Por La Barra Espaciadora / @EspaciadoraBar
Con la certeza de que allá, arriba, en los dominios del poder terrenal, alguien tiene las facultades divinas de levantar o bajar el pulgar frente a nuestros actos, los ecuatorianos le podremos pedir perdón, con amparo legal o político, aunque no tengamos permiso.
No solo es un tema legal, es una práctica tan natural que ya ni extraña nos parece. Más bien, mientras haya como hacerle una trampita a la mala suerte de haber sido agarrados, el perdón es bienvenido. Nuestra idiosincrasia religiosa lo permite y los vientos revolucionarios lo refuerzan. Pero, quizás, ese es el problema: que aquello parezca normal.
Un cántico, que suena como un murmullo, de las madres de los estudiantes del Mejìa sancionados por protestar y provocar desmanes en las calles y una carta que la redactan abogados y otros padres apuntan a un solo destinatario: Rafael Correa Delgado, el presidente, el primer ciudadano de la Patria. Palabras más, palabras menos, le hablan de misericordia, de su buen corazón, el tono pasa del pedido a la súplica, la esperanza deviene en sometimiento, el arrepentimiento tiene que ser y parecer… Eso, sin que hasta entonces medie un juicio, sin que las instituciones o el llamado “debido proceso” hayan empezado su labor en la Tierra llena de pecadores y conspiradores.
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Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad,
por tu gran corazón, borra mi falta.
Que mi alma quede limpia de malicia,
purifícame de mi pecado.
Pues mi falta yo bien la conozco
y mi pecado está siempre ante mí;
contra ti, contra ti sólo pequé,
lo que es malo a tus ojos yo lo hice.
Por eso en tu sentencia tú eres justo,
no hay reproche en el juicio de tus labios.
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Institucionalizada la “majestad del poder”, aquel que ose mancillarla ha tenido que vérselas. En estos ocho años de Buen Vivir, han pasado por ese trámite los diarios La Hora y El Universo, los periodistas Juan Carlos Calderón y Christian Zurita, algunos policías insubordinados el 30 de septiembre del 2010, los padres de familia del Mejía y del Central Técnico, unos cuantos malcriados que no sabían que hacerle dedo al Presidente no se castiga con la justicia, sino con el perdón… Tuvieron que pedir perdón, perdón como castigo, sometimiento irrefutable del que obedece ante el que manda.
Los ruegos por el perdón van en una sola dirección: hacia arriba. Nunca al revés. Solo en las nubes se tiene permiso para equivocarse. Se puede decir drogadicto y borracho a un músico popular que es abstemio y luego, en vista de las pruebas, retractarse, pero eso sí, de ninguna manera, disculparse por la andanada de insultos proferidos en una sabatina, porque el ejercicio del poder y de la facultad de perdonar solo tienen pista de arriba hacia abajo.
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Tú ves que malo soy de nacimiento,
pecador desde el seno de mi madre.
Mas tú quieres rectitud de corazón,
y me enseñas en secreto lo que es sabio.
Rocíame con agua, y quedaré limpio;
lávame y quedaré más blanco que la nieve.
Haz que sienta otra vez júbilo y gozo
y que bailen los huesos que moliste.
Aparta tu semblante de mis faltas,
borra en mí todo rastro de malicia.
Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
renueva en mi interior un firme espíritu.
No me rechaces lejos de tu rostro
ni me retires tu espíritu santo.
Dame tu salvación que regocija,
y que un espíritu noble me dé fuerza.
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Según las costumbres católicas, en el ejercicio de su divinidad y omnipotencia, Dios tiene dos atributos bien marcados: el castigo y el perdón.
En el Antiguo Testamento, hay muchas referencias al castigo divino. Dios actúa “a pedido” y castiga con guerras, saqueadores y pestes. De hecho, en esas escrituras, el castigo es exclusivamente divino, así como las guerras y todos los males.
El perdón es un atributo divino, tanto es así que no es alentado para los hombres y, hay que reconocerlo, tampoco es muy practicado por Dios. A nadie o a ningún pueblo le puede pasar algo malo, si no es porque Dios así lo quiere y así lo ha dispuesto.
Las cosas cambian, en parte, con el Nuevo Testamento. Si bien Dios mantiene esos mismos atributos, es más piadoso y, sin alejarse de su carácter castigador, es más condescendiente con los hombres.
Para los católicos, esta actitud es una de las piedras angulares de su fe. La necesidad del castigo para expiar las culpas y del perdón para recuperar la nobleza humana y reflejar así la condición de creaciones divinas.
Una de las escenas más conocidas del Nuevo Testamento, que aparece como insigne figura cristiana del perdón y del castigo, es aquella en la que el procurador romano, Poncio Pilatos preguntó al pueblo a quien se debía indultar, si a Jesús o a Barrabás. Más allá de la respuesta, este acto encabezado por Pilatos respondía a la costumbre judía de que en la Pascua se debía indultar a un preso.
