Por Samuel Pulido / @quilombosfera / Tomado de periódico Diagonal
La franja de Gaza es un área urbana densamente poblada por aproximadamente 1,8 millones de personas refugiadas, hijas y nietas de refugiados oriundos de otras partes de Palestina que hoy se denominan Israel o Cisjordania (ACNUR tiene registradas como refugiadas, merecedoras por tanto de protección internacional según el convenio de Ginebra de 1951, a un millón de personas). El territorio se encuentra bajo ocupación israelí desde 1967, al igual que Cisjordania. Pero desde 2005 Gaza vive sometida a una trágica mentira. Los políticos e intelectuales sionistas insisten en que el Estado de Israel abandonó Gaza en 2005 con la famosa «desconexión» que impuso Ariel Sharon, y que desde la victoria electoral de 2006 la franja está gobernada por Hamás, lo que debería eximirles de toda responsabilidad.
En realidad, con la desconexión de 2005 lo que se logró no fue otra cosa que «congelar el proceso de paz» para facilitar la colonización del territorio que interesa económica y estratégicamente a Israel, Cisjordania, que no puede ser bombardeada del mismo modo por la presencia de incontables asentamientos israelíes. Y Gaza continúa en realidad bajo ocupación militar israelí de acuerdo con el derecho internacional y el sentido común. Aunque Israel haya retirado a soldados y 8000 colonos del interior de la franja, continúa controlando toda entrada y salida de personas y mercancías, su espacio aéreo y su costa. Gaza también depende de Israel en su suministro eléctrico y en el aprovisionamiento de agua, aunque el bloqueo económico (en junio se cumplieron ocho años del mismo) y los reiterados bombardeos hayan hecho que la mayor parte del agua que se consume allí no sea apta para el consumo humano según nuestros estándares. Todo ello cualifica a Israel como potencia ocupante, un alcaide brutal que tiene a su cargo una inmensa colonia penitenciaria que cuando se le antoja convierte en una mortífera ratonera.
Por este motivo la discusión sobre quién empieza primero cada vez que se produce una escalada militar israelí carece de sentido. En cuanto a las razones inmediatas de la masacre en curso, estas tienen más que ver con la reciente formación de un gobierno palestino de unidad nacional, tras siete años de desencuentros entre Al Fatah y Hamás, que con el secuestro y asesinato de tres adolescentes israelíes en Cisjordania (que llevó a la detención más de 500 palestinos y a la irrupción violenta de los militares israelíes en más de mil casas) o el lanzamiento de cohetes desde Gaza. Desde el anuncio de la reconciliación entre las dos facciones palestinas, Israel ha impedido el pago de los salarios de los 43.000 funcionarios de la administración pública en Gaza y se ha negado a suavizar el bloqueo fronterizo.
Conflicto de Gaza, no. Ocupación de Palestina
Las vidas de millones de palestinos están en manos del Estado de Israel desde que éste ocupara la franja de Gaza y Cisjordania en 1967. Podríamos remontarnos a la Nakba pero desde 1967 la ocupación israelí tomó una dirección particular, al hacerse cargo e ir asimilando territorios (especialmente Cisjordania) con una mayoría árabe que en sí misma impedía garantizar el carácter judío del Estado, tal y como lo concibe el proyecto sionista. Excluida la cesión a otros estados árabes, quedaba la cuestión del gobierno y gestión de territorios con una población resistente que reclama un Estado palestino.
La disociación de territorio y población está en la base de las diferentes opciones tomadas por los sucesivos gobiernos israelíes. La primera doctrina oficial que afrontó esta cuestión, el Plan Allon (13 de julio de 1967) buscaba cómo absorber «la mayor superficie de territorios con el menor número de habitantes árabes». Como quiera que el crecimiento demográfico palestino solo podría «resolverse» mediante el genocidio o la limpieza étnica sistemática, Israel articulará desde el proceso de Oslo una gobernanza biopolítica más compleja basada en una fragmentación funcional de los territorios palestinos, una separación clara -incluso física- entre palestinos e israelíes, y una segmentación de la población árabe y de sus correspondientes derechos, especialmente los de circulación. Todo ello imposibilita la constitución de algo que pueda considerarse como un Estado palestino. Visto el conjunto de territorios bajo dominio israelí (directo e indirecto) difícilmente puede calificarse al Estado israelí como democrático, al menos desde la perspectiva de quienes buscamos democratizar nuestros propios sistemas oligárquicos de gobierno.
Democracia, no. Apartheid
Semejante gobernanza reúne elementos más que suficientes como para ser caracterizada como apartheid. Según la Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo del Crimen de Apartheid (1973), el «crimen de apartheid» comprende una serie de «actos inhumanos cometidos con el fin de instituir y mantener la denominación de un grupo racial de personas sobre cualquier otro grupo racial de personas y de oprimirlo sistemáticamente». El Estatuto de Roma del Tribunal Penal Internacional se refiere al apartheid como «un régimen institucionalizado de opresión y dominación sistemáticas de un grupo racial sobre uno o más grupos raciales y con la intención de mantener ese régimen», lo que se corresponde perfectamente con las políticas oficiales del Estado de Israel, que se autoproclama como «judío» y que mantieneuna cincuentena de leyes discriminatorias. Si otros estados no reconocen al régimen israelí como un apartheid es por razones políticas, entre las que encontramos preocupantes elementos de afinidad, que son los que explican el apoyo explícito del gobierno francés a la última agresión.
