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El pito del ministro

Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

Llevamos más de cuarenta minutos esperando a que el ministro de Cultura nos atienda en su despacho. La cita era para las diez de la mañana y ya van a ser las once. Tocará leer las revistitas de la salita de espera. No. Mejor no. Es que, en vez de revistas estas parecen lujosísimas tarjetas de presentación del presi. Solo falta que le besen los piececitos en las fotos…

Ya cuarenta y cinco minutos… Chuta, por más que sea el ministro, cómo nos va a hacer esperar tanto…

***

¡Puta madre, dónde está el viceministro, ve! ¡Y esta huevada no vale!

(Un pequeño timbre blanquecino choca contra la puerta del despacho ministerial, que se sacude y queda abierta. El timbre, o -mejor dicho- el interruptor con el que el ministro hacía sonar un timbre para que sus asistentes lo atendieran, aún rueda por el piso y llega dando giros hasta el vestíbulo).

¡Llamále, llamále al Rafael, qué es del gordo ese y de la longa…? ¡¿Dónde están todos, pues, carajo, aquí tienen que estar, pues?! ¡No sean malos!

(Alguien responde un no sé, otra voz dice que uno de ellos está en el quinto piso, luego se escucha respirar a los ácaros…).

¡No, no, no, pues, mijita, es que tienen que estar aquí, pues, carajo! No seas malita, ve…

(Los ácaros también guardan silencio cuando el ministro vuelve  a su despecho, pero enseguida se asoma de nuevo a la puerta…)

¡¿Dónde está el pito?!

(Cierra la puerta).

***

Cuando el ministro no era ministro era un forajido de principios de siglo. Arengaba detrás de un micrófono de radio y hasta resultaba divertido escucharlo recortar ciertas palabras en homenaje al pudor: ¡chuc…! ¡puc…! Otras, sin embargo, salían enteritas y orondas: ¡mierda! ¡carajo!…

“¡A ver, a ver, ya, panas, hagamos una cosa… verán, verán, salgamos a las tres en punto de aquí, agarras vos una bandera y vos agarras otra bandera y vamos ahí, hijuep…!”. Algo así decía…

De ministro era otra cosa… Un día, en su despacho de ministro, medio sonriente, medio indignado, aseguraba que este país no sabe lo que es cultura, que el ecuatoriano está acostumbrado al protocolo y a la zalamería. “No existen malas palabras ni buenas palabras –decía, rotundamente-, ¡acuérdate, vos, ese bellísimo poema clásico del ojo del culo, ¿de quién era, ve? ¿de Góngora, creo, de no sé quién…”. De Quevedo, señor ministro –le corrigió alguien, con tono de lamebotas y el ministro no le dijo ni gracias. El poema que recordaba era el Gracias y desgracias del ojo del culo, de Francisco de Quevedo. “¡¿Ya ves?! ¡Puta madre, bellísimo!, ¿sí o no? Bueno, guambras, a lo que vinimos…”.

¿A qué vinimos?

¡AL AIRE!

Por aquellos años de radiodifusor, era capaz de crear unas imágenes espectaculares en la mente de los radioescuchas. Uno, desde su casa o desde su oficina, plácidamente sentado junto al radiotransistor, podía verlo levantar los larguísimos brazos y agitarlos para mandar al carajo al corrupto de turno. Uno hasta podía sentir las gotitas de saliva que despedía, chocar contra el micrófono, producto de su euforia.

De ministro era otra cosa, aunque jamás dejaba de hablar de los mágicos vericuetos de la radiodifusión ante quien tuviera enfrente. Esta vez tenía enfrente a uno de sus “perros malditos”, sobrenombre cariñoso con el cual el ministro trataba a sus asesores. El ministro paladeaba las palabras oficiales como el locutor que un día fue y daba órdenes a sus asesores como si hubieran sido sus más entrañables mandaderos del siglo diecisiete:

-¡Verás, ve, ve, escucháme! ¡Acordáte que yo con una radio boté (se corrige enseguida para que su asesor no se lo tome a mal. Total, ni que hubiera sido solo mérito del man)… hemos botado tres gobiernos, tres gobiernos hemos botado con la radio! ¡Acuérdense que la radio es…!

(el gesto de vehemencia en su rostro se transforma en uno de cortesía entre uno y otro parpadeo. Ahora sonríe, inclina el cuello y mira con la ternura que tenían los escasos guiños del poeta Panero, hacia una mujer).

-¿Y, vos, cómo es que te llamas?

(La funcionaria, recién contratada en el ministerio, responde tímidamente, tragándose su nombre para que no se lo vayan a maltratar. Sobre el escritorio reposa un pito de árbitro).

-¡Pero hablá durito, hijita!

(Acto seguido, el ministro se dirige de nuevo a su querido perro maldito y olvida el episodio con la tímida funcionaria de quién sabe qué dependencia de su ministerio)

-¡Hijo de puta, ahí si me toca, nuevamente, …me toca la educación popular! Hay una teoría: de lo concreto a lo abstracto… de lo particular a lo general y de lo cercano a lo lejano… O sea, verás, entonces, tienes chance de, de, de-de-de… o sea, verás, ¿te hablo en inglés o te hablo en kichwa? Me parece importante, verás, verás…

El asesor se incorpora apenas y le responde, muy oportunamente: “De acuerdo…”.

