Por Diego Cazar Baquero y Xavier Reyes
El domingo de elecciones, Ecuador despertó en medio de una calma hedionda. ¿Qué ocurrió para que, de súbito, el nefasto clima político de los últimos meses se sosegara? Ese domingo, ni siquiera los pronósticos de mal tiempo se cumplieron del todo.
A las siete de la mañana en punto, Quito era el sol y el frío del invierno. El joven rector del Consejo Nacional Electoral, Juan Pablo Pozo, y el envejecido Rafael Correa inauguraron la jornada electoral y salieron a votar como si se atrasaran a una fiesta, a un partido de fútbol en el parque de su barrio. Correa llegó a su recinto y se entregó a uno de sus últimos baños de popularidad como presidente. “¡Por fin!”, le contestó a un periodista ante esas preguntas obvias que suelen hacer los periodistas: Y, ¿se termina su mandato, señor presidente?
De impoluto abrigo negro, abrazos y sonrisas sueltas, Rafa besó y se dejó besar, abrazó y se dejó abrazar, acarició el futuro y bromeó con la prensa como bromean los rockstars. Luego se marchó a bordo del auto presidencial, rodeado de su comitiva presidencial. En una de sus últimas caravanas presidenciales.
Los delfines políticos de Rafael también parecían chapotear en ese baño dominical. Jorge, su candidato a vicepresidente, casi madrugó a votar sin saber que Andrés, su rival, el aspirante a la misma dignidad por el movimiento opositor, también se había levantado temprano, aunque lo había hecho con el pie izquierdo. Esa mañana votó solo y malhumorado. Lenín votó después.
En la costa, en una escuela guayaquileña, levantada entre los charcos invernales, sufragó Guillermo Lasso. Lo hizo rápido. Ni cinco minutos tardó en rayar los casilleros con su imagen risueña y la de su binomio. Fue de la mano de su esposa. Siempre de la mano de su esposa. “¡María de Lourdes, pero venga, venga!”, le dijo Guillermo para que María de Lourdes estuviera a su lado mientras declaraba ante las cámaras. Él sí todo sonrisas, todo paz, todo amor. No como su binomio.
La tensión comenzó a las cinco de la tarde. Con los primeros resultados a boca de urna, la encuestadora Perfiles de Opinión dio como ganador a Moreno con cuatro puntos porcentuales sobre Lasso, mientras que la empresa Cedatos anunció el virtual triunfo de Lasso con seis puntos porcentuales de distancia sobre Moreno. ¿Era posible tal contradicción? Para los partidarios de las dos candidaturas, todo sabía a victoria. Ecuador –o su imaginario– tuvo dos presidentes al mismo tiempo. Los datos hicieron que el presidente Correa y su delfín desconocieran las cifras y pidieran esperar la información oficial del CNE –que había sido ofrecida para las ocho y que, decían, les favorecería–, pero a esa hora de la tarde, la página web del CNE se cayó. Cuando volvió al aire, los resultados se habían invertido: Moreno era el ganador con tres puntos de diferencia.
Hacia las ocho, la organización no gubernamental Participación Ciudadana (PC) y el estudio de la Escuela Politécnica Nacional declararon empate técnico. Solo un 0,6 por ciento distanciaba a los dos contendientes, de acuerdo con PC.
A las nueve y media, el CNE hizo su pronunciamiento oficial: con el 94,36 por ciento de votos escrutados, el ganador sería Lenín, con el 51,07 por ciento de votos, y Guillermo quedaría en el segundo lugar, con el 48,93 por ciento.
Entonces, la tensión se transformó en indignación de un lado del país y en fiesta, del otro. Con estos resultados, Ecuador es la incertidumbre. En las provincias de Pichincha, Guayas, Chimborazo, Esmeraldas, y en varios otros puntos del territorio se registraron protestas.
Empate técnico. Sí. Se trata de ese estado ambiguo en el que lo que entendemos por democracia es solo perplejidad eterna. Estamos ante la proclamación no oficial de que ambos bandos ganan y pierden a la vez. Bandos. Como si de eso se tratara la democracia. Como si tuviéramos que mirarnos a la cara entre dos enemigos en igualdad de condiciones.
Si bien la técnica electoral contempla la figura del empate técnico, la mala práctica política y el degaste de las instituciones terminan por minarse a sí mismas. Más allá de los márgenes de error y de diferencias en las estadísticas que lo justifican todo, las encuestadoras Cedatos y Perfiles de Opinión, así como los expertos de la Escuela Politécnica Nacional y Participación Ciudadana, se consagraron por sus sesgos, por sus imprecisiones y por cierta cobardía a la hora de señalar a un ganador o de ofrecer una solución idónea.
¿Qué dijeron? “Empate técnico”. Premio para el uno y premio para el otro. Castigo para todos. Un chorro de babas que provoca los aplausos de los ‘entendidos’ y la furia de impotencia del ciudadano de a pie que, anclado a estos tiempos –en el mejor de los casos– apenas atina a tuitear y retuitear lo que le parece.
Después de una campaña política sucia y maloliente como nunca antes, un hombre locuaz y de buen verbo, llamado Juan Pablo Pozo, en calidad de presidente del CNE, tuvo en sus manos la responsabilidad de dirimir. Pero, ¿qué murmuró? “Empate técnico”. Solo que con un añadido: que su empate técnico daba como ganador a Lenín Moreno.
Con su palabra empeñada en que “a nadie se le ha quitado ni ha regalado un voto”, Pozo no pudo explicar por qué se cayeron “momentáneamente” el sistema de escrutinio y el sitio web del Consejo. Tampoco supo explicar que en casos como este, con un margen tan estrecho de diferencia, se podría echar mano de mecanismos como el conteo voto a voto o, por último, una auditoría seria e independiente.
El asunto no está en negar que exista la posibilidad de que 52 de cada cien votantes apuesten por un candidato, mientras que 48 lo hagan por el otro, sino en refugiarse en el empate técnico como una salida para justificar los baches del sistema informático de una institución vital o la falta de independencia en la gestión electoral.
Ecuador es ahora un país quebrado en dos partes, pero desigual. ¿Qué sucedía si no se caía el sistema?, ¿qué sucedía si Pozo y su equipo de asesores y directores cumplían con la entrega de resultados en los tiempos que ellos mismos habían ofrecido, tanto en la primera como en la segunda vuelta? Quizá en ese escenario no hablaríamos de empate técnico, cosa que perpetúa la incertidumbre y la desconfianza en un sistema electoral que, al final de la jornada, huele tan mal o peor que en las primeras horas del día, porque, con dos bandos suplantando el lugar de un pueblo, divergente pero uno solo, no hay sosiego. Únicamente se puede perder.