Por Javier Carrera
(Este artículo fue publicado originalmente en el portal de nuestro aliado la revista Allpa)
Los agroecólogos sostienen que pueden igualar o superar la rentabilidad del monocultivo con agroquímicos. Este artículo nos presenta dos estudios de caso, en las provincias de Loja y Cotopaxi, en Ecuador, que seguramente tienen mucho en común con casos similares en otros países del continente.
En octubre de 2008, una veintena de campesinos de las zonas de Paletillas y Zapotillo (sur de la Provincia de Loja, Ecuador) se reunieron para analizar los costos de producción del maíz convencional versus el agroecológico. El taller fue convocado por promotores de proyectos agroecológicos que la Fundación Heifer Ecuador y la Fundación COSV manejaban en la zona. Los resultados dejaron asombrados a más de uno. Pero antes de pasar a las cifras, es necesario analizar la situación general del cultivo en esta región.
Loja es una provincia altamente deforestada, y gran parte de la zona sur, de tierras bajas y climas cálidos, se encuentra en un avanzado proceso de desertificación. El bosque seco, natural de la zona, ha sido reemplazado por monocultivos, principalmente de maíz. La roza y quema y el uso de agrotóxicos van destruyendo la vida del suelo, mientras la maquinaria agrícola a la vez pulveriza y compacta la tierra. Cada año, la erosión va volviendo inútil una mayor cantidad de tierras. Por ello, desde hace décadas, Loja lidera los índices de emigración. Los lojanos están repartidos por el Ecuador y el mundo, pero en su provincia, una de las mayores del país, apenas quedan unas 500.000 personas.
El limitado régimen de lluvias y la incapacidad del suelo agotado para retener nutrientes y humedad hace que solo se le pueda arrancar una cosecha de maíz al año. El ciclo del maíz dura cuatro meses, y es el único cultivo de importancia comercial en la zona.
La semilla de maíz, que se compra en almacenes agrícolas, pertenece principalmente a la variedad Brasilia 8501, un híbrido, preferido para la elaboración de balanceados en las granjas avícolas en la vecina provincia de El Oro. Aunque la publicidad y los técnicos aseguran producciones promedio de 120 quintales por hectárea, los participantes señalaron que en realidad no se saca más de 100, a veces menos.
Costos
En este análisis de los costos de producción se trató de incluir todos los costos, hasta la piola usada para cerrar los sacos al final de la cosecha, para tener una visión realista del conjunto. Los costos y ganancias se calcularon para una hectárea de cultivo:
Como podemos observar, se gastan $275 en abono químico y biocidas, y $200 en su aplicación, sumando la aplicación de agroquímicos $475, o el 46,7% del costo de producción.
Para el análisis de los costos de producción agroecológicos se eligió el maíz Manabí Antiguo, una variedad local muy popular hasta hace unas décadas. Se trata de un maíz duro, de mazorca y granos grandes. Los granos son amarillos, con una pintita roja; ocasionalmente salen mazorcas completamente rojas. El Manabí Antiguo se usa principalmente en la alimentación humana, aunque puede usarse también para balanceado.
Se consideró para este cuadro un cultivo agroecológico de tipo tradicional, apoyado por fríjol zarandaja (Lablab purpureus) y zapallo (Cucurbita moschata o C. maxima), sin aplicación de compost o bioles. La semilla, en el ciclo tradicional de cultivo, proviene de la misma finca, y el trabajo para prepararla está incluido en los costos de desgrane.
Como podemos ver, el costo de producción es menor, invirtiendo apenas el 53% del costo del cultivo convencional.
Ganancias
Pasemos a las ganancias. En el cultivo convencional, en la fecha en que se realizó este levantamiento de datos, la ganancia promedio era la siguiente:
Las familias participantes necesitan un mínimo de $300 mensuales para sobrevivir, de modo que deben sembrar al menos 20 hectáreas de monocultivo para cubrir sus necesidades mínimas, con el impacto ecológico que eso representa.
