Por Yalilé Loaiza / @yali_loaiza
Eran las siete de la noche del 4 de abril de 2017. En la intersección entre las avenidas Eloy Alfaro y De los Shyris, en Quito, resonaban los cánticos que reclamaban el reconteo voto a voto. Tres filas de policías –firmes, sin pestañear y con escudos que decían: “soy hermano, soy padre y me esperan en casa”– resguardaban la zona. Su objetivo: que los manifestantes no se acercaran al Consejo Nacional Electoral (CNE).
Entre las consignas, una columna de humo negro se elevaba hacia el cielo. Las banderas blancas y las del Ecuador contrastaban con él. La llama crecía y las llantas se volvían noche derretida. Horas antes, Juan Pablo Pozo, presidente del CNE, había anunciado lo que llamó “resultados irreversibles”. ¿Qué pasó en las elecciones de Ecuador para que miles de manifestantes se tomaran las calles?
La jornada electoral del 2 de abril se desarrolló en medio de una calma hedionda. Los electores, como en una olla de presión a punto del hervor, se mantenían a la espera de los resultados. En un país dividido ya por el discurso político encendido y agresivo de lado y lado, la ansiedad se incrementaba y, después del cierre de urnas, los exit poll presentaban resultados contrapuestos. Durante una hora Ecuador tuvo dos presidentes y los ánimos se recalentaron.
La página web del CNE quedó inaccesible y el descontento general en las filas de la oposición se iniciaba. Cuando el sitio volvió al aire y los resultados se difundieron, los adherentes de CREO ya no celebraban, los de Alianza PAIS sí: Lenín Moreno ganaba a Guillermo Lasso.
“Si no luchamos por la patria, la perdemos”, fue una de las consignas que prevaleció del lado de la oposición durante los siguientes días y esos días son los que anunciaron la temperatura en la que gobernará el nuevo presidente ecuatoriano: la sinrazón, la voz del que grita más alto y un país que no termina de comprender que se ha partido en dos partes casi exactamente iguales. Concentrados cerca al CNE, los partidarios del candidato Lasso rompieron dos veces el cerco policial, dejaron basura, reclamaron que hubo fraude, “un burdo fraude”, como dijo Guillermo Lasso en una rueda de prensa. Los adeptos al correísmo y a Lenín Moreno se dispersaron en varios puntos del territorio ecuatoriano para acusar con el dedo a los opositores y adjetivarlos: pelucones, banqueros, aniñados, vendidos, agentes de la CÍA…
El lunes 3 de abril, los manifestantes opositores esperaban a Lasso en el escenario instalado frente al CNE. Ese día, el candidato aseguró que se impugnarían resultados. Además dijo que, finalizada la rueda de prensa, se uniría a los ciudadanos que decían luchar a favor de la democracia en las calles. La rueda de prensa finalizó a las cuatro de la tarde. Hasta las 5:44 no había rastro de Lasso en los exteriores del CNE y el fervor crecía. Nadie parecía aburrirse. Los comerciantes vendían agua, comida y banderas. Los militares y la policía resguardaban la zona. Andrés Páez, binomio de Lasso, mantenía a los manifestantes entretenidos con sus alocuciones. Alternando con él, varias personas tomaban el micrófono y contaban su experiencia como migrantes, como extranjeros que huyeron de una dictadura, como padres, madres y jóvenes que quieren que la patria tenga futuro. Los reclamos a las Fuerzas Armadas también eran parte del discurso: “¿Dónde están?”, era la pregunta en un país con historia de dictaduras militares, derrocamientos y golpes de estado. Incluso alguien decidió invocar a la “justicia divina”. Las concentraciones de Lasso se caracterizaron por la oración en voz alta. La multitud rezó siempre al menos un padrenuestro cada jornada, como si esperaran que sus plegarias se elevaran hacia ese ser supremo en el que cree o dice creer más del 90% de los ecuatorianos.
Y con los ruegos católicos, los símbolos patrios. Las banderas flameaban cuando el disk jokey, a todo volumen, reprodujo el Himno Nacional. Luego, el Himno a Quito. A más de un manifestante se le soltó una que otra lágrima.
