Por Diego Fernández S.
La noche del miércoles 22 de febrero, Juan Pablo Pozo, presidente del Consejo Nacional Electoral ecuatoriano, anunció lo inevitable: Ecuador celebrará una segunda vuelta el 2 de abril. El gobiernista Lenín Moreno y el conservador Guillermo Lasso enfrentarán una batalla que definirá el futuro del país. Pero, ¿cuál de ellos es el menos peor?
Joseph Goebbels sentenció hace ocho décadas que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Y no se equivocó. Sus concepciones propagandísticas se replicaron en los albores de la democracia, al filo de la dictadura y en el apogeo del populismo moderno. Ecuador, tierra de la mitad del mundo, fue el escenario de una de las más grandes falacias de la historia convertidas en verdad: la décima victoria electoral de Alianza País, el 23 de febrero de 2014.
El 23F el oficialismo sufrió una derrota de la que jamás pudo recuperarse: perdió Quito, Guayaquil, Cuenca, Machala… Ese fracaso no se replicaba desde el golpe que el bananero Álvaro Noboa le propinó a Rafael Correa, en la primera vuelta de 2006, hecho que obligó al académico a modificar su plan de gobierno más allá de una Asamblea Constituyente.
Pero, ¿por qué iniciar aquí una reflexión sobre las elecciones presidenciales del 2017? Porque la autodenominada Revolución Ciudadana posicionó en el discurso mediático que había obtenido su décima victoria , pero paradójicamente luego del 23F no quiso saber más sobre elecciones. Se opuso a la consulta planteada por Yasunidos para dejar el crudo del ITT bajo tierra y se opuso a una consulta popular de iniciativa ciudadana sobre la reelección indefinida en el país.
No solo se opuso a nuevos sufragios. La Revolución Ciudadana de Rafael Correa construyó el cuco de la “restauración conservadora” -que en términos del politólogo norteamericano Gene Sharp y del chavismo significa “golpe suave”– para tratar de deslegitimar la praxis de la ciudadanía movilizada. Pero tarde o temprano hay que volver a las urnas. Ecuador no es una democracia parlamentaria ni una dictadura socialista. Ecuador celebra elecciones y los que subieron también pueden caer. La pregunta es: ¿a qué costo para el país?
De Correa a Moreno, una fórmula en ciernes
Un muy agradecido Rafael Correa, que quiérase o no le ha dado estabilidad al país en la última década, decidió no buscar la Presidencia en el período constitucional 2017–2021. Se retirará algún tiempo, luego podrá reelegirse, indefinidamente si quiere… y si lo apoyan. Agradeció a la querendona Pamela Aguirre, por su militancia, su desempeño ideológico y por recolectar más de un millón de firmas no verificadas. Pero no, es hora de descansar.
Entonces lanza al ruedo a su muchachón más fuerte y popular: Lenín Moreno Garcés, excandidato al Nobel de la Paz, líder de la Misión Solidaria Manuela Espejo, uno de los dos oficialistas a los que se les permite hacerle bromas públicas al Mashi (el otro es José Maldonado, sí el de las sabatinas). Pero no fue ninguna broma para la mayoría de los ecuatorianos el mandarlo a vivir a Ginebra con recursos del Estado. Tampoco que se haya ocultado que la Fundación Eventa recibía pagos de hasta 10 mil dólares por conferencias magistrales.
Lenín Moreno -un buen tipo, con enormes intenciones y grandes sueños, que inspira por su fortaleza ante la adversidad- no pudo revalidar los éxitos de su colega Rafael. No estuvo en sus manos llegar al histórico de Alianza País: el 81,72% de la consulta popular del 2007, tampoco estuvo cerca del 51,99 % con el que Correa venció a Lucio Gutiérrez en 2009 ni del 57,17% con el que se derrotó al banquero Guillermo Lasso en 2013. No, Lenín no logró ni el 40%.
La noche del miércoles, Juan Pablo Pozo –quien fuera nombrado presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE) luego del fugaz y misterioso paso del consejero Paúl Salazar– anunció que Ecuador tendrá segunda vuelta electoral. Con el 99.5% de las actas escrutadas, al cierre de esta edición, Lenín Moreno-Jorge Glas con el 39,3% y Guillermo Lasso–Andrés Páez con el 28,1% se volverán a ver las caras, en un segundo y definitivo asalto (¿Revenge of the fallen?).