Muchos productores tratan de sembrar al menos 50 hectáreas, para lograr una mayor ganancia. No pocos alquilan tierra para poder aumentar la superficie de siembra, a un costo de $100 por hectárea, lo que reduce las ganancias en los terrenos alquilados a $83 por hectárea al año.
En el modelo estadounidense, que hoy por hoy el mundo se esfuerza en imitar, se invierte en promedio hasta 5 calorías de energía, provenientes principalmente de derivados del petróleo, para producir una sola caloría de alimentos.
En este cálculo se debe considerar la acumulación de deudas que la mayoría de las familias tiene, que absorben una buena cantidad de las ganancias. En un año bueno, se pagan algunas deudas, se invierte en bienes o servicios, y rara vez se logra ahorrar algo. En un mal año, de los que lamentablemente abundan, se incurre en más deudas.
Para iniciar el ciclo de cultivo, muchos acuden a prestamistas locales (ilegales), quienes son la fuente principal de crédito para la compra de insumos. Aunque se espera que esta práctica cambie, en parte gracias a la intervención del Estado, la raíz del problema sigue intacta: la inversión en insumos externos es muy alta, y es dinero que fuga de la economía local, al ser invertido en productos industrializados que vienen de fuera.
Frente a estos datos, los productores de la tercera edad que se encontraban presentes en el ejercicio no hacían más que asentir, alguno dijo: “así mismo es la vida”. Pero entre los jóvenes había asombro. Muchos no habían realizado nunca este cálculo de producción. Uno de ellos, enojado, exclamó: “¡Con razón somos pobres, pues!”.
A continuación realizamos el cálculo de ganancias para el cultivo agroecológico. Cabe indicar que el maíz Manabí Antiguo produce apenas 66 quintales por hectárea, 34 menos que el Brasilia, argumento que es usado por los técnicos que promueven el uso del modelo agroquímico, y que resulta ser muy cierto. Pero el cuadro de ganancias del sistema agroecológico nos reserva más de una sorpresa:
Aún considerando solamente el maíz, la ganancia es mayor (792 – 541 = 251 dólares más). Pero el maíz tradicionalmente no se siembra solo, siempre va acompañado de una o más leguminosas trepadoras (frijol o zarandaja) y cucúrbitas (sambo o zapallo), aumentando considerablemente la cantidad de alimento producido en el mismo espacio, y con la misma inversión monetaria y de mano de obra. Una vez en el mercado, la venta de zapallos y zarandajas aumenta las ganancias en $400 por hectárea, dando el resultado de $651 por hectárea al año.
Usando este sistema, una familia de la zona necesitaría apenas 5,5 hectáreas para cubrir las mismas necesidades básicas. Y con un sistema que en lugar de degradar el suelo y el ecosistema, los regenera.
El error más importante de la economía moderna es que tiene una visión muy limitada de lo que es riqueza. Trabaja con materias primas, productos elaborados y transacciones virtuales, pero no considera muchos de los factores que nos hacen seres humanos, y que hacen de este planeta un lugar apto para la vida.
Fréjol en Cotopaxi
En septiembre de 2010 se realizó un levantamiento similar de datos, esta vez en el cantón Pangua, en la provincia de Cotopaxi. Participaron productores de las comunidades El Empalme y Pinllo Pata, asociados a un proyecto donde la Red de Guardianes de Semillas y la Fundación Verdeazul brindaron apoyo técnico, gracias al aporte de la asociación española Entrepueblos. El cultivo emblemático en la zona es el frijol, variedad canario local, trepador, que se siembra en monocultivo. Los costos de producción en media hectárea fueron los siguientes:
El periodo de cultivo es de 7 meses, de siembra a cosecha. Los agrotóxicos y su aplicación suman $55, o el 4,5% del costo, gracias al uso de abono de gallina y a la resistencia natural de la variedad campesina utilizada. En este sistema se utilizaron en total 17 jornales, representando la mano de obra el 7% del costo de producción, y generando $85 de ganancia para los trabajadores. Dividido para 28 semanas, esto significa que el sistema genera $3 semanales para la población local, aparte de lo que gana el dueño.