***

Cuando conducía el noticiero de la radio, uno podía verlo saltar de la silla para extender sus largos dedos hacia el entrevistado e increparle. Uno podía imaginar sus labios estirados hacia la entrevistada para halagarle usando versos de algún poeta que apareciera en su memoria. A veces hasta se oían los golpes accidentales y los manotazos que conscientemente daba contra la mesa, ¡pura pasión por el oficio de hacer radio! Durante los comerciales, se levantaba, larguirucho como es, y salía al pasillo de la cabina. Caminaba de aquí para allá haciendo ruiditos al chocar sus alpargatas de cuero artesanal contra el piso cubierto de caucho. Salía al patio trasero, le daba un paseo a su nerviosismo y volvía frente al micrófono.

Ya de ministro era otra cosa… Cuentan que uno de sus primeros días en el cargo, en uno de esos encuentros a los que acostumbran a ir los ministros de cultura para hablar de diversidad, pluralismo, interculturalidad, patrimonio e identidades, escuchó la alocución de una mujer, funcionaria de larga data en el campo de la cultura nacional. El ministro quedó deslumbrado y -labio húmedo y pesado, ojos saltones, vidriosos- exclamó:

¡Me acabo de enamorar de esta mujer! ¡Quiero que ella sea mi Subsecretaria de Memoria Social!

Y así fue, aunque la susodicha jamás haya sido titularizada, aunque tuviera que ejercer ese cargo tan solo como encargada. El ministro, seguramente, alababa su suerte, pues como radiodifusor no habría podido decidir el futuro de sus radioescuchas luego de enamorarse de sus palabras al aire… En cambio, de ministro, había comprendido que sus gustos y disgustos serían atendidos de inmediato

Esa mañana, como a las once, llegó el ministro al ministerio después de su rutina deportiva de las mañanas. Dentro de su calentador húmedo de sudor, con el rostro agitado, el ministro abordó el ascensor del edificio, saludó, extendió la mano, llegó al piso T y entró a su despacho. La primera reunión de su jornada oficial empezó un poco tarde. El retraso, sin embargo, le dio tiempo para vestir sus habituales sandalias artesanales de cuero, su camisita y sus pantalones amplios.

-¿Qué tenemos, guambra?

La asistente salta de su silla, como cuando el ministro era un radiodifusor apasionado que saltaba de la suya. Bueno, pero de ministro es otra cosa… En el despacho, cinco funcionarios lo esperan y al entrar le reverencian:

Señor ministro… (la muchacha agacha la cabecita con una leve venia)

Ministro… (quien en los tiempos de la radio fuera su amigo, ahora entrañable perro maldito)

Ministro, buenos días… (le extiende la mano con los deditos montados entre sí, por el frío y por el miedo)

Cómo vas, Paco… (el viceministro)

¡Qué más, ve! (él) Verás, hermano, vi… estaba viendo una huevada sobre el congreso de la lengua castellana… Ve, por ejemplo, la palabra uruguaya celeste, la palabra dominicana olla, la colombiana vaina. ¡Puta, qué maravilla! Entonces, ¿cuál es la palabra ecuatoriana que vos pondrías ahí?

Este… puede ser, no sé, ¿minga? Es una palabra muy, como muy… (el viceministro)

¡Beibiii, no jodas, pues! ¿Acaso el kichwa es la única lengua que se habla en el Ecuador? Y vos –se dirige a la muchacha de quién sabe qué dependencia ministerial, eso no le importa-, ya estás… ¡Ni se te ocurra estar chateando con el celular, ese no es tu trabajo! ¡Manos sobre el escritorio!

(…) (ella)

Este… una palabra ecuatoriana puede ser yapa, no sé, chaucha… (su entrañable)

¡O sea, te estoy diciendo, hermano: aquí hay un montón de gente que se pasa rascando la barriga, y en las direcciones provinciales, ni se diga, ponéles a crear! -el ministro toma el pito entre sus dedos y sopla con fuerza de locutor para llamar a su asistente…

De acuerdo.

¡Ah, el poder! habrá susurrado, glorioso y sonriente, al acostarse a dormir junto a su amada asambleísta de gobierno. Pero antes de acostarse, el ministro habrá desahogado su pasión por el fútbol jugando un buen partido con los empleados del ministerio… Es que nadie supo nunca cuál pasión le privaba más, si la radio o el fútbol. ¿Ser un árbitro?

¡Cuánto extrañará –ahora que el ministro ya no tiene pito, y que ya no es ni forajido ni ministro- las fechas del último mundial de fútbol, cuando se encerraba en su despacho para ver los partidos, luego de emitir la orden ministerial de no existir para nadie…!

 

6 COMENTARIOS

  1. Concuerdo con el tema de la redacción, adicionalmente las ideas están desorganizadas no existe continuidad en el texto, de igual manera he tenido que volver al inicio del párrafo para entender.

  2. Creo que lo escribiste para la gente del Ministerio de Cultura y de Patrimonio. Jajaja me hiciste ver con humor algo que nos deprimia, hasta a los lejanos al pito del Ministro

  3. Que verguenza de post, y qué verguenza hechar leña de quien no puede decir nada, esto es cualquier escrito sin estilo, mal escrito, y lleno de resentimientos, y sin duda no es un artículo de una revista, ni algo que valga la pena.

    Definitivamente, meterse hasta en lo más personal de un funcionario, es señal de su bajeza.

  4. Que verguenza de post, y qué verguenza echar leña de quien no puede decir nada, esto es cualquier escrito sin estilo, mal escrito, y lleno de resentimientos, y sin duda no es un artículo de una revista, ni algo que valga la pena.

    Definitivamente, meterse hasta en lo más personal de un funcionario, es señal de su bajeza.

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