Por Ana María López Jijón / @amlj7
Cristina Tardáguila (1980) es periodista, Directora adjunta de la International Fact-Checking Network (IFCN) y fundadora de la Agência Lupa, la primera organización de verificación de Brasil. Cristina trabaja como fact-checker desde 2013, cuando “no había ni siquiera la expresión ‘fake news’”. En entrevista con Ecuador Verifica, explica cuáles son los retos que enfrentan los periodistas en medio de la ola de desinformación que existe en redes sociales.
Hay muchos fact-checkers que están en contra de hablar de ‘fake news’, o noticias falsas, y proponen cambiar el término por la palabra desinformación.
Soy una de ellos. Son tres razones por las que no deberías usar la expresión ‘fake news’. La primera, como periodistas que somos, si algo es ‘fake’ no puede ser ‘news’, es una paradoja. Segundo, por la cantidad de agresiones que estamos sufriendo los periodistas por gente que usa esta expresión cuando quiere quejarse de algún reportaje investigativo, o quiere prohibir que la prensa sea libre. Por último, un estudio de First Draft identifica, por lo menos, siete tipos distintos de desinformación que van desde la sátira, la parodia mal entendida, hasta la fabricación total de contenidos (‘deep fake’), pasando por artículos que contienen fuentes que no existen hasta ediciones, cortes de videos y manipulación del contenido que sí existe. Dentro del mundo de las ‘fake news’ hay varios cajoncitos. Y, para cada uno de los cajones, hay un tratamiento y hay una técnica diferente.
¿Por qué crees que la desinformación se viraliza tan rápidamente frente a las noticias que sí son verificadas?
Bueno, primero, la mentira es muy sexy. Es muy sexy porque la desinformación busca hablar directamente a nuestros gustos, creencias, miedos, deseos, mientras que la información, el chequeo, se dirige a nuestro racional, nuestro conocimiento. Son dos partes de la cabeza totalmente distintas. La interacción con un contenido emocional es mucho más fuerte que la interacción con el contenido racional. Ahí está el desafío de los fact-checkers: intentar hacer que los chequeos sean tan interesantes para que la gente los lea y comparta.
Un análisis que hace First Draft muestra que las mentiras son más fáciles de creer.
Tú deseas creerlas. No se puede hablar de desinformación sin hablar de psicología. La desinformación está hecha para alimentar tu deseo, tu creencia, tu gusto, para dejarte muy contenta o muy nerviosa.
Te confirma lo que ya creías.
Sí. O te da un pánico y miedo porque se supone que está pasando exactamente lo que tú creías.
En un artículo publicado en Poynter, dices que los periodistas pueden ser usados como una herramienta de desinformación. ¿Por qué?
Hay varias respuestas para esa pregunta. La primera, hay muchos periodistas que buscan el ‘click’. Por ejemplo, Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, dijo que acabó con la corrupción. Me río, cualquiera se ríe porque nadie acaba con la corrupción. Pero, esto va al titular, como si fuera verdad. Estamos en un momento en que los periodistas tienen que entender que los políticos, los poderosos, las celebridades, saben dar frases fuertes porque cuentan con que nosotros no vamos a hacer un tipo de raciocinio. Segundo, los periodistas, por escribir sobre desinformación, acaban oxigenando una mentira. Es muy importante que las redacciones, no solo de fact-checkers sino de todos los periódicos en el mundo, tengan y sepan utilizar herramientas para saber cuándo una mentira, una desinformación, tiene que ser un tema. Y, por último, es vital que haya una mirada desinformativa en cómo los fotógrafos y los directores de arte ilustran los artículos y textos, porque a veces estás hablando de un video falso, pero lo pones. Estás hablando de una fotografía falsa y la publicas, sin poner una etiqueta por encima.
En este caso, un periodista, por verificar, está haciendo más daño que aportando.
En el covid esto fue muy importante. Por ejemplo, tuvimos el caso del Ibuprofeno. Algunas autoridades decían que sí se podía tomar, mientras que otras decían que no. Desde IFCN, me di cuenta de que realmente no había una garantía ni de que sí ni de que no. Es un riesgo cuando nos quedamos solo con las fuentes de nuestros países en temas así. Publicar que es verdadero que se puede tomar Ibuprofeno, mientras hay autoridades médicas en otras partes del mundo diciendo que no, es arriesgadísimo. Ese tipo de trabajo es fundamental. Te cuento el revés, cosas que no hicimos y que debíamos haber hecho: recibimos en marzo una información viral sobre cómo el alcohol puro podía curar el covid. Yo dije, venga, quiénes pueden creer eso. Como había muchas otras cosas importantes que chequear, pasamos e hicimos otros chequeos. Resulta que una semana después recibimos la noticia de que había 40 muertos en Irán por haber bebido alcohol puro, se envenenaron. Es muy importante saber la dimensión de la viralización para realmente dejar de lado lo que es pequeño o cuadrar lo que es grande.
Hay expertos que recomiendan no titular una falsedad.
