Por Diego Cazar Baquero / La Barra Espaciadora
Un día después del preestreno de la cinta El Facilitador, su protagonista ha dormido bien. No fue parte de la fiesta de celebración de la víspera. Se lo vio marcharse de la mano de su esposa, la Catica, apenas media hora después de que el público, el elenco y el equipo de la producción se juntaron afuera de las salas para brindar por el parto de la última película de Víctor Arregui.
Alto y de ojos clarísimos y saltones, Francisco el Pájaro Febres Cordero recibe en su oficina de periodista (es el editor de la revista Diners) a los visitantes como si los recibiera en un apartamento propio. Cierra la puerta y tarda muy poco para buscar la caja de Marlboro rojo, ofrecernos un cigarrillo y encender el suyo, de pie, mirándonos desde arriba un par de minutos, y luego ya sobre su silla.
Este ocasional actor de teatro y periodista de más de treinta años de ejercicio constante acaba de debutar como actor para cine en la segunda película del mismo director. Cuando habla quiere tocar lo que dice. Por eso repite ciertas palabras más de tres veces, se levanta, vuelve a sentarse. Busca acentos más enfáticos que los del idioma, cuando salta de su silla da pasos cortos para poner toques casi histriónicos a sus frases. Así no hay lugar para rodeos y eso es bueno. Afuera deambula la alegre bulla de los chicos de un colegio vecino en su hora de recreo.
¿Cómo sientes ahora el tránsito que diste, aunque fuera ocasionalmente, del periodismo al cine?
Son facetas absolutamente distintas, no tienen nada que ver. Para hacer las dos películas (Rómpete una pata y El Facilitador) me abstraje absolutamente del periodismo… El cine es un mundo que te completa, te llena, es una convivencia con la gente que está haciendo la película de sol a sol, entonces necesariamente eso te involucra, te obliga a entrar a un universo que es el de la ficción, y el periodismo está anclado en la realidad.
¿Cuál fue el grado de involucramiento que tuviste como periodista con la trama de la película?
Verás: si tú quieres puedes ver la película desde la óptica del Ecuador, de momentos de nuestra historia, pero básicamente es ficción, entonces, la sensación de ese poder, de esas vinculaciones de compañías extranjeras y de la explotación de nuestros recursos naturales puede ser extrapolada a cualquier país del mundo. Desde esa óptica, para mí, la película gana pues tienen múltiples lecturas, la temática se universaliza…
Proviniendo de la actuación para teatro, ¿cómo viviste el proceso de encarnar a este nuevo personaje, esta vez para cine, en cuanto al tiempo que te tomó lograr esa especie de desdoblamiento?
Ahí está la paradoja en la actuación y en la vida: yo siempre he estado contra el poder o al frente del poder, porque yo creo que el poder necesita otros referentes, no solo el de esos áulicos que están rodeándolo sino de quienes ven la realidad con una cierta distancia. A mí siempre me ha parecido eso necesario, como periodista. Pero en la película me encarné en un personaje que ejerce ese poder, y para construirlo me sirvieron referencias que había tenido al estar cerca del poder.
Y Víctor también tiene esa cercanía…
Sí, desde la militancia socialista de su padre, desde su propia militancia, entonces vas construyendo, a base de cosas que pueden estar hasta en el subconsciente, un personaje que es capaz de dominar la situación…
Sí, el poder es uno de los ejes que mueven la película, como lo es la corrupción, que es además una cuestión consustancial… ¿Sientes ya en nuestra realidad que a lo largo de estos años este poder ha tomado nuevas investiduras para mostrarse?
Claro, en la historia del Ecuador ha pasado cíclicamente, ha habido presidentes que entienden la democracia de una manera y aquellos que la entienden de otra manera. Quienes la entienden de esa otra manera generalmente terminan en la dictadura. Si tú recorres la historia vas a encontrar que ha habido esta fluctuación constante y, obviamente, yo creo -si tú quieres referirte al período actual- que estamos en uno de esos ciclos que desembocan en una dictadura, que ha desembocado en una dictadura y que ese poder se ha hecho absoluto, autocrático, que es lo que estamos viviendo. Pero la película no refleja un momento, no habla de un caso específico sino del manejo del poder independientemente de las circunstancias…
A pesar de que también aparece la figura del indígena andino con problemas reales como sus luchas por el agua… Pero, quiero insistir un poco en cómo fue tu ejercicio para asumir el personaje: ¿pensabas en las noches en cómo se movería, en qué diría, en cómo lo diría? ¿Te quitó el sueño? Hay un trabajo gestual que dice mucho más allá de los diálogos…
Todo empezó con una llamada telefónica en la que me dijeron que querían que hiciera un casting para una película y yo dije que no. No había incursionado en el cine, desde hacía tanto tiempo he estado dedicado solo al periodismo, así que no es un asunto que me interesó. Ahí valió más la insistencia de los muchachos… Mi negativa fue tajante: ¡No es mi mundo, no quiero! Pero insistieron… y terminé cediendo.
