Por Guillermo Morán / @gmorancad
Más de treinta años de lucha no pasan en vano. Las ideas cambian, los desafíos también. De todas maneras, el norte de Esperanza Martínez siempre ha sido el mismo: la protección de la naturaleza entendida como la convivencia armónica entre los seres humanos y su entorno. En esta lucha ha tenido que enfrentar a gobiernos que la han descalificado, multinacionales que cuentan con aparatos mediáticos y recursos inimaginables y una sociedad que muchas veces pone por delante el dinero sobre la vida. Sin embargo, desde Acción Ecológica –su trinchera–, ella sigue vital, poniendo los pies en los territorios amenazados y abanderando junto a otras líderes como ella la lucha a favor de la conservación y la libre determinación de los pueblos.
Esperanza Martínez nació en Panamá y llegó a Ecuador –la tierra de su madre– cuando tenía cinco años. Pero más tarde, de nuevo en Centroamérica, a sus 15 años, fue parte de los grupos de solidaridad de la revolución popular nicaragüense, gracias al vínculo de su padre con estas luchas. Su experiencia alrededor de una utopía y el trabajo por un mundo más justo y libre se concentraron muy pronto en su defensa del medio ambiente. De vuelta en Ecuador, Esperanza estudió Biología y junto a otros colegas biólogos y comunicadores fundó un Centro de Documentación sobre Medio Ambiente que se bautizó como Acción Ecológica. En un tiempo en el que el ecologismo en el Ecuador apenas estaba surgiendo y la única institución que existía en defensa del medio ambiente era Fundación Natura (1986), Acción Ecológica se constituyó como un organismo combativo, con un claro rol de denuncia frente a injusticias sociales y problemas medioambientales. Hoy, Acción Ecológica es un referente indiscutible de la lucha a favor de la naturaleza, con más de 30 años de experiencia en el campo.
Entre las numerosas campañas, Esperanza ha tenido que enfrentar a quienes han destruido el manglar, a las devastaciones de la extracción petrolera en la Amazonía, a los graves daños que provoca la producción y el consumo de alimentos genéticamente modificados. Ha sido mediadora entre las víctimas de estos fenómenos y los organismos locales e internacionales especializados en brindar ayuda para combatir estos casos.
Esperanza impulsó la inclusión de los Derechos de la Naturaleza dentro de la Asamblea Constituyente del 2008, como asesora del entonces presidente de la Asamblea nacional Constituyente, Alberto Acosta. Se inspiraba, como aclara ella, en lo que las comunidades indígenas han hecho desde siempre: cuidar sus ecosistemas y sus territorios. A pesar de que el expresidente Rafael Correa Delgado apoyaba este proceso al inicio, la convergencia entre Acción Ecológica y el Gobierno duró poco. En una carta pública que Esperanza Martínez dirigió al mandatario en enero del 2010, Esperanza le aclara que “en el caso del ITT [el campo Ishpingo-Titputini-Tambococha] no es desconocido cómo Petrobras quiso negociar con [el expresidente] Lucio Gutiérrez la explotación de este campo. Después fue el consorcio Sinopec-Enap-Pretrobrás con el que [Carlos] Pareja Yanuzelli –firmó el acuerdo y más recientemente la estatal venezolana PDVSA, pues se está estableciendo un vínculo con la refinería del Pacífico”. En la carta, Esperanza dejó sentados ciertos indicios de lo que hoy ha desencadenado una serie de escándalos de corrupción que sumen a Ecuador en una nueva crisis de institucionalidad y en una pugna de poder al más puro estilo de los años noventa. En esa misma carta, Esperanza se defiende de los apelativos con los que el mandatario la tildó públicamente: “ecologista infantil”, “fundamentalista”, entre otros, y le hace la siguiente advertencia: “Hace muchos años los ecologistas fueron señalados por gobiernos reaccionarios, como enemigos del desarrollo, no vuelva a reproducir esos errores”.
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En el 2010, cuando la carta fue difundida, todavía estaba en pie la Iniciativa Yasuní ITT. Después del anuncio de la explotación de esos campos, en 2013, las diferencias entre el gobierno de Correa y la organización Acción Ecológica se tornaron irreconciliables.
Esperanza Martínez demuestra que aunque derechos de la naturaleza estén garantizados en la constitución ecuatoriana, lograr que el Estado y sus instituciones los respeten es otra cosa. El ecologismo tiene un significado muy preciso para esta activista: “Ese encuentro entre el mundo de la naturaleza y las causas sociales”. En una entrevista con nuestra reportera Gabriela Ruiz, Esperanza aclaró que la naturaleza no puede disociarse del ser humano que habita en ella: “Se tiende a pensar que la naturaleza, la biodiversidad [en una zona como en la del Yasuní] es un regalo de Dios, y por otro lado están los pueblos, víctimas que se están quedando sin territorio. No nos damos cuenta de que esos pueblos indígenas son quienes han cultivado y resguardado esa diversidad”.
La mujer tiene, para Esperanza, una función primordial en el cuidado de la naturaleza. Así lo declaró en una entrevista para Pressenza: “Las mujeres, en un trabajo esclavo [en un contexto de explotación capitalista] van a sostener la reproducción de la vida. Y son esas mismas mujeres las que están empezando a intervenir ahora con mucha fuerza [en las luchas por su territorio]”.