La Barra Espaciadora / @EspaciadoraBar
El podio sin candidato nunca estuvo vacío. De a poco, como si fueran piezas de un juego de Play Station, aparecieron en el Centro de Convenciones Simón Bolívar, en Guayaquil, Dalo Bucaram, Guillermo Lasso, Washington Pesántez, Patricio Zuquilanda, Iván Espinel, Paco Moncayo y Cynthia Viteri.
Realidad virtual: Andrea Bernal, la moderadora, tiene el control y les da un rol y una agenda de temas, tiempos y posibilidades de respuesta. ¡Disparen, muchachos! Ninguno lo hace. Apuntan, pero no aprietan el gatillo; dicen el qué, pero no alcanza el cómo.
Aburrido. El #Debate2017 que organizó la Cámara de Comercio de Guayaquil –con una agenda propia, con una lista de temas que responden a sus intereses específicos y con condiciones técnicas de audio deficientes– no fue un debate, sino la presentación en vivo y en tiempo reducido de unos pobres planes de gobierno, un foro de incidentes graciosos, retóricos, sin más condumio que una coyuntura baladí.
Los temas. La Cámara de Comercio de Guayaquil no está interesada en hablar de nada que no tenga que ver con su actividad principal, es cierto. Además –y eso ocurre con todos los sectores productivos de la sociedad– no existe ni la menor sospecha de que la economía de un Estado pueda vincularse con sectores como Cultura y Educación y con temas como despenalización del aborto, manejo del medio ambiente, femicidio o minorías. Esta fue, según dicen sus defensores, una de las razones por las que el candidato ausente estuvo ausente, pues a él y a los suyos, en cambio, no parece interesarles responder a las inquietudes de un sector de la sociedad siendo esa una responsabilidad fundamental, sino encapricharse si es que las cosas no se hacen a su modo.
Bueno, para un caprichoso hay otro más caprichoso y hasta el resabio. Los temas propuestos para este encuentro fueron Mercado laboral, Política tributaria, reglas macroeconómicas, Corrupción, Libertad de expresión, Seguridad y consumo de drogas, y Gobernabilidad, pero…
Ninguna propuesta dio la talla para quedar en la memoria de nadie. Lo que nos dejaron son perlitas como la carraspera bucaramista del “dalo por hecho”; ese aguerrido “el que nada teme… ¡nada teme!”, de Moncayo; el “parece que soy el favorito de los candidatos”, de Lasso; la repetitiva referencia al “candidato ausente” que malnutrió el escuálido discurso de Espinel; el “¿dónde está el escenario?”, de un desubicado Pesántez, y el ultracon… centrado Zuquilanda, quien hacia el final del encuentro no se dio cuenta de que le habían dado la palabra. ¡Cómo hizo falta el cotizado sentido del humor del candidato ausente! Quizás él habría aportado con un matiz necesario a las intervenciones de Pa(r)co Moncayo o a la obsesión demagógica de Cynthia por enfrentar a Lasso. O quizás no.
De las perlas a los planteamientos de fondo, miles de kilómetros. Todos juraron bajar los impuestos, generar miles de empleos, traer capitales, estabilizar a la economía en crisis… Llamaron la atención tanto la cursilería del lugar común (fortalecer la democracia, privilegiar a los más desprotegidos o respetar los derechos ciudadanos), así como los lapsus brutus de Zuquilanda, con su plan de armar a los padres para que defiendan a sus familias, o la rabieta de Espinel, que con toda la vehemencia de su inexperiencia subrayó que, si pudiera, cortaría las manos a los corruptos.
El supuesto debate del miércoles es la demostración de que diez años después de Correa, los ecuatorianos contamos con una clase política especializada en descubrir el agua tibia. En las redes circularon videos que dejaban notar cómo los asistentes se entretenían con cada una de las actuaciones de los candidatos hasta la carcajada. ¿Cuántos de nosotros no estallamos en risas o nos dejamos asombrar por la mediocridad o el absurdo de ciertas respuestas?
Zuquilanda añadió a su proyecto de entregar armas a los padres, controlar a los guerrilleros que –dice– entran al país como perro en su casa, prometió restituir el requisito de portar visas para los extranjeros que quieran entrar en territorio ecuatoriano así como su pasado judicial. Espinel, en cambio, reiteró su deseo de implementar la pena de muerte para violadores y asesinos.
El joven Espinel balancea el tórax y mueve los brazos embutido en su camisa blanca. Es un aprendiz de mandamás que parece haber asimilado con atención los trucos que se han impartido en las lecciones sabatinas de los últimos diez años. Parece portar la voz del ausente –o de sus mentores–, pues no para de nombrarlo, y juega a criticar a Correa como cuando uno habla mal de papá y luego se hace el loco.
Pesántez es amnésico. No recuerda que él fue fiscal de la Nación gracias a un nombramiento directo de la Asamblea Constituyente de Montecristi. Zuquilanda no sabe si es gutierrista o diplomático, entonces no hace nada más que enroncharse hasta la desesperación cuasi facha, luego se da cuenta y termina suplicando que todos los candidatos se unan en contra del ausente. Bucaram no sabe si es conductor de televisión, pastor o hijo de su padre. Víctima de ese conflicto de identidades se refugia en el ataque al correísmo y en la repetición de su eslogan de campaña hasta el ridículo. “Gobernabilidad es gobernanza”, dice este descubridor del agua tibia.
Mientras Lasso y Viteri se sienten segundos y, por esa razón, se entregan a actitudes proselitistas en lugar de informar a detalle sobre sus propuestas de campaña, Moncayo –serio, impoluto, sembrado en su propio terreno– cumple con responder, demora, aburre y, dado que asistimos a un show de televisión y no a un debate político, desentona. En todo caso, algo de carne del cadáver de estos diez años de política habrá en las tres o cuatro propuestas mejor organizadas y escritas que se entregaron al CNE.
El supuesto debate del miércoles es también la prueba de que los ecuatorianos perdimos la oportunidad histórica de elevar hasta la decencia el nivel de discusión cuando se trata de los destinos del país. El candidato ausente –o el aparato que lo auspicia– estuvo presente en el tono de beligerancia de los demás candidatos, en la vacuidad de sus discursos, en el histrionismo y en la chabacanería, en el odio y en el resentimiento sembrados con el pretexto de acabar con el pasado. Diez años han servido para heredar más de lo mismo pero con un nuevo hedor: el del sinsentido. A fin de cuentas, el candidato ausente fue el que más ruido metió.
Sigan soñando con su Pablo Iglesias