¿Qué te hizo considerarlo?
(Dubita, hace pausas, da un par de caladas a su cigarrillo…) …una reflexión que me hizo mi mujer, la Cata. Le dije: Catica, me están jodiendo unos gallos de una película… yo no quiero hacer películas, no sé… Y la Cata me dijo: ¡usté que ha hecho tantas pendejadas en la vida, ¿por qué no hace otra más?! ¿qué sabe que es? (suelta una carcajada)… Fue un trabajo largo de interiorización para ver cómo construir el personaje… Uno de los puntos que más me preocupaba era la cuestión física del personaje, su patojera, entonces, por sugerencia de Víctor, comencé a usar bastón, con el pretexto de que tenía algún problema en la vértebra… Mi hermano que es médico me dio la explicación exacta de cuál era mi problema, entonces traía el bastón, andaba con bastón, salía a la calle con bastón y eso te da una reflexión sobre el propio personaje, porque cuando andas con bastón la gente te ve de otra manera, entras a un restorán y automáticamente la mirada se dirige hacia este viejito patojo que entra despaciosamente, entonces el bastón fue un gran soporte para darme cuenta de cómo podía ir construyendo el personaje. Después fueron ensayos en cámara… hubo momentos de dudas, de quiebres…
Es que el personaje es como un modelo de soledad, hay un picado con la cámara, hacia el final, que te muestra ahí sentado, con un vaso de whiskey, en el sillón…
Sí, cualquier poder tiene eso: hay un momento de enfrentamiento contigo mismo. Por más que tengas la audiencia, por más que tengas dominado el país, hay algún momento en el que te enfrentas contigo mismo y ese momento es terrible porque estás solo. La gente que te rodea en algún momento se aparta… entonces el poder tiene esa soledad que siempre me ha impresionado…
Pero, ¿te sentiste solo durante el rodaje?
No. Durante el rodaje, curiosamente, yo tuve otro bastón que fueron los muchachos: gente jovencita a quien yo no conocía. Ellos fueron mi bastón por su profesionalismo, por su forma de encarar las cosas, por la manera de dirigir de Víctor, que es un tipo tan tranquilo, no te impone cosas sino que va construyendo contigo una escena. En ellos yo me sentí apoyado, sentí que la fortaleza venía de ellos, me sorprendió mucho la enorme fortaleza de esa gente, ¡algunos de ellos podían incluso ser mis hijos!
Pájaro, ¿la posibilidad de involucrarte con el cine cambió algo profundo en tu vida? ¿Crees que algo de ti fue rescatado?
Probablemente fue ese paso que di al correr esta aventura. Cuando ya das el paso tienes que enfrentarte a ella, tienes que cruzar el río cenagoso, pedregoso, torrentoso, ¡tienes que cruzar, ya no hay vuelta atrás porque estás en la aventura y hay que sacar fuerza de las flaquezas!
Pero el periodismo del que venías al cine también es pedregoso y no es tan divertido como lo puede ser un ejercicio creativo como actuar…
Claro, pero en el periodismo está tu vida, es algo que tú ejerces sabiendo, aprendiendo cómo hacerlo, y en eso me he pasado la mayor parte de mi vida. En cambio el cine era una cosa absolutamente inédita… La mejor palabra que encuentro para definirlo es aventura, es correrte un albur…
Alguien me dijo que habías rejuvenecido progresivamente durante el rodaje. ¿Lo crees también?
(Vuelve a soltar esa carcajada seria, de tono grave, que parece ayudar a armar una respuesta) No sé si rejuvenecía o envejecía porque fue muy intenso, muy, muy, muy intenso, muy intenso… Y eso fue lo lindo de la experiencia. Además, para mí que siempre he sido cinéfilo, entender el cine desde adentro es otra cosa: estar ahí, ver los tiempos, todo lo que el cine implica para ser construido. ¡Es estúpidamente difícil, minucioso, detalloso, puntilloso! Las esperas entre escena y escena se te vuelven eternas, ¡todo se te vuelve eterno! (Recuerda cuando estuvieron rodando la escena en la que su personaje negocia con el Ministro) Cometí la estupidez de preguntarle a Víctor si podía fumar… Sí, claro, me dijo. ¡Qué bestia, debo haber fumado en esa escena una cajetilla, hasta intoxicarme del tabaco, porque en cada corte había que cortar también el cigarrillo para hacer la escena y volver a fumar! Y Víctor me decía que ya no hiciera el golpe, ¡pero yo he fumado cincuenta o sesenta años de mi vida (bromea) y no puedo no hacer el golpe!
