discurso de lo necesario, que siempre favorece a alguna de las partes, sino hacer valer la verdad hasta sus últimas consecuencias.
  3. Pasaron días y semanas terribles, entre estatuas caídas, protesta popular, detenciones, asesinatos, atropellos judiciales. Un clima nuevo, kafkiano, se ha venido apoderando del país. Ahora la gente debe andarse con cuidado porque cualquiera puede ser culpable de terrorismo o señalado de enemigo político. El filósofo italiano Giorgio Agamben sostiene que Kafka le puso K. al protagonista de El proceso, no por Kafka sino por Kalumniator, que en alemán significa el que calumnia, es decir, el que acusa sin fundamento. La Venezuela del Señor K. es aquella que está presa en el relato de los calumniadores, acusadores o censores, que han forjado, a partir de la intimidación, una atmósfera de posverdad que inhibe la acción ciudadana o la pervierte en manifestaciones de odio. El asunto no resuelto de las elecciones ha estado acompañado de una ‘paz’ sospechosa, tensa, inexplicable. Se ha pretendido normalizar una anomalía poderosa y tratar a ésta −la cucaracha kafkiana− como si fuera la más humana de las realidades.
  4. El gobierno, huyendo hacia adelante, ha decidido mantener el secretismo pero esta vez avalado por el Tribunal Supremo de Justicia (el CNE se pasó del mes legal que tenía para decir “esta boca es mía”). Una vez más, la verdad pasa debajo de la mesa mientras abrazamos el discurso de la necesidad: somos ganadores, no importa si con mayoría o si vendrán nuevos eventos electorales (quién será el árbitro de esos próximos eventos, quizá necesitaremos al crupier de Kafka en Lucerna para que dirima). El gobierno le exige fe a sus seguidores y eso es un problema. También les exige sumisión, otro problema. No nos conformemos con menos. ¡Exijamos resultados verificados! La verdad es el punto a alcanzar.
  5. Quizás el momento más kafkiano de todos está encarnado en el rector del CNE, el opositor Juan Carlos Delpino. Desapareció la noche del 28 de julio, nunca dijo esta boca es mía y reaparece en la clandestinidad casi un mes después diciendo que faltó transparencia, pero que él no vio, no entró, no supo. Si estábamos ya en un momento cantinflesco con presidentes reconociendo actas en una página web y otros pidiendo nuevas elecciones −Kafka diría que el proceso no tiene fin− con Delpino estamos en un momento Capulina: dentro de todas las contradicciones, huecos e imprecisiones, aún se atreve a pedir perdón, pero no se sabe por qué.
Venezuela Kafka
Andreína y su hija comienzan a caminar desde Cúcuta a las 5am. Llegaron a Venezuela hace 6 meses, pero Andreina se involucró en una relación abusiva con un hombre colombiano. Esperan encontrar una nueva vida en otra ciudad de Colombia. A pesar de que la población se ha vuelto reticente de dar aventones a migrantes Venezolanos, muchos intentan ayudar a mujeres con niños como Andreina caminando por la Andreína. Felipe Jácome.

Exigir la verdad como único camino

Después de este recuento tengo algunas ideas al respecto. Estoy convencido de que ni las sanciones, ni los nuevos bloqueos, ni las intervenciones extranjeras nos salvarán de la mediocridad de conformarnos con lo mínimo, con lo necesario. Urge exigir la verdad, un asunto que le incumbe al chavista de calle y al opositor por igual, es el puente que nos permitirá encontrar un camino común para revelar lo que realmente sucedió en la elección del 28 de julio.

La historia nos vuelve a dar la oportunidad de resolver este conflicto: comencemos por pedir que una instancia internacional-nacional, plural, que sume visiones, se encargue de verificar cada voto, analizar cada acta y determinar quién ganó efectivamente. Por razones rocambolescas, quedan cuatro meses que podrían ser tiempo suficiente para poder dilucidar el enigma que nos envenena, que nos parte irremisiblemente en dos.

Hasta ahora, la tentación de reaccionar al poder ha sido, como en el capítulo final de El proceso, esperar el momento de tomar el puñal de los verdugos y matarlos antes de que ellos te maten a ti. Pero Kafka da otra gran lección en esa novela con la salida que tiene K.: éste, lejos de hacer uso de la violencia, renuncia a convertirse en asesino, desecha la idea de empuñar el puñal de sus verdugos.

La búsqueda de la verdad no nos puede convertir en asesinos. No nos puede llevar a usar las mismas armas que usan nuestros enemigos. Escribe Kafka: “la responsabilidad por ese último error (castigarlo con la muerte) la soportaba el que le había privado de las fuerzas necesarias para llevar a cabo esa última acción”.

En este momento oscuro del país, debemos insistir en estirar la cuerda, elevarla, para dejar al descubierto la responsabilidad de los verdugos, vengan de donde vengan. Sobre esa cuerda volvemos a caber todos aquellos que desean el fin de los asesinatos, las torturas, las detenciones, las calumnias y las aniquilaciones selectivas.

La verdad salva y su demanda es la única vía para salir de este atolladero.

Como escribe Kafka en otro de sus aforismos: “A partir de un cierto punto, ya no hay regreso posible. Este es el punto a alcanzar”.

No nos conformemos con menos. La verdad es el punto a alcanzar.

Visita la nota El camino del bolívar, de Daniela Game, sobre el trabajo del fotógrafo Felipe Jácome.

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Pedro Martínez migró hacia Perú a principios de 2018 y regresó a Venezuela para traer a su esposa e hijo. Antes de partir de Venezuela otra vez, sus 8 sobrinos decidieron juntarse en el viaje a Perú en busca de una mejor vida. Imagen: Felipe Jácome. © Felipe Jácome.

Fabrizio Peralta Díaz

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