Mientras un ciudadano daba su discurso, Páez se le acercó y le susurró al oído: “paro nacional”. El micrófono amplificó sus palabras y la multitud, a coro, demandó el paro. Entre los gritos se escuchó: “¡aquí está Guillermo Lasso!”.
Lasso llegó a las 5:54, acompañado de su familia. En su discurso pidió calma pero firmeza. Tan solo minutos antes alguien había gritado “¡que venga Lasso!”. El candidato habló hasta las 6:13. Saludó a quienes estaban cerca de la tarima y coreó, con una mano en el corazón y con la otra levantada haciendo el símbolo de la paz, el Himno Nacional. Los asistentes cantaron el himno por segunda vez, flamearon las banderas por centésima vez y se emocionaron por milésima vez. ¿A alguien le podía quedar duda del fraude? se preguntaban los manifestantes. Para ellos era obvio que los resultados fueron cambiados, que Lenín no ganó y que Correa era –como ellos lo llamaron– el “mentiroso, misógino y psicópata” que estaba detrás del “burdo fraude”.
Cuando Lasso se fue, el cerco policial se rompió nuevamente. Según gritó la gente, “los infiltrados del gobierno” provocaron el caos. Mientras los reporteros se protegían y los camarógrafos se metían en medio de los empujones, las personas seguían de pie.
Para el 4 de abril, Juan Pablo Pozo decía en cadena nacional que Moreno tenía 51,16 % de votos, frente a Lasso que contaba con el 48, 84 %. Los “resultados son irreversibles”, dijo y el caos se multiplicó. Mientras en Twitter, Correa convocaba a una caravana motorizada para celebrar el triunfo, Moreno le reclamaba a un periodista por no decirle “presidente electo” y llamarle por su título profesional. Las personas de oposición se concentraban nuevamente cerca al CNE, pero esta vez el fuego se encendía en sentido literal.
En una de las esquinas del parque La Carolina (Av. de Los Shyris y Av. Eloy Alfaro), la primera fogata se encendió. Las consignas aseguraban el fraude pero, a cinco cuadras, en la Sede de Alianza PAIS (a la altura de la Tribuna de Los Shyris), los cánticos eran de triunfo. Separados solamente por unas cuantas calles y unos cientos de policías, los militantes –de lado y lado– se convertían en el reflejo de los polos existentes en el país: el fuego y las banderas verdes, o estás conmigo o estás en mi contra.
Para las nueve de la noche, transitar por los alrededores del parque La Carolina era imposible. Fogatas en cada esquina, consignas a favor del reconteo y en contra del oficialismo, policías que en moto recorrían la zona. Esa noche, mientras Quito ardía, en Guayaquil, Santo Domingo, Loja y otras provincias, más ciudadanos se movilizaban, no estaban –ni están– de acuerdo con los resultados. Correa se dedicaba a tuitear.
#Ahora: mientras @MashiRafael tuitea, miles de ecuatorianos salen a las calles. La mitad del país no está de acuerdo con los resultados 👇 pic.twitter.com/J0MbEX9nN0
— Yalilé Loaiza (@yali_loaiza) 5 de abril de 2017
Esa noche Ecuador se fue a dormir con la certeza de que, por primera vez en diez años, Correa no asumirá el poder. Al siguiente día, 5 de abril, los fundamentos para las impugnaciones fueron presentados.
«Democracia sí, dictadura no», fue el grito durante la semana posterior al anuncio de los «resultados irreversibles». Mientras las personas se concentraban en las calles, en redes la tendencia decía #FelizCumpleañosRafael, era 6 de abril y el Presidente estaba de cumpleaños.
Pozo dijo que los resultados oficiales aún no se han proclamado. Inclusive los representantes de la Iglesia Católica en Ecuador se pronunciaron y pidieron al CNE se den «las facilidades para impugnar».
Para ese entonces Correa había hablado a nombre de Alianza PAIS, diciendo que se adhería a la petición de impugnaciones por inconsistencias de actas electorales, siempre y cuando estas cumplan con lo requerido en la ley. El Partido Social Cristiano- Madera de Guerrero también demandó el recuento voto a voto. «¡Que se abran las urnas!», exigían.
El viernes 7 de abril, la Fiscalía y la Policía allanó a la encuestadora CEDATOS y una oficina de los publicistas de CREO. Vía Twitter, Páez denunció que le destrozaron el carro.
