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COP21: Un acuerdo a medias

Por Francisco Ortiz Arroba / @panchoora

El Acuerdo de París sobre cambio climático, firmado el  pasado sábado 12 de diciembre, ha provocado una ola de aplausos pero también de silbatinas.

Para las potencias más fuertes –esos 55 países que representan el 55% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en el planeta-  este acuerdo se convirtió en un hito histórico, ya que tanto las naciones desarrolladas como los países en vías de desarrollo se comprometieron a gestionar la transición hacia una economía baja en carbono. Pero esto parece ser tan solo lo que está por encima. El discurso a medias.

Los críticos, en cambio, califican al acuerdo como un fracaso, pues no permite que los países más pobres y afectados por el cambio climático puedan demandar a las naciones poderosas por daños y perjuicios ambientales. En vez de esto, Estados Unidos y otros países desarrollados tomaron a esta como una oportunidad para negarle a la gente sus derechos para reclamar sobre las afectaciones al medioambiente, y mantenerlos a merced de los impactos del cambio climático. Adicionalmente, señalan que en el texto original no existe siquiera una sola palabra que hable sobre combustibles fósiles, petróleo o carbón.

Las discusiones son muy variadas y en muchos casos, acaloradas. BBC Mundo, por ejemplo, fue claro al destacar el hecho de que durante el tiempo que tardó firmar el documento de la COP21 se han registrado “los años más calurosos desde que se empezó a tomar nota de la temperatura, y el hielo en el Océano Ártico ha disminuido a un ritmo de 2,7% por decenio, según Naciones Unidas”. Google publicó a finales de noviembre impactantes imágenes que reflejan la gravedad del cambio climático en varias regiones del mundo. Sin embargo, para tener una idea más clara sobre lo que suscribieron los países participantes en la COP21 es importante iniciar preguntándonos: ¿cuál es el verdadero desafío que el mundo enfrenta?

COP21

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En el documento final del encuentro se identifica al cambio climático como “una amenaza apremiante y con efectos potencialmente irreversibles” para la humanidad y para el planeta. Se aclara que existe una “grave preocupación” porque los compromisos sumados de todos los países para reducir las emisiones de GEI están lejos de alcanzar las reducciones globales necesarias. La COP21 plantea como meta contener el aumento de la temperatura del planeta “muy por debajo de los 2 grados centígrados” respecto de la era preindustrial, y compromete a los firmantes a “realizar esfuerzos” para limitar el aumento de las temperaturas a 1,5 grados centígrados.

Pero, ¿cómo lograrlo?

En la COP21 se acordó que el mundo debe esforzarse para que las emisiones de GEI dejen de aumentar lo antes posible y empiecen a reducirse de forma inmediata. Para la segunda mitad del siglo, deberá llegarse a un equilibrio entre las emisiones de GEI provocadas por las actividades humanas (como la producción de energía, agricultura, ganadería) y las que podrían ser capturadas por medios naturales o tecnológicos (por ejemplo, los bosques o las instalaciones de captura y almacenamiento de carbono).

Otra de las críticas al respecto es que en este documento se eliminaron referencias —presentes en borradores anteriores— al término “neutralidad de carbono”, al que se oponían ferozmente los grandes productores de petróleo como Estados Unidos, China y Arabia Saudita.

Para el año 2018, dos años antes de la entrada en vigencia de este acuerdo, los países deberán evaluar los impactos de sus iniciativas contra el calentamiento global y analizar nuevamente sus planes de reducción de emisiones de GEI. Según el acuerdo de París, las revisiones se realizarán cada cinco años, a partir de 2023.

En cuanto al financiamiento, los países desarrollados deberán brindar apoyo financiero a la reconversión energética de los países en vías de desarrollo y a enfrentar fenómenos relacionados con el cambio climático, como la intensificación de las sequías, la desertificación de los suelos y demás fenómenos climáticos.

Fuera de las partes jurídicamente vinculantes –uno de los puntos positivos del acuerdo–, este documento establece como mínimo la suma de 100.000 millones de dólares anuales como montos de aporte por parte de los países ricos, tomando en cuenta las necesidades y prioridades de los países pobres. Otra fuerte crítica se da en este sentido, pues el acuerdo final no ofrece ninguna seguridad real para los países pobres sobre cómo será distribuida esa ayuda financiera, cuándo será distribuida y cuánto de este dinero estará disponible para acciones de adaptación al cambio climático. Sin embargo, esa suma será revisada en el año 2025.

Por si fuera poco, otra de las críticas más fuertes fue la del científico de la NASA James Hansen, quien fuera el primero en dar el alerta sobre los riesgos del cambio climático hace aproximadamente tres décadas. Según cita el periódico español El Mundo, Hansen critica que el acuerdo no toma medidas concretas para la descarbonización de la economía mundial, lo que significa dejar de lado a las energías fósiles y hacer una transición energética hacia otros modelos de desarrollo más limpios.

Sin duda, el cambio climático se ha convertido una vez más en la válvula de escape para que se lucieran los discursos. Hoy la discusión no se centra en las cosas que son realmente fundamentales, como el modelo fallido de desarrollo capitalista y esa voracidad humana por acumularlo todo. Y si no se mira en esa dirección, todo acuerdo que se discuta y se adopte siempre tendrá ese sabor a poco. Ni lo vinculante ni que se reduzcan las emisiones de GEI ni que la temperatura del planeta se eleve más allá de los 2 grados centígrados tendrá sentido si las acciones humanas continúan apostándole a un modelo autodestructivo y caduco.