Existe la teoría del sándwich: tienes que decir dos veces que algo es mentira. La verdad debe ir en el medio.
¿Por qué es importante que como fact-checkers, se involucre a la audiencia en el contenido que se está generando?
Si hay una bala de plata para acabar con la desinformación, necesariamente pasa por la sociedad como un todo. Es imposible que solo la comunidad de fact-checkers que crece, pero sigue siendo pequeña, sea capaz de hacerlo sola. Cada uno tiene que ser su propio fact-checker.
En tu artículo ABC, NBC, CBS y Univision nos recordaron algo importante: la televisión no es Twitter, sobre cómo cuatro medios decidieron cortar el audio del presidente Donald Trump para explicar y verificar sus afirmaciones, explicas que mucha gente opinó que eso fue censura. ¿Por qué hay ese debate sobre la censura y, por otro lado, que se está protegiendo a las audiencias?
Esto va a ser una disputa eterna. Desde que el mundo se volvió más atento a las redes sociales que al periodismo, a la gente se le olvida que el trabajo del periodista es filtrar. El trabajo del periodista es analizar. Si no fuera así, el periodista no se llamaría periodista sino taquígrafo, una persona que escucha y repasa sin ningún tipo de filtro. Esto es quitarle al periodista su función esencial, que es separar lo que es verdadero, lo que realmente se basa en datos y ofrecer un análisis correcto. Lo que han hecho las cadenas es enseñar claramente que la televisión no es Twitter. Así tiene que ser más y más y más. Si la desinformación está, sobre todo, en las redes, es función del periodista alejarse de las redes y ofrecer cada vez más conocimiento, análisis, filtro.
En 2021 hay elecciones en Ecuador y tenemos muchos candidatos a la Presidencia. ¿Qué recomendación les das a los periodistas, en base a este contexto de que el periodismo no es redes sociales?
Está muy de moda atacar el proceso electoral. Vemos esto por todos lados, en todos los países que están viviendo elecciones. Más cuando no hay un claro candidato a ganar, alguien que tenga un 80%. Entonces, tenemos que informar antes de que llegue la desinformación. Empezar, desde ya, a explicar con mucho detalle cómo funciona el proceso electoral para que la gente tenga la vacuna de la desinformación electoral. Segundo, yo sugeriría a los periodistas que buscaran al Consejo Nacional Electoral para montar con ellos un proceso de colaboración para el mes de las elecciones: unir en un grupo de WhatsApp a todos los fact-checkers del país, por lo menos a un miembro de la justicia electoral en cada provincia para que sea rápido el chequeo, alguien del CNE que cuide el proceso, y de las plataformas como Twitter y Facebook para que haya un canal de comunicación muy rápido. La desinformación electoral pone en riesgo la democracia. Los chequeadores tenemos que tener velocidad al hacer nuestra verificación y tenemos que garantizar que la distribución del contenido sea fuerte. En momentos de elecciones, prensa, fact-checkers, justicia y plataformas tienen que bajar la competencia y compartir contenido, porque si no existe algo así, quien gana es la desinformación.
Hay muchas voces que proponen que la desinformación sea limitada y regulada. ¿Tú qué opinas de que exista una regulación y se penalice a quien distribuye desinformación?
La IFCN está totalmente en contra de cualquier ley. Tenemos desde el 2018 una base de datos que acompaña 60 países y sus intentos de controlar la desinformación por varias formas. Dos conclusiones del análisis de la base de datos: primero, ningún país del mundo está logrando reducir la desinformación. Y, los países que han optado por las leyes no solo no han reducido comprobadamente la desinformación, sino que crearon problemas muy graves de libertad de expresión. Ahí hablo específicamente de Asia. Está la indefinición del concepto ‘fake news’, o concepto desinformación. Tailandia arresta a quien habla mal de sus militares. En India suspenden internet. En Indonesia han arrestado a madres de grupos de WhatsApp por, supuestamente, esparcir pánico por un terremoto. En Singapur es el gobierno el que dice a Facebook cuándo tiene que llamar a algo falso. Lo que vemos en Asia es un laboratorio de estas iniciativas de regulación y no está bien. IFCN jamás va a defender a un tipo de solución que pase por la privación de libertades.
Entonces, la forma de lucha contra la desinformación es con verificación, no con regulación.
Creo que hay dos caminos. Uno a cortísimo plazo: la colaboración. Tenemos que inundar las redes de información verificada, y de forma colaborativa. Ninguna redacción es tan grande para hacer este trabajo sola. A largo plazo, creo que unas tres cosas tienen que pasar. Primero, educación. Segundo, las escuelas tienen que tener un currículum de educación mediática, de fact-checking básico. Y tercero, presionar a las plataformas para que nos den más información sobre el tamaño del monstruo contra el que luchamos. Les cuesta mucho a las plataformas reconocerse como un espacio desinformativo que lo son y no comparten con el público general el tamaño del problema. A mí me encantaría que las plataformas apoyaran como política empresarial iniciativas de educación mediática.