El fin de semana (8 y 9 de abril) las manifestaciones continuaron en varias ciudades. En Quito se concentraron en la Cruz del Papa, del parque La Carolina. De parte del oficialismo, también se convocó a una marcha en el Centro Histórico.
Para el 8 de abril, Correa tomaba el micrófono en el Enlace Ciudadano 518. A Lasso, CREO y a los manifestantes, les llamó malos perdedores «porque se creen dueños del país, del mundo y de sus alrededores», porque la democracia les dura hasta que pierden. Como retándolos también dijo: «Auditen lo que les dé la gana, pero aprendan a perder en democracia». Las provocaciones y la furia no solo se vieron en la calle. En la televisión o en la radio, las tres horas de sabatina también estaban a la orden del día.
Entre marchas y contramarchas, Correa atribuyó la caída de la web del CNE a la CIA y a la derecha. El 10 de abril, el CNE negó la reclamación para el reconteo total de los votos asegurando que nunca se cayó el sistema de registro.
La fiebre de las calles también se observaba en las redes sociales. Frases como «el 90% de mi Facebook votó por Lasso», comparaciones con países como Venezuela o «ya no cierren las calles que algunos sí queremos trabajar», se volvieron el pan de cada día. A esas publicaciones se sumaban las noticias falsas y los videos de las manifestaciones.
Pero no solo la oposición comentaba. Funcionarios públicos también utilizaban sus redes sociales para burlarse de los manifestantes de CREO, para hacer memes y para decir que «las expresiones más excéntricas de las clases medias altas» se ven en las «peque- protestas de la burguesía». Ecuador es un territorio dividido en clases por quienes dijeron que lucharían por la igualdad.
En la madrugada del 11 de abril, la Policía Nacional finalmente desalojó a los simpatizantes de CREO que acampaban a las afueras del CNE. Según informes de medios de comunicación y de la Policía, no hubo violencia y las personas se retiraron pacíficamente. Pero, ¿acaso el desalojar a la multitud garantiza su silencio?
Para el 12 de abril se convocó a un plantón para pedir el reconteo de la totalidad de votos. Aún en las calles de Quito se escucha el: «¡Fuera, Correa, fuera!» y en ciertos puntos de las ciudades ecuatorianas hay conductores que lanzan bocinazos en señal de protesta por los resultados que ponen a Lenín Moreno en la silla del poder.
La primera semana después del balotaje demostró lo evidente: el país está polarizado. ¿Pero qué significa que lo esté?
Desde manifestaciones y celebraciones hasta parejas y familias divididas o fisuradas por no compartir sus posturas políticas, el Ecuador se prepara para cuatro años con pocos visos de calma. Si es que la premisa de «si no eres mi amigo eres mi enemigo» se mantiene, nos enfrentaremos a un país reducido al blanco y al negro y desconoceremos peligrosamente esos infinitos tonos de grises que nos constituyen como sociedad.
Que las personas lleven a la calles sus preocupaciones particulares demuestra que, durante estos diez años, la mayoría que respaldó al presidente Correa durante sus primeros años en el poder hoy se redujo a la mitad. Ecuador no es más el país de un solo partido ni el de las grandes mayorías. Esta es la primera vez que Alianza PAIS gana con tan estrecho margen de diferencia y la posición intransigente y delirante de asegurar que su victoria es avasallante puede ser la siembra de divisiones peligrosas como sociedad.
Un país en llamas, con bandos confrontados y sin confianza en las instituciones le espera a quien el 24 de mayo luzca en su pecho la banda tricolor. ¿Durante cuatro años tendremos a un Ecuador dividido? ¿Cuándo dejaremos de ver en el que piensa distinto a un enemigo? ¿Cuántas consignas más deberán retumbar en las calles y plazas para recuperar la confianza en las instituciones? ¿A cuántas contramarchas convocará el oficialismo y cuántas sabatinas habrá para que intenten recuperar algo de legitimidad?
Estos días demostraron que tanto el oficialismo como la oposición han preparado un cóctel de ansiedad, gritos y furia: la receta perfecta para cocinar un país fragmentado que debería concentrarse en objetivos verdaderamente humanos y no en ver quién es el más fuerte, el más gritón o el más perverso.