En esa escena apareces con los ojos sumamente enrojecidos…
Sí, por el humo, el ambiente…
Pero eso aportó al argumento…
Sí, porque era una cosa que me iba transformando: esa es la magia, y así entiendes también la magia de la dirección. Entender eso desde adentro me parece un regalo que me ha dado la vida en la vejez…
¿Pero, también tuviste crisis?
Ya en el rodaje, pocas… Pero mis crisis más bien fueron antes, en los ensayos, en la construcción del personaje. Ahí llegaba casi al quiebre. En el rodaje no porque ya estás inmerso en este frenesí y ya no puedes dar marcha atrás. ¡Tienes que seguir y tienes que seguir (puñetea ruidosamente la palma de su mano), tienes que ponerte bien y soportarte en los demás y soportarte en Víctor! Porque a veces yo salía de una escena o de la quinta-toma-dos-rollo-tres diciendo ¡no, no, no, no, esto no va por ahí! y el Víctor decía: ya deja, Pájaro, deja, ya tengo la escena… Si el Víctor me lo decía ya la tenía hecha, ante esa palabra yo confiaba ciegamente…
Una actitud de sicólogo, la del Víctor…
¡Así es!… es que el Víctor tiene esa peculiaridad, él se traga mucho, no deja traslucir su conflicto interno y por eso le ha dado un infarto tras cada película (ríe con singular afecto). Para mí era el director quien me decía si las cosas están o no están…
¿En la elaboración de tu personaje tuviste un referente específico?
No, no, no. Era más bien un personaje abstracto: cómo ejerces tú el poder. De qué manera ejerces el poder, entonces a veces lo ejerces con una mirada más que con una voz tonante, no, era un poder que se ejerce más soterradamente, anónimo… Seguramente estaba en el subconsciente, pero no era Otto Arosemena en el Congreso inhalando coca y dándole un pistoletazo al Pablo Dávalos, o Carlos Julio (Arosemena).
Por cierto, hay una escena en la que inhalas cocaína, ¿cómo llegaste a ella? ¿Has consumido cocaína?
Alguna vez. Una o dos veces, sí.
No tuviste mucho rollo con hacer esa escena, entonces… Sé que, por ejemplo, María Gracia Omegna (la coprotagonista) tuvo que inhalar coca por primera vez antes de venir al rodaje para saber cómo era la experiencia y cómo interpretarla con verosimilitud…
Lo que pasa es que la vez que inhalé cocaína -que como te digo sería una o dos veces- fue con otro mecanismo: era un sorbete… algo así, de lo que me acuerdo. Esto era más hacia la nariz, entonces ahí recibí las instrucciones (ríe, y la carcajada suena menos efusiva que las anteriores) y así hice… Alguien me hacía caer en cuenta: ¡Pájaro, te tomaste catorce whiskeys! Y también es como un soporte al poder: necesitas tener un cierto elemento extraño para poder soportar las tensiones…
Es como otro bastón (mientras pregunto, el Pájaro busca otro cigarrillo después de ofrecernos el nuestro, se pone de pie, transita el estrecho espacio de su oficina…).
Sí, sí, sí, sí, sí, son como referentes para… eh… Tú te das cuenta de cómo el whiskey ejerce un poder sobre nuestra sociedad cuando tú no tomas. Yo ahorita debería estarte ofreciendo un whiskey porque así es, así funcionan las cosas… en las altas esferas… por eso tú encuentras mucha droga, mucho alcohol, mucho sexo…
Y tú lo has visto de cerca, como periodista…
Sí, sí…
¿Qué sientes con la música de la película del Víctor?
Me sorprendió la música. Ese es un trabajo en el que ya no estuve presente, igual que en el trabajo de edición: escenas que habíamos grabado con tanto esfuerzo y que no aparecen otras que yo concebía de una manera y estaban de otra. ¡Es esa sorpresa, el director es un dios que sabe cómo construir su universo… y a veces la caga, así como Dios… (devuelve su carcajada de fina ironía).
¿Tú crees que el Víctor la cagó?
¡Tampoco, no! Te digo a veces… Hay dos películas del Víctor por las que yo apuesto: creo que Rómpete una pata es absolutamente audaz, un cine que no se ha hecho en el Ecuador, una propuesta experimental, y en ese sentido es pionera. Y El Facilitador, la he visto dos veces y pudiera seguir viéndola porque me parece que está bien construida. El Víctor tiene eso, es un tipo muy sensible, no deja cosas sueltas de fotografía o guión y cuando las deja es voluntario, no por azar… El sonido está muy bien, creo que la fotografía es estupenda… Ahora, claro, la una no es una película para el gran público, de eso estamos conscientes. El Facilitador creo que es para el gran público, son dos lenguajes…
Bueno, Pájaro, después de tanta emoción como actor, una vez estrenada la cinta, ¿sentiste esa suerte de depresión postparto?
