BiblioRecreo: un bus hecho para leer

Por Juan Carlos Cabezas / Para La Barra Espaciadora

Como fanático lector de autobús, Marcelo Pólit es un malabarista anónimo.  Alguien que mantiene la concentración en la página a pesar de baches, apretones, frenazos, ventas e insultos. Por ende no resulta extraño que este gentil caballero de la “literatura en movimiento” se haya subido también a BiblioRecreo, en el estacionamiento del centro comercial más antiguo del sur de Quito. Aquí todos los pasajeros van o vienen como Marcelo: con un libro bajo el brazo.

“Lo primero que me prestaron es Inferno, de Dan Brown. Luego saqué toda la zaga de Eragon, ahora estoy por terminar Fundaciones, de Isaac Asimov”, me dice Marcelo, mientras acuna en su brazo derecho la obra que se apresta a devolver.

Como lector fanático, siempre busca nuevos autores, pero el precio de algunas ediciones lo obligaba a postergar esa ilusión. El año pasado observó extraños movimientos en los exteriores del subsuelo dos del centro comercial El Recreo. Con su agudo olfato de lector, Marcelo le dio seguimiento al tema. Hasta que apareció un antiguo modelo Ford que estaba abandonado  a un costado de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, que pronto se convirtió en lo que debió ser desde un principio, una biblioteca funcional y abierta a todo el público.

En enero, la Casa de la Cultura y el centro comercial El Recreo firmaron un convenio para reactivar este desvencijado vehículo que hoy esta tuneado con rampas, alfombras y una sala adjunta de literatura infantil. Surgido el laberinto hacía falta un Asterión: Adriano Valarezo. Un relato sobre este bibliotecario debería empezar así: “Érase un hombre a un libro pegado”, y enseguida aparecerían las trashumancias de este “sabedor” ataviado de su boina gris, lentes redondos y barba. Adriano es oficialmente el coordinador y, por ende, quien decide qué libros se deben adquirir. Este joven, experto en Fedor Dostoievski y Yasunari Kawabata, instructor de aprendices ejecutantes en el mar de la literatura, selecciona periódicamente autores de primer nivel para ofrecérselos al público del sur de la ciudad.

Entre sus preferencias están las obras de Bruno Traven y Elías Canetti en literatura y Slavoj Zizek en filosofía. “Tenemos aquí libros que por su costo, muchas veces no pueden ser adquiridos; contamos en total con 3 000 en stock y 3 500 en bodega”, me revela y a la vez deja claro que aún se aceptan donaciones, siempre que la obra se encuentre en condiciones aceptables, es decir libre de moho y con las páginas completas.

Justo detrás de la cabina del conductor, convertida ahora en el despacho de Adriano, se encuentran los libros ubicados por orden alfabético. Allí está Bradbury y sus proféticos 451 grados, a su costado, Bukowski y sus devaneos con las musas sedientas, los espías bigotudos de Roberto Ampuero, la colección completa de Roberto Bolaño, los trazos sensibles del japonés Kawabata, el brillo de la espada de Yukio Mishima, la triste mirada de Patricia Highsmith, la poética de César Dávila y Carrera Andrade, entre otras maravillas.

Eso no quiere decir que si usted gusta, por ejemplo, de la saga de Harry Potter, aquí le vayan a cerrar la puerta… Venga no más, en el BiblioRecreo todos son bienvenidos, incluidos los lánguidos vampiros de Crepúsculo y las melodías épicas de Canción de hielo y fuego.

Un 40 por ciento de la oferta literaria es para el público infantil, abundan entonces los textos sobre dentudos dinosaurios; los que se leen con gafas en tercera dimensión, aquellos que incluyen juegos para armar y las rosadas hazañas de las princesas de Disney. Toda niña o niño puede jugar y leer (o viceversa) a sus anchas. Por eso no es de extrañar que con la inauguración a la vuelta de la esquina, existan clientes fijos como Débora Brasero, quien  no deja los libros a pesar de la discapacidad visual que aceleró su jubilación. Luego de que Débora conversara unos segundos sobre sus requerimientos literarios con Adriano, este, en un lance inspirado, le recetó Jezabel, de la francesa Irene Nemirovski. Tras una sonrisa, la dama se marchó contenta. Y mucho.

En dos horas, llegaron al menos 15 personas, aparecieron familias completas deseosas de saber y jóvenes con un conocimiento de la literatura que llevaría al sonrojo al más pintado. Para hacerse de un libro se deben cumplir algunos sencillos requisitos y obtener el carné de socio; copia de cédula de identidad, una cartilla de pago de un servicio público, realizar un croquis del domicilio y cancelar cinco dólares los adultos y tres para los menores de edad; las personas con discapacidad no pagan.

Lo mejor es que es posible llevarse la obra durante 15 días o dos meses, dependiendo del volumen del texto, lo que recuerda al sistema de la Fundación Libroteca, que funcionaba a inicios de los noventas.

Paulina Fuentes, directora del área de publicidad y promoción del centro comercial El Recreo, revela su fascinación por el proyecto. En total el centro comercial y otros auspiciantes han invertido 80 000 dólares en esta biblioteca y dedican más de 10 000 mensuales en la publicidad, que ya se puede apreciar, por ejemplo, en algunas unidades de transporte público de la ciudad. “Actualmente tenemos 500 inscritos, pero con la campaña esperamos llegar a los 1 500. Es lo menos que podemos hacer por la gente del sur”, me dice  a través de correo electrónico. Me anticipa que esperan que pronto el BiblioRecreo sea “un llamador de tráfico” y que se desarrollarán promociones que combinen compra y lectura. “Solo hace falta vencer resistencias e ideas caducas como aquella de que el sur no lee”, dice, poco antes de que se inicie un feriado. Un libro sobre novela negra se vuelve parte de su equipaje para aprovecharlo. Al parecer el  BiblioRecreo tiene combustible para rato, pues  está al resguardo de lectoras y lectores que mantienen bien aceitado el carro de la cultura.