Atrás quedaron ya –y quizá para siempre– las candidaturas perdedoras de la socialcristiana Cynthia Viteri, heredera de la derecha pura y dura de León Febres Cordero; el militar Paco Moncayo, aglutinador de izquierdas, ambientalistas, defensores GLBTI y quien superó con creces la votación de Alberto Acosta en 2013; el hijo de Abdalá Bucaram, Dalo, un representante del populismo enmohecido; el ex amigo en Bélgica de Correa, Washington Pesántez, ex fiscal de la Nación; el desconocido Patricio Zuquilanda; y el candidato chimbador, Iván Espinel, primo de los ñaños Alvarado, los Goebbels criollos. Aquí un video para no olvidarnos de él:
¿Fin de un ciclo político en Ecuador?
Sin embargo, el domingo de las elecciones hubo fiesta verde en la avenida De los Shyris. Los líderes de Alianza País lucían embriagados de una victoria que no fue. Daba ternurita verlos girar y cantar “una sola vuelta”. Muy tiernas las palabras militantes de Paola Pabón y Óscar Bonilla y tantos otros que tomaron el micrófono, hasta que se los quitó el propio Lenín Moreno, para decir: “solo falta cruzar los dedos”. ¿Estaba el candidato del partido más serio, histórico y exitoso de la vida republicana, dándole espacio al azar para definir su victoria?
Y quizá la victoria hubiese sido posible en primera vuelta, de no ser porque reventaron denuncias de presuntos actos de corrupción en el inicio de la campaña. La desazón contra Jorge Glas era evidente en los taxis, en los buses, en las cicleadas del parque La Carolina, en las cenas familiares o en partidos de fútbol en el estadio Atahualpa, como cuando El Nacional fue derrotado por el Atlético Tucumán.
Sí, Glas pudo ser la piedra en el zapato de Lenín, y no porque sea culpable de algún acto de corrupción, sino porque los casos Petroecuador, asignación de frecuencias de Párraga, Capaya, Bravo, Copaco y, muy probablemente, Odebrecht reventaron en áreas que él regentaba: los sectores estratégicos. ¿Qué hubiera sido de Lenín, por ejemplo, con María Fernanda Espinosa, José Serrano, Raúl Vallejo o Nathalie Celi, por citar algunos nombres al azar?
La segunda vuelta significó la segunda derrota de Alianza País en menos de tres años. Ahora el oficialismo vive un ambiente de zozobra, por las experiencias latinoamericanas de los últimos años: Mauricio Macri derrotó a Daniel Scioli, el candidato del kirchnerismo, la Mesa de la Unidad Democrática venció al chavismo en Venezuela, Bolivia le dijo no a la reelección de Evo Morales, esto sin contar con la caída en desgracia de Dilma y Lula, vinculados con el caso Odebrecht.
Ecuador está ante la muerte de un ciclo político o frente a su resurgimiento. Una suerte de tesis hegeliana será la que domine el escenario en los próximos cuatro años. Si Alianza País gana la Presidencia, hasta Nicolás Maduro tendrá esperanzas en la reactivación del autodenominado socialismo del siglo XXI. Si pierde, pues el llamado giro a la izquierda habrá concluido. Si los votos fueran endosables, Lasso llevaría la delantera con el apoyo de Viteri y Bucaram.
Duro elegir entre dos pandemias: Moreno, el representante de la socialdemocracia quiteña, con un equipo comunicacional que colaboró con Mauricio Rodas en las presidenciales de 2013, con consejeros que trabajaron en el gobierno del expresidente Jamil Mahuad, como Rosángela Adóum (¿qué, no lo sabían?); Lasso, banquero para empezar mal, exsuperministro del mismo Mahuad, si no fue autor al menos está bastante ligado al feriado bancario que enlutó y separó a miles de familias; Glas, apatía total en el poder; Andrés Páez, bailarín como nadie, sepulturero de la Izquierda Democrática, oportunismo puro y duro.
¡La batalla ha comenzado! El país tendrá que elegir entre dos clivajes. Hay dos puertas, la primera los acercará a la hegemonía vigente, un grupo de amigos “para pasarla bien” que intentará entronizarse en el poder cuatro años más; la otra puerta los llevará hacia la recuperación del Estado burgués, terrateniente, neoliberal y bancario (¿Cuál eliges, la pastilla azul o la roja?).
Sea cual fuere la casta ganadora, los nuevos gobernantes tendrán que incluir al ciudadano de a pie en las políticas públicas 2017–2021, no con una visión paternalista, sino asumiéndolos como actores interactivos del cambio social.