Verás, eso es distinto. A mí el dolor postparto, el vacío, la soledad, la desolación me vinieron cuando terminamos la película, y al día siguiente tuve que entrar (a su oficina), sentarme y decirme ¿qué hago aquí?, ¿dónde estarán estas gentes? ¿qué hace falta? Ahí fue un quiebre personal muy grande, de una soledad total, terrible, terrible, terrible…
¿Qué hiciste para enfrentar ese bajón?
¡Uf, regresar al mundo, ahí ya sin bastón! Regresé a la cotidianidad sabiendo que dejas atrás una experiencia increíble y dejas atrás a gente. En esta larga convivencia aprendí mucho: ese respeto por el trabajo de los otros, ese confiar en que lo que tú estás haciendo está bien porque sabes: yo lo dejo en tus manos y espero que no me traiciones, espero, espero, espero…
Si te llega nueva propuesta de actuar para cine…
Verás, yo, nunca me he hecho planes en la vida. Nunca, nunca, nunca, nunca. Las cosas me van surgiendo, no me pongo metas, nunca me he puesto una meta, nunca, jamás, entonces si surgen ahí veré. Ahora ya sé cosas que no sabía, ¡ahora ya soy toro jugado!
Volver al periodismo después del rodaje fue, entonces, como volver a aterrizar… ¿Cómo recuerdas tu primer momento de regreso al oficio?
Desolado… A mí me ayuda mucho ver hacia afuera, ahí está la realidad (mira algo sonriente a través de su ventana a los niños del colegio que juegan, gritan, corretean…).
¿Qué fue lo primero que escribiste al volver al periodismo?
No me acuerdo… no sé, pero lo cierto es que tuve que enfrentarme de nuevo a la pantalla, al espacio en blanco de un artículo, pero no te sabría decir a cuál…
¿Cómo te has sentido como periodista frente a ese algo en la trama que caracteriza al periodista corrupto, que acepta disposiciones del poder?
Siempre me he sentido bien porque he ejercido el periodismo con libertad. Yo en el periodismo he hecho casi, casi de todo, menos las cuestiones económicas que para mí son esoterismo puro, y siempre lo he ejercido con libertad. Entonces, cada cual habla de una feria según como le va en ella, dicen. A mí me ha cautivado porque tienes un espacio para expresarte libremente. Obviamente los medios son un poder, porque representan una ideología o una forma de ver el mundo, una concepción de la política. Todo poder se ejerce y este poder sobre los medios me parece que puede ser igual de perverso en los medios privados que en los medios públicos.
¿Lo has vivido? ¿Has visto también esa posibilidad de que la autoridad política disponga?
Yo no, yo no, yo no. No lo he vivido personalmente.
Pero, ¿lo has atestiguado?
¡No, no! Yo trabajaba en el diario El Tiempo, un diario de derecha, sí, pero muy contestatario también, muy cuestionador. El diario Hoy nació como un diario cuestionador, los fundadores impusimos nuestro propio lenguaje y libertad. El diario El Universo lo dirigía una persona increíblemente respetuosa del pensamiento ajeno que era Carlos Pérez y creo que esa línea continuaron sus hijos, entonces siempre he trabajado en libertad…
Así que nunca recibiste una orden como esa que tu personaje da en la película: “¡tienes que sacarme una nota de seis columnas en portada!”
Ese rato -así como los boxeadores cuelgan sus guantes- yo hubiera colgado el lápiz. Porque yo no podría pensar que alguien pueda imponerme una forma de ver las cosas, no podría. Otra cosa es que tu vayas donde tu jefe de redacción o donde tu director y él te ponga objeciones al artículo porque esta mal documentado… eso es lógico y por eso para mí la mejor universidad en la que he estudiado periodismo es la redacción de los periódicos, por eso defiendo el periodismo como un oficio más que como una profesión, como ser un talabartero o un relojero que va aprendiendo del maestro los secretos.
¿Te consideras entonces un periodista independiente?
Sí, en la medida en que eso pueda ser… Para ejercer el periodismo tú necesitas pertenecer a una empresa, a un gremio, a algo, porque ¿dónde publicas si no? Y yo que he hecho tantas pendejadas, y eso le agradezco al periodismo porque me ha dejado expresar el amor o la furia, la ira o la indignación, o los sueños…
Y con humor…
Muchas veces con humor, eso depende…
Cuando suena la sirena del colegio vecino la entrevista, como el recreo de los chicos, también termina.
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