Las motivaciones políticas se apoyan en una artimaña jurídica. Cuando conviene, el Estado de Israel sostiene que los territorios ocupados representan entidades «exteriores» controladas en gran parte (aunque sea nominalmente) por la Autoridad Palestina (o Hamás), con lo que pretende ocultar las responsabilidades que le incumben en el control de la población palestina y en la situación real de facto. Como hizo Sudáfrica con los bantustanes. Los anteriores ocupantes del territorio palestino, el Imperio Británico, fueron pioneros de esa gestión indirecta de población y territorios que el Estado de Israel ha perfeccionado con la bendición de la comunidad internacional. Si Hamás es calificado como «organización terrorista» y toda Gaza es considerada una «entidad enemiga»se debe simplemente a que ellos rechazaban representar ese papel.
Guerra, no. Masacre colonial
En esas condiciones, los reiterados bombardeos aéreos de Israel sobre Gaza, un territorio urbano que carece de ejército, fuerza aérea o naval, constituyen pura y simplemente masacres al más puro estilo colonial. Que buena parte de los críticos de Israel prefieran comparar estos crímenes exclusivamente con los del nazismo en lugar de hacerlo con los del colonialismo da una idea del lugar que ocupan cada uno en el imaginario colectivo occidental, que no acaba de asumir ni entender el segundo. Según Achille Mbembe (On the postcolony, 2001) la soberanía colonial -tal y como la concibieron los imperios europeos e Israel en la actualidad- se asienta en tres tipos de violencia, que en Palestina se despliegan simultáneamente: una violencia fundacional (nakba), la violencia que tiene que ver con la legitimación ideológica de la desposesión, y la violencia que asegura el mantenimiento del orden colonial, un orden que se justifica por sí mismo y cuya incondicionalidad tiene como corolario la impunidad. «En la raíz de la colonización hay un acto inaugural, dentro de una jurisdicción que le es propia, la de la arbitrariedad», afirma Mbembe. En este contexto el fin de los bombardeos (el alto el fuego) de ningún modo trae consigo el fin de la dominación ni de la violencia salvaje que la sustenta. Toda referencia honesta a la violencia de la resistencia palestina no puede dejar de situarla en su realidad histórica ni negar el sufrimiento del que nace. Aunque el Estado de Israel y sus cooperadores necesarios hayan logrado reducirla a una expresión testimonial en términos comparativos.
Aún así, el Estado de Israel ha tenido éxito en presentar sus agresiones como un «conflicto armado» y no como la acción brutal de una potencia ocupante, entre otras cosas para justificar un desmesurado uso de la fuerza bélica (no la policial de un ocupante) mientras retuerce el derecho a su favor. En 2009, el profesor de derecho internacional George Bisharat escribía: «Hoy la mayoría de observadores -incluyendo Amnistía Internacional- aceptan tácitamente esta manera de enmarcar el conflicto en Gaza como un conflicto armado, por lo que sus críticas de las acciones de Israel se basan en la vulneración del deber de distinción [entre militares y civiles] y del principio de proporcionalidad.» Israel solo puede pecar por exceso: se excede en su reacción, que de este modo queda legitimada como tal.
Propalestino, no exactamente. Prodignidad humana
El marco conceptual del conflicto bélico -como si Palestina fuera el Egipto de 1967- constituye sin duda un éxito propagandístico que ha calado incluso entre los críticos, ya que paradójicamente permite mantener la ficción de un proceso que debería conducir a la coexistencia pacífica de dos estados. La prensa reproduce esta visión del conflicto entre israelíes y palestinos, o incluso entre judíos y musulmanes (aunque haya palestinos cristianos) y se refiere a las manifestaciones contra el genocidio como «propalestinas». No es que no falten antisemitas entre los críticos, pero al evacuar la cuestión colonial y el apartheid se fomenta una visión etnicista y sectaria que es preciso demoler para poder empezar a construir una alternativa justa al embrollo actual.
Gaza nos convoca a todos todavía porque allí se juega la humanidad común que niegan a los bombardeados. Otras ciudades fueron mártires por un tiempo: Hiroshima, Sarajevo, Bagdad, Faluya… Gaza lo es desde hace muchos años y lo sigue siendo. Hay otras, es cierto, como Mogadiscio. Peroen Gaza es un gobierno considerado democrático el que se ha arrogado un derecho de genocidio, con la comprensión o el aplauso de gobiernos como el nuestro, que dicen compartir los mismos valores.
El horror más cercano es el que continúan padeciendo las ciudades sirias, como Homs oAlepo, machacadas por el ejército de Bachar Al Asad con los mismos argumentos con los que Israel hace lo propio en Gaza. Cálculos estratégicos aparte, no debe extrañar el progresivo alejamiento de Hamás con respecto al régimen de Asad hasta su ruptura definitiva en 2012. Al contrario que muchos de sus extraños compañeros de cama geopolítica, en Gaza saben lo que es dormir pendientes del cielo, con miedo a no volver a ver la luz del día, la propia madre o el hijo.
Gaza todavía.