Históricamente, el perdón ha sido exclusivo de la divinidad o de sus representantes en la tierra. Y, al parecer, mientras haya poder, seguirá siéndolo.
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Mostraré tu camino a los que pecan,
a ti se volverán los descarriados.
Líbrame, oh Dios, de la deuda de sangre,
Dios de mi salvación,
y aclamará mi lengua tu justicia.
Señor, abre mis labios
y cantará mi boca tu alabanza.
Un sacrificio no te gustaría,
ni querrás si te ofrezco, un holocausto.
Mi espíritu quebrantado a Dios ofreceré,
pues no desdeñas a un corazón contrito.
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En nuestras sociedades democráticas y civilizadas, de teléfonos inteligentes y acuerdos de libre comercio, el castigo está regulado por leyes que, al mismo tiempo, contemplan la posibilidad del perdón a través de las figuras como el indulto, la amnistía, la conmutación o la rebaja de sanciones, facultades que solo pueden ser ejercidas desde el poder.
La lógica que subyace es que una vez desplazada la figura del rey o del sumo gobernante se debía contar con un sistema que lo reemplace. Y así se perpetuó no solo el famoso “vigilar y castigar”, asociado a las sutiles formas de vigilancia centralizada, sino al “vigilar, castigar y perdonar”, más relacionado con la indulgencia de quien puede hacerlo, del elegido para hacerlo.
En el caso ecuatoriano, al ser aprobado el Código Orgánico Integral Penal, que entró en vigencia hace poco, a los legisladores se les ocurrió derogar -léase eliminar- la Ley de Gracia y otras normativas, como la Ley 04, que servían para dar trámite a los pedidos de los presos que recurrían a la gracia del Estado.
Sin embargo, la lucidez de alguna de las mentes en Carondelet se plasmó el mes pasado en un simple reglamento, igual que en los tiempos de los edictos reales, cuando las órdenes verbales del rey eran elevadas con un decreto al estatus de ley. Se trata del “Reglamento Para la Concesión de Indulto, Conmutación y Rebaja de Penas” (Decreto 461), suscrito el 29 de septiembre de este año. En cuatro páginas (y eso que la primera está reservada para los considerandos), toma el lugar de dos leyes que habían sido derogadas.
El nuevo reglamento otorga un poder adicional al mandatario, cuando en el literal a, del artículo 2, se define al indulto como la “facultad discrecional del Presidente de la República que consiste en otorgar la conmutación, rebaja o perdón del cumplimiento de penas, aplicable a personas que se encuentran privadas de su libertad…”. Como si no fuesen suficientes todas las preocupaciones que diariamente debe afrontar un jefe de Estado, ahora deberá restar horas a su noche de sueño para despachar los pedidos. Solo en el 2013 se registraron 2.508 solicitudes de rebaja de penas, de las cuales 2.449 tuvieron respuesta. Es decir, casi siete peticiones diarias. Es que tendrá que ser así, porque si un preso pide un indulto, o una rebaja o la conmutación de su pena, el Presidente deberá saber en qué condiciones ha cumplido su condena, cómo fue juzgado, conocer si ha sido llamado la atención durante su reclusión, si ha comido todas las noches o si se ha peleado con algún compañero de celda. Quien sabe, ahora capaz que el Presidente hasta deberá ir a visitar a los reos en las cárceles antes de decidir si los indulta o les rebaja las penas. Pero bueno, ahora el mandatario tendrá la ayuda del Ministerio de Justicia. Así dispone el decreto en sus artículos 3, 4 y 5, que explican que el ministerio deberá receptar la solicitud, analizar los requisitos y emitir con ellos un informe para que lo lea el Presidente. Entre los requisitos, por supuesto, la constancia por escrito del arrepentimiento por haber cometido la falta y las disculpas a las víctimas de su conducta. ¡Qué innovador y noble el concepto del indulto que ya no se lo contempla en varias legislaciones modernas! En varias jurisdicciones hay críticas que señalan al indulto como un mecanismo antidemocrático, pues atenta contra los conceptos de igualdad y justicia. Pero hay que remontarse al sistema de justicia bárbaro, que fue el primero, que exigió que antes de que se conceda el perdón a un preso, este deberá mostrar su arrepentimiento y pedir las disculpas a la víctima de sus crimen. Será de ver en qué condiciones decidirá el Presidente los indultos luego de una reunión de Gabinete en la que se pelee con sus ministros, cuando se publiquen esos informes de organismos internacionales que tanto le disgustan o tras la publicación de alguna de esas caricaturas que lo sacan de quicio. En cambio, suerte de aquel que ponga su caso en manos del Presidente justo el día en que gana el Emelec, haya marchas de respaldo al oficialismo o le resulte la cantinflada de la semana con algún opositor de protagonista… Ahí sí, que los presos se den por servidos. Habrá que ver entonces en qué ocasiones el pulgar se muestra hacia arriba y en cuáles hacia abajo.