Lo que resulta chocante en este esquema es el gasto en estacas, utilizadas para dar soporte al frijol. En el cultivo ancestral es el maíz el que da soporte al frijol canario, tal como vimos en el caso agroecológico de Loja. Pero la lógica del monocultivo convencional y su dependencia en insumos hace que se invierta en deforestar, preparar y colocar unas estacas que en 7 a 10 meses habrán terminado su vida útil. Las estacas representan el 49% del gasto total.
Al no existir en la zona un cultivo agroecológico orientado al frijol, se realizó la comparación con una finca integral agroecológica. La finca de la señora Rosa Marcalle se ubica en la comunidad Pinllo Pata y tiene una extensión cultivada de 5 000 m2. Doña Rosa vende directamente en ferias de la zona, donde acude semanalmente. Estos fueron los datos en cuanto a costos semanales de producción:
Como podemos ver, no hay costos de insumos. La preparación de semillas, suelo y abonos se incluye en el rubro Cultivo. En este sistema, la mano de obra representa el 55% del costo, generando $80 de ganancia semanal para la población local, y pagando el doble por jornal que en el caso convencional. Se trata de dinero que se queda en la zona. Los costos de producción son 3 veces mayores que en cultivo convencional.
Veamos ahora las ganancias. El año 2010 fue malo en la venta de frijol en la zona. Los precios del mercado causaron un efecto negativo que lamentablemente es muy común en los emprendimientos productivos latinoamericanos:
Es decir, los productores salieron a pérdida. A ello hay que añadir que no todos los productores consiguieron el promedio de 20 quintales de frijol en media hectárea.
Las ganancias de la finca agroecológica fueron:
Esta pequeña finca agroecológica produce alrededor de $328 mensuales de ganancia final en media hectárea. A ello habría que sumar el ahorro en aquellos alimentos que se usan en autoconsumo. Y Doña Rosa provee a la población local con una alimentación sana y diversa, en lugar de exportar fuera de la zona un solo producto saturado de químicos.
Otros costos, otras ganancias
El error más importante de la economía moderna es que tiene una visión muy limitada de lo que es riqueza. Trabaja con materias primas, productos elaborados y transacciones virtuales, pero no considera muchos de los factores que nos hacen seres humanos, y que hacen de este planeta un lugar apto para la vida. Por ello no podemos decir que sea una economía real. Es claramente, una forma errada de ver el mundo que está poniendo en riesgo nuestra capacidad de supervivencia.
La economía del futuro, la que nos permita sobrevivir en un mundo cambiante y de recursos limitados, tendrá una visión mucho más amplia, crítica y compleja de los costos reales de la producción convencional que ha dominado en las últimas seis décadas. Tomará en cuenta costos como estos:
– Contaminación de las fuentes de agua, disminuyendo el acceso de la población a agua adecuada para el consumo humano, generando problemas de salud y causando grave afectación al ambiente.
– Disminución del abastecimiento hídrico, debido a la deforestación y a las malas prácticas de riego.
– Disminución de la fertilidad del suelo y destrucción de su estructura, provocando un avance de la desertificación y el abandono de tierras agotadas.
– Disminución de la biodiversidad y de la biomasa, provocando el colapso de los ecosistemas locales, lo cual afecta finalmente al mismo cultivo y a la calidad de vida de la población.
– Inversión energética en relación con la energía producida. En el modelo estadounidense, que hoy por hoy el mundo se esfuerza en imitar, se invierte en promedio hasta 5 calorías de energía, provenientes principalmente de derivados del petróleo, para producir una sola caloría de alimentos.
– Reducción en gastos de salud para la familia.
– Aumento de la biodiversidad y la biomasa. Control autónomo de plagas y enfermedades vegetales.
– Generación de fuentes de empleo.
– Fortalecimiento de la economía local, gracias a un intrincado conjunto de transacciones locales generadas a partir de la comercialización directa.
– Mejora general en la calidad de vida.
Fuentes:
Investigación de campo: Rogelio Simbaña, Javier Carrera y campesinos de las zonas estudiadas.
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